En el Estadio Olímpico, comenzado en 1913, las referencias a un estilo genérico grecorromano son más fuertes que en otras obras. Basta ver los dibujos de Garnier, reproducidos en la edición del año 1919, que parecen decorados de una película histórica, poblados de atletas vestidos a la antigua.
Sin embargo, esta inspiración, heredada de los estudios clásicos, no arrastra nunca a nuestro arquitecto a lo monumental, ni siquiera a esos efectos de masa que parecen de rigor en casi todos los estadios. La altura de la pared exterior, por ejemplo, queda disimulada con un talud ajardinado, que llega casi hasta la cimera del graderío, de forma que el gigantesco conjunto se funde felizmente con el terreno circundante y al mismo tiempo se reduce a una escala humana y accesible: los cuatro accesos se subrayan sólo por medio de grandes arcos decorativos. En el proyecto original el estadio se completaba con una especie de gimnasio con pistas cubiertas y descubiertas, algunas canchas de juegos menores, una piscina y un restaurante, pero las obras se interrumpieron a causa de la primera guerra mundial y luego no se han reanudado.