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Este museo es una escisión en zig-zag en la que nada era completamente estable. Como un rayo atravesaba la autocomplacencia de la sociedad para llegar hasta los recuerdos reprimidos pero perturbadores que se hallaban bajo la superficie. Sus extensos muros planos de hormigón, cortados por pequeñas aberturas, dejaban pasar tajos de luz a sus interiores. Varios recorridos se superponían en la compleja geometría de la planta y de la sección, cada uno de los cuales hacia referencia a distintas desviaciones y transiciones de la historia judía; uno de ellos se inspiraba en el texto la calle de sentido único de Walter Benjamin, un escritor que no vivió para ver el horror del holocausto, pero que comprendió muy bien las implicaciones racistas del fascismo. En efecto, Libeskind desarrolló una compleja metáfora política a base de espacio, luz, materia y desmaterialización, pera evocar la universalidad de la civilización hebrea y el vacío dejado en la cultura occidental por la destrucción de los judíos en la II Guerra Mundial. Lejos de ser un ejercicio de formalismo neomoderno, se trataba de una obra de una escalofriante autenticidad que juntaba en sus líneas de pensamiento tantos solemnes temas apocalípticos, como reconsideraciones radicales del significado del destino humano. Dicha obra forma parte, de esa consciente musealización de los espacios que se ha llevado a cabo en la ciudad de Berlín tras la caída del muro, y que ha desarrollado toda una topografía del terror, incluyendo nuevas construcciones (cementerio judío), enfatizando por otra parte espacios para el recuerdo (muro de Berlín).


 

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