Una de las mejores piezas de la arquitectura civil de Deba es precisamente su ayuntamiento. Y no es poco decir, teniendo en cuenta el patrimonio edilicio de una villa que desde el siglo XVI tuvo una próspera economía gracias a la pesca de la ballena o a las campañas bacaladeras. Pero en 1747 se encargó a Ignacio de Ibero, ni más ni menos, que hiciera el proyecto para el nuevo consistorio. El arquitecto estuvo a la altura de su calidad y su proyecto se convirtió en la bisagra perfecta entre dos espacios que necesitaban la regularización de una pieza arquitectónica. Y sobre esos supuestos compuso un palacio barroco, clasicista y con un punto herreriano, que, sin excesos, se hacía notar.
Está en un solar que por un lado da a Foruen plaza. Se encuentra entre medianeras y bajo uno de sus arcos se abre un paso que perfora la planta baja. Con este pasadizo la calle Portu se conecta con la plaza. La composición de la planta incluye la ya tradicional escalera que distribuye el espacio interior. Pero en este caso el pie forzado del pasadizo hizo que Ibero la llevara hacia uno de los extremos y hacia atrás. La escalera debía de ser espléndida porque las tropas napoleónicas la desmontaron entera y la trasladaron a Francia. En 1953 se hizo una reforma para sustituir la precaria escalera de servicio que quedó por una más digna.
Pero volvamos a la plaza. A ella se abren tres generosos arcos de medio punto y doble altura que hacen de atrio público. Un espacio de mercado, paso o reunión, con los tradicionales arkupes que dan entrada directa a la escalera y salida a la calle, según el lado escogido. Sobre la superficie porticada, el Salón de Plenos en la primera planta. En la superior, las dependencias municipales de servicios. Las dos plantas superiores tienen un aspecto netamente palaciego. Llama la atención el verlas combinadas con la arquería casi calada de la base, con su entrada de luz de la calle a la que da paso, con su pequeña transparencia bajo el bloque de vocación cúbica.
El aparejo de sillería está compuesto con precisión, pero se hace notar poco. Su planitud da mayor relieve a los balcones y a los escudos. Las líneas de imposta corrida dividen el edificio en tres tramos horizontales.
La tendencia se acentúa con los balcones y la cornisa. Esta última fue totalmente restaurada y reformada en 1953, cuando se dejó la cubierta a una sola agua para poder conseguir el espacio de ático suficiente como para meter la vivienda del alguacil.
El tratamiento de los huecos merece una mención especial por su austeridad. Sólo se permite un leve recerco. Eso sí, la rejería de los balcones es una caligrafía sobre el silencio del aparejo murario. El motivo semicircular de hierro del balcón de autoridades, coincidiendo con el Salón de Plenos y el eje de simetría del edificio, es elegante y cumple su función: señalar el
centro. El piso superior casi sirve de excusa para disponer los blasones, único motivo decorativo propiamente dicho de la fachada, con los que la presencia de la autoridad se señala. También el cambio de la clase de piedra marca las diferencias. La fábrica es de sillería caliza y los escudos de piedra arenisca: el de la Corona Real, el de Gipuzkoa y el de Deba.
En el año 1953 Marticorena planteó una reformarehabilitación que incluyó intervenciones dentro y fuera del edificio. La obra de Ibero la tocó lo menos posible; añadió la escalera y la cubierta. Pero después el solar trasero fue comprado y derribado. En él, el arquitecto hizo una ampliación con un segundo edificio que ya nada tiene que ver con el programa de Ibero.
Las dependencias municipales se han ido disponiendo en él según las necesidades de cada momento. No obstante, y pese a las grandes diferencias de las dos fases, al menos se dejó el guiño del balcón esquinero, un revival que resulta entrañable y que remata lo nuevo. Por lo demás, la fachada trasera es discreta y se compone con una alternancia casi muda entre lleno y vacío. Es imposible que dos edificios así no impacten, pero en este caso la austeridad ha sido el amortiguador en la fusión de los dos cuerpos.