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Esta arquitectura desaparecida, fue todo un referente en su tiempo, siendo una de las obras más significativas de la arquitectura moderna española. El frontón estaba situado en pleno centro de Madrid, en una parcela de 3.526 m2 , cerca del Paseo Recoletos, entre el viejo Madrid y el barrio de Salamanca, ubicación así mismo próxima a la Biblioteca Nacional. Se trata de un solar de forma trapezoidal entre las calles Villanueva y Cid.


La resolución formal de descomponer los diferentes volúmenes del proyecto evidencia la voluntad de expresar las diversas actividades a desarrollar en el edificio. Al gran volumen, coronado con dos láminas de hormigón asimétricas, que resuelve el espacio destinado a la cancha de deporte, se incorporan dos volúmenes prismáticos menores con funciones complementarias. La imagen que el frontón ofrecía  exterior e interiormente, se realizaba mediante la expresividad del espacio dedicado al juego y los graderíos, con una espectacular experimentación formal de láminas de hormigón armado en forma semicircular por cuya curvatura penetraba la luz, y el lenguaje más tradicional de la entrada, con las cadenas en esquina, los balcones y las contraventanas. Dando lugar a una imagen equilibrada entre modernidad y tradición.


 Arquitecto e Ingeniero pronto entendieron que el espacio interior debía ser unitario, una fusión entre cancha y gradas. La solución fue un diseño estructural que logró configurar un espacio magnífico mediante dos elementos los que daban forma al espacio: la lámina de hormigón armado y las gradas en vuelo. Estos elementos funcionaban como vigas gigantes sujetadas en los hastiales, eliminando así la presencia de pilares o elementos verticales estructurales proporcionando una máxima diafanidad y visibilidad.


Para la cubierta, Eduardo Torroja creó una estructura intuitiva, nacida de un gesto: una doble lámina de hormigón armado continua de 8 cm de espesor conformada por dos arcos de circunferencia de 12,20 y 6,40 metros de radio respectivamente, enlazadas con un perfil de gaviota que se fragmenta para albergar dos lucernarios con orientación norte que bañaban el espacio de una luz natural homogénea. Resolviendo magistralmente la necesidad de iluminación y de una mínima altura de techo para la práctica deportiva. Torroja y Zuazo dispusieron tres niveles de gradas, con un total de 2.850 localidades. Se diseñaron como grandes plataformas en vuelo y de marcado perfil curvo. Esta forma cóncava no sólo permitía albergar más localidades que en los tradicionales graderíos rectos, sino que se sumaba al gesto de la cubierta evocando las mismas sensaciones dinámicas.


Albert VALLS


 


 


 


 

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