Tenemos, por tanto, un diagnóstico: en un país con un grave problema de acceso a la vivienda y de exclusión social, hay una parte importante del patrimonio residencial que está infrautilizado, más o menos el mismo que necesitarían los sectores que no tienen acceso a la vivienda: tres millones de viviendas vacías para ocho millones de españoles a los que no les llegan las políticas sociales de la vivienda. Estos datos son inquietantes si tenemos en cuenta que, por ejemplo, en Barcelona, con tantas viviendas vacías, además de las miles de personas que viven hacinadas y del fenómeno de las llamadas “camas calientes”, en 2009 había, tal como se ha señalado, unos 2.000 “sin techo”.
Pero un fenómeno tan vergonzoso se convierte también en mítico: si todas estas viviendas vacías se reconvirtieran para uso de la sociedad, sería la panacea para solucionar el problema de la vivienda. En parte es cierto, pero la realidad es mucho más complicada. En el caso de Barcelona, hay muchísimas viviendas vacías o infrautilizadas, agrupables en cuatro casos distintos de porcentajes similares: aquellas que están desocupadas porque son viejas y están en mal estado; las que están infrautilizadas, ya que sus propietarios no viven en Barcelona o están reservadas para uso futuro de los hijos de la familia; las que se argumenta que están en oferta en el mercado a la espera de venderse o alquilarse; y las que son relativamente nuevas y realmente se han comprado y se retienen vacías para hacer negocio. Es decir, tan solo un 25 % es aceptado por sus propietarios que están realmente vacías y podrían ser incluidas en el mercado de alquiler o venta.