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MULLER, Alfred B.

MULLETT, Alfred B.

  • Arquitecto
  •  
  • 1834 - Tunton. Reino Unido
  • 1890 - Washington. Estados Unidos

KOSTOF, Spiro., Historia de la arquitectura. Alianza Editorial. Madrid 1988. Tomo 3


págs.1107-1165.“Ambientes Victorianos” 


pág.1128. La América victoriana.


Pero estando la Unión segura al fin, después de la ruinosa guerra, esta ficción era lo que necesitaba para construir su imagen como la de un ambicioso poder internacional. Los modelos creíbles eran los estilos oficiales de Paris y Londres —Segundo Imperio y Alto Gótico Victoriano, respectivamente—. El gobierno federal daba ejemplo en la propagación de una pomposa arquitectura pública. Los trabajos de construcción de Washington la resumían muy bien, comenzando por la conclusión del Capitolio de los Estados Unidos bajo las órdenes del Presidente Lincoln. La gran cúpula de Thomas U. Walter (1855-1865) captaba el espíritu de la expansiva visión de L'Enfant. También era el primer signo de la preferencia oficial por el sobrecargado clasicismo del Paris del Segundo Imperio. El estilo encajaba con la ostentosa monumentalidad que ahora se creía necesaria para distinguir la presencia federal. 


El Arquitecto Supervisor de los años de la postguerra, Alfred B. Mullett (1834- 1890), era perfecto para aquel estado de ánimo. Había viajado a Europa al final de la década de 1850 y con toda probabilidad había contemplado los ricos efectos plásticos de la gruesa capa ornamental del nuevo Louvre, Su Ministerio de Estado, Guerra y Marina, al oeste de la Casa Blanca, con sus diez acres de espacio construido y sus 553 habitaciones, se convirtió en el mayor edificio de oficinas del mundo.


Exteriormente, las crujías columnadas de orden dórico romano estaban dispuestas interminablemente en tres niveles sobre una planta baja rusticada; pabellones salientes pedimentados rompían este enorme bloque, y un alto tejado de mansarda lo coronaba. Había un gran uso estructural y decorativo del hierro, y antes de que estuviera acabado en 1888, se le incorporaron los últimos avances tecnológicos, incluyendo la luz eléctrica y el teléfono. El pasmoso coste fue de 10 millones de dólares.


El esplendor público también se extendió a los cuarteles generales de la enormemente desarrollada burocracia federal a nivel estatal. Las casas de aduanas, los tribunales y las oficinas de correos, así como los hospitales militares cuya ausencia fue lamentada amargamente durante la guerra, con instalaciones para veteranos y sus familiares, se distribuyeron como donaciones federales. Eran costosas estructuras de escala mucho mayor que las ciudades apenas nacientes, y estaban concebidas para estimular el orgullo local y celebrar la devoción a la Unión. Muchos fueron a las ciudades del Oeste que comenzaba a despertar. Durante su construcción salían a la luz casi anualmente escándalos de corrupción y despilfarro.


Era ésta una arquitectura de enmarques y repeticiones obsesivas. Las unidades individuales no eran en si mismas muy diferentes de las del revival renacentista, pero ahora el plano del muro estaba ocultado por la multiplicación implacable de las crujías y por la rígida y reiterativa colección de columnas, dinteles y cornisas que calzaban a los vanos y producían el efecto de un laborioso apilamiento. La aspiración del edificio era ser un «masivos». Si el resultado final es visto como «neo-barrocos», ello se debe a la inflación de medios renacentistas. Lo que falta es la llamarada cinética del auténtico barroco que da energía a la masa y arrastra a las unidades a un conjunto modulado. Un montón de pequeñeces rotos, llamaba a la oficina de correos de Nueva York, de Mullett, un arquitecto de la generación anterior, y no es difícil comprender lo que quería decir.


Pero estos montones ricos y abundantes que ocupaban espacio y sobrecargaban el ojo satisfacían a las pasiones imperiales de lo que en otro tiempo era una república arcádica: esto, junto con el gusto por la variedad y la complicación por sí mismas. El medievalismo policromo del alto gótico victoriano, alimentado por la influencia de los escritos de Ruskin, respondía a estos mismos intereses. Era el estilo de la Academia y de la Iglesia. En manos de W. A. Potter (1842-1909), que sucedió a Mullett como Arquitecto Supervisor, el gótico ruskiniano también afecto a los programas constructivos federales durante algún tiempo.


 

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