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BENEVOLO, L.,  Historia de la arquitectura moderna. Edit. Gustavo Gili. Barcelona, 1987.


Págs. 175-213.“Las iniciativas para la reforma del ambiente, desde Robert Owen a William Morris 


Los utopistas. 


En 1779 Owen adquiere, con otros socios, la fábrica de hilados de New Lanark, en Escocia, y hace de ella una fábrica modelo, introduciendo maquinaria moderna, horarios moderados, buenos salarios, viviendas higiénicas, construyendo cerca de la fabrica una escuela elemental y una guardería infantil, la primera de toda Inglaterra. Estas mejoras no le impiden obtener grandes beneficios, permitiéndole afrontar con éxito las protestas de los socios a los que, en 1813, sustituye por otras personas de mayor apertura mental, entre los cuales estaba el filósofo J. Bentham.


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MONTANER J.M., MUXI Z., Arquitectura y política. Ensayos para mundos alternativos. Barcelona, 2011.


p.30 Una pieza clave inicial en la evolución de las relaciones entre formas arquitectónicas y poder fue el panóptico que Jeremy Bentham elaboró como concepto diagramático a finales del siglo XVIII; del control opresivo. Laberíntico y oscuro tardomedieval se pasó a un control omnipresente y liviano basado en la visión y la luz, el vacío y la posición elevada. Desarrollado como semi-círculo, como círculo o, de manera más espaciosa, con galerías radiales, dicho esquema se extendió por todo el mundo, especialmente en los edificios penitenciarios, pero también en hospitales, manicomios, cuarteles, fábricas y otras instituciones basadas en el control.


Esta idea de control desde el punto de vista central se trasladará al urbanismo, con la apertura de ejes radiales y esquemas en diagonales, para potenciar la jerarquía urbana, tal  como ya habían sido ensayados en la Roma del papa Sixto V, el París del Barón Haussman y la Barcelona del plan de León Jaussely. En oposición a estos trazados jerárquicos, se proyectaron las mallas y cuadrículas urbanas en ciudades como Nueva York o la Barcelona de Ildefonso Cerdá.


Págs. 27-78.“Historias”


Una pieza clave inicial en la evolución de las relaciones entre formas arquitectónicas y poder fue el panóptico que Jeremy Benthamelaboró como concepto diagramático a finales del siglo XVIII; del control opresivo. Laberíntico y oscuro tardomedieval se pasó a un control omnipresente y liviano basado en la visión y la luz, el vacío y la posición elevada. Desarrollado como semi-círculo, como círculo o, de manera más espaciosa, con galerías radiales, dicho esquema se extendió por todo el mundo, especialmente en los edificios penitenciarios, pero también en hospitales, manicomios, cuarteles, fábricas y otras instituciones basadas en el control.


Esta idea de control desde el punto de vista central se trasladará al urbanismo, con la apertura de ejes radiales y esquemas en diagonales, para potenciar la jerarquía urbana, tal  como ya habían sido ensayados en la Roma del papa Sixto V, el París del Barón Haussman y la Barcelona del plan de León Jaussely. En oposición a estos trazados jerárquicos, se proyectaron las mallas y cuadrículas urbanas en ciudades como Nueva York o la Barcelona de Ildefonso Cerdá....


ARQUITECTURA Y CONTROL


 Hoy la visión panóptica de Bentham, según la cual el individuo está siempre vigilado, ha dejado de estar relacionada con el espacio físico y ha pasado al espacio virtual de las cámaras de control, que aumentan continuamente en número, y a muchos otros medios de control, como las tarjetas de crédito o las consultas en Internet. Hoy una cárcel podría ser transparente y seguiría siendo igual de segura, ya que los medios de control pueden pasar de ser los elementos físicos de los muros a los instrumentos invisibles de las cámaras.


El Reino Unido es el país históricamente más obsesionado por el control social y fue allí donde se inventó el panóptico. Las new towns, a pesar de sus grandes cualidades urbanas, también pueden ser interpretadas como ciudades delimitadas y controladas.  En el Reino Unido se han restringido las libertades tradicionales en aras del control y es el país con la mayor cantidad de cámaras de control por habitante. Algunas de estas cámaras – como por ejemplo las de los ascensores de los hoteles en muchas ciudades del mundo-  avisan a los huéspedes: “Sonrían ya que están siendo filmados”. En el metro y en los edificios públicos nos avisan de que hay cámaras de vigilancia instaladas “para garantizar nuestra seguridad”. Pero sabemos que no es tan cierto: dichas cámaras no están tanto para proteger a las personas de robos o agresiones como para controlar a los usuarios y proteger la propiedad.


Se está construyendo la sociedad de la vigilancia más tupida e injusta de la historia. Miles de cámaras nos vigilan y debemos pasar estrictos controles policiales, y a veces militares, al tomar medios de transporte como aviones y ferrocarriles, o al entrar en edificios públicos; pero como individuos no tenemos derecho a tomar fotografías de dichos edificios públicos o a obtener, como ciudadanía, informaciones que deberían ser de dominio público. El ojo de control se puede vigilar permanentemente, pero a nosotros no se nos reconoce el derecho a mirar, recoger información y registrar. Y lo que es más terrible, unos sistemas de control que surgieron de la voluntad pública de poder van siendo privatizados paulatinamente,  de tal modo que quedan fuera de todo control estatal. La mayor aberración, es por tanto, la privatización de la seguridad. El control ya no está supervisado por los organismos públicos y, en consecuencia, no puede ser valorado por procesos democráticos.


LA FUNCIÓN DEL ARQUITECTO.


A principios del siglo XXI, en este ccontexto de monopolio del poder económico, la función del arquitecto se ha vuelto más ambigua y ambivalente. Ha tendido a convertirse en un sirviente de los intereses del poder privado y de la ideología del poder público, lo que le anula intrínsecamente las posibilidades del desarrollo de una cultura crítica, pues de hacerlo en el contexto de la sociedad neoliberal se arriesga a quedar sin su fuente de trabajo. Aunque el arquitecto siga defendiendo su papel cultura y social, en realidad cierto tipo de práctica de la profesión se ha convertido en incompatible con el ejercicio de la crítica. Incluso la información sobre arquitectura ha pasado a estar dominada por los lobbies de presión e intereses.


Lo que denominamos crisis de la profesión es una consecuencia de los desajustes entre la cultura y la formación del arquitecto y lo que la sociedad neoliberal demanda de ellos y ellas, de la contraposición entre un modelo universitario para formar élites y el proceso de democratización de acceso a la universidad. Los perfiles profesionales que se forman continúan basándose en la falsa pertenencia a un grupo de excelencia, que trabaja para uno de los sectores más favorecidos y, por tanto, se educa a servidores del poder, cuya actuación hacia “los otros” es siempre asistencial y desde instancias superiores. El gran reto actual es formar universitarios que fortalezcan las sociedades democráticas y más justas del siglo XXI.


En este sentido se perfilan diversas posiciones que tienden a polarizarse en dos extremos; por un lado, aquellos arquitectos que quieren ser fieles al status quo, a sus clientes y amos y, por otro quienes intentan mejorar la vida de las personas. Si lo que se quiere es ser un arquitecto reconocido y publicado en los medios a toda costa, este se verá abocado a ser fiel a los poderosos y a ir adoptando con impostura los mensajes que los medios y grupos de presión tienden a promocionar. Si el arquitecto quiere ser leal a su función social, se ve impulsado a superar sus coordenadas profesionales, industriales y comerciales para poder hacer un trabajo auténticamente culto y crítico, multidisciplinar y colectivo que participe en proyectos sociales y de cooperación.


Por ejemplo, es de vital importancia desenmascarar a quienes dedicados a integrarse en su papel de servidores del poder y de los intereses inmobiliarios, recurren a la impostura, a la hipocresía y los falsos argumentos para justificarse, utilizando legitimaciones falsas y ajenas a la realidad de las obras como la sostenibilidad, la sociabilidad y la vanguardia.  Deberían reconocer abiertamente que su obra entra en una lógica de control y dominio, de explotación y especulación, que son arquitectos de los poderosos.


En este sentido, todo arquitecto que proyecte hoy un edificio público – un aeropueto, un museo o un centro comercial – debe saber que los espacios y medios de control son tan importantes que influyen en el proyecto de manera muy distinta a como lo han hecho hasta hace pocas décadas, especialmente en sus accesos y vestíbulos. Las cuestiones de la seguridad y el control, han pasado a un lugar prioritario, y resultaría hipócrita seguir proyectando sin querer reconocerlo. En consecuencia, los elementos de control son un equipamiento más de los edificios públicos,  como lo son un ascensor o las instalaciones, y los técnicos deben afrontarlos como un tema más de proyecto para intentar resolverlo de la manera más honesta y eficaz posible.


 


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