Págs. 193- 207.“Neoclasicismo orgánicismo y el estado del bienestar: La arquitectura en Escandinavia, 1910-1965”
El nuevo empirismo Sven Backström (1903-1992) y Lief Reinius (1907-1995) encabezaron el movimiento reformista sueco tras la II Guerra Mundial; estos arquitectos mezclaban las macro tipologías modernas con técnicas constructivas y formas decorativas familiares que aún pertenecían al repertorio de los constructores corrientes y a la variedad de gustos de los usuarios sencillos, buscaban así una arquitectura más popular que reconociese esos «factores psicológicos e irracionales que nos agradan; y, ¿por qué no?, la belleza». Esta ideología -bautizada con entusiasmo como «El nuevo empirismo» en 1947 por la revista británica The Architectural Review- en realidad no se aceptaba de manera universal en Suecia. La revista sueca Byggmästaren -que se había «vuelto moderna» en 1928- organizó un debate acerca de los méritos relativos de una arquitectura racional y «apolínea» frente a otra irracional y «dionisiaca», resucitando así, en el contexto de la posguerra, una controversia que había seguido consumiéndose bajo la superficie de la vanguardia desde la década de 1920. Los conjuntos residenciales de Backström y Reinius en Danvikskippan, Gröndal y Rosta fueron ampliamente publicados en la prensa arquitectónica internacional. Su esquema en «panal» -que rompía con el carácter rectilíneo del racionalismo (y tomado en realidad de un proyecto de 1928 obra del arquitecto alemán Alexander Klein)- se aplicó a la nueva ciudad de Cumbernauld, en Escocia, y al conjunto de viviendas Valco San Paulo, en Roma, en la década de 1950. El interés británico por el nuevo empirismo se vio correspondido por los urbanistas y arquitectos suecos, que recibieron la influencia de la teoría urbanística británica, plasmada en el Plan del área metropolitana de Londres de 1944, obra de Patrick Abercrombie. El concepto urbanístico de comunidad vecinal se adoptó en el centro social Ärsta (1943-1953), construido por Eric y Tore Ahlsén (1901-1988 y 1906-1991 respectivamente) en el extrarradio de Estocolmo como un proyecto piloto pensado para corregir lo que se consideraba el principal defecto de las viviendas suecas: su falta de servicios sociales.
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págs.59-88. “ El racionalismo como método de proyectación: progreso y crisis”
De los tipos de racionalidad existentes -analítica, concreta, dialéctica, histórica...- la arquitectura de principios del siglo XX entronca especialmente con la razón analítica, aquella que se basa en la distinción y clasificación, utilizando procesos lógicos y matemáticos que tienden a la abstracción. Los cuadros comparativos de plantas de células de vivienda planteados por Alexander Klein en los años veinte serían un paradigma de esta razón analítica aplicada a la arquitectura.
En los momentos culminantes de la búsqueda de la utilidad, el racionalismo en arquitectura coincide siempre con el funcionalismo, es decir, con la premisa de que la forma es un resultado de la función: el programa, los materiales, el contexto. Esta identificación entre funcionalismo, racionalismo y precisión técnica tiene un antecedente en la arquitectura del císter que se extiende por la floreciente Europa agraria del siglo XII. Por primera vez, una orden religiosa identificaba la actividad religiosa con la razón y el trabajo, generando un programa y un modelado generalizable de monasterio en el campo.
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Págs. 27-78. “Historias”
ARQUITECTURA Y ESPACIO DOMÉSTICO
La vivienda desempeñó un papel fundamental en el proceso de transformación social resultante de la Revolución industrial y fue la base de las metrópolis industriales del siglo XX.
En medio de este proceso, y al dedicarse a los barrios de vivienda social, los arquitectos europeos de principios del siglo XX consiguieron situarse en el centro del proyecto de la ciudad, que en el siglo XIX había estado en manos de médicos, higienistas, ingenieros militares y civiles, políticos y perfectos de policía. La conquista de este lugar decisivo en el proyecto de la gran ciudad, no sólo desplazó a estos ingenieros, higienistas y prefectos, sino también a los maestros de obras y otros técnicos que habían proyectado las viviendas y las arquitecturas consideradas de segundo orden en ciudades y pueblos a lo largo de todo el siglo XIX. Y los arquitectos lo lograron porque consiguieron otorgar forma tipológica, morfológica, tecnológica y urbana a una búsqueda colectiva de décadas en torno al higienismo, al funcionalismo, al orden urbano y al control.
Por primera vez en la historia, la vivienda social para las masas trabajadoras, pasó a estar de lleno en el centro del pensamiento arquitectónico y constituyó una parte muy importante de la teoría y de la obra de arquitectos como Adolf Loos, Alexander Klein, Ernst May, Margarette Schütte-Lihotsky, J.J.P Oud, Bruno Taut, Lilly Reych, Ludwig Mies van der Rohe, Heinrich Tessenow. Walter Gropius o Le Corbusier, que pensaron todo tipo de viviendas dentro de la lógica de la producción en serie que pudieran servir para el objetivo de la vivienda social y la igualdad.
Paralelamente, en el campo de la vivienda unifamiliar, en contextos sociales distintos y para clases medias y altas, autores como Frank Lloyd Wright, Gerrit Th Rietveld, Ludwig Mies Van der Rohe, Louis I. Kahn, Max Cetto, Luis Barragán,José Antonio Coderch, Jean Prouvé, Eileen Gray, Charlotte Perriand, Alvar Aalto, Charles y Ray Eames, Mary y Russel Wright o Alison y Peter Smithsonrealizaron experimentos, prototipos y propuestas con la voluntad de revolucionar el funcionamiento del espacio doméstico, creando espacios flexibles y utilitarios relacionados con el entorno natural o el contexto urbano que rompían los condicionantes rígidos de la caja tradicional para potenciar patios y dobles espacios, proporcionar espacios de refugio o recurrir a nuevas tecnologías y nuevas imágenes de los medios de comunicación de masas.
En todo este proceso tuvieron un papel trascendental las mujeres, fueran o no arquitectas, como Catherine Beecher, Christine Frederick, Erna Meyer, Lilly Reich, Margarette Schutte-Lihotzky, Charlotte Perriand, aún hoy poco conocidas, que fueron las que trazaron una fuerte tradición de repensar la vivienda desde la experiencia y la eficiencia.
Ha quedado pendiente resolver las cuestiones previas planteadas si en este proceso de la vivienda obrera fue pensada de nuevo o resultó de una reducción de la vivienda burguesa, si mejoraron las condiciones de vida o la vivienda siguió siendo un espacio de dominio, y si las propuestas de las arquitectas y diseñadoras fueron cualitativamente distintas de las de los arquitectos.
Págs. 27-78.“Historias”
LA POSGUERRA Y LA FIGURA DEL “ARQUITECTO LIBERAL”
Esto significó también el triunfo del modelo de arquitecto como figura singular, un modelo definido por Le Corbuier en consonancia con el poder, que prefiere al genio creado que a la crítica socializadora. Según las concepciones de la rama más radical de los arquitectos e ingenieros del movimiento moderno, desde Walter Gropius, Ludwig Hilberseimer, Ernst May , Mart Stam, Alexander Klein, Hanner Meyer o Kerel Teige, hasta Konrad Waschman, Cedrid Price o Joao Folgueiras Lima, lo importante ha sido entender la arquitectura como un trabajo científico y colectivo, sistemático, modular y transmisible que tiene a una radical industrialización que aporta mejoras sociales. Los diseñadores, arquitectos y urbanistas tenderían a quedar en el anonimato de la producción en serie e industrial, el trabajo en equipo y la colaboración con la administración pública. Entre estas posiciones arquitectónicas antagónicas, la cuestión clave es de la autoría; individual o compartida.
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Págs.263-350.“El racionalismo"
Y vamos a describir esta «técnica» del racionalismo, primeramente, en relación con el alojamiento y, después, con sus implicaciones a nivel urbanístico. Dando por conocidas las premisas generales, la unidad metodológica ante el proyecto de cualquier clase de artefacto, la absorción de las tendencias figurativas, etc., el punto de partida será el dimensionamiento de la célula de habitación. Su valor no se refiere ya a la medida de la superficie de la vivienda, sino al número de camas que contiene, donde la cama significa la unidad de medida de todas las necesidades vitales (parte proporcional de espacio de estar y comedor, de cocina, del baño, etc.) de una persona. Establecida esta relación dimensional, se estudia una configuración distributiva que garantice los parámetros óptimos de soleamiento, ventilación, aireación, etc. Esta distribución da lugar a diferentes tipologías de edificación: las viviendas en hilera, células de uno o dos pisos dispuestas en línea y compartiendo los muros laterales; la casa de corredor, donde las filas de viviendas están colocadas en varios pisos y servidas por una galería a la que se accede por una o varias escaleras; la casa en altura, en que cada escalera da servicio a dos viviendas por cada piso. Este tipo será el más utilizado, porque si bien es menos económico que el de corredor, dado el mayor número de escaleras, ofrece la ventaja de que las viviendas disponen de dos lados opuestos completamente libres y orientados, ventilados e iluminados de la mejor manera posible.
Organizando las células en una unidad tipológica, la «técnica» racionalista conforma un edificio; mas edificios, dispuestos de manera que se garantice su buena orientación, su distancia optima, su correcta relación con las calles de acceso y las otras infraestructuras necesarias, dan lugar a un barrio; mas barrios configuran la ciudad.
Esto que acabamos de describir pertenece a otro tema típico del racionalismo, el del Existenzminimum, al que dedicaron sus mejores esfuerzos Klein, May, Gropius y, en general, toda la generación de los mejores arquitectos alemanes que trabajaron entre ambas guerras. En resumen, ellos redujeron todos los elementos de la vivienda al dimensionamiento correcto según las principales funciones habitativas, supuestas como iguales para todos los hombres y prescindiendo teóricamente de su clase social, pero derivando en la práctica de la necesidad de responder de la mejor manera posible a las exigencias más urgentes de la vivienda popular.
Esta reducción, útil para la descomposición de la arquitectura en sus diversos componentes, los cuales, asociados de varias maneras, producían diferentes configuraciones basadas, sin embargo, en un escaso número de elementos invariantes, servía también para realizar ese proceso de unificación, normalización e industrialización de la construcción en que debía desembocar toda la lógica de la «técnica» racionalista, es decir, la de obtener el máximo de beneficio social con el mínimo esfuerzo económico. Este amplio plan de estudios e investigaciones, cuya metodología definiríamos hoy como decididamente estructuralista en su manera de establecer invariantes, prever posibilidades de combinación, calcular, a partir de unas premisas, resultados y costes tanto en sentido económico como social, llevó a un verdadero y propio código proyectual que, como ya se ha dicho, llegaba desde el elemento más pequeño y concreto, como el objeto de decoración, la cama, o la organización funcional de un ambiente la famosa cocina de Francfort, hasta la célula de vivienda o el barrio. Pero, aunque retomemos después el debate sobre el código proyectual del racionalismo, es conveniente en este punto repasar brevemente algunas de estas investigaciones.
Una de las más emblemáticas es la de Alexander Klein sobre la configuración distributiva del alojamiento mínimo. En 1928, el mismo año en que Gropius abandona la dirección de la Bauhaus y la coincidencia no es enteramente casual, Klein presenta sus estudios al congreso internacional celebrado en París sobre la vivienda y los planes reguladores. Estos estudios, a partir de un método comparativo entre las diversas soluciones de células pertenecientes al mismo tipo, intentaban establecer la distribución y, por tanto, la configuración de un alojamiento optimo, que satisficiera los diversos requisitos del Existenzminimum obtenidos de la manera más objetiva. El procedimiento se dividía, en síntesis, en tres fases. La primera, denominada «método de los puntos», fijaba un cierto número de características (superficie cubierta, volumen, número de locales, número de camas, etc.) de algunas de las células y un cierto número de requisitos (orientación de los espacios, suficiente iluminación, posibilidad de dividir las habitaciones de los hijos, agrupación de los servicios higiénicos, relación mutua entre los locales, etc.) que debían satisfacer las células. La comparación se establecía entre cuatro soluciones de células, dos de las cuales estaban proyectadas por el propio Klein, que asignaba un punto positivo o negativo a cada una de las cuatro dependiendo de su coincidencia con los requisitos exigidos. La célula que se prefería a las demás era evidentemente la que totalizaba el mayor número de puntos positivos. A esta primera fase le sucedía una segunda, definida como «método de los incrementos sucesivos». En ella, las plantas seleccionadas con anterioridad se iban incrementando en longitud y anchura en una cantidad constante, a medida que aumentaba el número de camas, de manera que entre todas pudiera realizarse un ábaco, en el que se consideraba que las células más convenientes eran las que se disponían a lo largo de la diagonal; las plantas que quedaban por encima no eran ni económicas, ni higiénicas, ni prácticas; las que se mantenían por debajo eran higiénicas, pero no económicas por su excesiva longitud. Además, las células más satisfactorias, que correspondían a la diagonal del ábaco, eran aquellas en que el perímetro se aproximaba a la forma cuadrada, o bien permitían una relación constante de incremento entre longitud y anchura. La tercera fase era la del «método gráfico». lista debía considerarse, según Klein, como la más representativa y rigurosa, puesto que los métodos anteriores eran susceptibles de una interpretación subjetiva. Permitía numerosos análisis, considerando, en las cuatro soluciones de plantas comparadas en la primera fase, el trazado de los recorridos, la forma de la superficie de circulación, los espacios libres del estorbo de los muebles, las zonas de sombra producidas sobre el pavimento y las paredes por los elementos del mobiliario, etc. El conjunto de estos análisis, asumiendo como parámetros los factores enumerados, debía permitir el proyecto de células con funcionalidad y economía máximas. Se ha observado con razón que «no puede negarse hoy la validez de los esquemas de Klein, o de los estudios iconográficos de Stratemann o de los diagramas de insolación de Künster, por el hecho de que Gropius, Le Corbusier o Mies van der Rohe los hayan desechado de su lenguaje expresivo. El que arquitectos como Gropius, Le Corbusier, Luckhardt o Mies van der Robe, formados en el ambiente racionalista, hayan superado en el lenguaje los Vínculos metodológicos, aparte de ser completamente normal, constituye también una prueba de la validez de una metodología que ofrecía posibilidades concretas a la investigación y que al tiempo permitía ser superada». Pero si esto se mantiene para cualquier relación entre norma y derogación (y, por otra parte, hace bien De Cario en insistir en el hecho de que fue precisamente su positivismo lo que hizo posible la puesta a punto del soporte objetivo que ha sacado a la arquitectura moderna del campo caprichoso del naturalismo académico), es aún más importante cuando esa misma norma fue «implantada» críticamente y cuando, asumiendo un carácter dialéctico, adquirió un valor de código más amplio.