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BLANQUI, Louis Auguste

BLANQUI, Louis Auguste

  • Periodista, escritor, activista político
  •  
  • 1805 - Puget-Théniers. Francia
  • 1881 - Paris. Francia

 BENEVOLO, L., Historia de la arquitectura moderna. Edit. Gustavo Gili. Barcelona, 1987.


Págs.. 61-84.“ La época de la reorganización y los orígenes de la urbanística moderna (1983-1850)” 


En Francia el rumbo de los acontecimientos no es el mismo, pero sí es similar su orientación. La industrialización es más lenta, pero avanza durante la Restauración y, más decididamente, durante la monarquía de julio, al amparo de la protección arancelaria, favoreciendo el urbanismo y eliminando las antiguas dificultades organizativas, especialmente en los departamentos del norte. La actividad política y administrativa no sigue, sin embargo, con continuidad el curso de los cambios económicos y sociales; el régimen de Luis Felipe se retira rápidamente hacia posturas conservadoras y pierde las simpatías de la clase culta; las personas con capacidad para percibir los nuevos problemas de convivencia que están madurando se encuentran así, en su mayor parte, en la oposición y elaboran soluciones teóricas atrevidas y generosas, pero pierden, el contacto con la práctica del poder y la familiaridad con los obstáculos concretos.


 Únicamente en el corto período de la Segunda República, entre la revolución del 48 y el golpe de Estado del 51, pudo influir directamente en la actividad legislativa el pensamiento de estos reformadores; de hecho, en este período es cuando tienen lugar las más importantes innovaciones jurídicas y administrativas.


 También aquí el punto de partida es la constatación de las dificultades higiénicas en las nuevas aglomeraciones urbanas. Las encuestas más notorias, como el informe de Blanqui sobre la situación de las clases obreras en 1848 y el estudio de la Sociedad de San Vicente de Paúl sobre los habitantes de los sótanos de Lille, repiten casi al pie de la letra las expresiones de Chadwick y de Engels; es como leer una narración siniestra, en la que las situaciones se repiten hasta el infinito, y cada vez que se abre la puerta de un sótano, en Lille o en Manchester, se está seguro de encontrar, una vez más, la misma escena, como la fustigación en el desván del Proceso, de Kafka: Multitud de familias de Rouen duermen en promiscuidad sobre un lecho de paja, como animales en un establo; por toda vajilla tienen un vaso de madera o de cerámica descascarillada, que sirve para todo; los hijos menores duermen sobre un saco de cenizas; el resto, padres e hijos, hermanos y hermanas, se tumban todos juntos en aquel indescriptible montón. En Lille, las calles de los barrios obreros conducen a pequeños patios que se usan al mismo tiempo como servicios y como basurero. Las ventanas de las viviendas y las puertas de los sótanos dan a estos pasajes infectos, en cuyo fondo una rejilla colocada horizontalmente sobre los aliviaderos es usada como letrina pública, día y noche. Las viviendas de la comunidad están distribuidas alrededor de estos focos de pestilencia, de los que la miseria local se complace en obtener una pequeña renta.


Durante la efímera vida de la Segunda República, el conde A. de Melun, diputado por el Norte y proveniente de la Sociedad de San Vicente, consigue que se apruebe la primera ley urbanística francesa, en 1850. Los Ayuntamientos son autorizados, desde entonces, a elegir una comisión, que indique «las medidas indispensables de sistematización de los alojamientos y dependencias insalubres, alquiladas y ocupadas por persona distinta al propietario»; es necesario que formen parte de la comisión un médico y un arquitecto, y al propietario puede obligársele a llevar a cabo los trabajos, en el caso de que sea responsable de los inconvenientes, o bien el Ayuntamiento puede actuar en lugar del propietario, expropiando «la totalidad de la propiedad comprendida en el perímetro de los trabajos a efectuar».


Esta última disposición es la de mayor importancia, al atribuir un significado nuevo a la expropiación. La ley napoleónica de 1810 y la de 1833, promulgada en los comienzos del régimen orleanista, consideran la expropiación como una medida excepcional; la ley de 1841 facilita el procedimiento, pero establece que las autoridades únicamente podrán usarla en razón de los «grands traveaux public» y, de hecho, sirve de base a la ley del 42 sobre la nueva red ferroviaria. Ahora la expropiación puede tener también como objeto el saneamiento de los barrios de vivienda e incumbe a todo el perímetro de las obras, es decir, incluso a las que deberán volver a manos privadas, como los nuevos edificios; se convierte, de este modo, en un instrumento urbanístico general, gracias al cual las autoridades intervienen en el proceso de transformación de la ciudad, diferenciando exigencias públicas y privadas.


Es la ley que, dentro de poco, va a permitir a Haussmann efectuar sus grandiosos trabajos de transformación de París. La aplicación sucederá en una atmósfera política autoritaria, y con un espíritu marcadamente diferente al de los legisladores republicanos.

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