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 MONTANER, Josep María., Sistemas arquitectónicos contemporáneos. Gustavo Gili. Barcelona, 2008.


págs. 64-89. “Sistemas orgánicos”


No olvidemos, sin embargo, que a lo largo del siglo XX se ha desarrollado un falso organicismo, radicado en tradiciones antiurbanas, conservadoras y especulativas que, aunque generen formas bellas, son retrógradas. Es el caso, por ejemplo del proyecto del urbanista Ruben Pesci para “la ciudad cerrada” de Nordelta, en la provincia de Buenos Aires, que se estructura como ciudad jardín, con formas de dedos, siguiendo la morfología de los campos de golf, en torno a lagos artificiales, subdividiéndose a su vez en barrios cerrados y en calles sin salida. Nunca es sostenible la segregación social, ni los barrios que se han desgajado de su entorno natural y urbano, ni que para realizarse necesiten borrar todo vestigio vegetal y topográfico existente. Tal como también está proponiendo en Dubai, con ello se genera el mayor monstruo imaginable y la peor contradicción semántica: una ciudad cerrada y aislada.”


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MONTANER J.M. MUXI Z., Arquitectura y política.Gustavo Gili. Barcelona, 2011. 


Págs. 79-114. “Mundos”. El tipo de fronteras que más crece es el de las fronteras urbanas que los ricos levantan para excluir a los pobres. Este es el fenómeno del urbanismo contemporáneo realizado más inquietantemente: las urbanizaciones exclusivas, mal llamadas barrios cerrados o gated communities (ya que ni son barrios ni son comunidades), que, con muy diversas morfologías, proliferan en el mundo y que en cada lugar encuentran referencias reales o ficticias. Surgen de la obsesión manipulada para defenderse de la inseguridad y en ellas se aíslan clases sociales afines en condiciones cerradas. Ello tiene manifestaciones muy diversas, desde los barrios para las élites, fuertemente amurallados y vigilados, hasta las soluciones más chapuceras de las barriadas con vallas que cierran y policías privados que vigilan calles que habían sido públicas, como en Ciudad de México, en San Juan de Puerto Rico o en Manila. Estos monstruos urbanos surgen en los países y ciudades donde las desigualdades económicas son mayores en Bangalore, la India;  en Manila, Filipinas, en São Paulo, Brasil; en Caracas, Venezuela; en Buenos Aires, Argentina; en Ciudad de México; en Madrid, España; y a lo largo de muchas ciudades de Estados Unidos, especialmente en California y Florida.


Las urbanizaciones cerradas más emblemáticas en América Latina, por su ambición, tamaño y diseño, como Nordelta cerca de Buenos AiresAlphaville en las afueras de São Paulo, representan las tendencias de los privilegiados, las nuevas clases medias que levantan muros para intentar salvar su mundo con exclusividades y comodidades, frente a los quedan excluidos y discriminados: una quinta parte de los habitantes del planeta intenta defenderse de la miseria de las otras cuatro quintas partes.


El caso de las urbanizaciones cerradas, que podemos encontrar en las ciudades de México, Argentina o Brasil, es especialmente grave por constituir un atentado contra la vida pública y comunitaria y es un nefasto precedente en relación con la justicia. La urbanización cerrada se gobierna según sus propias normas internas, el estatuto del condominio, rechaza las leyes estatales y municipales y evita contribuir con sus impuestos en las obras colectivas del término municipal donde se radican. En caso de conflicto o delito, la comunidad cerrada tiende a evitar que los instrumentos de orden jurídico y constitucional entren en su propiedad, y frena el acceso a policías, jueces o representantes de la Administración. En definitiva, las urbanizaciones cerradas se han convertido en el mayor atentado a lo urbano y en el mayor obstáculo para la generalización de los derechos humanos. Al rechazar las luchas por la igualdad de derechos y contra la discriminación, la urbanización cerrada se levanta como frontera contra el compromiso internacional de los derechos definidos en 1948. Frente a la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el barrio cerrado reivindica sus propias leyes y normas, al marginarse y al proclamar la exclusión como emblema. En cierta manera, el barrio cerrado no deja de ser una versión voluntaria y lujosa de una prisión.


Todo este fenómeno de una realidad aparentemente bucólica en las urbanizaciones cerradas, con toda su parte negra, escondida y conflictiva, ha sido magistralmente narrado en novelas como Las viudas de los jueves (2005), de Claudia Piñeiro, convertida en película en 2009 dirigida por Marcelo Piñeyro; o en novelas de J. C. Ballard, como Super-Cannes (2002).  En el cine hay precedentes con El show de Truman (1998), American Beauty (1999) y Las mujeres perfectas (2004), que desvelan, desde distintos ángulos, la parte siniestra de la vida en los suburbios: y La zona (2006), dirigida por Rodrigo Pla, que presenta un duro conflicto ético en un barrio cerrado de México. Y esto sucede en un mundo en el que cada vez hay más pobres, y los ricos cada vez construyen más muros para defenderse de la propagación de los riesgos que consideran que comporta la miseria. Cuanta más pobreza hay y cuanto más crecen los slums, las clases medias altas más tienden a refugiarse en urbanizaciones cerradas, obsesionados por la seguridad y las conexiones exclusivas por autopistas, para poder circular rápido y evitar los barrios pobres


            Por lo tanto, la mayor distopía que se dibuja hoy en el mundo es la del control, la del acceso restringido, la de un mundo en que los ricos cada vez son más ricos y pretenden vivir lo más lejos y aislados posible de la pobreza los cataclismos y las crisis ecológicas crecientes. La monstruosa realidad de los barrios cerrados apunta hacia un mundo neofeudal, de unos pocos que mantienen sus privilegios amurallados por la fuerza y el control. Una barbarización que instaura un "mundo fortaleza" donde los ricos se desentienden del resto de la población, como si creyeran que es posible protegerse de los efectos del deterioro medioambiental y de los problemas derivados de la injusticia social y económica."


 

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