El casco medieval de Tudela encierra muchas sorpresas al viajero. Formado por calles estrechas, quebradas o sinuosas, adarves y pequeñas plazas, debe su carácter laberíntico al origen islámico de su concepción, que se mantiene a pesar de algunas regularizaciones y ampliaciones modernas.
El transcurrir de los siglos ha hecho mella en el viejo casco, cuyas obras, construcciones y materiales (ladrillo y carpintería de madera fundamentalmente), se inscriben dentro de los usos y oficios del Valle del Ebro. A pesar de la ruina y abandono de parte de este antiguo entramado urbano, Tudela conserva un ingente patrimonio arquitectónico, rico en iglesias, hospitales y conventos, con ejemplos muy significativos de arquitectura doméstica y palacial. Lo que nos muestra un brillante pasado histórico, en el que esta localidad navarra ha actuado como ciudad-puente y mercado, subrayando la situación estratégica de su emplazamiento.
La casa del Almirante, recientemente restaurada, es un espléndido ejemplar de arquitectura doméstica del siglo XVI, siendo el mejor ejemplo de fachada plateresco-renacentista en la ciudad. Con un alto paramento de ladrillo, rico alero de madera tallada y dos balcones enmarcados por estípites antropomorfos (masculino el central y femeninos los laterales) en su paño central, su imagen se ha convertido en emblema, encerrando un mensaje humanista en su contenido. Los balcones están coronados por sendos retratos en medallones, probablemente de los dueños de la casa que fueron los Cabanillas-Berrozpe. La propiedad pasó después sucesivamente a los Castillo Cabanillas y Gómez Peralta, Ximenez de Cascante y Ximénez de Antillón; pero la historia de esta casa y sus propietarios está todavía por hacer. Parece que el sobrenombre del Almirante, con el que se la denomina, se debe a que en 1859 falleció en ella D. Joaquín María de Ezquerra y Bayo, hijo del Almirante D. José Javier Ezquerra.
Esta casa ha sido posible restaurarla gracias a su actual propietaria, María Forcada, la cual donó esta edificación a la ciudad y se instaló en ella la fundación María Forcada. El alto coste de su rehabilitación produjo dudas, sin embargo, el edificio totalmente remodelado por el estudio de arquitectura Blasco y Esparza organiza una serie de salas en torno a un patio cuadrado de cinco pisos que respeta la forma de sus primitivos pilares. El inmueble tiene una superficie construida de 1.614 m2, distribuidos en cinco plantas. Se trataba de un edificio con doble función; por un lado era una casa de armas, es decir, daba a sus dueños el derecho de asistir en las cortes del reino, y por otro lado servía para manifestar el poder y riqueza de la familia. Se trata de un edifico al estilo de los palacios del Valle del Ebro; planta baja, piso noble y ático con galería de arquillos.
Este palacio renacentista de inspiración italianizante, se diferencia de las antiguas sedes medievales de las familias nobiliarias, por su naturaleza arquitectónica. Dejando al margen el carácter fortificado, se diferencia de las antiguas sedes medievales de las familias nobiliarias por su naturaleza arquitectónica: dando paso los fríos, pequeños y oscuros habitáculos defensivos, a casas más amplias, ligeras, aumentando la luz y el espacio de la vivienda.
Al margen de los relieves antes citados de la fachada, la planta superior, de menores dimensiones, tiene tres pequeñas ventanas adinteladas sobre las que corre una decorativa línea de imposta que sirve de tránsito al ático. Hay que destacar en ella el primoroso friso corrido con marco de temas geométricos y vegetales de corte clásico en cuyo interior se distribuye un amplio repertorio de grutescos donde se mezclan motivos vegetales con cuernos en abundancia, “puttis” y mascarones diversos.
Remata el edificio una galería de ocho arquillos de traza usual en la arquitectura renacentista de la zona del valle del Ebro sobre amplio zócalo. Corona el conjunto un monumental alero de madera tallada, apoyado en nueve ménsulas vegetales, según un esquema similar al del palacio del marqués de San Adrián.
El patio y el interior del edificio conservan vestigios de su primitiva construcción del siglo XVI. La restauración llevada a cabo propone la recuperación de la escalera principal en su trazado original, y la construcción de una escalera que a la par comunica la totalidad de las plantas. La restauración pretende mantener esa jerarquía, de manera que las salas de fachada no se compartimenten, y se correspondan con los espacios servidos de la nueva ocupación, mientras que las dependencias de seminarios, servicios, administración etc., al igual que las de servicio del palacio original, se ubican el la parte posterior.
La rehabilitación de la Casa del Almirante, pieza valiosa de la arquitectura palaciega del S XVI, se ejecuto en dos partes separadas en el tiempo. Hace diez años se rehabilitó la fachada y el tejado sobre el alero, y, en esta fase, se ha completado la rehabilitación del edificio al interior y fachadas posteriores. “A partir de un edificio en estado ruinoso, con las heridas del tiempo y los diversos usos y abusos, hemos trabajado con el convencimiento de que la recuperación de la singular escenografía del patio interior es prioritaria frente a disquisiciones “puristas “ sobre las teorías de restauración”. El patio, de pequeña dimensión en planta 3,20 x 3,20, se eleva en cuatro alturas, conformado por pilastras en esquina, acanaladas y coronadas de capiteles con hojas de acanto. Las distintas plantas se suceden con diversas alturas que reflejan la categoría de los espacios residenciales que albergan. Con la decisión de recuperar el alma del XVI en la casa, se fueron realizando las labores gruesas de restauración y reconstrucción, manteniendo la estructura original de madera, y recuperando la planta y los elementos ornamentales con estricto rigor en las proporciones del delicado patio.
Natalia Iranzu MORENO