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CRIPPA, María Antonietta., Antoni Gaudí 1852-1926. De la naturaleza a la arquitectura. Edit. Taschen. Colonia, 2007


p. 25-29. "Este fue el primer edificio que Gaudí construyó para Eusebi Güell en el centro de Barcelona. Se erigió en un momento de gran efervescencia, motivada por la celebración de la Exposición Universal de 1888, cuando la ciudad celebraba su propia modernidad en todos los campos, no sólo en el tecnológico. En este clima, el mecenas y  ya amigo del arquitecto le encargó una residencia capaz de representar en la justa medida su estatus social y sus ambiciones culturales. Muchos historiadores señalan que el Palacio Güell resultó muy caro y que no gustó excesivamente a la esposa de Eusebi Guell y madre de diez hijos porque era excesivamente grande; cuentan que el propio Eusebi apenas residió allí, pero que, en cambio servía para albergar el patrimonio artístico que ese amante de la cultura había acumulado con los años y los viajes. Güell heredó esa propiedad paterna y decidió construir allí un palacio a pesar de la estrechez del solar y de estar rodeado de edificios de escaso valor, si bien contaba con la ventaja de estar unido mediante un pario a otro edificio de su propiedad. El proyectó exigió grandes esfuerzos al arquitecto, que llegó a elaborar veinticinco proyectos para la fachada principal.


La construcción se prolongó hasta 1890, aunque el palacio fue inaugurado en 1888, según consta en el grabado de la fachada, coincidiendo con la Exposición Universal. Inmediatamente el diseñó suscitó varias polémicas que quedaron registradas en la prensa local. Fue considerado un edificio bonito, babilónico, más parecido a un templo que a una casa, maravilloso, extravagante y de lujo desmesurado.


La fachada a la calle, dominada por dos importantes arcos parabólicos cerrados con puertas de celosía de hierro forjado, esconde en su interior una planta baja extremadamente elevada. Dichas puertas poseen en la zona superior, unos elementos fijos, de donde parten unas barras ligeramente onduladas que rodean los escudos heráldicos con las iniciales del propietario. Para subrayar el fervor catalanista, en el espacio situado entre los dos arcos pétreos, emerge un gran escudo cilíndrico en el que aparece un ave fénix a punto de alzar el vuelo. La amalgama de hierro forjado formado por franjas, celosías y los motivos fitomorfos y zoomorfos convierten esta plasmación del pensamiento catalanista en una obra maestra del hierro forjado. La fachada posterior, igualmente estudiada y sobria, está dominada por una gran tribuna emergente con un banco de descanso, protegida con un cerramiento de madera con persiana de librillo orientable. 


En el sótano se hallan unas amplias cocheras accesibles mediante una rampa helicoidal circundada de pilares de fábrica de ladrillo cuyo diámetro alcanza 1,4 m. y que se expanden hacia arriba como troncos de conos y de pirámides par unirse a las bóvedas del techo. En el corazón del edificio se hallan las estancias, bien aisladas acústica y visualmente del exterior, con gran riqueza de detalles decorativos, juegos de perspectiva, efectos escenográficos y mezcla de motivos vagamente neogóticos o mudéjares y detalle modernistas. El centro del palacio lo ocupa el salón, cuya altura alcanza el techo, con una cúpula que filtra la luz natural exterior hacia el interior formando sugerentes efectos luminosos. De las cuatro aristas de la base cúbica de la sala arrancan respectivos pináculos que permiten sostener tanto los cuatro arcos parabólicos, coincidentes con los lados del cuadrado, como la gran cúpula parabólica. Esta última presenta pequeñas aberturas en la superficie, revestida con baldosines hexagonales de alabastro amarillo, así como un gran hueco central correspondiente a la aguja-linterna que capta la luz exterior y la concentra en el salón. Durante el día, la bóveda parece una especie de bóveda celeste estrellada, efecto que también puede percibirse de noche gracias a lámparas oportunamente colocadas junto a las aberturas.


La ingeniosidad de las soluciones técnicas y estructurales, de ventilación, iluminación y aislamiento acústico son, como mínimo, igual de sorprendentes que el carácter artesanal impreso en los acabados de todos los detalles. La fascinación alcanza su punto álgido al subir a la terraza, accesible como en todas las obras de Gaudí. Aquí las veinte chimeneas de ventilación del edificio y el cono de la gran aguja-linterna se transforman en sorprendentes estructuras de vivos colores, cubiertas con formas geométricas, revestidas de trencadís - la típica cerámica troceada gaudiana-, forradas de arenisca o simplemente acabadas en ladrillo.


Los barceloneses se apresuraron a visitar el palacio como si se tratara del lugar de las mil maravillas y sus fotografías aparecieron publicada en muchas revistas británicas y norteamericanas. En aquel momento, muchos lo consideraron el símbolo del movimiento de la Reinaixeça catalana, el icono arquitectónico de una burguesía con grandes ambiciones culturales, empeñada en revalorizar la lengua 

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