Print

 FUSCO Renato de ., Historia de la arquitectura Contemporánea. Ed. Celeste. Madrid,1992.


Págs.11-64.“El Eclecticismo Historicista”  


El cuadro que hemos descrito encuentra una interpretación bastante fiel en la ciudad que Dickens llama Coketown en su libro Tiempos difíciles, pero la ciudad del carbón, del humo yde la máquina marca también un punto de referencia, constituye el símbolo de un proceso irreversible, rico en contradicciones,  pero también una etapa de un extraordinario desarrollo social y humano. Por otra parte, del diagnóstico y de la terapia de esta ciudad malsana nace, por obra de técnicos, legisladores, administradores, reformadores y utopistas, la urbanística moderna. >> Debido al gran desarrollo de la ciudad e industrial, las nuevas tecnologías han aparecido para favorecer el transporte y el trabajo de los ciudadanos, sin embargo, la mala gestión, construcción y ordenación de los sectores dieron lugar a pésimas condiciones de los trabajadores. Creando así un nuevo problema y una nueva solución, la urbanística moderna. 


 Esta puede considerarse como generada, desde el punto de vista sociopolítico al que hemos dedicado este párrafo, por tres aspectos diversos: uno legislativo-reformista, otro específico de los utopistas decimonónicos y un tercero que refleja la actitud de los primeros marxistas sobre el tema. En cuanto a los esfuerzos para compensar en el campo edificatorio y urbanístico los desequilibrios producidos por la revolución industrial, siguiendo la vía de las reformas legislativas, se presentan siempre las siguientes fases: en primer lugar, se efectúan encuestas precisas sobre las condiciones higiénico-sanitarias y residenciales del patrimonio edificatorio existente, especialmente en lo que atañe a los alojamientos populares (en inglaterra, por ejemplo, se dispone de la encuesta dirigida oficialmente por Edwin Chadwick y de la «privada» de Engels, junto con una serie de investigaciones menores promovidas por organismos religiosos y filantrópicos): en un segundo momento, entre profundos problemas políticos, ya que entran en conflicto los intereses públicos y los privados, se dictan algunas leyes sobre la salud pública (tales como el Public Health Act de 1898, el Artisan’s and Labourers Dwelling Act de 1866, el Housing of Worker Class Act de 1390, etc.); la tercera fase se refiere a las leyes relativas a la expropiación de bienes privados declarados de utilidad pública; es ésta la institución que pone en crisis la ideología liberal, la que constituye en cierto modo una inversión de la tendencia respecto a la política aconsejada por Adam Smith y, en definitiva, el instrumento considerado como básico para todas las sucesivas reformas urbanísticas. 


Va a ser Francia la que desarrolle una acción más decidida en este campo, la primera ley sobre la expropriation pour cause d'iuiitié publique es de 1810, pero considera casos excepcionales; la ley de 1841 extien de la expropiación a los casos de grands travaux publics; la de 1850 prevé la aplicación a todos los tipos de trabajos a efectuar, comprendidos los barrios residenciales.


--- 


 BENEVOLO, L.,  Historia de la arquitectura moderna. Edit. Gustavo Gili. Barcelona, 1987.


 Págs.1053-1105. “La experiencia americana”.


 La oferta es muy arriesgada, porque las cantidades en juego son muy grandes y los precios de cada elemento en hierro, madera y vidrio tienen que fijarse con gran exactitud y en muy corto plazo. En Household WordsDickens describe el proyecto (del Crystal Palace) con estas palabras:


 “Dos contratistas de Londres, contando con el carácter concienzudo y la buena fe de algunos maestros herreros y vidrieros de la provincia y de un carpintero de Londres, se comprometieron por una suma fija y en el plazo de cuatro meses a cubrir dieciocho acres de terreno con un edificio de más de un tercio de milla de longitud (1.851 pies, que corresponden al año de la Exposición) por unos 45 pies de ancho. Para lograrlo el vidriero prometió entregar, en el plazo previsto, 900.000 pies cuadrados de vidrio (más de 400 toneladas de peso) en láminas separadas, las mayores construidas hasta entones de vidrio, de 49 pulgadas de largo cada una. El herrero, a su vez, prometió fundir en el tiempo conveniente, 3.300 columnas de hierro, con una longitud variable de 14 pies y medio a 20 pies, 24.000 tubos destinados a formar una red subterránea para unir bajo tierra todas las columnas, 2.224 vigas y 1.128 ménsulas para las galerías. El carpintero se comprometió a entregar 205.000 bastidores y la madera necesaria para esta enorme jaula de 33.000.000 de pies cúbicos, sin hablar de la gran cantidad de tabiques de cerramiento y otras obras de carpintería”


--- 


KOSTOF, Spiro., Historia de la arquitectura. Alianza Editorial. Madrid 1988. Tomo 3


págs.1053-1105.“La experiencia americana” 


págs.1053-1057. "En 1842, varios años antes de la Gran Exposición de Londres, el famoso novelista inglés Charles Dickens hizo una larga visita a América, «esa inmensa oficina situada al otro lado del Atlántico». Desembarcó en Boston, en donde pasó dos semanas visitando sus hospitales y sus instituciones correccionales, paseando por sus calles, haciendo excursiones a Harvard y a las fábricas textiles de Lowell. La ciudad le pareció preciosa, limpia y brillante, y tan delicada e institucional en apariencia, que cada calle «tenía exactamente el aspecto de un escenario para una pantomima». La mayoría de las casas eran grandes y elegantes: algunas de ladrillo; otras, de madera blanca con emparrados verdes. Los edificios públicos eran bellos y solemnes; él mencionaba especialmente la Aduana, los dos teatros, y la Casa del Estado construida sobre la colina de Beacon con el cercado verde del Common en pendiente ante ella.


En su viaje admiró posteriormente, en Nueva York, el bullicio de Broadway recorriendo la longitud de la Isla de Manhattan. De noche tenía brillantes farolas de gas y le recordaban a Piccadilly. Se detuvo ante Wall Street y la prisión de estilo egipcio llamada «Las Tumbas». Desde Nueva York, por ferrocarril y tomando luego dos ferrys, llegó a Filadelfia: «una bella ciudad aunque molestamente regular. Después de caminar por ella durante una hora o dos, tenía la sensación de que hubiera sido capaz de dar el mundo por una calle tortuosa».


 Desde allí había un trayecto de un día, básicamente por barco de vapor, hasta Washington. En el corto tramo en tren desde Baltimore, contempló «una preciosa vista del Capitolio, que es un bello edificio corintio, colocado sobre una prominencia noble y dominante». Pero la vista verdadera fue una decepción. La mansión del presidente parecía un club inglés. La mayoría del tiempo tuvo la sensación de estar en una ciudad abandonada, o más bien en una ciudad cuyos habitantes hubieran partido al final de la temporada, llevándose sus casas con ellos:


«( Washington ) es llamada a veces la Ciudad de las Magníficas Distancias, pero con mayor propiedad podría denominarse la Ciudad de las Magníficas Intenciones; porque sólo con una visión de ella a vista de pájaro desde la cima del Capitolio, puede uno abarcar enteros los grandes diseños de su proyectista, un ambicioso francés. Espaciosas avenidas que comienzan en la nada y llevan a ninguna parte; calles de una milla de largas que no hacen más que pedir casas, caminos y habitantes; edificios públicos que no necesitan más que público para estar completos…»


 Reduciendo su plan inicial de llegar hasta Charleston, hacia el Sur. Dickens vio en cambio un pequeño trozo de Virginia, algo del Midwest, y regresó de nuevo por Canadá. Cerca de Richmond fue a una manufactoría de tabaco en la que los trabajadores eran esclavos, y luego a una plantación de unos mil doscientos acres en la orilla opuesta del río James. La casa del dueño de la plantación era una vivienda rústica y airosa con una plaza abierta, pero la zona de los esclavos estaba compuesta de «cabañas absurdas y miserables». Realmente en Richmond y en el campo circundante, junto a «preciosas villas y alegres casas», en todas partes había un reinante deterioro: Cabañas y cobertizos desmoronándose, barracas medio sin tejado, miserables estaciones junto al ferrocarril. La industrial ciudad de Pittsburg tenía una «gran cantidad de humo flotando sobre ella». Y en St. Louis había una gran cantidad de construcciones en curso. En el viejo barrio francés, las calles eran estrechas y tortuosas, las casas singulares y pintorescas, de madera, con  « galerías destartaladas ante las ventanas, accesibles desde la calle por escaleras o más bien escalas de mano», y  « casas de viviendas viejas y ruinosas con ventanas de postigo, como las que pueden encontrarse en Flandes». Pero también había muelles y almacenes, y  « edificios nuevos en todas direcciones». La inmensidad de la pradera no le conmovió, pero sí lo hizo el fangoso Mississippi. Viajó después rápidamente por Ohio y Lake Erie, y después de breves paradas en Toronto, Montreal y Quebec, regresó a Nueva York en donde embarcó hacia Inglaterra.


Debía ser un viaje extraño, especialmente para un inglés. En América había una nación joven, de escasamente medio siglo, que comenzó de modo vacilante como colonia inglesa sólo unos doscientos años antes en un continente hostil e inexplorado, retenida después de que los franceses, los holandeses, los suecos, y todos los demás que también intentaron domesticarlo y explotarlo, se levantaran contra la autoridad de la madre patria con valor temerario: una nación que ahora estaba intentando regular una independencia duramente ganada. Para un londinense culto, una visita a América era algo distinto del Grand Tour. Hacía su peregrinaje a los ajados lugares de Europa para ilustrarse, para sentir la huella de la civilización occidental. Pero fuera de ella, al otro lado del océano, estaba sucediendo algo tosco, nuevo y temerario; enraizado en el Viejo Mundo, desde luego, pero también decidido e impredecible a pesar de todo. En los lejanos límites de un paisaje heroico, lejos de los grandes centros de la alta cultura, un pueblo multicolor se había unido en una nación y estaba encontrándose a sí mismo paulatinamente. Gran parte de su carácter estaba aún sin definir, sin profundidad histórica alguna. Pero los modelos regionales de la ocupación de tierras estaban ya fuertemente marcados a todo lo largo de la orilla del Atlántico. El ilimitado territorio del interior de praderas y ríos estaba perdiendo su misterio a medida que los supervisores oficiales elaboraban mapas y pequeños grupos de intrépidos aventureros se adentraban en él para dar vida a multitud de esperanzadas cuadrículas de ciudades surgidas en la imponente soledad del desierto. Pero al menos un puñado de ciudades de tamaño considerable pueden compararse a las europeas sin rubor. Las principales entre ellas eran Nueva York, Filadelfia y Boston que, con una población de 130.000 habitantes en el momento de la visita de Dickens, era una de las mayores ciudades de los Estados Unidos."


 

Up