págs.1053-1105.“La experiencia americana”
Pág.1077. Arquitectura para una nación.
La revolución comenzó en Boston. En 1774, después del “Motín del Té”, los ingleses cerraron el puerto. Durante los diez años siguientes la construcción quedó en un compás de espera. Con la derrota británica y el establecimiento de los Estados Unidos de América, se abría un periodo desafiante y fecundo para la arquitectura. El gobierno era el mayor cliente. Los estados de la Unión, imbuidos de un nuevo sentido de orgullo y conciencia de su propia importancia, intentaron investirse de símbolos materiales de su independencia. La administración federal buscaba un establecimiento permanente, y en 1793 comenzó oficialmente la creación de Washington como sede del gobierno. Era un momento de monumentos y construcciones conmemorativas, de escuelas y lonjas comerciales, de instalaciones públicas de todo tipo.
También era un momento para que los vencedores mostraran en la esfera privada su buena fortuna. Las simpatías hacia el bando perdedor habían obligado a gran parte de la aristocracia y de las clases más adineradas al exilio. La base económica del sur se había visto temporalmente trastornada. Ahora los comerciantes y los capitalistas se encontraban en la mejor posición y se transformaron en árbitros de la cultura americana. Ellos eran la columna dorsal del Partido Federal, su acaudalada aristocracia mercantil, y la “manera” delicada y refinada que ellos patrocinaron hasta 1820 es conocida como estilo Federal. Sus obras maestras sobreviven en Charleston, Providence, Nueva York, y una docena de ciudades más, pero en ninguna parte, tan claramente como en la obra de Charles Bulfinch (1763 - 1844), en Boston, y en la obra del ebanista autodidacta de Salem, Samuel McIntire (1757 - 1811).
Los federalistas habían apoyado la rebelión contra el dominio de Inglaterra, pero no querían volver la espalda a su guía cultural. La visión civilizada de Bulfinch y McIntire está afiliada a aquella arquitectura de Inglaterra que sucedió al neopalladianismo, y más concretamente al círculo de Robert Adam. Pero el neoclasicismo más austero de Europa, las grandiosas abstracciones de Ledoux y Soane, también tenían una escuela. Junto con los arquitectos franceses y británicos se importó su lenguaje formal; eran gente como Joseph – Jacques Ramée (1764 – 1826).
En contra de la fe federalista en un gobierno central fuerte que contará con las nuevas clases adineradas, Jefferson propugnaba una sociedad democrática de pequeños propietarios de tierras, una utopía agraria. La capacidad de dar forma física a este ambiente republicano estaba encerrada en el propio pueblo, pensaba él, y no tenía más que ser liberada mediante la incitación adecuada. El idealismo, y las formas que podían conformarlo, deberían salir directamente de las raíces, de la Grecia y la Roma antiguas: las fuentes que habían dado a la Revolución Francesa sus símbolos puntuales y que podían proporcionarlos también a los Estados Unidos de América.
Pág.1079. El Jano del neoclasicismo.
El fuerte del estilo Federal estaba en las residencias y en la decoración. Cualquiera de entre las muchas casas de Salem de McIntire puede dar testimonio de la enrarecida y soberbia urbanidad de sus diseños, de la pureza de su ornamento. Tomemos como ejemplo la casa Pingree, acabada en 1805. La planta rompe con la rigidez colonial. Hay ligeros toques de líneas curvas en la escalinata central y en el pórtico de entrada. La suave ondulación de este pórtico exquisitamente atenuado cobija una puerta con un abanico elíptico sobre ella y con estrechos cristales de iluminación laterales, un sello de estilo federal. La fachada, un rectángulo de ladrillo, tenso y ligero, sin ningún énfasis en las esquinas, está dividido por líneas horizontales de piedra en tres bandas de altura decreciente. Las ventajas recortadas de forma sencilla, con sus dinteles de piedra abocinados colocados a ras del plano del muro, añaden poca substancia a esta tupida pantalla que se levanta con muda dignidad entre la vida pública de la calle y la de los habitantes de su interior. No hay ningún tejado visible: la fachada como una cornisa de encaje. McIntire estaba empleando sus libros, por supuesto, pero ese control tan poco forzado tiene algo de innato, como tener el buen oído para la música.