Imprimir

TOCQUEVILLE, Alexis de

  • Jurista, político e historiador
  •  
  • 1805 - Verneuil-sur-Seine. Francia
  • 1859 - Cannes. Francia

CURTIS, W.,La arquitectura moderna desde 1900. Edit. Phaidon. Hong Kong, 2006.


págs.685-689. Cualesquiera que sean los valores que asignemos a la arquitectura moderna, lo que está claro es que tiene el carácter de una transformación importante. En una mirada retrospectiva, la modernidad surge como una intervención radical en el proceso histórico mundial; su ambición universalizadora se remonta hasta la Ilustración. Al igual que la versión que ofrecía Tocqueville de la Revolución Francesa, usaba <> y <>, creando así <>.


---


BENEVOLO, L., Historia de la arquitectura moderna. Edit. Gustavo Gili. Barcelona, 1987.


Págs.14-60. 1ªPARTE. LA FORMACIÓN DE LA CIUDAD INDUSTRIAL. “La Revolución Industrial y la arquitectura (1760-1830)”


Pero ha sido señalado cómo la teoría del idealismo inglés refleja, más bien, el estado de la economía antes de 1760, cuando la industria daba los primeros pasos y cada uno de sus elementos -hombres, capitales, herramientas, etc.-, poseía una elevada fluidez, en tanto que las exigencias de organización eran relativamente tenues. Es decir, la teoría liberal infravalora los aspectos organizativos del mundo que está naciendo de la revolución industrial, y se orienta, más bien, a desmantelar antiguas formas de convivencia, de manera violenta y de un solo golpe en Francia, por evolución insensible en Inglaterra; sólo más tarde aparece clara la necesidad de sustituirlas por nuevas y apropiadas formas de organización.


El tono de las teorías sociales y económicas se mantiene en Francia de forma todavía más abstracta, debido a la abolición de toda vida política espontánea, y del malestar social que hará inevitable, al cabo de poco tiempo, la Gran Revolución.


Tocqueville escribe:


 “El propio tipo de vida de los escritores les inclinaba en materia política a enamorarse de las teorías generales y abstractas, abandonándose por completo a ellas. Alejadísimos de la práctica, no existía experiencia alguna que pudiese intervenir como correctivo de su fuga espontánea... en consecuencia, llegaron a ser mucho más vehementes en su espíritu innovador, más ávidos de sistemas y principios generales, más menospreciadores de la antigua prudencia, más confiados en su raciocinio individual de lo que suelen serlo. comúnmente, los autores de los tratados de especulación política; [la Revolución, en su primera fase], fue llevada, a su vez, con el mismo espíritu que había animado tantas disertaciones abstractas sobre el arte de gobernar: idéntica simpatía por las teorías generales, por los sistemas legislativos completos y coronados por una exacta simetría entre las normas, el mismo abandono de los datos reales, la misma fe en la doctrina, la misma tendencia hacia la originalidad, hacia la sutileza, hacia la novedad de las instituciones, igual deseo de establecer, de una sola vez, la totalidad de nuevo estatuto a partir de los dictámenes de la lógica y según un único plan, en lugar de tratar de ir corrigiendo cada una de sus partes”....


... Un proceso similar de polarización de la estructura social se está ya llevando a cabo, desde hace algún tiempo, en Francia, bajo el ancien régimen; como dice Tocqueville: «El poder central... ha llegado a destruir todos los poderes intermedios, y no existe nada más entre aquél y los individuos, que un in menso espacio vacío.»


Por ahora, en este espacio se enfrentan dos principios abstractos, el de la libertad y el de la autoridad, y, como acontece en el debate teórico, súbitamente se interfieren mutuamente debido a que falta la resistencia de una estructura intermedia.


 No se conforma todavía el pensamiento moderno con esta alternativa y pretende obstinadamente una integración entre libertad y autoridad, que convierte las nociones abstractas y opuestas en realidades concretas y complementarias. Se trata de rellenar poco a poco el “espacio vacío” de Tocqueville con nuevas instituciones que tengan en cuenta las variaciones de las condiciones económicas  y técnicas, de aplicar el mismo espíritu de búsqueda sin prejuicios, que ha proporcionado tantos éxitos a las iniciativas privadas, a los problemas de coordinación y de equilibrio entre las propias iniciativas; de aprender a colocar las diversas opciones en los tiempos y a las escalas oportunas, para lograr un máximo de libertad con un mínimo de ligaduras.


En el ámbito político este intento toma el nombre de democracia, en el ámbito económico toma el nombre de planificación; las esperanzas de mejorar el mundo que la revolución industrial está transformando dependen de esta posibilidad que da ahora sus inciertos primeros pasos, continuamente expuesta al peligro de anquilosarse en decisiones autoritarias, o de disolverse en el mar de las iniciativas privadas. La arquitectura moderna surge cuando la actividad constructiva se siente atraída por la evolución de esta búsqueda.


Proseguiremos en los capítulos siguientes el difícil y no lineal camino de la arquitectura a través de las vicisitudes de la sociedad industrial, partiendo de la privilegiada posición de alejamiento donde se encuentra, por el momento, sistematizada, hasta volver a tomar contacto con los problemas concretos y ocupar su lugar, con plena conciencia, en la obra de reconstrucción de la sociedad contemporánea.


d.- Los progresos técnicos en la construcción de edificios comunes.


Existe gran cantidad de información sobre las construcciones de gran envergadura, pero sin embargo, escasean datos suficientes para enjuiciar los cambios de la técnica constructiva en las edificaciones corrientes y viviendas que la revolución industrial va amontonando en torno a las ciudades.


Corrientemente se tiene la idea de que los métodos constructivos han permanecido invariables (en la historia de la urbanística de Lavedan: «podemos encontrar un número considerable de progresos técnicos en el origen de las transformaciones industriales, pero ni uno, por así decir, tiene que ver con las viviendas: en el siglo XIX, se construye como en el XVIII o como en el Medievo» e incluso se tiene la idea, partiendo de las denuncias realizadas por los higienistas y por los reformadores sociales del siglo XIX, de que la calidad de las viviendas ha empeorado como consecuencia de la prisa de las exigencias de la especulación. Probablemente, ambos tópicos sean ciertos.


El espíritu enciclopedista del XVIII orienta su curiosidad hacia todo tipo de aplicaciones técnicas, con independencia de la importancia que la cultura tradicional asigne a cada una. Arquitectos célebres se ocupan de modestas invenciones, como Boffrand que perfecciona la amasadora de cal, y Patte que inventa dispositivos para disminuir los riesgos de incendio. La Encyclopédie (1751-1772) publica, en extracto, los artículos relativos a la técnica constructiva corriente, con vistas a mejorar la preparación de los constructores.


Mientras tanto cambia, por diversos motivos, el empleo de los materiales tradicionales. Se producen industrialmente ladrillos y madera para las obras, de mejor calidad, y la red de canales permite el transporte con poco gasto, deshaciendo así las diferencias de aprovisionamiento entre un sitio y otro.


Se generaliza en este período el uso del vidrio para las ventanas, en lugar del papel (a fines del siglo XVIII aún existían en Francia las corporaciones de los châssessiers, que se dedicaban a poner papel parafinado en las ventanas) y de la pizarra o arcilla cocida para los tejados, en vez de la paja. Se usa en gran cantidad hierro y fundición, allí donde es posible hacerlo: en los accesorios de los cerramientos, en las barandillas, en las verjas y, a veces, también en la estructura portante .


Los forjados de los edificios comunes están sostenidos, normalmente, por vigas de madera, dispuestas de varias maneras. J. B. Rondelet (1743-1829), en su Traité de 1802, compara el hierro dulce a la madera, afirmando que el primero puede usarse sustituyendo al segundo. De todas formas, el hierro en vigas, de sección rectangular, no es apto, evidentemente, para sustituir a la madera, porque la mayor rigidez no compensa el mayor peso. Prosigue: «Para no tener que emplear gruesas barras, se ha pensado en una especie de cuchillos o armaduras, que proporcionan al hierro mayor rigidez, aumentando su fuerza en proporción geométrica al peso» y describe un sistema ideado por M. Ango, formado por la asociaciones de dos barras, una ligeramente arqueada y la otra tensa como una cuerda bajo la anterior:


Los comisarios nombrados por la Academia Real de Arquitectura para examinar un forjado de 19 pies de largo por 16 de ancho, realizado según este método en Boulogne, cerca de París, se expresan del siguiente modo con fecha 13 de julio de 1785: «Lo hemos encontrado muy sólido, sin grietas y estable ante cualquier presión que se haga saltando sobre él.» Pueden encontrarse los detalles en la Encyclopédie, buscando los artículos bóvedas y forjados de hierro. Su informe termina del siguiente modo: «Es de desear, por tanto, que el método de M. Ango sea llevado a la práctica por todos los constructores, a fin de que un gran número de ejemplos venga a confirmar la buena opinión que nos hemos formado en la prueba que relatamos.»


Rondelet confirma este parecer con sus cálculos y da el diseño de un forjado de hierro con relleno de ladrillos, de 20 pies de luz. «El resultado de estos experimentos es que los cálculos que hemos expuesto pueden ser aplicados a todo tipo de armadura, tanto para bóvedas como para forjados de hierro o cualquier otra obra del mismo tipo».


En 1789, N. Goulet prueba un sistema análogo en una casa de la rue des Marais, especialmente con la idea de evitar los incendios: dispone, entre las vigas de hierro, bovedillas de ladrillos huecos, y sustituye los tradicionales parquets con un solado cerámico. Recomienda también que se sustituya la madera de puertas y ventanas con hierro o cobre.


Pero la crisis económica que  sigue a la Revolución Francesa interrumpe estos experimentos. No hay manera de encontrar materiales, y en 1793 el arquitecto Cointreaux envía una Memoria a la Convención, pidiendo que se prohíba el uso del hierro en la construcción, excepto en las cerraduras.


En el siglo XIX vuelven los intentos de usar el hierro en los forjados; pero sólo se llega a una solución satisfactoria en cuando las fábricas comienzan a producir industrialmente las vigas de hierro de doble T. Desde este momento los forjados de hierro sustituyen paulatinamente a antiguos tablados de madera.


Es preciso que tengamos también en cuenta la marcha de los precios. Los materiales de construcción se abaratan casi a das partes, una vez pasadas las perturbaciones de las guerras napoleónicas; así es posible usar en construcciones populares los materiales anteriormente reservados a las construcciones para las clases superiores. Los salarios de los trabajadores van en constante aumento: también este hecho contribuye al progreso técnico, puesto que los contratistas reciben de agrado cualquier invento que permita justificar la ejecución y ahorrar mano de obra aunque sea aumentando, eventualmente los costes de los suministros.


En conjunto, las casas de la ciudad industrial son más higiénicas y confortables. Naturalmente, existen grandes diferencias de lugar a lugar y época a época; como ha sucedido siempre, se construyen también tugurios , inhabitables, descritos con vivos colores por las encuestas inglesas y francesas entre 1839 - 1850.


Al valorar estas descripciones es preciso no perder de vista que, las peores construcciones dependen de circunstancias excepcionales, como ocurre en Inglaterra durante las guerras napoleónicas. Por otra parte, si las quejas por las malas viviendas son más frecuentes en esta época, no es tanto porque su calidad sea peor que antes, sino porque se las compara a un standard cada vez más elevado. El aumento del nivel de vida y la nueva mentalidad vuelven intolerables inconvenientes aceptados como inevitables un siglo antes.


 La garra de las encuestas de Chadwick o del conde de Melun está en la convicción de que las miserias constatadas no son un destino inevitables, sino que pueden eliminarse usando los medios de que se dispone. Como indica Tocqueville, «el mal que se toleraba pacientemente como inevitable, parece imposible de soportar desde el momento en que nos hacemos a la idea de que podemos escapar de él».


 Para emitir juicio justo sobre las casas donde habitaron las primeras generaciones industriales será necesario que distingamos la calidad del edificio aislado y el funcionamiento del barrio y de la ciudad; la edificación paleoindustrial entra en crisis, sobre todo, desde su vertiente urbanística, como se verá en el capítulo siguiente.

Subir