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Es un sociólogo, economista, escritor, orador, asesor político y activista estadounidense. Él mismo, se define como activista en favor de una transformación radical y un cambio de la sociedad industrial basada en el sistema del petróleo y otros combustibles fósiles, defiendiendo la idea de desarrollar un modelo más sostenible. Ha escrito mas de veinte libros tratando de proponer formulas que garanticen la pervivencia del ser humano en el planeta, en un sentido de equilibrio con el medio ambiente y con nuestra propia especie. Uno de sus libros mas exitosos se titula El fin del trabajo (1995). Rifkin esta en el origen del concepto de la “tercera revolución industrial”, lo que le ha permitido convertirse en asesor de la Unión Europea, así como trabajar con jefes de estado y lideres empresariales del mundo entero. 


Justine Muñoz


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MONTANER J.M. MUXI Z., Arquitectura y política.Gustavo Gili. Barcelona, 2011. 


Págs. 115-158. “Metrópolis” 


LA TEMATIZACIÓN DE LAS CIUDADES TURÍSTICAS


            Aunque pueda parecer paradójico, la competencia y especialización de las grandes ciudades es un fenómeno que está estrechamente relacionado con la globalización. El mundo global exige que cada ciudad se defina, se caracterice y se especialice, y, al mismo tiempo, se esquematice y se simplifique para ser objeto de deseo e inversión y más fácilmente transmisible y digerible como tal. Siguiendo las coordenadas de la crítica a la industria de la cultura de consumo, desde Teodor W. Adorno y Max Horkheimer hasta Jeremy Rifkin y Michael Sorkin, debemos entender que la ciudad ha entrado también en la lógica de la industria del consumo cultural, como la música pop que exige que toda creación cumpla unas pautas de simplificación, tipificación y modificación constante. Por tanto, como objeto del turismo de masas de la inversión inmobiliaria, la ciudad se ha convertido en objeto de consumo y en espacio comercial. Pero, al mismo tiempo, tal como ha señalado David Harvey, hay una relación directa entre el interés que una ciudad concreta despierta en el panorama global y su capacidad para diferenciarse cultural y socialmente. La gran paradoja es que a mayor presencia global más inversión y más turismo y, por tanto, mayor presión hacia la homogeneización, que, si se consolidase, anularía las posibilidades de dicha ciudad de ser fuerte en el mercado global. Con ello demostraría que el funcionamiento de la lógica del turismo globalizado y financiero es insostenible, ya que, en el caso de las cualidades de la ciudad, destruye su propia razón de ser.


            Tal como sucede en los productos de consumo, el objetivo turístico, en este caso de la ciudad, se proyecta desde su lugar de origen hacia el exterior como un singular objeto del deseo. La ciudad se va convirtiendo en objeto de consumo, como la moda. Y tal como escribió Cesare Pavese, el mecanismo de consumo tiene un éxito total porque sintoniza con los mecanismos insaciables del deseo. Y el cine es uno de los mejores recursos para potenciar las ciudades que se presentan como escenario de grandes eventos culturales o deportivos y las películas de éxito comercial, como Vicky, Cristina, Barcelona (2008) del director Woody Allen.


Sin embargo, según la masa crítica, cultural y política de las ciudades, dicho proceso puede comportar resultados diversos. Puede haber ciudades donde predominen sus museos -como en Londres, París, Helsinki y, especialmente, en las ciudades medias alemanas-, pero si estos museos son activos y mantienen relaciones con los intereses culturales de la ciudadanía, la ciudad no se museifica ni tematiza; lo esencial es que la ciudad continúe viva. Hay ciudades, en cambio, que han interpretado el museo como institución estática, detenida en el tiempo, y han aplicado la misma lógica para su centro histórico. Algunas partes de Venecia, Florencia y Praga como emblemas de una museificación irreversible. Se convierten en ciudades dormidas en la ensoñación de sus colecciones, restauraciones y recreaciones, como Carcasonne en Francia o Tallin en Estonia. La ciudad estadounidense de Williamsburg representa un caso extremo de museificación y tematización, algunos de sus habitantes, disfrazados como si vivieran a mediados del siglo XVIII, forman parte cada día de una escenografía histórica.


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