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Genovés de nacimiento, hijo ilegítimo de una conocida familia florentina, Leon Battista Alberti es una de las figuras clave del renacimiento artístico italiano. No nos encontramos en Alberti con un arquitecto propiamente dicho, sino más bien con un hombre culto y erudito, que desarrolla una impresionante obra teórica en los más diversos campos: arquitectura, escultura, pintura, filosofía, teología , sociología, urbanismo…. Por lo que a la arquitectura y el urbanismo se refiere, Alberti subraya de forma especial, el importante papel mediador que ambas materias tienen en la sociedad de su tiempo. Estas disciplinas irán ocupando un cada vez mayor espacio en su estudio y trabajo, dedicando buena parte de la etapa final de su vida. A Alberti le interesa el hombre como ciudadano en medio de la comunidad, centrando su interés en que los edificios sean agradables, útiles y se encuentren en un entorno humanizado. “La arquitectura es una ciencia muy noble, no al alcance de todas las cabezas… debe de poseer un genio fino, una gran aplicación y la mejor educación…. el que presuma declararse arquitecto”.


Sus obras, la mayor parte de ellas realizadas sobre antiguas construcciones, como es el caso de el Templo Malatestiano de Rímini, La Iglesia de Santa María Novella o el Palacio Rucellai, intentan dar una respuesta de carácter clásico a una serie de construcciones anteriores que por diversas circunstancias no se pudieron finalizar. Pero el clasicismo de Alberti, gran conocedor de la antigüedad romana, va a diferir del llevado a cabo por Brunelleschi, a quien admira e incluso dedica su obra De Pittura. La obra de San Andrés de Mantua ya al final de su trayectoria profesional, resume el modo que tiene el genovés de entender la antigüedad. Destaca en su percepción y libre interpretación de lo antiguo, el importante carácter murario de la nueva arquitectura “a lo clásico”.


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