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Gustave CAILLEBOTTE. Calle de Paris con tiempo lluvioso. 1877.

Plan Haussmann para París

  • 1853 - 1870
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  • HAUSSMANN, Georges-Eugène
  •  
  • Paris
  • Francia

La calificación de “ciudad de la luz” aplicada a la capital parisina tras su transformación comenzada a mediados del siglo XIX, llevó consigo un importante proceso de cambios que se ha ido repitiendo de una u otra forma en nuestras ciudades durante siglo y medio de constante crecimiento poblacional y urbano. Planteando una serie de reflexiones a tener en cuenta, que han ido aumentando en  variedad y complejidad.


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La conflictividad revolucionaria de la Francia de 1830 a 1848, tuvo su culminación con una actuación urbana en su capital, cuyo objetivo era pacificar los espacios públicos dominando sus desarrollos urbanos desde el orden de una nueva y moderna ciudad.


Para ello hizo falta un fuerte proceso de expropiación, una descentralización administrativa, la realización de calles anchas que diesen respuesta a la creciente circulación, la movilidad mediante transportes públicos, la renovación de viejas instalaciones, la potenciación visual de monumentos aislados, la urbanización de las periferias, la creación de parques públicos… Esta acción continuada y completada con eficacia a lo largo del tiempo,  implicó a más de 1.000.000 de habitantes, llevándose a cabo un fuerte proceso de expropiación en el que se derribaron 27.500 casas y se edificaron cerca de 100.000 nuevas, pasando el sistema de alcantarillado de 146 a 560 Km. y el de alumbrado público de 12.400 a 32.320 puntos de lámparas de gas.


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BENEVOLO Leonardo., Historia de la arquitectura moderna. Edit. Gustavo Gili. Barcelona, 1987.


Págs.85-124. “El primer modelo de ciudad en la época industrial: Haussmann y el Plan de Paris (1850-1870)”


Entre 1830 Y 1850, como se ha dicho, la urbanística moderna da sus primeros pasos, y no en los estudios de los arquitectos -donde éstos discuten si hay que escoger el estilo clásico o el gótico, despreciando a la vez a la industria y sus productos-, sino justamente en la experiencia de los defectos de la ciudad industrial, gracias a técnicos e higienistas que se esfuerzan en buscar un remedio. Las primeras leyes sanitarias son el modesto principio sobre el que se construirá, poco a poco, el complicado edificio de la legislación urbanística contemporánea.


Por ahora, sin embargo, la atención de los reformadores se limita a algunos sectores, y su acción se dedica a eliminar algunos males particulares, como la insuficiencia de alcantarillas, de agua potable y, por tanto, las epidemias. Si solucionando mi problema salen a la luz otros, ello sucede, por así decirlo, involuntariamente. La construcción de las alcantarillas y acueductos comporta la disponibilidad de los suelos, y su manutención exige que la autoridad pueda obligar al propietario a determinadas prestaciones, incluso contra su voluntad. Para asegurar aire y sol a cada familia hace falta poder limitar con una ley la explotación de los terrenos, y hace falta -en escala urbana- disponer de áreas para parques públicos. Para disminuir la cantidad de gente y, asegurar en cada vivienda ciertos requisitos mínimos de habitabilidad hace falta un programa de construcciones populares, proporcionado no a la conveniencia económica, sino a las necesidades por satisfacer, y si el precio de la vivienda llega a ser superior a las disponibilidades de los inquilinos a los que está destinada, es preciso que intervenga la autoridad para salvar esta diferencia con el erario público.


Para controlar algunos aspectos de la ciudad industrial, entran en juego todos los demás aspectos, y el control tiene que extenderse, gradualmente, al organismo entero. Se forma así una nueva metodología urbanística apta para ejercer en la nueva ciudad la función que la urbanística tradicional había tenido en la ciudad antigua. Falta, sin embargo, el convencimiento de que los nuevos métodos tengan que formar parte de un sistema unitario, y que las intervenciones técnicas en los varios sectores tengan que ser coordinadas en un plano. Sólo cuando el problema se plantea en la debida escala, el significado de las intervenciones particulares aparece en la justa luz, y se puede hacer frente al control de orden técnico y al del carácter e integridad formal del ambiente.


La transformación de París por obra de Napoleón III y de su gobernador civil, Haussmann, entre 1853 y 1869 (figs. 74-77), es el primer ejemplo de un programa urbanístico extendido a toda una ciudad y llevado a cabo coherentemente en un tiempo bastante breve. Ni el emperador ni el gobernador civil, probablemente, se dieron cuenta completamente del sentido de su iniciativa. Preocupaciones particulares -las exigencias de asegurar el orden público y de ganarse el favor popular con trabajos imponentes- influyeron más que otras razones sobre el interés general. La especulación de la construcción pesó más de lo que se habría deseado, y los conceptos técnico-urbanísticos seguidos por Haussmann parecen hoy bastante restringidos, sobre todo pensando en las consecuencias remotas que observamos ahora en París. Sin embargo, el problema del plano regulador para una ciudad moderna se colocó por vez primera en escala apropiada al nuevo orden económico, y el plan no se dibujó solamente sobre el papel, sino que fue traducido en realidad y controlado en toda su consecuencia técnica y formal, administrativa y financiera.


Por vez primera en nuestra historia la personalidad de un hombre, el barón Haussmann, interviene en el curso de los acontecimientos como causa de primera importancia, junto a las tendencias colectivas, culturales y económicas. En el pasado, la dirección general, que aseguraba el carácter de la ciudad, dependía, sobre todo, de la continuidad de la tradición cultural y no debía necesariamente tomar cuerpo en una sola persona. En la ciudad moderna es necesario un programa explícito y razonado, y tiene que apoyarse en la voluntad de una o más personas que se hagan cargo de esta tarea de coordinadores de las varias iniciativas.


El problema difícil en el que está empeñada la urbanística moderna es el de encontrar un equilibrio democrático entre las exigencias de los coordinadores y las de cada operario, entre planificación y libertad. A mediados del siglo XIX, después de un siglo de ideas liberales, las exigencias de planificación en escala tan amplia se pueden hacer valer sólo en forma de imposición autoritaria; por tanto, la voluntad del que planifica y su capacidad de imponer a otros esta voluntad llegan a ser factores importantes para el éxito del plan.


El barón Jorge Eugenio Haussmann, de profesión funcionario, posee todas las dotes necesarias para un planificador autoritario. El ministro del Interior, Persigny, lo describe de este modo, cuando le conoce durante una cena oficial:


Haussmann ha sido el que más me ha impresionado. Sin embargo. cosa extraña, no me impresionaron tanto sus dotes intelectuales, por otra parte, notables, como los defectos de su carácter. Tenía ante mí uno de los tipos más extraordinarios de nuestra época: grande, fuerte, robusto, enérgico, y al mismo tiempo, fino, astuto y fértil en recursos; este hombre audaz no tenía miedo de mostrarse abiertamente como era. Hubiera podido hablar seis horas seguidas, siempre que fuera de su argumento preferido: sobre sí mismo. Su personalidad concéntrica se alzaba ante mí con una especie de cinismo brutal. Para luchar, me decía a mí mismo, contra hombres astutos, escépticos y poco escrupulosos: he aquí el hombre que hace falta. Allí donde fracasaría seguramente el caballero de espíritu más elevado, más hábil, de carácter más noble y más recto, triunfará sin duda este atleta fuerte de espalda robusta, lleno de audacia y de habilidad, capaz de oponer expediente contra expediente, insidia contra insidia”


Haussmann cuenta, en sus Memorias, que desde la subida al Poder de Luis Napoleón había pensado en la posibilidad de ser elegido gobernador civil del Sena, calculando las oportunidades que tal cargo podía ofrecerle. El ministro le preguntó qué podría hacerse en aquel puesto, Y él contestó:


“Nada con el gobernador de ahora o con cualquier otro veterano político; todo con un hombre provisto, por su posición o por los servicios rendidos al Gobierno, de una autoridad suficiente para emprender y concluir grandes obras, que posea energía física y espiritual para luchar contra las costumbres, tan radicadas en Francia, y para hacer frente personalmente a muchos deberes, distintos y agotadores, además de los deberes de representación proporcionados al papel importante que habrá sabido tomarse. La prefectura del Sena me recuerda aquel gran órgano de Saint-Roch, del que, según la leyenda, nadie ha podido nunca oír el registro entero, porque se temía que las vibraciones de los tubos gruesos de la octava baja hubieran hecho derrumbar las bóvedas de la iglesia. Después de Napoleón, ningún Gobierno, sin excepción, se ha preocupado nunca de tener en el Hótel de Ville de París un verdadero gobernador del Sena, es decir, capaz de tocar en toda la extensión este temible instrumento. Nadie ha comprendido la ventaja que se hubiera podido obtener de aquel puesto, que depende de una sola elección: la del poder central, si se hubiera podido ocupar con suficiente autoridad, siendo honrado personalmente con la confianza del jefe del Estado” 


A su vez, Luis Napoleón alza su poder sobre los temores suscitados por la revolución socialista de febrero de 1848, apoyándose en la fuerza del ejército y el prestigio popular, en contra de la burguesía intelectual y la minoría obrera. Tiene así un interés directo en realizar grandes obras públicas en París, descuidadas por los gobiernos anteriores, para consolidar su popularidad con pruebas tangibles, y dificultando futuras revoluciones, al sustituir las angostas carreteras medievales por arterias espaciosas y rectas, propicias a los movimientos de tropa.


Este segundo motivo parece hoy desproporcionado a tan caros trabajos; sin embargo, es perfectamente comprensible si se piensa en la inquietud del monarca por los recientes acontecimientos de julio de 1830, de febrero y de junio de 1848, sin hablar de los recuerdos de la gran Revolución. En cada crisis política los motines revolucionarios nacen de los barrios del viejo París, y las mismas calles proporcionan a los rebeldes, a un tiempo, posiciones de defensa y armas de ofensiva. Basta leer esta proclama de 1830, en la cual el gobierno provisional sugiere las formas de oponerse a las tropas regulares, con la frialdad de una orden de servicio en una fábrica:


“Franceses: todos los medios de defensa son legítimos. Desempedrad las calles, tirad las piedras aquí y allá, para retardar la marcha de la infantería y de la caballería; llevad cuantas piedras podáis al primer piso, y al segundo y a los pisos superiores, por lo menos veinte o treinta piedras por casa, y esperad tranquilamente a que los batallones estén en medio de la calle, antes de tirarlas. Que todos los franceses dejen las puertas, los pasillos y los patios abiertos, para que se refugien nuestros tiradores, y para ayudarlos. Que los habitantes conserven su sangre fría y no se asusten. Las tropas no se atreverán nunca a entrar en las casas, sabiendo que encontrarían la muerte. Sería conveniente que un individuo quedase en cada puerta, para proteger la entrada y salida de nuestros tiradores. Franceses: nuestra salvación está en nuestras manos; ¿la abandonaremos? ¿Quién de nosotros no prefiere la muerte a la esclavitud?”


Los mismos métodos son utilizados con éxito en la revolución de febrero de 1848, dificultando la represión de la sublevación obrera de junio. Además, el emperador ha podido observar la utilidad de los grandes boulevards rectilíneos para atacar a la muchedumbre con descargas de fusilería, tras el golpe de Estado de diciembre de 1851. Es natural que ahora se preocupe de eliminar, de una vez para siempre, la posibilidad de que vuelvan a alzarse las barricadas populares.


Además de estas preocupaciones de orden político, existen motivos económicos y sociales que le empujan en el mismo sentido. París tiene cerca de medio millón de habitantes en la época de la Revolución y del primer Imperio. Bajo la Restauración y más aún bajo la Monarquía de julio, comienza a extenderse (aún sin el ritmo impresionante de Londres), y con la subida al Poder de Napoleón III acoge aproximadamente a un millón de personas. El centro de la ciudad antigua resulta cada vez más incapaz de soportar el peso de un organismo tan desarrollado. Las calles medievales y barrocas son insuficientes para el tráfico, las viejas casas aparecen inadecuadas frente a las exigencias higiénicas de la ciudad industrial, la concentración de funciones e intereses en la capital ha encarecido tanto los precios de los terrenos que se hace inevitable una transformación radical de la construcción.


Se da la coincidencia de que en este momento llega al Hotel de Ville un gobernador de energía y ambición excepcionales, capaz de sopesar los motivos políticos y económicos, de crear una organización de oficinas que asegure a los trabajos un cierto automatismo y de superar las dificultades previstas, haciendo valer, como factor decisivo, sus dotes personales de astucia y valor


Los trabajos de Haussmann


Apenas instalado en el Hotel de Ville, Haussmann reorganiza los servicios técnicos según criterios modernos, llamando para dirigir éstos a algunos ingenieros de primer orden, experimentados ya en encargos anteriores. Asegurando así un instrumento ejecutivo capaz y eficiente, se enfrenta, personalmente, con organismos y funcionarios administrativos, sostenido por la fe del emperador, y hace pasar sobre ellos, sin reserva alguna, la fuerza de su posición, sometiéndolos completamente a sus planes.


Las obras realizadas por Haussmann en los diecisiete años de poder se pueden dividir en cuatro categorías:


Ante todo, los trabajos propiamente de construcción, la construcción de nuevos barrios en las afueras y el trazado de nuevas calles en los viejos barrios, reconstruyendo los edificios a lo largo del nuevo trazado.


El viejo París tenía 384 kilómetros de calles en el centro y 355 en las afueras; él abre en el centro 95 kilómetros de calles nuevas (suprimiendo 49) y en las afueras 70 kilómetros (suprimiendo cinco). El núcleo medieval queda cortado en todos sentidos, eliminando muchos de los viejos barrios, especialmente los peligrosos del Este, que constituían el núcleo de todas las sublevaciones. Prácticamente, Haussmann sobrepone al cuerpo de la antigua ciudad una nueva red de calles anchas y rectilíneas, que forma un sistema coherente de comunicaciones entre los centros principales de la vida ciudadana y las estaciones de ferrocarril, asegurando al mismo tiempo eficaces directrices de tráfico, de cruce y de defensa. Evita destruir los monumentos más importantes, pero los aísla y usa como puntos de fuga en las nuevas perspectivas de calles.


La construcción de edificios en las nuevas calles está organizada con más disciplina y precisión que antes. En 1852 se introduce la obligación de presentar una petición de construcción; en 1859 se modifica el antiguo reglamento de la construcción de París de 1783-84 y se establecen nuevas relaciones entre la altura de las casas y el ancho de las calles (en las calles de veinte metros o más la altura tiene que ser igual al ancho; en las calles más estrechas puede ser mayor, hasta una vez y media), mientras se limita la inclinación de las cubiertas a 45°. Los nuevos barrios tienen que ser dotados de edificios públicos, y la prefectura se encarga también de éstos, a excepción de edificios militares y puentes, de los cuales provee directamente el Estado.


Limitando las consideraciones al campo de la construcción, las realizaciones de Haussmann parecen la continuación, en escala mayor, de las organizaciones barrocas, basadas en análogos conceptos de regularidad, de simetría, de culte de l'axe. Sin embargo, los trabajos de Haussmann se parecen a los de Mansart y de Gabriel como los edificios neo-clásicos se parecen a los de la tradición clásica. Aparentemente nada ha cambiado, pero se toma el repertorio formal de la tradición en forma convencional, para acometer nuevos ensayos impuestos por las nuevas circunstancias. En nuestro caso, debemos considerar los trabajos de construcción en el marco de las transformaciones técnicas y administrativas enumeradas a continuación.


Merecen mención aparte las obras para la creación de parques públicos. Hasta entonces, París posee solamente los parques construidos en el ancien régime: el Jardín de las Tullerías y los Campos Elíseos, en la ribera derecha; el Campo de Marte y el Luxemburgo, en la ribera izquierda. Haussmann comienza a trazar el Bosque de Bolonia, el antiguo parque real situado entre el Sena y las fortificaciones occidentales. Por su situación y proximidad a los Campos Elíseos, este parque se transforma pronto en la sede de la vida más elegante de París.


Al otro lado de la ciudad, en la confluencia con el Marne, se organiza el Bois de Vincennes, destinado a los barrios del Este, para demostrar cómo el emperador se ocupa de las clases populares. Al Norte y al Sur, justo dentro de las murallas, se crean dos jardines menores, los Buttes-Chaumont y el Parc Montsouris.


Para estos trabajos, Haussmann cuenta con un colaborador de primer orden: Alphand. En sus Memorias habla con evidente placer de los trabajos de jardinería, y hoy esta parte de su obra aparece quizá como el título más válido de su fama.


Finalmente, Haussmann modifica el orden administrativo de la capital. En 1859 se anexionan once municipalidades alrededor de París, comprendidas entre la línea del fielato y las murallas: Thiers-Auteuil, Passy, Batignolles, Montmartre, La Chapelle, La Villette, Belleville, Charonne, Bercy, Vaugirard y Grenelle. Los doce arrondissements tradicionales aumentan a veinte, y una parte de los trabajos administrativos se descentraliza en las veinte mairies de cada arrondissement.


 El límite de la ciudad pasa así a coincidir con las murallas. Se piensa también anexionar a la ciudad una franja de 250 metros en el exterior, dejándola vacía para carretera de circunvalación más rápida, pero no se consigue librar estos terrenos a la especulación de la urbanística.


 Las obras de las carreteras de Haussmann se pueden efectuar gracias a la ley de 13 de abril de 1850, que permite expropiar no solamente las áreas necesarias para calles, sino todos los inmuebles que caen en el perímetro de los trabajos. El 23 de mayo de 1852 un decreto del Senado modifica el procedimiento establecido en 1841, permitiendo la expropiación no sólo por medio de una ley, sino también por sencilla deliberación del poder ejecutivo.


  La primera ley nace en el clima revolucionario de la II República, mientras la segunda refleja el nuevo orden autoritario, que es la consecuencia final de la revolución de febrero. En apariencia, la decisión del Senado facilita la acción planificadora de las administraciones, pero en realidad establece una estricta dependencia de los actos administrativos de las directivas políticas, es decir, de los intereses de las clases sociales que controlan el poder.


  Estos intereses tienden a limitar la interferencia de las autoridades en las cuestiones económicas; por tanto, las leyes se interpretan en sentido cada vez más restrictivo, dificultando gravemente la ejecución de los planes (las vicisitudes urbanísticas reflejan fielmente las contradicciones y ambigüedades del sistema político del segundo Imperio).


 Después de muchas discusiones, el Consejo de Estado decide, el 27 de diciembre de 1858, que los terrenos para construcción, una vez expropiados y organizados, tienen que ser devueltos a los antiguos propietarios, es decir, que el aumento de valor determinado por los trabajos municipales resulta en beneficio totalmente de los propietarios, en vez de revertir a la Municipalidad.


  Haussmann se queja de esta decisión, juzgándola una injusticia, pero la jurisprudencia de su tiempo está en contra suya. La ciudad de París, a consecuencia de esta sentencia, tiene que hacer frente ella sola a todos los gastos de los trabajos de Haussmann, sin poder contar con los propietarios que salen beneficiados. A pesar de esto, el valor positivo de los trabajos se manifiesta igualmente, y Haussmann puede recaudar los fondos necesarios sin depender de las contribuciones del Estado, más que en una pequeña parte, utilizando el libre crédito.


 De hecho, las obras públicas no sólo aumentan el precio de los terrenos, sino que influyen en toda la ciudad, favoreciendo el desarrollo y aumentando la renta global. Estos efectos garantizan por sí solos a la Municipalidad un aumento continuo de los ingresos ordinarios, y permiten pedir en préstamo grandes sumas a las instituciones bancarias, como una empresa privada cualquiera. De 1853 a 1870 Haussmann gasta cerca de dos mil millones y medio de francos en obras públicas, recibiendo del Estado sólo 100 millones, sin crear nuevos impuestos ni aumentar los ya existentes.


 En el mismo período, los habitantes de París pasan de un millón doscientos mil a cerca de dos millones. Mientras se derrumban, aproximadamente, 27.500 casas, se construyen, aproximadamente, 100.000 nuevas (y el 4,46 por 100 del gasto vuelve a la Municipalidad bajo forma de impuestos). La renta per capita del ciudadano francés pasa de 2.500 a 5.000 francos, aproximadamente, y la renta de la municipalidad de París, según Persigny, pasa de 20 a 200 millones de francos. Se puede afirmar, por tanto, que la ciudad misma paga su arreglo.


 Si la operación puede considerarse satisfactoria en el balance global, no se puede decir lo mismo de la distribución de estas riquezas. El mecanismo establecido para las expropiaciones permite a los propietarios disfrutar su plusvalía y produce, en sustancia, una transferencia de dinero de los contribuyentes a los propietarios de solares. Además, el importe de indemnización de expropiación está establecido por una comisión de propietarios, y a menudo es desproporcionadamente alto, tanto que la expropiación se desea y pide como fuente de enriquecimiento.


El debate sobre la obra de Haussmann.


 Se ha discutido si Haussmann es el verdadero creador de la transformación de París y si su obra tuvo un plan unitario. Estas dos cuestiones pueden ser resueltas positivamente, si se considera la obra de Haussmann desde su justa luz.


 Haussmann cuenta que apenas nombrado gobernador del Sena, tras invitarle a cenar, el emperador le mostró un plano de París "en el que se veían trazadas por él mismo, en azul, rojo, amarillo y verde, según su grado de urgencia, las nuevas calles que se proponía realizar", y no deja de proclamar en cada ocasión que el mismo emperador es el autor de las distintas propuestas, siendo él tan sólo un colaborador. A menudo, estas afirmaciones han sido tomadas al pie de la letra y se ha dicho que el verdadero autor del plan es Napoleón III, pero es probable que Haussmann exagere a propósito, para cubrir con el nombre del emperador sus propias iniciativas. Él mismo revela de qué género fue tal colaboración, cuando escribe en ocasión del enfrentamiento decisivo con el Consejo de Estado a propósito de la interpretación de las leyes de expropiación:


 “En vano se ha señalado decididamente al emperador las consecuencias de esta disposición. El Emperador no quiso quitar la razón a Mr. Broche (Presidente del Consejo de Estado)…Por lo demás. Su Majestad no atribuía más que un mediocre interés a los problemas del procesamiento administrativo, hasta que no se traducían en hechos visibles.”


 Pero en los trabajos de París los hechos visibles cuentan mucho menos que los hechos no visibles. La acción administrativa es el aspecto más importante de esta experiencia, y Haussmann la sostiene por sí solo, anticipándose, ya al emperador, ya a los órganos representativos. También respecto a la unidad de dirección es preciso distinguir la apariencia de la realidad. Como es conocido, Haussmann presenta su programa en tres tiempos sucesivos, los famosos troís réseaux. Se ha observado que los trabajos del primer réseau han sido en gran parte planeados antes de la llegada de Haussmann y que el segundo y el tercer réseaux son colecciones de disposiciones sueltas. De todas formas, se diría que esta presentación es, en sustancia, un artificio de contaduría para obtener más fácilmente las financiaciones necesarias y que Haussmann tiene desde un principio el programa completo, al que se atiene con obstinación, a pesar de todos los obstáculos. Este programa no ha sido concretado en un plano, pero justamente en esto está la modernidad e importancia de la experiencia de Haussmann. Él no se propone hacer entrar la ciudad, por gusto o por la fuerza, en las líneas de un plano preparado de antemano. Otros, antes que él, han intentado dibujar un proyecto de un París ideal, renunciando anticipadamente a concretarlo en la variable realidad. Él hace mucho más: en 1859, después de la anexión de las once municipalidades periféricas, constituye la Oficina del Plan de París, bajo la jefatura de M. Deschamps. En esta oficina se efectúa, año tras año, el paso entre las experiencias realizadas y los proyectos futuros, teniendo en cuenta la variación de las circunstancias. El dispositivo sobrevive a Haussmann y al segundo Imperio, asegurando la continuidad de la dirección urbanística de París durante toda la segunda mitad del siglo XIX.


 El plan de Haussmann nos interesa hoy, sobre todo, como la primera muestra de una acción suficientemente amplia y enérgica para seguir el paso de las transformaciones realizadas en una gran ciudad moderna, y para reguladas con decisión, en vez de someterse a ellas pasivamente. Sin embargo, en sus tiempos, tal manera de proceder se consideró casi como un abuso, y Haussmann tuvo que soportar críticas violentas por parte de todos los campos políticos y culturales.


 Los liberales le reprochan, sobre todo, lo expeditivo de sus métodos financieros. En realidad, el funcionamiento de la Caisse des Travaux de París, fundada en 1858 para pagar los gastos del segundo réseaux, está en el límite de la legalidad, según las leyes de la época, al permitir al gobernador contraer compromisos fuera de todo control de las autoridades centrales. Pero protestan igualmente cuando Haussmann sostiene la exigencia de confiscar la plusvalía de los terrenos de construcción al borde de las nuevas calles. Haussmann puede estar equivocado jurídicamente, pero intuye una exigencia fundamental de la urbanística moderna, y se encuentra en una posición más avanzada que sus censores.


  Los intelectuales y artistas le reprochan la destrucción del ambiente del viejo París y la vulgaridad de las nuevas construcciones, pero sin ir más allá del habitual sentido de la estética, basado en la condena de toda la civilización industrial. Pero Haussmann está decidido a perder unas cuantas vistas pintorescas para ganar en cambio mejoras técnicas e higiénicas.


 Haussmann parece menos culto que la mayor parte de sus críticos, pero tiene, en cambio, menos prejuicios e ideas más modernas. Tiene instinto para comprender y adaptar sus ideas a la realidad de su tiempo, y por esto puede modificarla con tanto éxito la sociedad del segundo Imperio encuentra en sus arreglos un marco perfecto, y el eco de tal acuerdo entre programa y realidad, alcanzado hace un siglo, perdura todavía en nuestros días, en el encanto y vitalidad que emanan de las calles centrales de París.


 La capacidad de Haussmann para adaptarse sin reservas a la realidad de su tiempo es también la clave para entender el éxito vastísimo de sus métodos y sus numerosas imitaciones, así como la discusión siempre viva hasta nuestros días acerca de su figura y su obra.


 El plan de Haussmann ha funcionado bien por muchos decenios, por el amplio margen contenido en sus límites; sin embargo, luego se ha mostrado inadecuado a las crecientes necesidades de la metrópoli. Se ha visto entonces que tal dispositivo imponente está totalmente falto de flexibilidad y opone una extraordinaria resistencia a toda modificación. Ha hecho de París la ciudad más moderna del siglo XIX, pero la más congestionada y difícil de planificar del siglo XX.


 Los cálculos de Haussmann para la ciudad industrial se refieren, en sustancia, a los aspectos estáticos solamente, no a los dinámicos. Él piensa que París puede ser "arreglada" de una vez por todas, y que su organización debe quedar sellada por los criterios habituales de regularidad geométrica, de simetría y decoro. Se complace, sobre todo, en quitar a los viejos barrios de París su aspecto precario, estableciendo en cada ambiente contornos regulares y ajustados, que aparecen definitivos y no se pueden variar.


 Por el contrario, a nosotros este aspecto de su obra nos parece el más débil, ya que indica una aceptación pasiva de las convenciones de la cultura académica. Nos interesa más ver cómo Haussmann, aplicando estas convenciones, en nuevas circunstancias, se aleja, de hechode los modelos tradicionales y anticipa, aunque involuntariamente, una nueva metodología.


 Aunque de tendencia autoritaria, Haussmann no puede obrar como los urbanistas barrocos, que realizan un plano organizado con absoluta regularidad aprovechando el poder absoluto de quien se lo encarga. Trabaja bajo el control del Parlamento y el Consejo Municipal, maneja dinero público, del cual tiene que dar cuenta a los cuerpos administrativos centrales, y debe someter sus controversias con los particulares a una magistratura independiente. En resumen: tiene que rendir cuentas, con la separación de poderes propia de un Estado moderno, aunque con predominio del ejecutivo. Además, el poder político no coincide ya con el poder económico, y Haussmann, en sustancia, no emplea dinero propio, sino que coordina el empleo del dinero privado, según un plano unitario. Por todas estas razones el plan de Haussmann no es símbolo de intervención una tantum, sino de acción continua de estimulación y coordinación de las múltiples fuerzas que obran de manera siempre variable sobre la unión urbana. Cesa así la similitud entre urbanística y arquitectura, que no actúan ya al mismo nivel, diferenciándose solamente en la escala, pero en dos niveles distintos relacionados entre sí.


 Deducción parecida se puede hacer de los resultados formales del plan de Haussmann. Él acepta espontáneamente los preceptos tradicionales de simetría y regularidad. Se precia de haber previsto siempre un punto de fuga monumental para cada nueva arteria y se preocupa de imponer una arquitectura uniforme en las calles y en las plazas más representativas, esforzándose por disimular las irregularidades planimétricas, como en la de la Etoile.


 Sin embargo, la amplitud del planeamiento de las calles de París lleva a aplicar los preceptos tradicionales de simetría y regularidad en escala tan grande que destruye a menudo el efecto unitario que se deseaba conseguir. El bulevard de Strasbourg, que lleva a la Gare de l'Est, tiene dos kilómetros y medio de largo, y el fondo arquitectónico es prácticamente invisible desde el tramo más lejano. En la Etoile las doce fachadas simétricas de Hittorf distan entre ellas doscientos cincuenta metros, y no bastan para cerrar la perspectiva del enorme espacio. En la prolongación de la rue de Rivoli las decoraciones de Percier y Fontaine están tan repetidas que la vista no distingue la proporción entre el largo de la calle y las otras dimensiones.


 En estos casos, la presencia de la arquitectura llega se convierte , por así decirlo, en algo negativo, puesto que las paredes de los edificios tienen que ser terminadas de tal modo que no choquen con las costumbres corrientes, y posiblemente de modo uniforme, para no turbar la vista con anomalías injustificadas. Sin embargo, la conformación estilística de las fachadas no significa verdaderamente sino una ligera cobertura para dar un aspecto aceptable a un nuevo ambiente donde calles y plazas pierden su individualidad fluyendo unas en otras, mientras el carácter de los espacios lo da la gente y los carruajes que pasan, antes que los edificios circundantes (fig. 90). Es el cuadro que captan los pintores impresionistas, como Monet y Pissarro, en sus vistas desde lo alto de los bulevares parisienses, llenos de gente. Es un ambiente todavía un poco indiferente y abstracto, donde cada forma puede ser recogida sólo perdiendo su individualidad, mezclada en una trama compacta de apariencias variables y precarias. Es el punto de partida de donde surgirá el concepto moderno del ambiente urbano abierto y continuo, contrapuesto al antiguo cerrado.


 Este aspecto de la obra de Haussmann probablemente inadvertido por el mismo gobernador, que se cree el continuador de la tradición perenne sale a la luz sólo más tarde. Las grandes arterias adquieren el carácter que nos gusta sólo cuando se forma la decoración urbana que media entre las dimensiones de la construcción abstracta y la escala humana, y cuando la sensibilidad común ha aprendido a percibir de manera dinámica los elementos del nuevo escenario urbano.


 El editor de las Memorias de Haussmann escribe en 1890: "Para todos, el París de nuestros días es su París, quizá más que en los tiempos del Imperio" , Y de hecho el rostro de la ciudad transformado por Haussmann tenía que aparecer más claro a un visitante de la Exposición de 1889 que a uno de la Exposición de 1867, obligado a vagar a través de una ciudad revuelta, con las calles llenas de obras, de las cuales surgían edificios y ambientes desconocidos.


La influencia de Haussmann.


Como se ha dicho, la obra de Haussmann se adapta perfectamente a la sociedad del segundo Imperio, reproduciendo sus virtudes y defectos. Por tanto, su ejemplo tiene un éxito enorme y sus métodos se imitan donde quiera que se presentan análogos problemas de planificación.


 En Francia, muchas ciudades importantes se modifican radicalmente durante el reinado de Napoleón III. En Lyon el gobernador Vaisse, que ejerció desde 1853 a 1864, efectúa una serie de arreglos que reproducen en pequeño los de París: los dos derribos paralelos de la rue Impériale y de la rue de I'Impératrice, los quais a lo largo del Ródano y el Saona y el parque de la Tete d'Or. Marsella, que aumenta mucho su importancia con los trabajos del canal de Suez, dobla casi su población y se transforma íntegramente con la apertura de la rue Impériale (de 1862 a 1864) desde el viejo puerto al dique de la Joliette. Análogas calles rectilíneas se empiezan a construir en 1865 en Montpellier y en 1868 en Toulouse, cortando los barrios antiguos y derribando muchos edificios importantes. En las ciudades de más denso ambiente histórico, como Rouen y Aviñón, se procede de la misma forma, con ligereza inconcebible, estropeando irreparablemente su carácter tradicional.


 En Bruselas, el burgomaestre Anspach transforma completamente la parte baja de la ciudad, eliminando el río Senne canalizado en el subsuelo y abriendo sobre su lecho una recta avenida (de 1867 a 1871), que une las dos estaciones de ferrocarril del Norte y del Sur. Consigue también en 1864 la incorporación a la ciudad del Bois de la Cambre, que se convierte en el parque suburbano de la capital belga, y construye la avenue Louise para unido a la ciudad.


 En Ciudad de Méjico, el emperador Maximiliano abre en 1860 el paseo de la Reforma, imitando los Campos EIíseos, para unir la ciudad azteca con el palacio de Chapultepec.


 En Italia, pocas son las ciudades importantes donde no haya sido abierta una calle en línea recta desde el centro hasta la estación de ferrocarril: Vía Nazionale, en Roma; vía Indipendeza, en Bolgnia; el rettifilo, de Nápoles; vía Roma, en Turín. La experiencia más importante, sin embargo, es la ordenación de Florencia, capital a partir de 1864, donde se lleva a cabo un intento serio de adaptar los métodos de Haussmann a la realidad del nuevo Estado unitario y a las exigencias muy particulares de la ilustre ciudad.


 Los trabajos se efectúan entre 1864 y 1877, con grandes dificultades económicas, sobre todo después del traslado de la capital a Roma. La organización del centro, con la demolición del mercado viejo (fig. 95), se efectúa de 1885 a 1890, cuando el impulso de los grandes trabajos de las afueras está ya agotado, y se debe mucho más a razones de decoro que a necesidades objetivas técnicas o económicas.


 Así, el conjunto de la ciudad antigua se salva en gran parte, a diferencia del de París, pero los elementos nuevos no se insertan felizmente en los viejos, como allá, y la ciudad queda sin carácter unitario, dividida en partes distintas que no tienen nada en común.


 En el mismo concepto engañoso de la "ampliación" se basan muchos otros planes de este período, como el grandioso de Cerdá, para Barcelona en 1859 (fig. 94), Y el de Lindhagen, para Estocolmo, en 1866.


 En general, las ordenaciones urbanísticas realizadas imitando la de Napoleón en París son inferiores al modelo. El plano de Haussmann es importante, sobre todo, por la coherencia e integridad con que se realiza. Sin embargo, ningún otro planificador-excepto, quizá, Anspach posee la energía del gobernador del Sena, y en ningún lugar vuelven a coincidir las circunstancias favorables que permiten operar simultáneamente en diversos sectores, conservando la unidad de dirección durante un período de tiempo bastante largo. Así, casi todos los planos se abandonan a la mitad, estropeando irremediablemente las ciudades antiguas sin conseguir, a su costa, verdaderas ciudades modernas.


 Sobre todo, ninguna administración consigue contener de modo efectivo los efectos de disgregación de la especulación inmobiliaria. Haussmann trabaja bajo una especulación fortísima, que se apropia, en buena parte, de los beneficios de sus trabajos, y después de 1858 no hace nada por ir en contra del sistema, pero la autoridad de aquél se mantiene lo bastante fuerte como para impedir que las soluciones proyectadas resulten deformadas por los intereses particulares. Así consigue proceder con suficiente ímpetu y visión unitaria de los problemas. En las otras ciudades, faltando una resistencia proporcionada, la especulación se adelanta notablemente, y da a las iniciativas un carácter inconstante y discontinuo, que deriva del casual alternarse de cada uno de los intereses.


 Las cosas suceden de forma distinta allí donde las administraciones poseen un suficiente patrimonio de terrenos, situados en puntos adecuados para la transformación de la ciudad. Así sucede en Viena, donde la antigua ciudad se halla rodeada aún por un anillo amplio de murallas, más allá de las cuales han surgido los nuevos barrios (fig. 92). En 1857, el emperador anuncia su decisión de derruir las murallas, y convoca un concurso para la ordenación del área, imponiendo a los proyectistas instrucciones precisas. Tendrán que ser respetados los cuarteles al sur de la ciudad, debiendo construirse otro grupo de ellos al norte, de modo que las tropas puedan desplazarse rápidamente a lo largo de la avenida circular, que seguirá, en un tramo, la orilla del Donaukanal. El espacio frente al palacio imperial deberá quedar libre, y en los alrededores se preverá una vasta plaza de armas. A lo largo de la avenida circular deberán alzarse varios edificios públicos: un teatro de la ópera, una biblioteca, un archivo, un nuevo palacio municipal, museos, galerías, mercados.


 El concurso se falla en 1858, y lo gana C. F. L. Förster. A continuación, el Ministerio del Interior se encarga de preparar el plano definitivo, que está redactado probablemente por M. Löhr y es aprobado en 1859, pero las discusiones acerca del emplazamiento de los distintos edificios públicos continúan hasta 1872. En la realización, las exigencias estratégicas se reducen bastante. Desaparece. la plaza de armas, en tanto aumenta el número y la importancia de los edificios públicos, necesarios a la ciudad en continuo desarrollo.


 El Ring vienés permite incluir la ciudad antigua en el sistema de calles de la ciudad moderna sin cortar ni destruir el antiguo conjunto, como sucedió en París, e instalar los principales edificios públicos en la ciudad del ochocientos, en un espacio amplio y aireado, entre avenidas y jardines. La operación es factible, sobré todo, gracias a su núcleo antiguo relativamente pequeño. Lo mismo ocurre en muchas otras ciudades nórdicas, en Leipzig, en Lübeck, en Copenhague, donde el centro tradicional se conserva casi intacto dentro de un anillo verde que sustituye a las antiguas murallas.


 A través de errores y éxitos se forma así, en la segunda mitad del siglo XIX, una experiencia técnica y jurídica sobre los planos de las ciudades. Los sistemas de proyecto son, a menudo, inadecuados y artificiosos, y repiten las fórmulas geométricas de la tradición barroca; pero ahora estos métodos se hallan experimentados en contacto con los problemas concretos de la ciudad industrial, y toman, por la diversidad de los contenidos, un carácter nuevo, abriendo el camino a desarrollos completamente distintos de los antiguos.


Eclecticismo y racionalismo en la época de Haussmann.


 Los arquitectos tienen poco que ver con las decisiones del plan de París, y se limitan a dar forma plausible a los edificios encargados por el gobernador, sin salir del ámbito de las conocidas discusiones de los estilos. Pero los nuevos deberes y las vastas experiencias, posibles gracias a los trabajos de Haussmann, solicitan, desde el punto de vista cultural, la aclaración de las disputas abstractas, y activan la crisis de la cultura académica.


La polémica entre neo-clasicismo y neo-gótico que, como se ha dicho, tiene su punto culminante en 1846 no puede concluir, naturalmente, con la victoria de uno u otro programa. De ahora en adelante la mayor parte de los arquitectos tienen presente el estilo clásico o el gótico, como posibles alternativas, y naturalmente no sólo estos dos, sino también el románico, el bizantino, el egipcio, el árabe, el renacimiento, etc.


 Así llega a ser explícita y se extiende la postura que ha sido llamada eclecticismo, contenida virtualmente ya en la dirección retrospectiva de los neo-clásicos y de los románticos....


 


... Es interesante notar que casi todos los eclécticos, empezando por Garnier, comienzan protestando de la reproducción de estilos pasados, y afirman querer interpretados y elaborados libremente. En realidad, su conciencia, poco tranquila, les hace no contentarse nunca con las imitaciones que se hacen corrientemente, buscando nuevas salidas y nuevas combinaciones, siempre indagando en los sectores menos conocidos de la historia del arte, sin salir de los confines culturales del eclecticismo. J. I. Hittorf y algunos alumnos de la Academia de Francia en Roma H. Labrouste, V. Baltard descubren la policromía de los edificios antiguos, y envían a París la primera reconstrucción de éstos en color. Así nace una polémica, cuya tesis, apoyada por Ingres y los alemanes Semper y Hermann, aporta una nueva versión del antiguo repertorio de decoración. Hittorf, alumno de Bélanger, hace notar que este nuevo lenguaje se adapta bien a las construcciones de hierro, y lo utiliza en el teatro Ambigu (1827), en el Panorama y en el Circo de invierno de los Champs EIysées, adquiriendo experiencia para enfrentarse, más tarde, con vastas construcciones de cobertura metálica, como el Grand-Hotel (1856) y la Gare du Nord (1863).


 


 Hittorf y Baltard, ambos protestantes, son los principales colaboradores de Haussmann en las obras de París. Las relaciones entre Haussmann y los arquitectos son muy significativas. Él se queja de que su época "no haya producido ninguno de esos artistas cuyo genio transforma el arte, adaptándolo a las aspiraciones de los tiempos nuevos" , reprocha a menudo a los artistas la escala mezquina de sus concepciones (como Hittorf para los edificios de las doce esquinas de la Etoile), o la falta de sentido práctico, y a veces cambia de proyectista con la obra a medias. Carece de referencia en los estilos, y los considera como diversas ornamentaciones posibles, susceptibles de usarse según las conveniencias. El estilo clásico le parece el más adecuado para edificios representativos, pero al tener que construir la Mairie del primer arrondissement, junto a S. Germain l'Auxerrois, ordena a Hittorf un edificio gótico, y manda alzar en Ballu, entre dos fábricas, una torre, también gótica, para salvar la simetría.


 


 A veces el gobernador interviene decididamente en el proyecto, cuando le parece que el arquitecto no sabe comportarse como debe. Para los Mercados Centrales (figs. 100-101), Baltard proyecta, en 1843, un pabellón de piedra, que se realiza en parte, pero resulta inservible. Haussmann lo manda derruir y obliga a Baltard a hacer otro proyecto, todo de hierro. abandonando toda preocupación estilística. "Necesito sólo unos enormes paraguas, y nada más." El mismo cuenta que Napoleón III, cuando vio el proyecto, quedó maravillado y preocupado: "¿Es posible que el mismo arquitecto haya proyectado dos edificios tan distintos?", y Haussmann replicó: "El arquitecto es el mismo, pero el gobernador es distinto"


 


 En este caso, Haussmann se atribuye, sin más, el mérito de la idea. Sédille, en 1874, afirma lo contrario, quizá con mayor razón. Baltard construye a continuación muchos otros edificios con armadura metálica, como el matadero de la Villette y la iglesia de Saint-Augustin, pero no vuelve a encontrar la sencillez y medida de los Mercados. Al contrario, en Saint-Augustin esconde íntegramente la estructura bajo una cobertura mural, con todas las decoraciones tradicionales.


 


 Es difícil comprender tales altibajos en la producción de un arquitecto, indudablemente instruido y bien dotado. Pasa con facilidad de una prueba consciente con nuevos materiales a ociosos experimentos de influencias estilísticas o a tontos pastiches para seguir el gusto dominante. Su figura expresa bastante bien la desorientación de la cultura de la época, que no sigue rígidamente la tradición y está abierta a nuevas experiencias, pero carece de coherencia y es incapaz de encontrar, entre los múltiples caminos abiertos, una vía a seguir con firmeza.


 


 


 


Págs. 125-149.“Ingeniería y arquitectura en la segunda mitad del siglo XIX” .


Análogamente, las calles y las plazas de Haussmann, donde las reglas tradicionales de perspectiva se han aplicado a espacios demasiado grandes, no se cierran ya sobre sí mismas, y se transforman en ambientes ilimitados, calificados dinámicamente por el tráfico que las recorre.


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CURTIS William. J.  La arquitectura moderna desde 1900. Edit. Phaidon. Hong Kong, 2006. 


Págs.33-51 .“La industrialización y la ciudad. El rascacielos como tipo y símbolo” 


El barón Georges Haussmann describa el París de mediados del siglo XIX como . Sus planes para la ciudad (que datan de la década de 1850) cortaban el tejido antiguo con amplios bulevares y combinaban las intenciones de la época: hacer más eficaz ese instrumento capitalista que era la ciudad, descongestionando para ello su circulación: exaltar los monumentos y gloria de los imperios pasados y del presente, uniendo con vistas los puntos focales; permitir la entrada de la luz, el aire y la vegetación para la burguesía, pero llevando a los pobres a otro sitio; y convertir los bulevares en escenarios sociales, pero también en vectores del control militar...


... Gracias a esta intervención la ciudad se transformó en menos de dos décadas dejando de ser una ciudad medieval para convertirse en la ciudad más moderna del mundo. Obedecían a unas necesidades objetivas: incremento de la población, exigencia de unas construcciones y un urbanismo más higiénico frente a las epidemias como la peste o el cólera, adaptación del centro de las ciudades a los nuevos medios de transporte como el ferrocarril.
Los cambios fueron posibles gracias a la mejora en la técnica y, además, a la adaptación de las leyes, permitiendo la expropiación forzosa. Haussmann eliminó muchas calles antiguas, serpenteantes y derribó casas de apartamentos. Las reemplazó con anchos bulevares, flanqueados por árboles y creó extensos jardines por los que París es hoy en día famoso. El plan de Haussmann incluyó también una altura uniforme de los edificios y elementos de referencia como el Arc de Triomphe y el Gran Palacio de la Ópera.
Pero, además de conseguir sus objetivos de mejoras sanitarias y de comunicación, la renovación sirvió para finalidades políticas. Y por ello la obra de Haussmann fue especialmente aplaudida por las clases enriquecidas, mientras que parte del pueblo parisino sintió que las obras de Haussmann destruían sus raíces y conexiones sociales. Logró desplazar a las masas obreras del centro de las ciudades a los barrios de la periferia. Los barrios mas bajos fueron exiliados a los suburbios, puesto que los barrios bajos fueron limpiados y sustituidos por apartamentos para la burguesía.


Y, en segundo lugar, el nuevo plan de la ciudad dificultaba revueltas, impidiendo la colocación de barricadas (fácil en estrechas callejuelas medievales, difícil en anchos bulevares) y facilitar la labor de las fuerzas del orden a través del rápido desplazamiento por las calles y la colocación estratégica de edificios oficiales como los cuarteles. En este sentido son reformas que se pusieron al servicio de regímenes políticos conservadores. Cuando a Haussmann, Napoleón III también tenía pensada esta finalidad de conseguir calles demasiado anchas para que los rebeldes construyeran barricadas a lo largo de ellas pudieran circular batallones en formación y la artillería, si se diera tal necesidad. 
Así, esta obra realizada es una de las circunstancias que contribuyeron a la rápida represión de la comuna de París en 1871. Fue el diseño Haussmann de calles y avenidas, combinadas con la nueva importancia que adquirió el ferrocarril, lo que facilitó el triunfo de este plan.


Págs. 241-255“La comunidad ideal: alternativas a la ciudad industrial” 


Los planes de Haussmann para París también reflejaban motivaciones mezcladas. Los nuevos bulevares ofrecían servicios higiénicos al público. Al tiempo que abrían vías para el comercio, el control militar y el despliegue espectacular de los monumentos de la ciudad, los del pasado y los del presente.


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MONTANER J.M. MUXI Z., “Arquitectura y política.Gustavo Gili. Barcelona, 2011. 


Págs. 159-196."Vulnerabilidades” 


La geografía de los sin techo está definida por los rincones más protectores de cada ciudad: puentes, pórticos, parques, portales, retranqueos, huecos de los escaparates de las tiendas, cajeros automáticos o pisos abandonados ocupados. Para dormir, los sin techo buscan lugares específicos cerca de centros asistenciales y redes de transporte urbano, para poder acceder a lugares de ayuda para comida o ropa y rincones transitados para evitar la violencia verbal o física. Por su morfología compacta, sus espacios intermedios y sus recovecos, la ciudad histórica favorece más la existencia de rincones para la vida nómada de los sin techo que las ciudades de trazado moderno, con zonas monofuncionales, amplias avenidas, edificios aislados y espacios delimitados. Los indigentes sobreviven mejor en las estructuras urbanas preindustriales e industriales, con muchos ámbitos ambiguos, más acordes con una vida con pocos medios, que en los trazados rectilíneos y en los espacios abiertos del urbanismo moderno, pensados esencialmente para moverse en automóvil. El trazado de la ciudad contemporánea ha sido diseñado mediante derribos, con grandes avenidas y bulevares haussmannianos que eliminan la diversidad y los pliegues, los rincones y las irregularidades que permitirían habitarlos, encontrarse u ocuparse.


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PEVSNER, N ., Pioneros del diseño moderno. De William Morris a Walter Gropius. Ed. Infinito. Buenos Aires,2003.


Págs.137-160 . “Inglaterra desde 1890 hasta 1914”


Existe un sorprendente paralelo entre la historia del urbanismo desde 1850 a 1914 y la de la arquitectura y decoración contemporáneas. Examinando las dos tareas más grandes que fueron encomendadas a arquitectos durante el tercer cuarto de siglo, debemos reconocer que la Ringstrassede Viena  es una vistosa cadena de edificios individuales, desligados casi por completo unos de otros, mientras que la memorable apertura de grandes bulevares  a través del centro de París, obra de Haussmann , es ciertamente mucho más arquitectónica, ya que los valores espaciales no sondescuidados en favor de los volumétricos . Sin embargo, tanto en París como en Viena, no se afrontó el problema social de saneamiento y realojamiento de los slums y lo mismo se puede decir del urbanismo de las demás ciudades europeas y americanas. Ni tampoco las nuevas tendencias que comenzaron por 1890 ayudaron a resolver estos urgentes problemas. Burnham  inició en Chicago el movimiento para la construcción de centros cívicos monumentales en los Estados Unidos , movimiento que conquistó a Inglaterra después de 1900. En Alemania, el libro de Camilo Sitte DerStädtebau  (1889) combatía la vacía grandeza de las plazas y caminos neo-barroco s, y proponía un planeamiento más libre y pintoresco sobre lineamientos medievales . Tanto Sitte  como Burnham pensaban, respecto al urbanismo, en términos de elementos aislados.


Hemos visto que la interpretación del urbanismo, no sólo como manifestación de fuerza cívica sino también como medio para lograr el bienestar y confort de toda la población, se originó en Inglaterra y quedó confinada allí por más de una década. Pero, tan pronto como el planeamiento se aplicó en áreas mayores que el barrio-jardín  de una firma, la iniciativa municipal tuvo que reemplazar a la empresa privada. Es muy significativo el hecho de que apenas alcanzado este estado de cosas Inglaterra quedó atrás y Alemania pasó a la vanguardia . Muchas ciudades alemanas son propietarias de gran parte de los terrenos edificables que existen dentro de sus límites y favorecidas por la legislación- tratan de adquirir más. Theodor Fischer , uno de los arquitectos jóvenes más enérgicos, fue elegido arquitecto-urbanista de Munich en el 90; la publicación periódica Der Städtebau comenzó a aparecer en 1904; ciudades como Nuremberg, Ulm, Mannheim, Frankfurt, elaboraron esquemas comprensivos para el desarrollo del centro y de los suburbios. La exposición de urbanismo que tuvo lugar en Berlín en 1910, se puede considerar como el resumen final de estas tendencias que florecieron antes de la guerra.


 Desde 1918, los barrios de grandes casas colectivas, construidas sobre todo en Holanda, Alemania y Austria, han servido más que cualquier otro tipo de edificio para atraer la atención de otros países sobre la existencia de un moderno estilo arquitectónico . En Inglaterra recién después de 1925 y aun de 1930, el público comenzó a tomar algún interés en el moderno problema del alojamiento colectivo para la clase trabajadora . Por la misma época, las formas del Movimiento Moderno  comenzaron apenetrar en Inglaterra, formas que, entre 1900 y 1925 habían sido desarrolladas por arquitectosamericanos, alemanes y franceses.


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