La ópera de Paris o Palacio Garnier es un edificio construido en el siglo XIX por el arquitecto francés Charles Garnier. Su construcción se debió al encargo realizado por el emperador Napoleón III en el contexto de la renovación parisina llevada a cabo en el Segundo Imperio. Por aquel entonces el emperador encargó a un urbanista, el Barón Haussmann, la renovación de la ciudad. Éste planteó grandes avenidas divididas por jardines y con amplísimas aceras a las que se abrían los elegantes escaparates, es precisamente en la confluencia de varias de estas avenidas o boulevards donde Garnier edificó su monumental construcción.
Fue construido según los parámetros estilísticos del estilo eclecticista es decir, fusionando varios estilos artísticos. No obstante es quizás el estilo barroco – barroco francés e italiano- el que predomina en la construcción, por ello muchos estudiosos optan por catalogar la obra como Neobarroca.
Su construcción fue muy dilatada en el tiempo, hubo varios parones en su realización debido a contratiempos causados por contiendas como la Guerra Franco-prusiana, por ello el edificio no pudo ser inaugurado hasta 1875. La riqueza constructiva empleada en sus formas y decoración, está relacionada con la clase social a la que el edificio estaba destinado, ya que a la clase burguesa le gustaba acudir a este tipo de espectáculos, no sólo como una forma de ocio, sino también para ver, y sobre todo para dejarse ver.
Al exterior Garnier plantea un edificio de dos plantas rematado con un enorme friso corrido y coronado por cúpula. La planta de abajo se organiza a través de arcadas de medio punto sustentadas por gruesos pilares, mientras que en la planta noble el arquitecto plantea vanos rectangulares separados por parejas de columnas jónicas. La zona central del edificio esta retranqueada con respecto a los laterales más sobresalientes acentuando el juego de luces y sombras del que tanto gustaba el estilo barroco. La cubrición se soluciona con una enorme cúpula verdosa que resalta aún más gracias a las esculturas, doradas a juego con la cornisa. En cuanto a la decoración se siguen los mismos parámetros que se utilizó en el barroco: pompa y fastuosidad que se contraponen a la sobriedad del estilo Neoclasicista.
La opulencia también está presente en los espacios interiores: amplios pasillos por los que desfilaban los "galantes burgueses", escaleras con grandes balaustradas, espejos etc. Especial atención se presta a la platea, lugar destinado al público que acudía a las representaciones, el lujo y el detalle han sido cuidados al máximo en este singular espacio.
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Aunque aplaudida por su sentido oportuno y por su difícil emplazamiento, la extravagancia barroca de Garnier personificaba el historicismo oficial. La creación de espacios para dar acomodo, dirigir y facilitar los movimientos de una zona a otra es casi tan importante como la función utilitaria. Cuando Charles Garnier proyectó esta Opera analizó cual era exactamente la función de la Opera. Ciertamente que los parisinos querían oir la última creación operística, pero, como Garnier observo sagazmente, para ir a la ópera existía un motivo social tal vez más importante que el mero placer de ecuchar la música; la gente quería ver y ser vista. Por lo tanto, la zonas de circualción debían ser tan importantes como el escenario y el auditorio, de modo que, tal como la planta del edificio revela con claridad, la magna escalinata, el foyer, y los vestíbulos ocupan una parte my significativa de la superficie total.
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Págs. 89-114 “La expresión en la arquitectura de después del Movimiento Moderno”.
El concepto de carácter, que ya abrazaba toda la historia, siguió evolucionando a lo largo del siglo XIX interpretado en textos como Essai sur les signes inconditionnels de l’art de Humbert de Superville (1827) y Grammaire des Arts du Dessin de Charles Blanc (1867), llegando hasta Julien Guadet quien, al final de la tradición académica y el inicio del funcionalismo modernos entiende carácter como “identidad entre la expresión arquitectónica y la expresión moral del programa”.
Pero si los proyectos de cárceles, palacios de justicia, casas unifamiliares o edificios culturales de Boullée, Claude Nicolas Ledoux, Jean-Jaques Lequeu, Antoine Laurent Thomas Vaudoyer o o Bernard Poyet ponían un énfasis primordial en el carácter de cada edificio, el pragmatismo posterior a la Revolución Francesa, el racionalsimo de la escuela de Jean-Nicolas-Louis Durand y el eclecticismo consumista del siglo XIX, con un culto al carácter que culminó en la Ópera de París (1861-1874) de Charles Garnier, fueron agotando y diluyendo la intensidad de dicho concepto.
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