CENICACELAYA, J. RUIZ DE AEL, M., SALOÑA, I.,
El gusto neoclásico. Arquitectura del País Vasco y Navarra.
Edit. Nerea. San Sebastián, 2014.
págs.93-97. "Dentro del desarrollo de nuevas tipologías arquitectónicas, cobra especial importancia en este momento, la creación de cementerios. Sobre todo tras el decreto de Todos los Santos de 1811, en el que se hace obligatorio por medidas higiénicas, enterrar a los muertos fuera de las Iglesias, interrumpiendo así una tradición secular.
En la primera mitad del siglo XIX esta tipología tiene un amplio eco en nuestro contexto, ya que son numerosos los cementerios que se conservan, sobre todo en Vizcaya, con una estética propia del neoclasicismo arquitectónico: el cementerio de Marquina-Xemein de Mariano José de Lascuraín (1849-51), el cementerio de San Francisco en Bilbao de Agustín de Humarán (1822), el cementerio de Mallona en Bilbao de Juan Bautista de Belaunzarán (1818-1828), el Cementerio de Abadiño de Rafael Zavala (1854-1859), el Cementerio de Sopuerta, el de Mañaria… etc. Muchos de ellos todavía se mantienen en su esencia, y de otros tan sólo nos queda la portada clasicista de entrada al mismo, transformándose de forma notable el interior, dedicándose a otros usos, como es el caso del cementerio de Mallona.
Estos cementerios neoclásicos vizcaínos, como ya ha sido señalado por estudiosos del tema, mayoritariamente han participado de una tipología de cementerio cerrado. Es decir, un cementerio con una composición porticada hacia el interior, sostenido por columnas clásicas, en forma de patio mayoritariamente rectangular, cuyas tumbas se organizaban en torno a este espacio central. A semejanza del cementerio medieval de Pisa. Desde el punto de vista externo, destaca de forma importante, la portada principal de acceso, con una entrada representativa.
SIn embargo, las tipologías de cementerios no han sido ni mucho menos uniformes, teniendo múltiples ejemplos que varían este tipo de composición descrita para buena parte de los cementerios vizcaínos. Recordemos sin ir más lejos el proyecto de cementerio de Vitoria, realizado por Manuel Angel Chavarri con una forma circular o radial.
Nuestro estudio se va a centrar en el cementerio de Dima. Un cementerio pequeño, realizado en torno a 1841, por un arquitecto bastante desconocido como es Cristobal de Bernaola. A mi juicio este cementerio presenta una particularidad que le hace diferenciarse del resto de los creados en estos momentos. Esta no es otra que la utilización escenográfica que produce el paisaje prestado.
La pequeña localidad de Dima, se asienta sobre un valle rodeado de montañas. Siguiendo los principios higienistas, de realizar los cementerios o necrópolis fuera del núcleo urbano, el cementerio de Dima desarrolla su nuevo cementerio, en una zona aireada, cerrada por un muro, estructurada de una forma racional en sus nichos y sepulturas (4). A no mucha distancia de la iglesia de San Pedro, el cementerio de Dima, aprovecha las posibilidades visuales de una ladera, que a medida que se asciende por las escaleras nos lleva al monte.
Simplemente con dos elementos arquitectónicos clasicistas de notable presencia, como son el templete en lo alto y la puerta de entrada, se enfatiza este espacio unitario, dedicado a un mismo uso.
Este cementerio, desarrolla de forma ejemplar la importancia de la posición, fusionando la arquitectura neoclásica del templete clásico que se encuentra en lo alto del mismo, con el paisaje circundante, realizando una función expresiva propia del clasicismo romántico. A pesar de su pequeña escala, torpeza, desproporción y deficiente acabado constructivo, este templo tetrástilo, de carácter dórico, se eleva majestuoso y claro en medio del valle que lo rodea, mostrando una gran apariencia.
En relación al segundo elemento destacado, la puerta del cementerio (que recuerda por su volumen y composición las obras de Ledoux), actúa como acceso al mismo en la parte baja. Se trata de una especie de arco del triunfo adintelado, de un solo vano, de sillería caliza de color grisáceo, con pilastras almoadilladas en severo estilo. Todo ello rematado en la parte superior por una cruz.
El lugar donde están ubicadas ambas piezas, hace que estos dos elementos sueltos en el espacio y unidos por una direccionalidad y simetría, aparezcan enfatizando el paisaje y dando la máxima potencia expresiva al lugar. El terreno aparece aterrazado, dividiéndose en dos mitades por una calle central, que intercala escaleras para salvar los distintos niveles.
El cementerio de Dima que sufrió ampliaciones posteriores, aumentando de forma importante la superficie del recinto, que pasó de tener 130 a 4.000 metros cuadrados, conserva la puerta de entrada y la capilla como elementos distintivos. Dos elementos que como hemos visto, en su disposición van a tener gran importancia en la percepción del mismo.
Podríamos calificar por tanto el cementerio de Dima, en su humildad y simpleza, como un cementerio topográfico, orientado hacia el sol, definido en su forma expresiva por dos destacados elementos arquitectónicos, aislados en medio de la naturaleza circundante, lo que le da originalidad y marca su diferencia".
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