Estos fueron años de importantes migraciones desde las regiones más pobres del sur de España hacia las ciudades industrializadas del norte, y a principios de los años 1950 ya había barridas de chabolas levantadas a toda prisa en las afueras de Bilbao, Barcelona y Madrid. De hecho, se trataba de un nuevo proletariado con raíces campesinas, una situación comprendida por varios arquitectos responsables de elaborar tipos de viviendas para aliviar las presiones sociales y políticas de la “absorción”.
En el caso de Madrid, uno de estos modelos siguió un camino similar al tomado por los neorrealistas en Italia: es decir, combinar una imagen doméstica de cubiertas inclinadas con cojas de ladrillo, en un deliberado gesto populista. Correctamente colocadas, incluso esas formas simples, rectangulares y utilitarias –con estructura de hormigón, cerramientos de ladrillo y sencillos detalles de madera- eran capaces de generar cómodos espacios de transición: por ejemplo, las viviendas de Caño Roto (1956), obra de Antonio Vázquez de Castro y José Luis Íñiguez de Onzoño.