El aspecto más llamativo del Ayuntamiento de Motriko es su ubicación. La plaza de Txurruka, en la que se dispone, queda enmarcada por la arquitectura de la iglesia de Nuestra Sra. de la Asunción, de Silvestre Pérez, de 1798. Su monumental escalinata y su pórtico son las piezas de arquitectura con las que se salva la diferencia de cota entre la conexión con la red de caminos y la propia villa. Al mismo tiempo son la gran escenografía que cae conteniendo la colina y dándole forma de plaza.
Frente a este elemento se sitúa la casa consistorial, que se construyó entre 1825 y 1826. Por la distancia temporal entre los dos proyectos, es muy probable que la presencia de la iglesia de Silvestre Pérez acelerara la tendencia a seguir embelleciendo la plaza. Hay que tener en cuenta que en este primer tercio del siglo XIX todavía tiene mucho peso en los encargos institucionales la idea del ornato público. El papel del edificio como ordenador del espacio es una de las herencias de la Ilustración. Son arquitecturas que buscan armonizar tramas o plazas. Incluso la parroquia puede ser interpretada como un gran artefacto que abre la entrada a la villa por la cota más alta y crea casi por sí sola un trozo de continuo urbano.
En este contexto, el nuevo ayuntamiento tenía que responder al reto de ocupar un lugar adecuado a su importancia, aunque sin rivalizar con la iglesia. Su configuración sigue lo que ya para el primer tercio del siglo XVIII es un clásico. Tiene un pórtico con soportales, un piso principal con su balcón corrido y un cuerpo ático rematado por una rotunda cornisa.
Lo curioso de este caso es cómo el edificio se ha ido destruyendo y reconstruyendo, pero tratando de mantener siempre un tono similar en el tratamiento de la fachada. En la guerra civil de 1936 fue totalmente destruido y se reconstruyó de nuevo en 1968. Así que lo que vemos en la actualidad es la versión de finales de la década de 1960 de lo que podía ser un ayuntamiento guipuzcoano neoclásico. El resultado es una arquitectura que acaba siendo fingida. El zócalo de sillería, con sus arcos de entrada, se prolonga en los laterales con dos lienzos de muro ciegos.
En el piso superior el aparejo es un engaño. Los sillares están delineados sobre el revoco. Los escudos se colocaron tras la guerra de 1936 y son el de Gipuzkoa, el de Motriko y el de los Austrias.
Finalmente, todo el conjunto tal como se encuentra o como se ha encontrado hasta ahora (lo están rehabilitando mientras esto se escribe), no puede escapar a la rigidez de los ayuntamientos de la Dirección General de Regiones Devastadas construidos en la posguerra. No es tan frío, pero se nota en exceso un manejo ya incongruente de los repertorios históricos. En la década de 1920, cuando se reformó para añadirle detalles decorativos y darle mayor lucimiento, los arquitectos historicistas conocían muy bien cada detalle compositivo, cada elemento correspondiente a cada estilo. Cincuenta años más tarde y tras haberse quemado completamente en la guerra, el historicismo ya no era tan fácil de manejar. De ahí la rigidez y la inevitable sensación de artificio.