COLQUHOUN Alan., La arquitectura moderna. Una historia desapasionada. Gustavo Gili.Barcelona. 2005.
Págs. 137-157.“Retorno al orden: Le Corbusier y la arquitectura moderna en Francia, 1920-1935”
Edificios públicos. A finales de la década de 1920 y principios de la de 1930, Le Corbusier proyectó una serie de importantes edificios públicos, entre ellos dos propuestas de concurso no construidas (la sede de la Sociedad de Naciones en Ginebra, de 1927, y el Palacio de los Sóviets en Moscú, de 1931) y dos edificios realizados (el Centrosoyus en Moscú, de 1949-1935. y la Cité de Refuge, sede del Ejército de Salvación, en Paris, de 1929-1933). En estos edificios, Le Corbusier adoptó un planteamiento muy distinto al de sus casas. En lugar de incluir las irregularidades funcionales dentro de un exterior platónico, el edificio se rompe en sus partes componentes, que consisten principalmente en pastillas lineales (que contienen módulos repetitivos, como oficinas) y volúmenes centralizados (que contienen espacios de reunión pública). Y luego estos elementos se vuelven a componer libremente de tal modo que tienden a escaparse y multiplicarse, formando en conjunto pequeñas ciudades. En la ciudad ideal de Le Corbusier, los edificios públicos llevan una existencia bastante misteriosa e insegura.
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La situación es muy distinta cuando, en 1927, la Sociedad de las Naciones abre el concurso para su palacio cerca de Ginebra. Llegarán 377 proyectos, provenientes de todas las partes del mundo; entre los que concurren se encuentran H. Meyer y H. Wittwer, A. Fischer-Essen, el holandés Wijdeveld y, con un esfuerzo particular, los franceses Le Corbusier y P. Jeanneret. Representan, sin embargo, una exigua minoría en un mar de proyectos neoclásicos, pero las condiciones del debate y las probabilidades de afirmación han cambiado, ya que el jurado comprende, junto a los académicos J. Burnet, C. Gato; Ch. Lemaresquier y A. Muggia, algunos maestros de la pasada generación, como Berlage, Hoffmann, Moser y Tengbom, capaces de comprender la continuidad entre sus experiencias y las de los jóvenes maestros de la posguerra. Horta, presidente del jurado, es el artista más refinado art nouveau, aún siendo el menos apto para comprender el nuevo curso de la arquitectura europea.
El proyecto de Le Corbusier es el de mayor esfuerzo realizado hasta entonces por el infatigable maestro francés (fig. 543). Somete el áulico tema del consabido análisis funcional: «Un Palacio de Naciones alberga en todo caso, cuatro tipos de actividades: una actividad cotidiana: el Secretariado general con la biblioteca; una actividad intermitente: las pequeñas comisiones sin público y las grandes con público; una actividad trimestral: el Consejo de Naciones; una actividad anual: la Asamblea General de Naciones».
Estas actividades deben lógicamente situarse en órganos distintos: por lo tanto, Le Corbusier proyecta un sistema articulado de pabellones bien distribuidos sobre el terreno, en ligero declive hacia la orilla del lago. El riguroso análisis funcional («el problema bien planteado») le permite, entre otras cosas, moverse con notable libertad en un área que los demás consideran demasiado estrecha y mantener el coste dentro de unos límites modestos. Aprovecha inteligentemente el paisaje boscoso, dominado por la extensión horizontal del lago, para evitar los patios cerrados y permitir amplias y relajantes vistas desde cada local.
Las soluciones arquitectónicas no son siempre muy felices y, ciertamente, no están a la altura de otras obras contemporáneas del maestro; le perjudica, sobre todo, el querer conservar algunos ejes de simetría en un organismo de tendencia asimétrica, como en ciertas obras últimas de Berlage. Pero el proyecto tiene valor sobre todo por su inmediata eficacia demostrativa; hace comprender al gran público que el método del análisis funcional puede aplicarse con éxito incluso a un conjunto representativo, que los espacios se hacen más cómodos, la circulación se simplifica y los costes disminuyen, que las dificultades debidas a los vinculas ambientales —obstáculos insalvables con los criterios de composición tradicionales— se vuelven superables, e incluso son ocasión para un enriquecimiento formal, con los criterios mucho más dúctiles de la nueva arquitectura.
En el jurado Berlage, Hoffmann, Moser y Tengbom defienden este proyecto, mientras que los cuatro académicos lo atacan. Parece que va a obtener el primer premio, pero las dudas de Horta impiden que se llegue a un veredicto claro y se premian, ex aequo, nueve proyectos de tendencias muy diferentes, entre los que se encuentra el tan discutido de Le Corbusier. Mientras tanto, por insistencia de los académicos se propone un nuevo terreno más alejado del lago y se invita a los concursantes a presentar nuevos proyectos. Le Corbusier y P. Jeanneret adaptan el suyo a la nueva área y lo empeoran, destrozando la unidad primitiva en tres pabellones demasiado distantes (para el Secretariado, la sala y la biblioteca), cada uno perfectamente simétrico.
Por fin prevalecen los académicos y cuatro de los nueve premiados reciben el encargo de construir el palacio. Muchas de las propuestas funcionales y distributivas de Le Corbusier serán aceptadas en el proyecto de ejecución: la agrupación de las pequeñas comisiones en el organismo del Secretariado y de las grandes comisiones a los lados de la sala, la configuración lineal del Secretariado, el tejado-jardín encima de la sala; incluso la planimetría definitiva tiene un innegable parecido con la del segundo proyecto de Le Corbusier, exceptuando la orientación invertida. El maestro francés polemiza ásperamente e intenta incluso las vías legales. A distancia de tiempo este incidente resulta muy instructivo para la historia de las relaciones entre el Movimiento Moderno y el público. La demostración de Le Corbusier, que se apoya en las ventajas funcionales, objetivas y controlables, no se ha perdido ni para sus adversarios, pero fue aceptada por partes separadas: «si» a las ventajas funcionales, «no» al nuevo lenguaje arquitectónico que éstas comportan.
Aunque el concurso de la Sociedad de las Naciones se resolvió en la práctica con la denota de los arquitectos modernos, dio sin embargo el golpe de gracia, moralmente, al prestigio de la academia. Enfrentados a un problema concreto, los arquitectos académicos se demostraron incapaces de resolverlo de manera satisfactoria. Terminaron por revestir de formas pseudoclásicas un organismo funcional tomado en préstamo; así, al aislar la consistencia real de su aportación, demostraron su vanidad, pues no lograron hacer un edificio hermoso, ni siquiera regular.
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págs.1211-1262. “Arquitectura y Estado . Los años de entreguerras”
pág. 1222. Tradicionalistas y modernos.
El movimiento era internacional. Sus partidarios se asociaban entre sí, formaban grupos supranacionales, publicaban revistas, escribían libros y panfletos y montaban exposiciones en las que mostraban al público mediante formas construidas lo que tenían en mente. Sus lideres eran grandes propagandistas. Buscaban la confrontación con lo establecido, especialmente en el contexto de las ferias y competiciones mundiales. En tres de estas competiciones abiertas -para el edificio del Chicago Tribune, para el Palacio del Trabajoen Rusia y para la sede central de la Sociedad de Naciones en Ginebra- presentaron proyectos que forzaban la difusión del movimiento moderno. Sus protagonistas de cuatro países -Holanda, Alemania, Rusia y Francia- guiaron el desarrollo y la propagación de este Estilo Internacional, como se denominó con el tiempo.
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Pág 519. El concurso para la Sociedad de Nacionels, 1927; la arquitectura moderna se da a conocer.
El concurso internacional para el Palacio de la sociedad de naciones en Ginebra es uno de los episodios más reveladores de la historia de la arquitectura moderna. Por primera vez arquitectos contemporáneos desafiaron la rutina de la Academia en un campo que esta había dominado durante generaciones los proyectos de edificios estatales de carácter monumental. La Academia ganó este combate concreto, pero su victoria dañó el prestigio de sus métodos.
Las rutinas convencionales se mostraban incapaces de encontrar soluciones arquitectónicas a los problemas de la organización moderna. La prueba de esa impotencia contribuyó en buena parte a quebrar la resistencia popular a las soluciones modernas.
Estuvo claro desde el principio que entre los 377 proyectos presentados, uno era especialmente importante y significativo. Los acontecimientos posteriores confirmaron ese juicio inicial.
¿Qué es lo que lo hacía importante? Pues que inesperadamente obligó a los altos funcionarios de todas partes de Europa a considerar seriamente un tipo de arquitectura que siempre había desdeñado como unanimidad estética. Durante décadas había habido un estilo establecido para los majestuosos edificios oficiales. Un estilo internacional que apenas variaba de un país a otro. La costumbre había hecho que su validez pareciese garantizada para todas las épocas y el estamento oficial recurrió automáticamente a él cuando se planteó el asunto de desubicación en Ginebra. Sin embargo, el proyecto que llamó la atención despreciaba increíblemente ese planteamiento estilístico con el fin de abordar los problemas específicos.
El programa. La idea de una sociedad de naciones la encontramos una y otra vez en la historia. Sin embargo, su realización y el establecimiento real de un centro neutral donde los representantes de todos los países pudiesen reunirse para mantener el equilibrio del mundo, era algo completamente nuevo y dio origen a una institución sumamente compleja. Sus variadas funciones requerían una división de su sede en 3 partes principales, un secretariado donde se pudiese llevar a cabo el trabajo diario de su administración un lugar de reunión para los comités de varias clases cuyas sesiones se celebran de manera intermitente y un pabellón para la sesión anual de la Asamblea General. Además de esto se necesita una gran biblioteca para todo el conjunto.
El proyecto de Le Corbusier. En el proyecto presentado encontraron la solución más compacta y mejor concebida para esas necesidades.
El secretariado, el gran edificio administrativo situado acerca de la entrada al conjunto consistía en una larga ala paralela al lago. Las filas de ventanas correderas horizontales ofrecían a cada empleado o mecanógrafo una vista, sin trabas del agua y las montañas. Había un jardín en la cubierta destinado a los periodos de descanso. El edificio tenía un esqueleto de hormigón armado y parecía flotar por encima del terreno sobre soporte retranqueados de unas fachadas no importantes. Le Corbusier había usado el mismo tratamiento poco antes y a una escala menor en la Casa Cook , en Boulogne-sur-Seine.
El gran edificio de la asamblea se adelantaba hacia el frente del lago. Dos enormes superficies de vidrio constituían las fachadas laterales. El gran salón de plenos con una capacidad de 2600 plazas estaba proyectado tomando como factores determinantes las necesidades de un gran auditorio. Debía poderse oír y ver perfectamente desde todos y cada uno de los asientos. Para asegurar esto al techo se le dio una curvatura casi parabólica. Esto fue por consejo del especialista Gustave Lyon. Pero el techo no sólo se introducía en el proyecto como una ayuda acústica se incorporaba en la forma global de la sala e influía
en ella. Le Corbusier transformó lo que se ofrecía simplemente como un recurso técnico en un medio estético. Dio un paso más en su proyecto para el edificio de las Naciones Unidas de Nueva York de 1947. En él incluyó el suelo en la curvatura total del espacio. Este habría sido el espacio interior más genial de nuestro período si su realización no hubiese resultado imposible por ciertos intereses políticos.El desarrollo posterior del salón de plenos por parte de otros arquitectos no muestra rastro alguno del inspirado dibujo de Le Corbusier es simplemente un enorme iglú.
En el tratamiento del techo Le Corbusier siguió inconscientemente el ejemplo de algunos arquitectos anteriores. Así, en la década de 1870, Gabriel Davioud usó un techo parabólico en un proyecto para un teatro con capacidad de 5.000 plazas. El Auditórium de Adler y Sullivan en Chicago, de 1887 —el más bello salón de actos de su época -- está modelado igualmente siguiendo consideraciones acústicas.
Los planos de Le Corbusier muestran un tratamiento plenamente estudiado del problema de la circulación. El problema era grave cuando había sesión de la Asamblea General, y tenía que ser posible mover con rapidez grandes caravanas de coches. Así, la entrada trasera del edificio de la Asamblea adopta la forma de una solución cotidiana para el mismo problema: los andenes cubiertos colocados entre dos vías férreas (figura 320). Pero una vez más, un recurso puramente utilitario se transmutaba en el medio expresivo. El desarrollo de ese medio de expresión puede verse 30 años después en la transformación de la articulación arquitectónica de la cubierta plana de este andén de la sociedad de naciones en la concha cóncava curvada hacia arriba que remata majestuosamente la fachada del Parlamento de Chandigarh.
En la respuesta los requisitos del secretariado simplemente como un edificio de oficinas en la necesidad de hacer posible la audición desde cualquier puesto del gran salón de plenos, en los Problemas de circulación que surgían en las sesiones generales es donde Le Corbusier y Jeanneret encontraron los incentivos para la creación artística.
El programa eludía la solución académica.
Pero fueron justamente esos requisitos los que resultaron ser impedimentos para los arquitectos que serían la conocida rutina monumental. Los requisitos de un nuevo y complejo organismo social como la sociedad de naciones no podían cumplirse mediante proyectos cuyo trazado general estuviese determinado de antemano por la necesidad de lograr una apariencia exterior imponente. Todo quedaba abrumado por el ostentoso exterior, tan inadecuado en ese caso, como una coraza metálica para quien conduce un coche. Y una arquitectura que no puede amoldarse a las necesidades de su propia épocaha perdido su fuerza vital .
Estos proyectos convencionalmente monumentales fallaban en otro aspecto. En Versalles donde un gran conjunto de edificios y se yuxtaponían por primera vez a la naturaleza se disponían de un espacio ilimitado y la voluntad absoluta que respaldaba este empeño dejó su propio sello en el paisaje circundante. En Ginebra, el emplazamiento estaba estrictamente limitado. Es más en esta época ya no deseamos forcer la nature , tratamos de conservarla intacta e incluirla en una armonioso unidad con nuestros edificios. Esto es lo que eran incapaces de hacer los proyectos académicos no encontraban el modo de evitar el masivo aterrazamiento del terreno lo que destruye a sus contornos naturales y dejaba la enorme mole del Palacio encaramada sobre un podio de césped ridículamente pequeño.
El edificio de la asamblea dispuesto con flexibilidad el secretario de estrecho la biblioteca y las pasarelas elevadas que conectaban las tres cosas, todo lograba una perfecta adaptación al emplazamiento real.
Los medios desarrollados en los años anteriores se reunían aquí en la solución de un problema social puramente contemporáneo. Las superficies planas que un largo período de evolución había llevado a una posición de predominio, se culminaban con la nueva ligereza y el encanto, logrados para la construcción. El resultado era una especie de informalidad y flexibilidad como la que se había alcanzado años atrás en las plantas de las casas. Se generaba así un conjunto de edificios que iba más allá de la de las concepciones renacentistas del espacio y que no podía captarse una vista desde un único punto. El Palacio en su totalidad hacía realidad la nueva concepción del espacio tiempo.
Una confusión de lenguajes arquitectónicos.. Los proyectos que se presentaron al concurso internacional de 1927 permiten tener una buena imagen del Estado de la arquitectura en ese momento en ella están representadas todas las modas arquitectónicas de finales del siglo XIX junto con todos los movimientos experimentales de la arquitectura contemporánea.
Los seguidores de la Academia presentaron propuestas bellamente ejecutadas que trataban el Palacio como si fuese un ejercicio para el Bricks de Rome elaborado en la quietud de la Villa Médici. De los países del Norte y de Alemania llegaron proyectos sencillos y plácidamente decorativos o bien fáusticos dibujos expresionistas al carboncillo. Las obras de Italia y del este de Europa presentaban cúpulas o edificios como mezquitas, uno de los cuales no tenía menos de 20 patios de luces interiores y desde países diversos los experimentalistas más radicales enviaron planos, no siempre maduros para su ejecución de construcciones impregnadas del constructivismo ruso o de soñadoras fantasías de vidrio.
Aunque ningún otro proyecto para la sede de la sociedad de naciones tenía la clarividente exactitud de los planos de Le Corbusier había cosas propuestas muy notables como las presentadas por Hannes Meyer y Hans Wittwer, Richard J.Neutra, Eric Mendelsohn y el grupo polaco Prezens. El catálogo de los proyectos publicado por los convocantes es incluso más instructivo que el del concurso para el Chicago Tribune mencionado anteriormente; Y pone de manifiesto que el juicio sobre los proyectos estuvo basado en unos criterios generalizados de ínfimo nivel. El jurado tuvo que abrirse camino a través de una confusión de corrientes y contracorrientes, una confusión que se reflejaba en su propia composición.
Divisiones entre los miembros del jurado. De hecho, el estado de la arquitectura en cada uno de los principales países se reflejó en su elección de una figura distinguida para representarlo en el jurado. Aquellos países que habían sido testigos de luchas genuinas en favor de una nueva arquitectura, enviaron a personas que habían estado en medio de la batalla. Los holandeses enviaron a HendrikPetrus Berlage , los austriacos a Josef Hoffmann , los belgas a Víctor Horta , Suiza estuvo representada por Karl Mosser , la persona cuyos esfuerzos se hicieron realidad el elevadonivel actual de la enseñanza de la arquitectura en ese país.
La oposición no sólo en el jurado, sino también en los círculos políticos venía de países a los que apenas les había afectado la guerra de 30 años en favor de una nueva arquitectura. Países como Inglaterra y Francia, donde los nuevos movimientos no tenían influencia en el público o en los funcionarios del Estado. El miembro inglés del jurado era Sir Jon Burnett, el francés era Charles Lemaresquier, uno de los directores de la Academia. Lemaresquier fue el miembro más activo e influyente del bando académico fue el que impidió la toma en consideración del proyecto de Le Corbusier con una trivial excusa de que había enviado copias en lugar de dibujos originales.
Berlage, Hoffmann y Moser prepararon el terreno en favor de la elección de una obra de espíritu moderno; con el apoyo de Horta habrían constituido una clara mayoría. Y había una estrecha relación entre las creaciones iniciales del barón Horta y la Obra de los arquitectos jóvenes. Su casa de la Rue de Turín (1893) y su Maison du Peuple (1897), en Bruselas, habían animado a toda Europa a abandonar los métodos que iban en contra de los tiempos. Pese a todo ello, Horta se unió a los defensores de las convenciones e hizo imposible que un proyecto no académico fuese seleccionado para su ejecución. El de Le Corbusier fue uno de ellos. La tarea de hacer la elección final se trasladó al campo diplomático.
Finalmente, el jurado emitió un veredicto que concedía nueve premios ex aequo. No sin razón, algunos de los diplomáticos consideraron ese hecho como una elusión de sus obligaciones por parte del jurado. Como compromiso final, los creadores de cuatro proyectos en el consolidado estilo monumental internacional fueron seleccionados para colaborar en la versión final.
Un nuevo tipo de organización social, como la Sociedad de Naciones, no podía tener un escenario físico significativo que incorporarse los elementos tomados del proyecto de Le Corbusier en un conjunto arquitectónico formalmente académico. En consecuencia, el palacio de la Sociedad de Naciones se ha revelado casi inutilizable. Este principio es válido para la arquitectura y tal vez también para la política. En 1927 apareció el siguiente comentario con mi firma en la revista berlinesa Bauwelt (página 1.096): un edificio de la Sociedad de Naciones que se vincule a los fantasmas de la historia es probable que se convierta en una guarida de fantasmas.
Hemos prestado una atención particular al Palacio de la Sociedad de Naciones porque sirvió como primera presentación al público de la arquitectura contemporánea. Ese mismo año también marcó la presentación de las soluciones modernas al problema del alojamiento. Fue en 1927, cuando el Deutsche Werkbund puso a Ludwig Mies van der Rohe a cargo de la colonia Weissenhof en Stuttgart. Mies van der Rohe Confío en los proyectos de las casas a los arquitectos de toda Europa que habían sido más activos en los nuevos movimientos, la eliminación del proyecto de Le Corbusier para la Sociedad de Naciones fueuna de las razones para fundar los Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna en1928.