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MILLS, Robert

MILLS, Robert

  • Arquitecto
  •  
  • 1781 - Charleston. Carolina del Sur. Estados Unidos
  • 1855 - Washington. Estados Unidos

BENEVOLO, L.,Historia de la arquitectura moderna. Edit. Gustavo Gili. Barcelona, 1987.


Págs.217-241.”La tradición norteamericana”  


La contribución de los técnicos americanos es importante en algunos sectores, que corresponden a particulares necesidades ambientales: los medios de comunicación –ferrocarril, telégrafo, teléfono—y las instalaciones de calefacción y ventilación. El desarrollo del ferrocarril, entre 1830 y 1869 (año en que se lleva a cabo el enlace entre el Atlántico y el Pacífico) es uno de los capítulos más conocidos de la historia americana. En 1840 se inician, por obra de R. Mills, los estudios para el acondicionamiento de aire del Capitolio de Washington; en 1848, en Florida se aplica un sistema de refrigeración del aire en un hospital; en 1854 aparecen dos tratados fundamentales, sobre calefacción central y sobre ventilación.


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KOSTOF, Spiro., Historia de la arquitectura. Alianza Editorial. Madrid 1988. Tomo 3


págs.1053-1105.“La experiencia americana” 


Pág.1077-1105 Arquitectura para una nación.


Pág.1079. El Jano del Neoclasicismo


Por cierto, un diseño alternativo de Latrobe ofrecido a su cliente, el primer obispo americano, John Carroll, constituye un documento temprano de la llegada del revival gótico al otro lado del Atlántico. Pero quizá el mayor mérito de Latrobe sea su enseñanza, mediante la práctica, de arquitectos profesionales locales como Robert Mills (1781-1855) y William Strickland (1788-1854), que supieron dar al gobierno federal una imagen arquitectónica de dignidad y equilibrio, comparable a lo mejor de Europa.


Pág. 1093. Siempre Grecia.


Este paisaje federal, dirigido por el sucesor de Latrobe como Supervisor de los Edificios Públicos, Robert Mills, es de una gran simplicidad monumental. Las plantas y alzados no desentonarían en las páginas de Durand: todo el detalle es griego. Hacia 1820 la manera romana de Jefferson estaba en decadencia, al haberse visto manchada por su asociación con el régimen imperialista de Napoleón. El neoclasicismo ecléctico de Latrobe estaba siendo destilado en un molde griego más puro. Por lo que respecta al gusto gubernamental, el giro no fue nada ambiguo. En el concurso de 1818 para el Segundo Banco de los Estados Unidos, el programa requería enfáticamente «una casta imitación de la arquitectura griega en su forma más simple y menos cara». Latrobe perdió ante el joven William Strickland, que realizó un templo con la fachada del Panteón. El diseño estableció la tendencia de los edificios gubernamentales durante los cuarenta años siguientes. Internamente, persistían las bóvedas de piedra reforzadas con hierro. El prestigio del Capitolio también prolongó la vida de las cúpulas grandiosas. Pero en la mayoría de los casos, las formas hablaban en griego — o así debían hacerlo—.


Y este nuevo gusto no se detuvo en la arquitectura oficial. Los primeros hoteles modernos, como el Astor de Nueva York y el Tremond House de Boston, ostentaban pórticos griegos, frisos y ventanas. Las iglesias cambiaron el frente de templo de Gibbs por otro griego. El Girard College de Filadelfia, construido como una serie inconexa de formas de templo, era sólo la versión más llamativa del helenizado campus, un programa en el que la metáfora arquitectónica era singularmente apta, puesto que podía reforzar el idealismo de un plan de estudios clásico. En su forma más básica, esta casa era la casa colonial pintada de blanco, con su extremo menor vuelto hacia la calle, y la forma apuntada del tejado a dos aguas traducida a un pedimento apoyado en pilastras en las esquinas. Pero los ricos no pasaron de insistir en peristilos completos o, por lo menos, en fachadas columnadas en un orden correcto y con alas semipedimentadas tras ellas....


... ¿Por qué estaba América tan apegada a la Grecia Clásica? Por supuesto, la moda tuvo parte en ello. En Inglaterra y Alemania había arraigado un revival griego arqueológicamente culto, incluso antes de las Guerras Napoleónicas; el Edificio del Tesoro de Washington es el eco trasatlántico de construcciones como el Museo Británico o el Museo Antiguo de Schinkel de Berlín.


Luego estaba la pureza y moderación de la arquitectura griega, sus líneas sencillas y su austera decoración, la limpia lógica de su estructura arquitrabada. Los edificios «griegos» eran más fáciles de construir y costaban menos. A Mills le gustaba afirmar que sus edificios «comparados con otros edificios públicos de un carácter parecido de cualquier lugar, mostrarán con qué economía han sido construidos, costando nada más que la mitad que otros edificios de dimensiones parecidas». También proclamaba que «tenemos los mismos principios y materiales que los antiguos para trabajar, y debemos adaptar estos materiales a los hábitos y costumbres de nuestro pueblo como ellos hicieron».


Y en la práctica, eso es precisamente lo que él y otros hicieron. Los ensayos pioneros de Mills en construcción de mampostería resistente al fuego, su concepción de la iglesia como auditorio, o el módulo estructural de una crujía con bóveda de crucería empleada para hileras de oficinas celulares en los Edificios del Tesoro, eran soluciones que venían estimuladas por las costumbres y necesidades de su país, y no arqueología obsesiva.


págs.1107-1165.“Ambientes Victorianos” 


Pág. 1107. La Edad de Oro


 Y John Ruskin (1819-1900), quizá el crítico más influyente del siglo en el mundo de habla inglesa, proclamaba que la «ornamentación es la parte principal de la arquitectura». 


 A primera vista, no había nada nuevo en ello. El énfasis en la ornamentación como la parcela específica del arquitecto se remonta a Charles Perrault (ver Capítulo 22, página 974) y la idea del arquitecto como experto en el estilo, capaz de vestir apropiadamente edificios en una variedad de trajes históricos, llevaba varias décadas en circulación cuando Ruskin publicó sus Siete lámparas de la Arquitectura en 1849. Pero <<> y <«estilo>>> habían sido tópicos para el dogma en la primera fase de la arquitectura moderna. Tanto los neoclásicos como los neogóticos sostenían, un poco interesadamente, que el ornamento crece de manera natural aparte de la estructura. Y ambos defendían su rama particular de diseño en términos doctrinarios, reivindicando para ella la idoneidad racionalista o ética. Para Durand y los progriegos como Robert Mills, la belleza arquitectónica residía en tratar de forma lógica y económica el programa del edificio tal como se expresaba en los principios inmutables del clasicismo. Para Pugin y los ecclesiologistas, la forma constituía un contrato de creencias, y el vehículo formal correcto para un modo de vida cristiano no podía ser otro que el correcto replanteamiento del  gótico inglés. Ruskin compartía estas enérgicas justificaciones de la práctica arquitectónica. Medievalista convencido, predicaba contra el engaño estructural y los efectos obtenidos deshonestamente. Y concebía la belleza como inseparable de la virtud: sólo las personas buenas y virtuosas podrían construir bellamente. 


Pero la actitud que se impuso en la época victoriana, así llamada por la gran reina que ocupó el trono de Inglaterra durante sesenta y tres años, tendía cada vez más a alejarse del dogma y del juicio moral. El hábito de la primera mitad del siglo de intentar consagrar éste o aquél estilo del pasado a partir de algún impulso purista derivó ahora en una experimentación más inventiva, más impura. La arqueología fue arrinconada por una vigorosa fantasía; el dogma, por aquello que a los victorianos medios gustaba llamar sensibilidad. Muchos arquitectos prácticos y teóricos estaban de acuerdo en que aquella época debía tener su propia arquitectura. Pero el lenguaje moderno debe basarse en lo que ha ocurrido antes. No se puede calibrar el progreso más que en una escala conocida. No era cuestión de inventar algo sin precedente. El Crystal Palace era un fenómeno, una creación maravillosa para un momento muy especial. Nunca podría ser el punto de partida para una nueva arquitectura porque no tenía lazos con el pasado; por lo tanto, era incomunicativo en un plano general. Su diseñador, Sir Joseph Paxton (1803-1865), construyó a continuación chateaux historicistas para los Rothschild. 


Pero progreso también significaba mejora, y la forma de mejorar los estilos históricos no era resucitarlos individualmente, en algún punto ideal de su existencia o a través de alguna respetuosa destilación de su experiencia, sino confeccionar ensamblajes creativos, diseños mixtos de virtuoso. El connaisseur podría aún detectar las fuentes, los motivos ensamblados, pero la totalidad sería original, y la prueba de talento se basaría en criterios estéticos, no racionalistas ni éticos. 


Para nosotros, todo lo anterior no es irrelevante. Si contemplamos la arquitectura victoriana en abstracto, fuera de su discurso histórico, mucho de ella puede extrañarnos como algo apiñado, sobrecargado, en ocasiones casi perversamente feo. Pero si tenemos en mente la premisa bajo la cual trabajaban muchos arquitectos prácticos, esta tremenda efusión de grandes edificios públicos y de viviendas de clase media que se da entre las décadas de los cincuenta y los ochenta, debe saludarse como uno de los periodos más exuberantes y fértiles de la arquitectura occidental. 


 

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