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HEINE, Heinrich

HEINE, Heinrich

  • Poeta y ensayista
  •  
  • 1797 - Düsseldorf. Alemania
  • 1856 - Paris. Francia


BENEVOLO, L., Historia de la arquitectura moderna. Edit. Gustavo Gili. Barcelona, 1987.


Págs. 157-174.“Los intelectuales y el público frente al nuevo ambiente 


En las épocas anteriores la ciudad industrial era una cosa limitada, mensurable y relativamente inmóvil; se podía, por ello, reflejarla más fácilmente en una representación unitaria e intuitiva. Cualquiera que construyera un edificio podía concebirlo en relación con toda la ciudad y si la actividad de cada constructor estaba guiada por una misma sensibilidad, la unidad del conjunto quedaba garantizada con el tiempo, sin que fuera menester la intervención de una planificación reflexiva.


Por las cantidades ahora en juego – numero de habitantes, número de casas, kilómetros de calles etc – son mucho mayores y escapan a la posibilidad de representación directa.  Londres, Paris, Viena han crecido de tal forma que nadie es capaz de verlas en su conjunto desde ningún punto, ni de atravesarlas de punta a punta de una sola vez,  ni siquiera de reconstruir una imagen completa en la memoria,  aunque las hubiera recorrido sin dejar un solo rincón. La velocidad de crecimiento ha aumentado mucho, y nadie puede hacerse idea de los nuevos desarrollos, si no es considerándolos por etapas; los propios habitantes se maravillan de tanto en tanto, de las imprevistas transformaciones del aspecto de la ciudad. También hoy, quien viva en una gran ciudad se verá continuamente sorprendido por el espectáculo de los nuevos barrios, que no ha tenido tiempo de ver en construcción, por la transformación de los viejos ambientes tradicionales, sin  haberse podido dar cuenta de las fases del cambio, y tendrá la inquietante sensación de haber quedado atrás, en su propia experiencia, respecto a la vida de la ciudad. Sólo un gran poeta a mediados del siglo XIX, advierte este cambio en términos explícitos y lo expresa en el célebre dístico:


Les vieux Paris n´est plus: la forme de une ville change plus vite, hélas, que le coeur d´un mortel.


(Ya no existe el viejo Paris; la forma de una ciudad cambia más rápido; !ay! que el rorazón de los mortales)


En el pasado, el ritmo de la vida de una ciudad se presentaba más lento y estable que el ritmo de la vida humana y los hombres encontraban en la ciudad un punto de apoyo y referencia para su experiencia: ahora sucede lo contrario y aquel punto de apoyo se desploma, porque el rostro de la ciudad parece más caduco que la memoria humana.


Este cambio – que en la práctica exige el abandono de los antiguos sistemas de control intuitivo y su sustitución por un plan organizado de intervenciones – es considerado por los escritores de la época como una limitación negativa, desconcierta su capacidad de representación y es quizá el motivo principal de su desdeñoso rechazo. 


El tema de la gran ciudad inquieta particularmente a la literatura del siglo XIX: la metrópoli -Londres para los ingleses, Paris para los franceses – inspira a los escritores alternativamne un furioso rechazo y una atracción morbosa.


 Ya en 1726 Defoe escribía sobre Londres “¿Hasta donde se extenderá esta ciudad monstruosa? ¿Dónde debe colocarse su línea de límite o de circunvalación?”


 Cuando Heine llega a Londres en 1828 su impresión es ésta:


“He visto la cosa más extraordinaria que la tierra pueda mostrar al alma estupefacta; la he visto, y todavía estoy aturdido… aún permanece en mi memoria aquella selva petrificada de casas y, en medio, el rio impetuoso de vivaces rostros humanos, con todo el arco iris de sus pasiones, con toda su prisas desesperada… Esta desnuda seriedad de las cosas, esta uniformidad colosal, este movimiento mecánico, este aire de tedio en la misma alegría, este Londres desorbitado, que oprime la fantasía y destroza el corazón”


 También en esta ocasión la visión de un poeta, con todo, es más penetrante que la de sus contemporáneos: Heine se da cuenta de que la grandiosidad de Londres no resulta de una imagen arquitectónica, en el sentido tradicional, sino que deriva de la repetición indefinida de elementos a escala humana: “Esperaba grandes palacios y no vi mas que barracas. Pero es precisamente su uniformidad y su cantidad incalculable, las que dan tal impresión de grandiosidad”.


 Para Balzac, Paris es “el gran cáncer humeante que se extiende por las orillas del Sena”, o la ciudad de las mil luces, la capital del placer. Es difícil que un escritor de esta época sea objetivo y equilibrado, se habla de una gran ciudad y, de hecho, se desconoce la realidad, se la sustituye por una imagen mítica, teñida por el oro del entusiasmo o el negro de la desconfianza.


 

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