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Hassan FATHY

FATHY, Hassan

  • Arquitecto, Filósofo
  •  
  • 1900 - Alejandria. Egipto
  • 1989 - El Cairo. Egipto
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MIDANT Jean Paul. Dictionaire de l´Architecture du XX siécle. Hazan. Institut Français d´Architecture. Turin, 1996.


pág. 286. "Arquitecto establecido en Egipto y activo en este país de 1928 a 1989. Inicialmente tiene una formación de ingeniero agrónomo. Entra en 1920 en la Escuela Politécnica de El Cairo donde obtiene en 1926 el título de arquitecto. Después de su primer empleo en el seno de la administración de los municipios (1926-30) obtiene un puesto de profesor en la Escuela de Bellas Artes de El Cairo, puesto que ocupa hasta 1946.


 Fathy remarca en su planteamiento arquitectónico, los problemas ligados a la importación de tecnologías extranjeras y la imposición de las mismas, en un territorio en el que dichas técnicas son ajenas, especialmente en el campo de la vivienda. Lo que se concebía en Europa como modelos de bajo coste, podían ser inadecuados cuando se construían en otro sitio. En Egipto por ejemplo, el filósofo /arquitecto Hassan Fathy, descubrió que los conjuntos de viviendas con estructura de hormigón construidos por el gobierno en la década de 1950, tenían tendencia a ser más caros en cuanto a dinero, costes de transporte y salarios que los métodos locales tradicionales de autoconstrucción, estando además en desacuerdo con los modos de vida no occidentales. En su libro Architecture for the Poor, an Experiment in Rural Egypt (1973), resumía su postura crítica de las tres décadas anteriores, indicando que los métodos de constructivos de mano de obra intensiva y que usaban los materiales locales eran la respuesta evidente.


 Fathy expresaba sucintamente su escepticismo sobre la arquitectura moderna.La modernidad no significa necesariamente vitalidad, y el cambio no siempre es a mejor… La tradición no está necesariamente pasada de moda y no es sinónimo de estancamiento….”. La crítica de Fathy a la industrialización y a las reformas que la acompañan, iba, pues a lo básico. El arquitecto simplemente rehusaba aceptar los mitos del progreso y afirmaba que en la mayoría de las circunstancias del Tercer Mundo, los campesinos podía construir para sí mismos mejor que cualquier arquitecto; argumentaba que cada familia individual debía construir para satisfacer sus propias necesidades, empleando para ello la sabiduría de la tradición en vez de los caros caprichos profesionales. Esto sonaba bastante convincente hasta que se plantearon los problemas de las grandes cantidades de gente pobre que vivía en las ciudades. No sólo la tierra se convertía en un bien valioso que debía reservarse a fines agrícolas, sino que las densidades crecientes de población en ciudades como Elcairo, requerían nuevas soluciones que usasen materiales como el hormigón y el ladrillo industrial. No cabe duda de que la idealización romántica que hacía Fathy de los campesinos formaba parte de una búsqueda ideológica más amplia de las raíces nacionales.


 Pero había lugares en el mundo que estaban más alejados de las llamadas “normas” de la civilización industrial, que eran más introvertidos, y cuya vida social y económica se apoyaba más en la base rural; en estos casos, era probable que la continuidad con las tradiciones vernáculas locales fuese más fuerte. Esta era precisamente la clase de “integridad” que Fathy admiraba y que había intentado (sin mucho éxito) oponer a las fuerzas de la rápida modernización en Egipto."


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CURTIS William. J. La arquitectura moderna desde 1900. Edit. Phaidon. Hong Kong, 2006.


Págs.371-391. “Internacional, nacional y regional: La diversidad de una nueva tradición”


"Irónicamente el cubo encalado y la estructura de hormigón estaban destinados a unirse – no como parte de cierta regeneración cultural, sino en una forma devaluada, para formar parte habitual de los contratistas y los promotores inmobiliarios en los años de posguerra. Ya en la década de 1930 surgió una especie de estilo vernáculo costero en torno la mediterráneo, desde Tel Aviv y Alejandría en un extremo, hasta las nouvelles villes (las nuevas ciudades, construidas por los colonos fuera de los centros tradicionales) de Marruecos y Argelia en el otro. Entre quienes era sumamente críticos con la situación estaba el arquitecto egipcio Hassan Fathy, que consideraba el “Estilo Internacional”, simplemente como otra intrusión extranjera más en el ya fragmentada y colonizada cultura de su propio país. Lejos de entender la “modernidad” como un instrumento de liberación universal, los críticos como Fathy la veían como una fuerza destructiva que estaba reduciendo el mundo entero a una uniformidad vacua. Fathy entendía también que las ventanas anchas, la construcción de hormigón y las cajas externas de la arquitectura moderna no tenían sentido en un clima extremadamente caluroso y en sociedades con antiguas tradiciones de patios que constituían dispositivos ya comprobados para evitar el sol y resolver la privacidad. La postura de Fathy se articulaba mediante un ideal “faraónico”; la idea de volver a los fundamentos de la cultura egipcia, plasmados en la tradición vernácula del barro de la parte meridional del país. Su esperanza era regenerar la arquitectura desde el principio alentando a los campesinos a construir ellos mismos, con formas y técnicas que fuesen baratas y hubiesen soportado la prueba del tiempo."...


págs. 635-655. "Lo universal y lo local. Paisaje, clima, cultura" 


..."En los últimos años, la cuestión de qué constituye una región o una nación se ha vuelto todavía más confusa. Y es que éste ha sido un periodo caracterizado por la estandarización mundial de productos, imágenes, modas con ideas, por un lado, y por un pluralismo cada vez mayor de identidades, facciones, confederaciones y fidelidades territoriales, por otro. Algunas de estas reagrupaciones se han producido con independencia de la estructura previa de los estados nacionales, y otras han tratado de equilibrar el cosmopolitismo de la nueva clase de megalópolis con ecos de antiguos elementos culturales (por ejemplo, Cataluña y el Ticino). Al mismo tiempo, la urbanización ha avanzado a buen ritmo y la base rural (que supuestamente guardaba el secreto de la 'esencia' de la identidad local, según pensadores como Hassan Fathy gradualmente se ha ido erosionando y despoblando, explotada por la industria agropecuaria internacional o sometida a los estragos del desarrollo extraurbano. Por el camino, la vida interior de los lenguajes vernáculos —ya sean hablados o construidos—se ha destruido aún más."...


Págs. 567- 587. “ Modernidad, tradición e identidad en los países en vías de desarrollo” 


...En las transacciones entre naciones industrializadas y en vías de industrialización había también colisiones en cuanto al modo en que los edificios se proyectaban y se levantaban. La arquitectura moderna presuponía una división del trabajo entre arquitectos, fabricantes, ingenieros y obreros de construcción, pero en muchos países ‘subdesarrollados’ había menos pasos en el proceso entre la concepción y la construcción. Así, un edificio concebido en un tablero de París podía requerir componentes importados y caros producidos en serie que dejaban completamente de lado patrones constructivos y laborales locales cuando se construía en el golfo Pérsico. Las formas resultantes estaban directamente en desacuerdo con las tradiciones seculares del oficio, en el cual se habían desarrollado métodos para manejar materiales locales. La lógica práctica en que se apoyaba el estilo regional quedaba socavada, y los delicados detalles e intuiciones de la artesanía eran reemplazados por manidos componentes constructivos industriales.


Los problemas ligados a la importación de tecnologías extranjeras se combinaban con otros relativos a la imposición de teorías sociales ajena, especialmente en el campo de la vivienda. Lo que se concebía en Europa como modelos de bajo coste podían ser inadecuados cuando se construían en otro sitio. En Egipto, por ejemplo, el filósofo/arquitecto Hassan Fathy descubrió que los conjuntos de viviendas con estructura de hormigón construidos por el gobierno en la década de 1950 tenían tendencia ser más caros en cuanto a dinero, costes de transporte y salarios que los métodos locales tradicionales de autoconstrucción, que estaban en desacuerdo con los modos de vida no occidentales. En su libro Architecture for the Poor, an Experimente in Rural Egypt (1973), resumía su postura crítica de las tres décadas anteriores indicando que los métodos constructivos de mano de obra intensiva y que se usaba los materiales locales eran la respuesta evidente. Tras comenzar a mediados de los años 1940, Fathy había dirigido un experimento en Nueva Gourna, cerca de Luxor, en el valle del Nilo, en el que había instruido al campesinado local en las técnicas nubias de construcción con tierra que usaban muros, bóvedas y cúpulas sencillas de ladrillo de barro. Estos elementos habían superado la prueba del tiempo y estaban a tono con los recursos y el clima de la región; por el contrario, las soluciones ‘modernas’ eran con frecuencia poco funcionales y encajaban mal en ese entorno en concreto. Fathy expresaba sucintamente su escepticismo sobre la arquitectura moderna:


“La modernidad no significa necesariamente vitalidad, y el cambio no siempre es a mejor […]. La tradición no está necesariamente pasada de moda y no es sinónimo de estancamiento […]. La tradición es la analogía social del hábito personal, y en el arte tiene ese mismo efecto de liberar al artista de las decisiones no esenciales que le distraigan, de modo que pueda prestar toda su atención a las que son vitales.”


La crítica de Fathy a la industrialización y a las formas que la acompañaban iba, pues, a lo básico. El arquitecto simplemente rehusaba aceptar los mitos del progreso y afirmaba que en la mayoría de circunstancias del Tercer Mundo los campesinos podían construir para sí mismos mejor que cualquier arquitecto; argumentaba que cada familia individual debía construir para satisfacer sus propias necesidades, empleando para ello la sabiduría de la tradición en vez de los caros caprichos de los profesionales. Esto sonaba bastante convincente hasta que se planteaban los problemas de las grandes cantidades de gente pobre que vivía en las ciudades. No solo la tierra se convertía en un bien valiosos que debía reservarse a fines agrícolas, sino que las densidades de población requerían soluciones como el hormigón y el ladrillo industrial. No cabe duda de que la idealización romántica que hacia Fathy de los campesinos formaba parte de una búsqueda ideológica más amplia de las raíces nacionales; su filosofía tenía un atractivo peculiar allí donde el pasado rural se idealizaba y se trataba como una fuente de mitología cultural.


Los experimentos de Fathy se realizaron en un país cuya construcción vernácula había sufrido, de hecho, graves trastornos, primero bajo el dominio otomano y luego bajo el europeo, y su programa suponía una especia de revitalización consciente de los oficios autóctonos.  En muchas zonas rurales del Tercer Mundo no era necesario tal revitalización ya que las tradiciones resistían por sí mismas. Pero incluso en esos casos la mecanización de las técnicas y los medios de producción podía afectar posteriormente a las zonas rurales más remotas, atrayendo así a los campesinos a la ciudad en busca de empleo, e introduciendo instrumentos para el ahorro de esfuerzo que interferían en la continuidad de las tradiciones artesanales rurales. El intricado tejido de mitos que escondía tras las genuinas formas vernáculas se vería trastocado por un nuevo espíritu de racionalidad. El desarraigado proletario urbano sería arrancado de sus orígenes rurales, pero al mismo tiempo se vería enfrentado violentamente al caos de la vida urbana industrializada.


Una crisis de esta índole se sintió con fuerza en lugares tan distantes como India y Brasil a comienzos de los años 1960. Los arquitectos se sentían impotentes ante ello. Ni los insulsos bloques de viviendas a bajo coste, ni el romanticismo agrario del tipo propugnado por Fathy eran de mucha utilidad para afrontar esta pobreza y este hacinamiento urbano. Extensos barrios degradados autoconstruidas con latas metálicas, cartón y desechos industriales crecían alrededor de los márgenes urbanos. En esas circunstancias, la ‘Arquitectura’-bien de cajas de vidrio o sensible a lo regional-era un lujo. No es de extrañar que las teorías urbanas reflejasen un sentimiento de desesperanza ante este caos. De hecho, se empleaba el argumento de las comunidades de ocupantes ilegales y las barriadas de chabolas proporcionaban al menos cobijo para los pobres, cosa que los organismos oficiales de la vivienda eran incapaces de hacer. En torno a El Cairo (por poner tan sólo un ejemplo), los asentamientos ilegales incluso insinuaban la figura de una nueva construcción vernácula medio industrializada que empleaba una estructura de hormigón toscamente calzada, con una cubierta plana, un patio y paredes de relleno de ladrillo y vasijas cerámicas....


... Aunque las posiciones arquitectónicas eran en parte una cuestión de sensibilidad individual, también reflejaban las aspiraciones, los mitos y las ideologías de la sociedad. Los ejemplos indios, mexicanos, turcos e iraquíes anteriormente examinados se crearon en países que se enfrentaban, cada cual, a su manera, a la cuestión de las identidades nacionales modernas. Estas identidades se formulaban sobre la base de unos ideales seculares `unificadores' para el estado nación, que trataban de conciliar e integrar diferentes religiones y grupos étnicos, diversidades regionales y geográficas, y contrastes estridentes entre los mundos rural y urbano. La noción misma de 'tradición nacional' solía significar una versión alterada del 'pasado local' en la que el colonialismo reciente se veía como una intervención ajena, pero los restos de imperios más antiguos (algunos de ellos fruto de la ocupación extranjera) se idealizaban como algo crucial para la evolución nacional. La 'modernización' suponía habitualmente la mecanización de la tecnología y una implicación mayor en la economía global fuesen la de los beneficios. Cualesquiera que eran prácticamente parte del proceso. Pero había lugares en el que el mundo que estaban más alejados de las llamadas ‘normas’ de la civilización industrial, que eran más introvertidos y cuya vida social y económica se apoyaba más en la base rural; en estos casos, era probable que la continuidad con las tradiciones vernáculas locales fuese más fuerte. Esta era precisamente la clase de ‘integridad’ que Fathy admiraba y que había intentado (sin mucho éxito) oponer a las fuerzas de la rápida modernización de Egipto. Desde esta perspectiva, la cuestión no era tanto la modificación del movimiento moderno para acercarlo a las herencias locales, cuanto el ligero ajuste de la construcción vernácula existente para adaptarla a los modos y los medios modernos...


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SUDJIC, Deyan., La arquitectura del poder. Como los ricos y poderosos dan forma a nuestro mundo.


Edit. Ariel Barcelona, 2007.


Pág. 277. “Hassan Fathy, el arquitecto egipcio más distinguido del mundo. Fathy impulsó el redescubrimiento de las técnicas de construcción autóctonas de Egipto y creó una arquitectura sensible y adaptada a las particularidades climáticas y los conocimientos técnicos locales, teniendo en cuenta las tradiciones culturales fundamentales que moldean el uso que se le da a los edificios. Con su concepto de la arquitectura de los pobres, Fathy se centró en las necesidades de los desposeídos del país en lugar de la élite occidentalizada.”


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BENEVOLO, L., Historia de la arquitectura moderna. Edit. Gustavo Gili. Barcelona, 1987


Págs. 1027-1106.”La época de la incertidumbre”  


1.- El desafio de los asentamientos irregulares.


En la búsqueda de las ‘tecnologías apropiadas’ se evidencia la oportunidad de revalorar los métodos de la construcción y losmodelos distributivos de la tradición remota, apartados por la convencionalindustrialización del pasado próximo. En este sentido, Hassan Fahti (nacido en 1900) desarrolló en Egipto una obra depionero; en la primera posguerra realiza en ladrillos crudos, con mano de obra ytécnicas tradicionales, algunos edificios aislados y un pueblo experimental cercade Luxor, Gourna, a precios más bajos de los convencionales. Esta experiencia fuedescrita en un libro de 1969, que fue traducido al francés y al inglés y aseguró alautor una amplia notoriedad. después de 1963, Fahti realiza un segundo pueblo en Bariz, en el oasis de Kharga, intenta también contribuir con la reconstrucción de El Cairo (entregando los proyectos de una manzana-muestra) y proyecta un tercer pueblo para el Festival del Nilo y un Instituto para las Tecnologías Apropiadas (al servicio de los países del Tercer Mundo) en Luxor. Su obra es muy conocida en el mundo, pero ha quedado aislada en el Egipto actual, que se moderniza con criterios totalmente opuestos.


...Los hechos y los proyectos enumerados hasta aquí levantan una cuestión de importancia general, que pone en discusión no sólo los métodos aplicados en el Tercer Mundo, sino todo el patrimonio mundial de aquellos modelos y procedimientos construidos en los últimos cincuenta años.


Los métodos de la arquitectura y del urbanismo moderno, aplicados más o menos coherentemente en todo el mundo, se convierten mayoritariamente en situaciones técnicas de lujo, para mejorar las condiciones de vida de la minoría que ya vive bien, y de hecho se escapan de las limitaciones económicas vigentes en Europa: las casas, los barrios y los servicios pueden alcanzar costes muy elevados puesto que los que no pueden pagarlos pueden ser confinados a otro lugar. Al mismo tiempo, estos métodos sirven para introducir en la ciudad irregular algunas instalaciones indispensables -la luz eléctrica a domicilio, el agua en las fuentes públicas, las escuelas, las comisarías y algunos trechos de carretera donde puedan transitar las ambulancias y los camiones militares-, que constituyen una copia reducida de las existentes en la ciudad regular y hacen definitiva la coexistencia entre ambas ciudades: protegen la regular de los peligros de su proximidad con la irregular e imponen a esta última la comparación con los standards vigentes en la primera, es decir, confirman su carácter marginal y dependiente. Los modelos convencionales de la ciudad moderna, sacados de la práctica internacional -la casa de muchas plantas, la calle para coches, las instalaciones de escuelas y hospitales-, están al mismo tiempo reservados a una minoría e impuestos como ideal inalcanzable a todos los demás, de manera que su inferioridad se mide objetivamente como una desviación de una norma reconocida.


 Esta nueva situación nos obliga a considerar de un modo distinto el desarrollo de la búsqueda arquitectónica moderna, tanto en los países ‘desarrollados’ como en los ‘en vías de desarrollo’.


 El Movimiento Modernoempezó en el segundo decenio de nuestro siglo; con su programa pretendía superar las discriminaciones producidas por la gestión urbana tradicional e interpretar objetivamente, por medio de la búsqueda científica, las exigencias de todos los ciudadanos.


La resistencia de los intereses y de las instituciones fundadas en la gestión tradicional retrasó o impidió la aplicación de sus resultados; hasta hace muy pocos años se podía imaginar una prolongación indefinida de este contraste y registrar sin preocupaciones los éxitos parciales obtenidos hasta ahora; hoy día, en cambio, el desdoblamiento de la ciudad contemporánea nos sitúa ante una alternativa global, que debe resolverse en un tiempo limitado. De hecho, existe la posibilidad de que la búsquedaarquitectónica moderna se limite al ámbito de la ciudad regular y se convierta en el instrumento para una nueva discriminación a escala mundial, abandonando su posición inicial: o bien, cabe que se proponga analizar y superar precisamente la división entre ambas ciudades y, por consiguiente, replantear sus métodos y sus alianzas, aceptando proyectarse al centro de un conflicto político mucho más radical que los encontrados hasta ahora, y no limitando a una sola nación, sino situando a escala internacional.


La división entre ambas ciudades es el fruto de aquella política de la construcción que define los estándares admisibles, refiriéndose a los modelos convencionales, europeos o norteamericanos, que no corresponden a la realidad local. Así, las casas construidas -con su propio trabajo- por los habitantes mismos son declaradas ‘abusivas’ y los habitantes no reciben ayuda alguna para construirlas mejor. En cambio, se recurre a las grandes empresas especializadas para construir una cantidad totalmente insuficiente de viviendas ‘modernas’, demasiado caras para la mayoría de la población, que se asimilan a las de los ricos y se integran en la ciudad hecha para ellos, y que serán ocupadas por los empleados y los obreros de las mismas empresas o de otras similares, ya integrados en la clase dominante en su escalón más bajo. El criterio que domina esta política es la marginación de una gran mayoría, tanto en su calidad de trabajadores, como en su calidad de usuarios, para que se puedan conservar las modalidades de producción y de consumo - los métodos industriales exclusivos, los productos fabricados y estandarizados- que garantizan el dominio de la minoría relacionada con el circuito económico internacional. La transformación de los proletarios -de trabajadores a marginados- imposibilita la estrategia contraria que fue elaborada por el proletario europeo y americano en el lugar de trabajo, cuando el desarrollo industrial exigía el aumento de la mano de obra y no, como ahora, su disminución; basta, en cambio, estabilizar a los nuevos proletarios en un asentamiento apartado y controlable, para explotarlos todavía como consumidores al margen del mercado urbano y para ocasionar una serie de conflictos internos (entre los constructores de las casas, entre inquilinos y subinquilinos, entre comerciantes y clientes, entre productores de desechos y los que los reciben, entre los que ocupan las mejores y las peores posiciones), con miras a impedir el descubrimiento y la organización de los intereses comunes. La estructura de los asentamientos, en vez de ser una consecuencia final de las relaciones de trabajo, se convierte en una condición preliminar que sostiene la jerarquía social vigente, y también el terreno de la lucha política para intentar cambiarla.


Valorando el alcance de este conflicto, la cultura arquitectónica debe plantearse una revisión de lo que se está haciendo en todo el mundo, incluyendo los países desarrollados. ¿Responde el perfeccionamiento continuo de los modelos urbanísticos y de vivienda a las necesidades de las personas, o bien define una escala de exigencias en aumento, impuestas para alimentar la expansión de la máquina industrial? ¿Sirve la renovación continua de la construcción —de los muebles a las casas y a los barrios— para que el pueblo viva mejor, o bien sirve para tenerlo perpetuamente en movimiento, difiriendo continuamente la estabilización y la reconciliación entre el hombre y su ambiente, en provecho de los intereses dominantes que se permiten la manipulación del ambiente construido? ¿Puede basarse la ordenación de un paisaje urbano —cada día más complicada y más cara— en una distribución injusta de los recursos mundiales y en el empleo de materias primas y de energía, que ya ahora no puede difundirse a escala mundial? Todo esto atañe a los fundamentos del Movimiento Moderno. La frase de Morris: “El arte en el que trabajamos constituye un bien del que todos pueden participar y sirve para la mejora de todos nosotros; en realidad si todos no participan, nadiepuede participar», se convierte en una urgente advertencia práctica: ya no esposible procurar determinadas ventajas sólo a una parte de los usuarios, puestoque entonces ya no se trata de una ventaja: en este caso los progresos» de laarquitectura causan daño en dos modos distintos, tanto a los privilegiados como alos excluidos; no se puede resolver los problemas de unos sin resolvercontemporáneamente los de otros.


 

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