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Thomas Jefferson

JEFFERSON, Thomas

  • Legislador, economista, pedagogo y tercer presidente de los Estados Unidos de América (1801-1809), arquitecto.
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  • 1743 - Shadwell (Virginia). Estados Unidos
  • 1826 - Charlottesville (Virginia). Estados Unidos
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ENLACES WEB:


''Cómo Jefferson aprendió Arquitectura'', artículo de The New York Times. EN INGLÉS.
- https://www.nytimes.com/2015/12/03/arts/international/how-jefferson-learned-architecture.html?_r=0


APORTACIONES ARQUITECTÓNICAS


En este enlace se recoge muy bien la biografía de Jefferson http://www.biografiasyvidas.com/biografia/j/jefferson.htm o más completa en esta otra donde se ve su carrera profesional http://www.mcnbiografias.com/app-bio/do/show?key=jefferson-thomas



Thomas Jefferson fue el tercer presidente de los Estados Unidos de América. Su eminencia viene dada porque fue el principal autor de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de 1776. Fue un erudito y polímata, horticultor, líder político, arquitecto, arqueólogo, paleontólogo, músico,inventor y fundador de la Universidad de Virginia.


Como arquitecto trajo el palladianismo, el estilo se asoció con ideas de la Ilustración, de la virtud cívica republicana y la libertad política. Sus edificios ayudaron a iniciar la moda en América de lo que se denominó la «arquitectura federal» (orgullo, heroicidad y fuerza moral). En 1801, publicó un Manual de Práctica Parlamentaria que todavía está en uso. En 1812, Jefferson publicó una segunda edición.


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JEFFERSON


 


 


 


 


 


 


-       JEFFERSON.


 


Se trata de paliar con el  buen gusto internacional un nuevo y destartalado país. “América necesitaba tiempo para crecer y espacio para extenderse… una capital hermosa para recibir decentemente a los diplomáticos extranjeros era una necesidad real”.


 


 


Thomas JEFFERSON es el verdadero ideólogo de este cambio de estética. Compromete hacia los modelos clásicos tanto su gusto personal, como la imagen pública del nuevo estado. Llevando el clasicismo del ámbito privado al ámbito público.


 


En palabras de Jefferson.“ El genio de la arquitectura parece haber esparcido sus maldiciones sobre este país” .Un genio que fue subsidiario de la literatura artística que se constituyó en fuente principal de sabiduría e ingenio de los nuevos arquitectos americanos,


 


 


Jefferson había encontrado en su país una arquitectura que la compleja ecuación de sus factores importados había sacado un lenguaje libre y personal: la dejó atada, sometida a una amanerada dependencia. ). Una obra maestra de incoherencia, el más grande estadista norteamericano, el padre de la declaración de Independencia, impone una arquitectura de alejamiento de la cultura provincial y de las inspiraciones provincianas pero autenticas de Mount Vernon y de Mount Airy y la adopción del clasicismo.


 


Pensamiento y acción de Jefferson. Medida y división del territorio. Cuadrícula regional, la región más extensa del mundo


 


Hacia 1820 la manera romana de Jefferson  estaba en decadencia, al haberse visto manchada por su asociación con el régimen Imperialista de Napoleón. El neoclasicismo ecléctico de Latrobe estaba siendo destilado en un molde griego más puro.


 


Hacia el año 1815  las tendencias nacionalistas se reforzaron en el contexto de la guerra entre Gran Bretaña y los Estados Unidos, equiparándose esta guerra a la guerra de la Independencia de Grecia.


 


 


El revival griego. Hasta 1840 el clasicismo romántico fue un estilo coherente, aunque las formas griegas en USA se prolongan hasta la Guerra de la Secesión 1861-65.


 


 


City Beautiful 1893, ejemplo de clasicismo hasta finales de siglo.


 


-       EL ECLECTICISMO.


 


A mediados de siglo la mayoría de los arquitectos activos prominentes del Este se habían introducido en una manera italianizante inventada por Nash que combinaba los elementos clásicos en composiciones pintorescas. La cuestión era evitar la adhesión doctrinaria a estilos individiales, griego o gótico, y librarse del pesado simbolismo que ellos conllevaba


 


“entero e inmediato destierro de la ficción”.


Pero estando la Unión segura tras la Guerra de la Secesión, se necesitaba la ficción para construir su imagen como la de un ambicioso poder internacional


 


Este esplendor público también se extendió a los cuarteles generales de la burocracia federal a nivel estatal, casas de aduanas, tribunales, oficinas de correos, hospitales militares…


 


eclecticismo exuberante y de un laissez faire arquitectónico lleno de energía y sin ley.


 


A pesar de la guerra y de la depresión de 1873, el país estaba experimentando un desarrollo sin precedentes… se están amasando inmensas fortunas…. El alarde de riqueza era prueba de dignidad…. La cantidad, el desorden y el despilfarro omnipresente son lecturas negativas de lo que eran virtudes para los victoriano; sustancialidad, variedad y complejidad.


 


patricios mundanos de esa aristocracia de dinero capaz de continuar la grandiosa tradición europea.


 


El Estilo Ripias era un fenómeno de barrios residenciales de las afueras de los lugares de veraneo de Nueva Inglaterra. Tenía un sentimiento antimonumental y antiurbano. Se enorgullecía de su apariencia honesta y democrática. Pero su ánimo era escapista.. Volvía la vista hacia aquellos días más sencillos de antes de que la industria hubiese cambiado el mundo. Ignoraba la rápida urbanización de América desde la Guerra Civil, y contribuía muy poco a los problemas de la construcción de las ciudades.  Por lo tanto, continuó siendo una graciosa efusión regional reservada para segundas viviendas, casinos y hoteles de verano para las vacaciones familiares acomodadas.


 


Las líneas de fuerza que se van extendiendo y desarrollando nos interesan más que la historia de los estilos, porque los estilos históricos en nada nos informan de lo que realmente iba teniendo lugar en América, donde llegaron completamente deformados. En 1800 se buscaba la seguridad de los estilos históricos cuando estos parecían menos seguros..


 


 


-       RICHARDSON.


-       WRIGHT Y LA IDENTIDAD DE LA ARQ.


 


 


 


-       MODELOS EUROPEOS Y DIVISIÓN AMERICANA.


-       NUEVA YORK. CHICAGO. EL CENTRAL PARK.


-       CITY WHITE.


-       LA ESPECULACIÓN DE LA NEW DEAL.


 


-       RICHARDSON Y LA DISTINTA ESCALA.


-       ARQ. COMERCIAL. EUROPA-USA.


-       ESCUELA DE CHICAGO.


-       NUEVA YORK. ART DECO.


-       RASCACIELOS DISTINTAS ETAPAS.


-       BOOM INTERNACIONAL DEL RASCACIELOS.


 


-       LO PINTORESCO.


-       EJEMPLOS INGLESES.


-       WRIGHT Y LO ORGANICO.


 


 


 


 


 


 


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-      Anglo américa en el siglo XVII


En las colonias las casas tenían su propia individualidad distintiva. Estaban basadas en las construcciones tardomedievales de su país de origen, pero adquirieron formas diferentes en el norte y en el sur, dependiendo del punto de origen de los colonos y de las condiciones locales. En el sur por lo general se edificaban casas de dos pisos con empinados tejados a dos aguas. Las chimeneas se construían exteriormente, en los dos lados apuntados, o a ras de los muros laterales. En el oeste de Inglaterra, de donde eran originarios los colonizadores de Virginia y Maryland, la regla eran las chimeneas externas en el lado acabado en punta. Y esta disposición tambiém tenía sentido en el clima cálido y húmedo de las aguas de mareas de Chesapeake, puesto que las chimeneas pueden disipar el calor generado por la actividad de la cocina de verano: La chimenea central, por otra parte,era característica  del este de Inglaterra, y por lo tanto, parecía natural a los granjeros de Massachussets y Connecticut que provenían de allí….Aunque ahora nos parezcan toscos y austeros al ver los ejemplos restaurados de los que se conservan más de 70. estaban llenos de ornamento y de color por todas partes; sillas complicadamente talladas y mesas decoradas con pinturas y taraceas, ricas alfombras y platos brillantes colocados contra la pared enlucida entre los postes de las esquinas. La mentalidad puritana, en privado, no prohibía la alegría. El mismo Calvino consideraba grosero restringirse a lo que es necesario negarse al disfrute lícito de los beneficios de Dios.


 El comportamiento público era otra cuestión. El lugar donde se ponía de manifiesto era la casa de asambleas  único edificio público de la ciudad, igual que la mezquita musulmana, servía a múltiples funciones: Iglesia, escuela, foro, centro social y cultural. Era fanáticamente desornamentada, como una profesión de fe (teocracia puritana). Siendo un edificio no direccional, más o menos cuadrado, con su tejado apuntado culminado con un campanario recordando la tradición protestante en Europa, la teocracia puritana. El interior desprovisto de cualquier ornamento o imagen religiosa, el tejado elevado estaba soportado por entonces con tirantes, que sostenían también la plataforma del campanario. La estructura de chillas era la propia de las viviendas comunes, y esto daba una forma general que era algo específico del lugar.


 La iglesia sureña era más comprometida arquitectónicamente: La cédula de la Virginia Company hizo obligatoria que la iglesia de Inglaterra fuera la religión oficial de la colonia. Se construyen sencillas estructuras de ladrillo de una sola nave, como las iglesias tardomedievales de la Inglaterra rural. Planta direccional, torre campanario en el lado de la entrada, arbotantes y ventanas góticas. En Virginia se hicieron unas 50 de estas iglesias, la mayoría de ellas situadas en campo abierto, en un cruce de caminos o junto a la orilla de un rio.


La intención original de la empresa colonial había sido comenzar una sociedad urbana en el siglo siguiente la legislación continuaba mandando que brotaran nuevas ciudades, aunque nunca arraigaron. Las iglesias de campo eran una admisión del fracaso de las ciudades de la zona.


 


 


 


 


BENEVOLO, Leonardo.,Historia de la arquitectura moderna. Edit. Gustavo Gili. Barcelona, 1987


Págs.217-241.”La tradición norteamericana”  


Pág. 225. Thomas Jefferson y el clasicismo americano. 


La separación de las colonias americanas de Inglaterra, entre 1776 y 1781, tiene efectos importantísimos sobre la edificación.


 En primer lugar, el nuevo sistema organizativo requiere una serie de nuevos edificios: las sedes para los nuevos órganos políticos y administrativos, en los trece estados, e incluso una nueva capital, Washington. Se plantean también necesidades urgentes a resolver en la construcción privada, surgidas de la prolongada interrupción que ha supuesto la guerra, pero las difíciles condiciones económicas de la sociedad americana no permiten, por el momento, una recuperación adecuada, y sólo el Estado está en situación de llevar adelante, superando todo suerte de dificultades, el programa de edificación.


  La elección del estilo clásico queda ahora confirmada por motivos de orden político. Las formas clásicas se cargan de un significado ideológico, como sucede al mismo tiempo en Francia, y se convierten en el símbolo de las virtudes republicanas; por otro lado, adquieren un valor de representación tanto más importante cuanto que el nuevo Estado tiene que presentarse en la arena internacional grabado por multitud de dificultades económicas, organizativas y militares. No se debe infravalorar este aspecto, teniendo en cuenta el realismo político de los gobernantes:


 América necesitaba tiempo para crecer y espacio para extenderse, y no se podía desaprovechar ninguna estratagema, por pequeña que fuera, para engañar a las orgullosas naciones del viejo continente. Una hermosa capital para recibir decentemente a los diplomáticos extranjeros era una necesidad real en la vacilante y peligrosa infancia de la diplomacia internacional. Una cena como es debido, en un ambiente bien dispuesto y bien amueblado, podía disimular, ya que no ocultar, la total carencia de barcos. Una mesa generosa con vinos bien elegidos podía amortiguar las tristes voces de la bancarrota, y los edificios públicos como la clásica State House, de Richmond, hubieran parcialmente paliado la dura impresión de las cabañas de troncos en los pinares.”


 Págs. 225Thomas Jefferson (1743-1826), el padre de la democracia americana, personifica esta situación en su doble calidad de estadista y arquitecto. De buena familia, Jefferson conoce bien Europa, embajador en Francia desde 1774 hasta 1779, se relaciona con los artistas revolucionarios franceses, de los cuales comparte el gusto por el clasicismo ideológico; en el terreno del arte es más que aficionado, conoce con precisión los monumentos antiguos, tiene información de primera mano sobre los progresos de la cultura histórica y arqueológica. Su adhesión a tales modelos es sin reservas, pero le permite distinguir con lucidez, en cualquier ocasión, qué es y qué no es utilizable en su patria,  que siempre tiene presente; se ocupa, al mismo tiempo, del clasicismo y de la cuestión técnica y, al parecer, no alberga dudas sobre la función de uno y otro asunto en la futura  arquitectura americana.


La relación entre reglas clásicas y reglas técnicas constituye el problema central del movimiento neoclásico, y la concepción de Jefferson pertenece, a grandes rasgos, a este cuadro natural. Sin embargo, su problemática es distinta y más sencilla que la que preocupa a la cultura europea; se diría que las reglas clásicas están concebidas, también ellas, materialmente, como datos previos, y que el problema de armonizarlas con las necesidades funcionales no supone una mediación entre los órdenes de hechos, sino una prudente selección entre datos materiales del mismo orden.


Bastará citar dos ejemplos: Viajando por Francia Jefferson recibe de las autoridades de Virginia el encargo del proyecto para el nuevo  capitolio, y envía, en su lugar , los planos acotados de la Maison Carré de Nimes, considerando el encargo como “una ocasión favorable para introducir en aquel estado el más perfecto ejemplo de la arquitectura antigua”. Cuando construye más tarde la Universidad de Virginia, hace el proyecto de estilo corintio, inmediatamente lo  transforma en jónico, dado que tiene que enseñar a los esclavos negros a esculpir las columnas, y considera que el capitel corintio es demasiado difícil de aprender....


... Las obras más importantes de Jefferson – que precisamente desempeñan el papel de “modelos puros” durante muchos decenios – son el mencionado Capitolio de Richmond en Virginia, la Universidad del mismo estado y su residencia en Monticello. La espontaneidad con que Jefferson llega a este mundo de las formas confiere a sus edificios una gracia especial, desconocida por las inquietas composiciones de los europeos contemporáneos: son arquitecturas espaciosas, pero no monumentales, y la corrección del dibujo no perjudica la comunidad. El programa de distribución está trazado con suma claridad y simplificado de tal modo, que la aplicación de los cánones clásicos se consigue sin distorsiones ni esfuerzos. Puede decirse que la adaptación del repertorio antiguo al sistema de vida americano se ha conseguido hasta donde es posible, y en este punto se detiene Jefferson con instintivo sentido de la medida. No puede decirse lo mismo de sus continuadores, que pronto siembran por toda América columnas , frontones y cúpulas. La influencia de Jefferson sobre la cultura arquitectónica americana no se ejerce sólo por medio de sus propios trabajos.


 En 1785 hace aprobar la Land Ordenance para la colonización de los territorios del Oeste, y desde 1789 a 1794, como secretario de Estado, promueve la fundación de la ciudad de Washington y el concurso para el Capitolio. Más tarde, como vicepresidente, y , a partir de 1801 como presidente, controla las obras públicas en toda la confederación y mantiene una estrecha relación con Benjamin H. Latrobe (1764-1820), para quien crea el cargo de superintendente de los edificios del gobierno federal.


 La Land Ordenance de 1785 dispone que los nuevos territorios se subdividan según una retícula orientada con los meridianos y los paralelos; determinados múltiplos y submúltiplos de la malla principal (formada por cuadrados de una milla de lado) sirven para definir las parcelas agrícolas y las edificables y, con ello, la red viaria de las ciudades. Jefferson hubiera preferido que la red creciese incluso a escala geográfica, para estableces los límites de los nuevos estados, y así se hizo en algunos casos, pero las más de las veces se prefirió aprovechar algún límite natural, como el curso de un río. Esta disposición fundamental ha dejado una huella indeleble, tanto en el paisaje urbano como rural de los Estados Unidos, generalizando el sistema ortogonal que ya se había experimentado en el período colonial.


El plan de Washington, trazado en 1791 por Pierre Charles L’Enfant (1754-1825), constituye, por el contrario, un intento de introducir en la tradicional malla uniforme los conceptos de perspectiva barroca, subordinando la composición a dos ejes monumentales que se cortan en ángulo recto en las riberas del Potomac, mientras que a los lados del Capitolio y de la Casa Blanca convergen numerosas arterias radiales que cortan en diagonal la retícula. La intención de L’Enfant se expresa de la siguiente forma en una carta al presidente Washington:


 “Después de determinar algunos puntos principales a los que deben subordinarse los demás, he establecido una distribución regular, con calles que se cortan en ángulo recto, orientadas de Norte a Sur y de Este a Oeste; he abierto algunas otras direcciones, en forma de avenues que vienen y van hacia cada plaza principal, con objeto, no sólo de romper la uniformidad general…sino, sobre todo, de comunicar cada parte de la ciudad, valga esta forma de expresarme, disminuyendo la instancia real de plaza a plaza, haciendo posible la vista de unas a las otras, y dando la apariencia de estar reunidas.”


 Es una intención culta, que deriva de tradiciones culturales europeas, como la “simetría” y el “gusto” que Jefferson trataba de introducir en la arquitectura. Las dimensiones colosales –el eje de la explanada principal, entre el Capitolio y el río, tiene más de cuatro kilómetros de largo, mayor que el del parque de Versalles—hacen que muchos de los efectos de perspectiva no pasen del papel, perdiéndose en ambientes inconmensurables, pero sin embargo, proporcionan al plano de L’Enfant un notable margen de duración; de hecho, la red viaria trazada en 1971 satisfará las exigencias de la capital federal durante más de un siglo. Análogos resultados obtendrá, en el siglo siguiente, el barón Haussmann en París; es interesante observar cómo, en América, ciertas virtudes contenidas en las aportaciones culturales europeas, cuando actúan en un contexto más sencillo y con menos dificultades que vences, salen a la luz antes que en la propia Europea.


Hay que tener presente que todos los arquitectos activos de este período proceden de Europa, Como Latrobe y L’Enfant, o han estudiado en universidades europeas; la relativa independencia de la arquitectura americana respecto de la europea no deriva, pues, del aislamiento, sino de una particular limitación en las relaciones culturales; los arquitectos americanos asimilan las experiencias europeas, pero sólo trasladan a América lo que les parece utilizables con un general sentido de la medida que, podríamos decir, constituye el verdadero contenido de la tradición nacional.


p.231. En 1788 Jefferson escribe una especie de guía para el turismo americano que visite Europa, donde se enumeran los temas dignos de interés y aquellos otros de los que hay que prescindir.


Los puntos considerados importantes son seis:



  1. La agricultura: todo lo referente a este arte…

  2. Las artes mecánicas: mientras se refieran a cosas necesarias para América que no se puedan trasladar acabadas; por ejemplo forjas, piedras talladas, embarcaciones, puentes (sobre todo estos).

  3. Las artes mecánicas ligeras y las manufacturas: algunas son merecedoras de una visita superficial; pero sería una pérdida de tiempo examinarlas minuciosamente.

  4. Jardines: especialmente dignos de atención para un americano.

  5. La arquitectura: digna de mucha atención. Puesto que nuestra población se duplica cada veinte años, también debemos duplicar nuestras viviendas…La arquitectura figura entre las artes más importantes, y es deseable introducir el buen gusto en un arte tan representativo.

  6. La pintura y la escultura: demasiado costosas para nuestras condiciones económicas…se deben ver, pero no estudiar.


Esta selección materialista, donde artes y técnicas se escogen en promiscuidad, como las mercancías de un gran almacén, que se compran o rechazan, hace ver, mejor que cualquier razonamiento, la naturaleza de las relaciones entre América y Europa. Desde el punto de vista europeo, es fácil concluir que Jefferson y los americanos no entienden nada; sin embargo, en esta actitud hay una serenidad, un distanciamiento de la crispada polémica europea –las mismas cualidades que se encuentran en la arquitectura de Jefferson, como amplitud, desahogo, espontaneidad—que anuncian la posibilidad de un nuevo desarrollo, menos sutil, pero más libre y abierto....


 ..p.254 El realismo a lo Jefferson, según el cual la cultura americana atribuye a los valores culturales una especie de consistencia material y separada, permite a los arquitectos de Chicago interpretar algunas de las exigencias de un modelo centro direccional con una notable carencia de prejuicios, y de ahí que consigan progresos en el sentido de "las formas puras" de que habla Giedion, anticipándose en algunas décadas a los arquitectos europeos...


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CURTIS William. J. La arquitectura moderna desde 1900. Edit. Phaidon. Hong Kong, 2006. 


Págs.33-51 .“La industrialización y la ciudad. El rascacielos como tipo y símbolo”


"La incierta identidad del rascacielos aludía al problema mismo de la arquitectura moderna, y a la herencia de los dilemas norteamericanos con respecto a los valores relativos de las formas ‘culturales’, ‘vernáculas’ e ‘industriales’. Después de todo, el país era una creación colonial: había importado los estilos europeos desde el comienzo, adaptándolos gradualmente para enfrentarse a las condiciones locales. A principios del siglo XIX, el clasicismo recibió el sello de aprobación para la nueva república por parte de Thomas Jefferson, y más tarde retornó con distintas apariencias. En las décadas siguientes, los Estados Unidos sufrieron algunas de las mismas crisis que Europa, en las que los historicismos griego, romano, gótico y otros adoptaron un acento ligeramente diferente. Fue en los años inmediatamente posteriores a la Guerra Civil cuando unos nuevos aires de integración e identidad nacional influyeron en las artes, resaltando la ‘falsedad’ de las imitaciones importadas. Los escritos de Horatio Greenough-que destacaban el oficio, la elegancia y la economía de los barcos- dieron expresión a un funcionalismo autóctono. Estos antídotos contra el historicismo caprichoso y el materialismo vulgar iban acompañados de otros signos de independencia cultural: en esas democráticas ‘tierras vírgenes’ de los parques urbanos de Frederick Law Olmsted-que invadían la retícula de la ciudad capitalista para hacerla más humana- y en la arquitectura de Henry Hobson Richardson se usaban modelos de la ‘naturaleza’ para civilizar la máquina."


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KOSTOF, Spiro., Historia de la arquitectura. Alianza Editorial. Madrid 1988. Tomo 3


págs.1053-1105.“La experiencia americana” 


págs.1060-1062. "París no veía sus posesiones americanas como un refugio de disidentes, sino como un dominio real. Un decreto de 1628, por ejemplo, prohibió a los protestantes asentarse en Nueva Francia, lo que sólo consiguió precipitar la emigración en masa de los hugonotes a las colonias británicas. Mientras que curtidos leñadores y cazadores franceses se aventuraron en las zonas salvajes de Canadá y en el país del Missouri, las ciudades pretendían tener el aspecto propio de la alta cultura. La place d’armes central estaba equipada con las galas propias de un cuartel general administrativo: palacios, cuarteles, hospitales, etc… Y aunque se apoyaran en el hecho de enviar números significativos de colonos, la mayoría de estas ciudades eran comunidades urbanas apenas viables. Hacia 1718, cuando se fundó Nueva Orleans, la cadena de fuertes, puestos comerciales y ciudades que comprendía Nueva Francia se extendía desde los Grandes Lagos hasta el Golfo de México, pero era una empresa anémica y pasiva que sobrevivía sólo en zonas aisladas cuando se confirmó el éxito de los anglo-americanos. Y con la adquisición de Luisiana a Napoleón, llevada a cabo en 1803 por Jefferson, los franceses quedaron fuera del mapa como poder colonial, al menos en lo que concierne a Estados Unidos.


La planificación urbanística francesa en América tiene claros precedentes formales en su lugar de origen. Louisburg, concebida como la principal plaza fuerte de Canadá, seguía el dictado de Vauban. Detroit imitaba las bastides de Gasconia; no en vano, su fundador, Anthoine de la Mothe Cadillac, era gascón. El esquema común, no obstante, está representado por Montreal, St Louis y Nueva Orleans: una estrecha cuadrícula lineal junto a un río, con una place d'armes cerca del borde del agua. La casa típica de ciudad y de campo tenía un primer piso elevado y una balconada que recorría todo el perímetro cuando el emplazamiento así lo permitía, captando las sombras y las brisas frescas. Estas eran las « galerías destartaladas » que había observado Dickens en St. Louis. 


Pág.1077. Arquitectura para una nación.


La revolución comenzó en Boston. En 1774, después del “Motín del Té”, los ingleses cerraron el puerto. Durante los diez años siguientes la construcción quedó en un compás de espera. Con la derrota británica y el establecimiento de los Estados Unidos de América, se abría un periodo desafiante y fecundo para la arquitectura. El gobierno era el mayor cliente. Los estados de la Unión, imbuidos de un nuevo sentido de orgullo y conciencia de su propia importancia, intentaron investirse de símbolos materiales de su independencia. La administración federal buscaba un establecimiento permanente, y en 1793 comenzó oficialmente la creación de Washington como sede del gobierno. Era un momento de monumentos y construcciones conmemorativas, de escuelas y lonjas comerciales, de instalaciones públicas de todo tipo.


También era un momento para que los vencedores mostraran en la esfera privada su buena fortuna. Las simpatías hacia el bando perdedor habían obligado a gran parte de la aristocracia y de las clases más adineradas al exilio. La base económica del sur se había visto temporalmente trastornada. Ahora los comerciantes y los capitalistas se encontraban en la mejor posición y se transformaron en árbitros de la cultura americana. Ellos eran la columna dorsal del Partido Federal, su acaudalada aristocracia mercantil, y la “manera” delicada y refinada que ellos patrocinaron hasta 1820 es conocida como estilo Federal. Sus obras maestras sobreviven en Charleston, Providence, Nueva York, y una docena de ciudades más, pero en ninguna parte, tan claramente como en la obra de Charles Bulfinch (1763 - 1844), en Boston, y en la obra del ebanista autodidacta de Salem, Samuel McIntire (1757 - 1811).


Los federalistas habían apoyado la rebelión contra el dominio de Inglaterra, pero no querían volver la espalda a su guía cultural. La visión civilizada de Bulfinch y McIntire está afiliada a aquella arquitectura de Inglaterra que sucedió al neopalladianismo, y más concretamente al círculo de Robert Adam. Pero el neoclasicismo más austero de Europa, las grandiosas abstracciones de Ledoux y Soane, también tenían una escuela. Junto con los arquitectos franceses y británicos se importó su lenguaje formal; eran gente como Joseph – Jacques Ramée (1764 – 1826).


En contra de la fe federalista en un gobierno central fuerte que contará con las nuevas clases adineradas, Jefferson propugnaba una sociedad democrática de pequeños propietarios de tierras, una utopía agraria. La capacidad de dar forma física a este ambiente republicano estaba encerrada en el propio pueblo, pensaba él, y no tenía más que ser liberada mediante la incitación adecuada. El idealismo, y las formas que podían conformarlo, deberían salir directamente de las raíces, de la Grecia y la Roma antiguas: las fuentes que habían dado a la Revolución Francesa sus símbolos puntuales y que podían proporcionarlos también a los Estados Unidos de América.


Págs. 1083--1093. Jefferson y un ambicioso francés


Nadie tuvo tanto interés en una arquitectura nacional como Thomas Jefferson: nadie hizo tanto para dirigirla y promoverla. Como gobernador de Virginia, Secretario del Estado najo Washington, y finalmente tercer presidente de los Estados Unidos, tuvo una oportunidad única para el patronazgo y obtuvo el máximo rendimiento de él. Apoyó a la nueva casta de arquitectos profesionales, como ejemplificaban Latrobe y sus discípulos. Trató de influir en la trayectoria de la nueva capital nacional mediante la persuasión, pero también con la intervención directa cuando parecía apropiado. Pero diseñar era algo que Jefferson sabía hacer, así como hablar de ello. En su juventud, había estudiado a fondo libros arquitectónicos en su Virginia natal. Su mandato de cinco años como embajador en la corte de Francia le introdujo en el conocimiento de los restos de la Roma antigua y del trabajo revolucionario de los neoclasicistas como Ledoux que se alimentaban de sus formas y las radicalizaban. Jefferson suscribía la apasionada creencia de aquellos hombres respecto al significado de la arquitectura, que era un lenguaje expresivo adecuado a los sentimientos más elevados. El patrimonio edificado podía afectar al comportamiento social, podía ser portador del sentimiento de nuestra identidad, de lo que aspiramos a ser, y por tanto podría elevar nuestros espíritus. La arquitectura georgiana no estaba a la altura de las aspiraciones de la nueva república. De una parte, era demasiado prosaica, demasiado local. Los edificios de Williamsburg eran “toscos bloques fallidos que, por sus tejados, pueden ser tomados por hornos de cocer ladrillo”. De otra parte, estos edificios eran carteles anunciadores de la dependencia colonial. Para Jefferson, el sentimiento antibritánico iba más allá de las diferencias políticas. Al contrario que los federalistas, consideraba la libertad cultural como un aspecto crucial de la lucha contra la madre patria.


Por eso se volvió a la única maestra apropiada, la antigüedad clásica. Por supuesto, éste era el aceptable discurso de sus opiniones progresistas, que tenían como único punto controvertido la superioridad relativa de Grecia o Roma. Latrobe hablaba en favor de los primeros. Su simbolismo parecía hecho a medida. En 1811 les decía a la Sociedad de Artistas de Filadelfia, que una nueva Grecia estaba surgiendo «en los bosques de América... Grecia era libre; en Grecia cada ciudadano se sentía una importante... parte de su república». Jefferson tenía en mente a la Roma republicana, aquel la sólida virtus que se ponía de manifiesto en el arte de gobernar. Este sentimiento era algo común en su círculo, como lo había sido en la primera fase de la Revolución Francesa. Los líderes de la Guerra de la Independencia extrajeron su código de valores de Horacio y los Gracos, de Catón y Cincinnatus, los abnegados héroes romanos de aquellos días de franca moralidad, que pusieron el amor a su patria por encima de todo lo demás y que daban a la libertad más valor que a las propias vidas. El Senado junto al Potomac era la feliz reencarnación del senado romano. Goose Creek fue rebautizada allí como «Tíber».


Según el punto de vista de Jetterson, lo primero que debía hacerse para crear un gusto nacional que pudiera ser portador del mensaje de su destino histórico era producir paradigmas de la arquitectura romana en América. Los diseños que envió desde Francia para la nueva capital del estado de Virginia reproducían un templo romano, la llamada Maison Carrée de Nîmes, en el sur de Francia, que había contemplado durante horas enteras, según él mismo admitía, «como un amante a su dama». Las funciones legislativa, judicial y ejecutiva estaban todas ellas encajadas dentro de esta envoltura clásica, y en el exterior se conservaba la pureza de la forma de templo.


En el proyecto para la Universidad de Virginia, la primera universidad estatal del país, Jefferson construyó el Panteón, a dos tercios de su escala, a la cabeza de un paseo flanqueado por pabellones columnados intercomunicados. Esta rotonda alojaba la biblioteca, mientras que en los pabellones, que representaban a las diversas disciplinas, vivían los profesores y celebraban sus clases. Cada pabellón mostraba el correcto uso de un orden romano diferente o de alguna variante de ellos, ofreciendo el campus a los ojos de los estudiantes el espectro completo del diseño clásico. Un pabellón fue configurado según el modelo de Ledoux. En este concepto de pabellones independientes, formalmente dispuestos en una composición neoclásica, quizá hubiera algo de una analogía de la unión federal tal como Jefferson la veía: estados que se autogobernaban trabajando en unión por el bien nacional.


En Monticello, su casa de las afueras de Charlottesville, el Panteón adquirió un carácter doméstico, en la gran tradición de panteones residenciales que incluían a Chiswick y a la Villa Rotonda de Palladio. Asentada sobre la cresta de una pequeña colina lo bastante pequeña como para ser reflejada en la curva de la cúpula central, Monticello tenía una planta de ejes perpendiculares como sus predecesores, pero a diferencia de ellos era más extenso horizontalmente; alargándose hacia la curva de su emplazamiento, mientras que las unidades de servicio quedaban enterradas bajo tierra. Así, anclada en la tierra con su núcleo cupulado, pero reconociendo con la prolongación de sus alas el carácter abierto de su alcance, y lleno de artilugios de todo tipo, Monticello era como el hogar americano primordial: buscaba la estabilidad pero también la libertad, respetuoso con la tradición europea pero insistiendo al mismo tiempo en la comodidad y en los mecanismos que ahorraran trabajo, convencional y singular a la vez.


Aquí vivió Jefferson la vida de un hacendado de campo, el tipo de granjero independiente que él deseaba instalar, con todas sus fuerzas, como piedra angular de una sociedad rural. El protestaba contra el control urbano centralizado y soñaba con una América agraria de pequeñas ciudades y granjas en la que cada hombre blanco, fuera su propio amo y en la que la prodigiosa tierra perteneciera a todo el pueblo igualmente. En 1785, en gran parte gracias a su empuje, el Congreso promulgó una ordenanza nacional de la tierra. El gobierno nacional había obtenido la titularidad de las tierras del oeste hasta el Misisipi. Este nuevo territorio fue ahora uniformemente medido y-dividido, empleando paralelos y meridianos geométricamente determinados, en municipios cuadrados que medían 6 a 9 millas. Los municipios estaban subdivididos en parcelas de una milla cuadrada cada uno, llamadas secciones, que a su vez se partían en manzanas iguales. Se reservaban cuatro secciones para futura disposición, una para escuelas públicas, y otra «para sostén de la religión». El resto se ponía en venta.


La gigante cuadrícula, regional ignoraba la topografía natural. A diferencia del ejemplo de los trece estados originales (y la mayoría de las regiones de asentamiento más antiguo de la tierra), sometía cuatro quintas partes de los Estados Unidos a un sistema regular de medición de la tierra que respondía a las necesidades de una economía agrícola y que podía ser rápidamente ocupado de una forma democrática. Era la región más extensa del mundo de la que se iba a tomar posesión sistemáticamente. El gran precedente era la centuriación romana, y su adaptación más reciente en los diseños de los ingenieros holandeses para la recuperación de tierras al mar. Las líneas ortogonales de esta red americana determinaban automáticamente los ejes principales de cada nueva ciudad, y el esquema cuadriculado de planificación urbano se hizo omnipresente. Otros modelos americanos tempranos cayeron en el olvido, como las ciudades nuclearizadas de Nueva Inglaterra, que tenían en cuenta la topografía del lugar; los pobladores lineales germánicos del este de Pensilvania; las plantas barrocas de Williamsburg o Annapolis; y el gracioso damero de Savannah o Filadelfia, en el que cada pocos bloques edificados estaban aireados con plazas verdes de espacio abierto.


La densa cuadrícula teórica también se dio en las viejas ciudades del este cuando sobrepasaron sus límites iniciales, Baltimore, Richmond y Boston se adhirieron al carácter rectilíneo, pero no tan fanáticamente como Nueva York en donde una comisión de tres miembros de la asamblea legislativa del estado cubrió la totalidad de Manhattan con manzanas idénticas, sin aliviarlas con espacios públicos abiertos. El informe de la comisión rechazaba «esas supuestas mejoras... círculos, óvalos y estrellas», y afirma llanamente «que una ciudad debe estar compuesta de viviendas para hombres, y que las casas de lados rectilíneos y ángulos rectos son las más baratas de construir, y las más convenientes para vivir».


Pero había una maravillosa excepción a la regla: Washington. Cuando el caldeado debate sobre qué ciudad tendría el honor de servir como capital de la nación, se resolvió con la decisión de construir una nueva, Jefferson hizo un boceto de ella como una pequeña cuadrícula. Su emplazamiento estaba sobre un triángulo junto al río Potomac, en su unión con el Ánacostia. Pero George Washington, cuya finca de Mount Vernon estaba sólo a pocas millas de distancia, se fijó un objetivo más alto que la modesta propuesta de Jefferson. La nueva capital sería el pivote entre la costa del este y el oeste en desarrollo, aisladas la una de la otra por las cordilleras del Allegheny y los Apalaches. La esperanza de Washington consistía en trazar un canal que cruzara esta cadena, desde el Potomac hasta el Ohío, desviando el comercio de tierra adentro, a través de la capital, a los puertos del Atlántico. Al mismo tiempo, la ciudad jugaría un papel en la unificación del Norte y el Sur, una perspectiva que giraba en torno a la propuesta de industrialización de Virginia mediante la explotación de sus yacimientos de carbón y hierro. Había que pensar, pues, a lo grande. El objetivo no era crear una sede adecuada para las instituciones del gobierno de la Unión, sino también una metrópolis viable y próspera como Londres y París.


El presidente recurrió a Pierre Charles L'Entant (1754-1825), el arquitecto al que Dickens se refería como «un ambicioso francés». Voluntario en la Revolución Americana, L'Enfant combinaba las habilidades de un artista (su padre había sido un pintor de la corte de Versalles) y la experiencia que él había adquirido trabajando en el cuerpo de ingeniería durante la guerra. Una vez en el lugar, rechazó el plan de Jefferson. Destacó, en su esforzado inglés, que «sólo funcionaría en un nivel plano y donde, por no haber ningún objeto que fuera interesante en los alrededores, fuese indiferente la dirección en que debían trazarse las calles». Pero la verdad es que estaba pensando en algo de mayor magnificencia. Procedió entonces a trazar un grandioso plano que debió intranquilizar mucho a Jefferson por su tremenda escala y por las convenciones de la planificación absolutista que implicaba.


El plano combinaba una cuadrícula finamente trabada, rasgada por grandes diagonales que corrían en todas la direcciones, intersectándose en las plazas públicas de calzada de 24 metros con 9 metros adicionales a ambos lados «para pasear entre una hilera doble de árboles», y otra franja de 3 metros entre los árboles y las parcelas de construcción. Las diagonales debían contrastar «con la regularidad general» y unir los principales focos que L'Enfant había identificado -siendo los más importantes entre ellos el Capitolio, el «palacio» del presidente, el banco nacional, una gran iglesia indeterminada, y la bolsa—, «dotándoles de reciprocidad de visión». Con el fin de promover el asentamiento rápido por todo el damero, estos edificios públicos estaban distribuídos por el área entera, en lugar de agruparse en un núcleo monumental. La colina de Jenkins, la más prominente, fue reservada para el Capitolio. De la base de este edificio saldría una cascada de agua, cayendo a lo largo de 12 metros y vertiendo finalmente en el Tíber. Este riachuelo sería fortalecido y se convertiría en parte de un paseo que se extendía desde el Capitolio hasta el Potomac. En ángulo recto con el paseo corrían los ejes del conjunto presidencial, y donde ambos se unían se erigiría una estatua ecuestre de Washington.


Los defectos del plano han sido señalados. La yuxtaposición de un sistema ortogonal de calles con otro radial dejaba demasiados fragmentos espaciales inconvenientes. El fracaso en la designación de un lugar prominente para la tercera rama del gobierno, la judicial, debilitaba la lógica representativa del programa federal. Pero el plano era, a pesar de todo ello, un anteproyecto completo y previsor de una capital imponente, igual en tamaño a las ciudades de corte de la época, como St. Petersburgo, Berlín o Karlsruhe. En dos dimensiones, el trazado es patentemente barroco. Pero el espaciamiento de los edificios monumentales como masas aisladas e interesantes en sí mismas, con formas independientes, muestra el conocimiento de la práctica neoclásica contemporánea.


Sin embargo, las connotaciones principescas del plano de L'Enfant son indudables, así como su inapropiación ideológica para una democracia que se automanifestaba orgullosamente. Aun así, fua aprobado y puesto en marcha. El temperamental francés pronto se marchó, harto de burocracia, y se perdió la oportunidad de supervisar su histórico diseño. El milagro es que saliera adelante, casi intacto. Durante un largo período se encontró a la deriva. La ciudad no conseguía hacerse con ninguna distinción industrial o comercial. No había muchas personas deseosas de establecerse en los pantanos del Potomac, en las fantasmales superavenidas que navegaban por el lienzo casi vacío de esta «Ciudad de las Magníficas Distancias». Las observaciones de Dickens, cincuenta años más tarde, no eran inmerecidas.


Pero lentamente, muy lentamente, la imperiosa geometría fue cobrando vida. Primero vinieron el Capitolio y la Casa Blanca; ambos edificios quemados por los británicos en la guerra de 1812, y reconstruídos posteriormente. En las orillas del Anacostia se llevó a cabo un astillero, complementando con instalaciones de diques secos, y en la confluencia del Potomac y el Anacostia se construyó un arsenal. En la parcela donde L'Enfant había colocado su estatua ecuestre de Washington, se levantó un majestuoso obelisco en su honor, centrando la todavía mal definida extensión del paseo frente al Capitolio. El primer Edificio del Tesoro fue reemplazado antes de 1836 por una enorme manzana con una columnata de piedra, en la convergencia de las avenidas de Pensilvania y Nueva York, obstruyendo la visión recíproca entre el Capitolio y la Casa Blanca. Al este de ella, una Oficina de Patentes igualmente impresionante ocupaba el lugar asignado por L’Enfant a la iglesia nacional. Y la Oficina General de Correos tomó forma durante los mismos años justamente al sur de lo anterior, en puro mármol blanco. Washington, la capital de la nación más joven de occidente, estaba en camino.


 


 

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