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FRAMPTON Kenneth., Historia crítica de la  Arquitectura Moderna. Gustavo Gili. Barcelona, 1987.  


Págs. 20-28.“Transformaciones territoriales: evolución urbana, 1800-1909”


 La importancia perdurable de Fourier reside en su crítica radical a la producción industrializada y a la organización social, pues, pese a los numerosos intentos de crear falansterios tanto en Europa como en América, su nuevo mundo industrial estaba condenado a quedarse en un sueño. La realización más parecida fue el Familisterio, construido por el industrial Jean-Baptiste Godin junto a su fábrica de Guise, entre 1859 y 1870. Este conjunto comprendía tres bloques residenciales, una guardería, un jardín de infancia, un teatro, escuelas, baños públicos y una lavandería. Cada bloque residencial encerraba un patio central iluminado cenitalmente que desempeñaba el papel de las calles corredor elevadas del falansterio. En su libro Solutions sociales (1870), Godin suavizó los aspectos más radicales de las ideas de Fourier mostrando cómo podía adaptarse este sistema a la vida familiar cooperativa sin recurrir a las excéntricas teorías de la 'atracción pasional..


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MONTANER J.M. MUXI Z.,  Arquitectura y política.Gustavo Gili. Barcelona, 2011. 


Págs. 27-78.“Historias”


LAS TRADICIONES ALTERNATIVAS DE VIDA COMUNITARIA


 En este apartado se recapitula en torno a la vivienda comunitaria, y se hace por diversos objetivos: uno derivado de la preocupación actual ante la creciente dificultad de acceso a la vivienda para muchos integrantes de la sociedad; y otro para reivindicar la necesidad de entender en qué medida la vivienda ha perturbado la división de los roles asignados a los géneros y las jerarquías de la sociedad actual.  Por último en una época marcada por el énfasis en el individualismo y en la privatización de todo, incluido todos los instrumentos domésticos y fomentando el consumo personal, es importante recordar que a lo largo de la historia se han propuesto posibilidades  de compartir servicios y espacios de  la vivienda. Es por esta razón por la que se reivindican las tradiciones de vivienda comunitaria como una opción más dentro del abanico de posibilidades que deberían ofrecer las soluciones de vivienda, entendiendo que esta opción implicaría, en muchos casos, modificar leyes y reglamentos, así como revisar los sistemas de acceso y propiedad del suelo.


A mediados del siglo XIX, cuando la Revolución Industrial había hecho impacto sobre las ciudades, se hizo patente la necesidad de buscar soluciones que albergaran la nueva clase obrera. Esta necesidad se vio reflejada en diversos ámbitos, tanto desde el pensamiento progresista – que más tarde conduciría a revoluciones y cambios sociales y que se vio reflejado en la misma creación de vivienda obrera – como desde los sectores más conservadores, religiosos y moralistas que, bajo la justificación higienista, intentaron controlar a los nuevos habitantes urbanos,  imponiendo costumbres éticas y morales de la vida individual y familiar según modelos aristocráticos y burgueses. La solución a la vivienda obreramayoritaria y estudiada por la historiografía, consistió en una reducción a mínimos de la vivienda burguesa, con sus jerarquías y divisiones espaciales, que obedecían y reforzaban los tradicionales roles de los géneros. Se dejaron por el camino planteamientos que vieron en esta nueva vivienda la ocasión para repensar la distribución del trabajo doméstico y de las esferas pública y privada.


La industrialización comportó un cambio de los sistemas productivos. Aquellas producciones que se habían hecho hasta entonces de manera personal o grupal, en procesos que funcionalmente no estaban especificados, donde un mismo grupo hacía de todo, se tornaron en trabajos, actividades y roles específicos que generaron la funcionalización especializada y la cadena de montaje.


Esta funcionalización especializada afecta a cuestiones internas de la vivienda. En aras del control social y de la higiene, se seguirán permitiendo ciertas actividades dentro del hogar y se exigirá que otras sean expulsadas de él. De una manera paulatina y progresiva, entre finales del siglo XVIII y mediados del siglo XIX, nacer y morir, la educación y el trabajo se convirtieron en experiencias plausibles de control público. Sin embargo, otras actividades domésticas, como la preparación de alimentos y el cuidado de la ropa, se mantuvieron férreamente dentro del ámbito privado, aunque podrían realizarse de una manera industrial, como negocio, tal como sucede con las lavanderías industrializadas para hoteles u hospitales, o con las panificadoras y conservas.


Se hablaba siempre de que las nuevas tecnologías liberaban del trabajo y generaban más tiempo libre. Pero al igual que la Revolución Industrial se demoró en entrar en la vivienda ( y, de hecho, aún no ha entrado en muchas de ellas), la revolución de las nuevas tecnologías tampoco ha dado lugar a una reflexión profunda ni ha modificado sustancialmente la vivienda, y siguen existiendo tareas y obligaciones, en las que continúa respondiéndose de una manera individual. La industrialización de las tereas del hogar ha progresado lentamente en comparación con los procesos manufacturados en general.  El gas fue de uso común en las ciudades desde 1860, pero su uso principal en los hogares fue para la iluminación. El carbón continuó siendo la principal fuente de energía para cocinar durante el siglo XIX. La electricidad no entró en escena doméstica hasta 1880. “Esta lentitud en el proceso no fue el resultado de una falta de inventiva… Impidió la introducción de nuevos electrodomésticos y enfatizó el papel de la esposa como guardiana de los valores de la pureza y del hogar. La invariable rutina del hogar formó parte de la imagen de Inglaterra, la vieja Inglaterra, verde y placentera, confortable y civilizada”.


Paralelamente al proceso de industrialización, se establecieron las bases funcionales de la familia moderna, una familia nuclear que se extendió  como modelo desde las clases pudientes (aristocracia y burguesía) hasta la obrera. Cada familia nuclear mantenía el orden dentro del reino de la privacidad, la intimidad y la responsabilidad de la mujer dentro de la casa. Sin embargo la industrialización abría las puertas a una revolución que implicaba nuevas organizaciones de las tareas domésticas y, por tanto, del papel de la mujer, que implicó dos maneras de revisar y reinterpretar las tareas asignadas  a ésta.


La primera propuesta más conservadora, que no cuestionaba el papel de la mujer como responsable del hogar, tuvo su origen en las respuestas de las mujeres de clase media ante el hecho de que el personal de trabajo doméstico decidiera trabajar en mejores condiciones laborales y económicas en las fábricas. En el caso de Estados Unidos, donde tuvieron su origen muchas de estas reflexiones, a los efectos de la atracción de la industria se sumó el fin de la esclavitud. Estas circunstancias llevaron a muchas mujeres a enfrentar en solitario unas casas de tamaño y formas inadecuadas, que conllevaban un exceso de tiempo y labor para su mantenimiento. Ante la imposibilidad de hacer frente a tales tareas, se empezó a reflexionar sobre cómo hacer más eficiente el trabajo doméstico, a aplicar a la vivienda conceptos y sistemas de la producción industrial; formas simples, usos flexibles y cadenas de montaje. Si este trabajo era excesivo para las mujeres de clase media, lo era más aún para las mujeres de clase obrera, quienes tenían una jornada laboral doble, en casa y fuera de ella, una cuestión que la arquitectura racional no tuvo en cuenta a la hora de pensar la vivienda obrera.


La segunda vertiente de la aplicación de la industrialización a la vida doméstica condujo a la reflexión sobre la colectivización de los recursos,  que en términos actuales podríamos denominar como externalización de ciertos servicios para un uso eficiente. Según ello, la vivienda no obedecería a la idea de un reducto independiente y autárquico, sino que deberían plantearse otras formas de vivir, posiblemente más próximas a las relaciones y a la producción preindustrial, sin una fragmentación dual entre lo público y lo privado, entre lo productivo y lo reproductivo. Se trata de adecuar el sistema productivo económico preindustrial a la era industrial. Si anteriormente cada unidad familiar constituía una unidad productiva donde no existían diferencias claras entre hombres y mujeres, niños y adultos, familias de sangre o aprendices, la sociedad moderna de la Revolución Industrial separa el mundo del trabajo productivo del reproductivo, lo público exterior de lo privado interior.


Dentro de esta vertiente apareció el familisterio de Guise(1849-1968), llevado a cabo por el industrial Jean Baptiste Godin, a partir de su muerte en 1888 fue gestionado corporativamente por los propios trabajadores de la fábrica durante ochenta años. En el familisterio se colectivizaron las tareas de educación, el cuidado de las personas y la alimentación, y liberó a hombres y mujeres de las tareas reproductivas y la alimentación para poder dedicar sus horas de trabajo a la producción industrial y disfrutar en iguales condiciones de su tiempo propio libre para la cultura y el ocio. La reproducción de la fuerza de trabajo se entendía como una obligación social y no de la mujer.


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FUSCO Renato de ., Historia de la arquitectura Contemporánea. Ed. Celeste. Madrid,1992.


Págs.11-64.“El Eclecticismo Historicista” 


Contemporánea a las reformas propuestas por Owen es la teoría económico-urbanística de Charles Fotrier, que hace hincapié en una comunidad obrera más cerrada, gobernada por rígidas normas de vida, cuyos dividendos se habrian repartido proporcionalmente a la capacidad de trabajo de cada uno de los miembros. La actuación urbanística del complejo esquema teórico de Fourier se confiaba a la construcción de un gran edificio para 1.620 habitantes, el falansterio, una especie de residencia moderna provista de locales y servicios comunes, como cocinas, lavanderías, instalaciones centralizadas, etc. El utópico edificio de Fourier se realizó, con las oportunas modificaciones, en la segunda mitad del siglo, por un industrial progresista, Jean-Baptiste Godin, en los alrededores de su fábrica de Guisa. Mientras que en el falansterio los habitantes estaban divididos por edades en el edificio más modesto de Godin tienen los alojamientos familiares tradicionales, de aquí el nombre de familisterio que se le ha dado al conjunto, que conserva, sin embargo, la centralización del modelo originario. Entre los motivos del éxito de este experimento, basado económicamente también sobre el sistema cooperativista, está la dependencia directa del núcleo residencial respecto de la fábrica y, por tanto, la actividad industrial específica de todos los habitantes. Siguiendo el esquema de Godin, el beneficio de esta organización comunitaria se dividía en cuatro partes: retribución de los trabajadores, intereses del capital, derechos de los inventores y fondo de seguridad social. Pero, aparte de estas innovaciones de carácter económico, con el familisterio de Guisa estamos ya en presencia del fenómeno de las company towns, es decir, de los núcleos de casas obreras realizadas en los alrededores de algunos asentamientos industriales importantes. Bien por motivos filantrópicos, bien, como ya se ha observado, para mejorar el rendimiento de los trabajadores, se fundó en 1853 el núcleo de Saltaire para una industria lanera, en 1859 el ya citado de Godin, en 1863 el de Krupp en Essen, en 1887 el barrio de Port Sunlight para la industria de jabones Lever, en 1895 el centro residencial Bournville del fabricante de chocolate G. Cadbury, etc. Algunas de estas últimas iniciativas se asocian o se insertan directamente en el movimiento de la ciudad- jardín promovido por Ebenezer Howard, sobre el que volveremos con otro párrafo del presente capítulo. >> Para que una urbanística moderna pudiera ser útil, era necesario un cambio económico además de una buena administración e iniciativa filantrópica como presentaba Robert Owen, pero que era inviable en un sistema liberal. Sin embargo sus ideas de asentamientos urbanísticos semirurales, paralelogramos, dieron pie a un nuevo concepto; company towns donde se intentaba mejorar el rendimiento industrial de los trabajadores.


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BENEVOLO, L.,  Historia de la arquitectura moderna. Edit. Gustavo Gili. Barcelona, 1987.


Págs. 175-213.“Las iniciativas para la reforma del ambiente, desde Robert Owen a William Morris"


Se intenta muchas veces la realización del falansterio en Francia, Argelia, América y Nueva Caledonia, siempre sin éxito. Durante el Segundo Imperio se lleva a cabo algo parecido en Guisa, por. J. B. Godin (1817-1889), un antiguo obrero que llega a ser empresario, como Owen, y la experiencia, en contra de todas las previsiones, dura largo tiempo. Godin, sin embargo, modifica los planos de Fourier en dos puntos esenciales; en primer lugar, el peso de la iniciativa se apoya en una industria; en segundo, la vida común queda abolida, asignando a cada familia un alojamiento individual en un gran edificio con patios, que dispone además de un asilo, una escuela, un teatro y otros servicios. Esta agrupación recibe el nombre de “familisterio” y dirige las empresas de Godin, después de su muerte, en forma de cooperativas de producción".


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