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Ayuntamiento de Irún

  • 1763 -
  •  
  • CRAME, Felipe
  •  
  • Irún. Euskadi-País Vasco. (Gipuzkoa)
  • España
imagenes/7298_1_36020802.jpg imagenes/7299_1_36020803.jpg imagenes/7300_1_36020804.jpg imagenes/7301_1_36020805.jpg obras/37002_25_36020802.jpg obras/37002_26_36020803.jpg obras/37002_27_36020804.jpg obras/37002_28_36020805.jpg obras/37002_8_33021141.jpg

CENICACELAYA, Javier.,RUIZ DE AEL, Mariano J., AZPIRI ALBÍSTEGUI, Ana., Ayuntamientos en Gipuzkoa / Udaletxeak Gipuzkoan. Eusko Ikaskuntza. Bilbao, 2014.


Todos los relatos sobre el Ayuntamiento de Irun empiezan contando la misma historia. Hablan de los agónicos intentos de esta población por tener su propia casa consistorial. Se pasaron catorce años de pleito en pleito con la vecina Hondarribia, bajo cuya jurisdicción estaban, para poder ser administrativamente independientes y tener concejo propio. Este proceso encubre un cambio del valor estratégico de la zona fronteriza. Hondarribia estaba cayendo inexorablemente como Plaza Militar, pero su jurisdicción sobre Irun venía de la época en el que el sentido y el valor de esa frontera eran fundamentalmente defensivos. De ahí las imposiciones extrañas a Irun, como la de no poder construir casas de piedra en su casco urbano para evitar que el enemigo las utilizara para batir las defensas con sus cañones.


Pero a medida que Hondarribia se consumía, Irun tomaba cada vez más fuerza y crecía en actividad de una forma vigorosa. Se convertía en el paso fronterizo más importante del noroeste del país. Ganó la partida del dominio del Bidasoa planteándose a sí misma como nuevo núcleo de comunicaciones fronterizo. Lo militar pasó a segundo plano y las actividades mercantiles asociadas al tráfico de la frontera se dispusieron en primer término. 


En 1755 consiguieron ganar el pleito para construir un ayuntamiento propio y en 1756 ya habían colocado la primera piedra. Ese día, el 27 de agosto de 1756, se organizó un gran desfile festivo, casi como un “alarde” al estilo irunés, pero en pequeño. Luis de Uranzu cuenta cómo se llenaron las calles de gente para ver llegar a las autoridades, con todos los signos de las grandes solemnidades, acompañadas por una compañía armada de vecinos con los mosquetes al hombro y en formación. Los pífanos y los tambores abrían la comitiva. Pocas veces se habrá celebrado tanto la primera piedra de un ayuntamiento. Fue casi tan importante como la definitiva independencia de Hondarribia, conseguida en 1766.


Toda esta historia previa condicionó completa mente el proyecto del edificio. En el primer punto concreto en el que esto se ve es en su tamaño. Todas las crónicas insisten en que el ayuntamiento construido era excesivo para un municipio de 2.500 habitantes. Tanto es así, que sólo cuando la población llegó a los 50.000 vecinos hubo que hacer dependencias nuevas; actualmente viven en la ciudad unos 55.000 iruneses. Este tamaño, además, va asociado a su localización en el que quizá es el centro histórico y neurálgico de la ciudad, la plaza de San Juan Harri. El potente cubo del consistorio preside la plaza desde su cota más alta, abriéndose a una visual privilegiada en la que la fachada es el punto de mayor atractivo monumental. Es el nuevo hito que define la identidad definitiva de la plaza y de la villa. En el edificio de Irun, el ingeniero militar Felipe Crame supo comprender que donde residía el valor representativo y simbólico era en haber ganado su independencia. Por eso el tamaño, la compacidad del volumen y su presencia, su jerarquía en el lugar, son su prioridad.


Incluso en la elección de los materiales influyó la pugna. La prohibición de levantar construcciones en piedra ya no estaba vigente, así que la fábrica es de sólida cantería. Además, se utilizaron cuatro clases de piedra distintas. Según se tratara de la fachada, las bóvedas o el escudo de armas, la elección fue diferente. Se llegó incluso a traer una piedra de toba especial, que pesaba muy poco, para la gran escalera interior. Ésta fue sustituida en 1903 por una de madera, no menos monumental, y actualmente la antigua está instalada en la bajada lateral izquierda del edificio. Ni qué decir tiene que el corte de cantería de toda la construcción es impecable.


 Así que en el sitio más visible, en la cota más alta de la plaza, con un volumen que haría pensar a los viajeros que no se trataba de una población tan pequeña, sino de una ciudad incipiente en pleno avance. Y, además, de buena piedra. Exactamente todo lo que les había estado prohibido. La inauguración del edificio en 1763 marcó la victoria del empuje irunés. Felipe Crame dio forma a la institución y dotó al ayuntamiento de la imagen pública requerida.


Como ingeniero militar y arquitecto académico entraba en el elitista grupo de unos profesionales muy singulares. Tenía la cualificación para hacer fortificaciones o defensas, caminos o trazas de ciudades. Y la formación de arquitecto de la Academia de San Fernando.


Los ingenieros militares eran capaces de resolver programas desde los imperativos de lo utilitario y componer fachadas palaciegas con vocación de telones urbanos. Tardobarrocos o neoclásicos, sus propuestas tienen una solvencia contundente, aunque practiquen una arquitectura desornamentada, muy rigurosa compositivamente y muy clasicista.


La planta la resuelve con una fórmula de éxito probado. Galería con arcos de doble altura, escalera-distribuidor monumental y gran piano nobile  con balcón corrido. Pero donde Felipe Crame demostró sus mimbres de arquitecto fue en el alzado. Para bien y para mal. La planta baja está muy bien resuelta con arcos de doble altura y una forma de regresar el aparejo sólo con una insinuación, con la elegancia de las dovelas a saltacaballo en los arcos. Las lecciones que dio Sachetti en la obra del Palacio Real de Madrid llegaron a la cultura de los ingenieros militares por la Academia. De hecho Sabatini utilizó poco más tarde una solución de aparejo parecida a ésta de Felipe Crame en Irun, para resolver la Plaza de Armas del Palacio Real de Madrid.


En el piso superior la pieza del balcón sobre ménsulas de piedra marca la horizontal más congruente. Los huecos son cuadrados y coinciden en su eje con las dovelas de los arcos. Al estar dispuesto este piso con un corte de cantería muy liso, las salidas de los balcones se recercan con pilastras cajeadas y se cierran con frontones rectos. Hasta aquí un alzado clasicista, simétrico, sobrio y bien resuelto. Pero el lienzo de muro que llega hasta la cornisa es demasiado grande y se rompe la continuidad de los elementos. Además, en el remate, en lo más alto, el escudo tiene detrás el cuerpo de la cúpula que no encaja con la armonía de la fachada. Hay un punto de imprecisión, de indecisión compositiva, que es una de las características de la arquitectura de un amplio porcentaje de los ingenieros militares. Aquí se diluye en la calidad del conjunto, incluso consiguiendo que las pequeñas inexactitudes sean entrañables, contribuyendo a generar esa identidad tan peculiar que tiene este edificio tan querido y deseado por los iruneses.


 

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