Inprimatu
Retrato Amyas Connell

CONNELL, Amyas

  • Arquitecto
  •  
  • 1901 - Taranali (Nueva Zelanda). Nueva Zelanda
  • 1980 - Londres. Reino Unido

CURTIS William. J.  La arquitectura moderna desde 1900. Edit. Phaidon. Hong Kong, 2006.


Págs.287-303.“La continuidad de las antiguas tradiciones” 


Aun así, Blomfield se convirtió en uno de los destacados portavoces de la posición 'tradicionalista'. En un debate celebrado en 1932 entre él y el moderno Amyas Connell, Blomfield afirmó que la arquitectura moderna estaba condenada a acabar en la barbarie debido a su insistencia en la función y a su falta de interés por las grandes enseñanzas del pasado.


“Discrepo de los modernos no por su rechazo de la tracería gótica y los órdenes clásicos o el ornamento sin sentido, ni por el uso que hacen del acero, el hormigón armado o cualquier otro material adecuado para construir, sino porque insisten en que no consideremos ya la arquitectura como un arte, sino sólo como una rama de la ingeniería.”


Frente a esto, Blomfield exponía así la posición de los 'tradicionalistas' (que transmitía mejor con palabras que con su propia arquitectura):


“[...] la civilización es demasiado antigua y complicada como para borrarla de un plumazo; se remonta a miles de años, y en todos esos años el hombre ha estado elaborando ciertas preferencias instintivas -o, si se quiere, prejuicios- que se encuentran en el fondo de la conciencia. Tales preferencias pueden erradicarse durante cierto tiempo, pero inevitablemente volverán a desempeñar su papel...).”


Es de sospechar que si Blomfield hubiese pasado menos tiempo tomándose al pie de la letra los eslóganes del 'funcionalismo' y se hubiese dedicado a examinar las obras reales de la arquitectura moderna, podría haber entendido que su postura no era tan drásticamente opuesta a la de los arquitectos 'modernos' como él imaginaba. Después de todo, uno de los principales mensajes de Vers une architecture había sido que debía volverse a los hitos primordiales del pasado clásico con el fin de resolver el problema de la arquitectura moderna. La diferencia entre Le Corbusier y Blomfield radicaba, por supuesto, no sólo en la divergencia de sus talentos respectivos y sus maneras particulares de interpretar la historia de la arquitectura, sino también en sus actitudes con respecto al mundo contemporáneo. Le Corbusier podría haber argumentado que el único modo de usar con provecho las enseñanzas del pasado era replanteárselas en función del presente; por su parte, Blomfield aplicaba la postura académica, que requería una adhesión más firme al lenguaje clásico, pero que tenía tendencia a caer en la esterilidad, puesto que era una transformación insuficiente de lo anterior. El clasicismo no era sólo una cuestión de estilo y, como siempre, las creaciones más auténticas eran las que inyectaban un nuevo significado y una nueva vitalidad formal a la herencia de los principios, los tipos y las ideas subyacentes de la arquitectura clásica.


El debate entre Connell y Blomfield no fue en absoluto un caso aislado de esa especie de caricatura de las visiones tanto 'modernas' como 'tradicionalistas'. Que se repitió en las décadas de 1920 y 1930. Lamentablemente, la atmósfera polémica hizo muy poco por aclarar las verdaderas relaciones entre la arquitectura moderna y el pasado, o entre la arquitectura tradicional y la modernidad. A remediar este asunto apenas contribuyeron los primeros autores que escribieron sobre el movimiento moderno, como Hitchcock, Pevsner y Giedion (cuyas obras trascendentales aparecieron en 1932, 1936 y 1941 respectivamente), pues concedieron un peso adicional a la idea de que la nueva arquitectura era de hecho absolutamente nueva. Esta actitud resultaba plenamente comprensible dado el contexto histórico y, en cierto sentido, se convirtió en la línea oficial ligada a la generación que entró en escena tras la II Guerra Mundial, su formación tuvo lugar bajo el manto de una tradición de la que comprendían sus eslóganes de modernidad, pero cuyas sutilezas con respecto al pasado remoto con frecuencia no conseguían captar. Así pues, el camino a ese pasado quedó temporalmente bloqueado.


Mucho más allá de las meras cuestiones de estilo arquitectónico, la lucha entre el tradicionalismo y la modernidad era un síntoma de las tensiones entre el avance de lo nuevo y el mantenimiento de lo antiguo en varias esferas de la vida social y política. Esa lucha agravaba las fallas existentes entre lo rural y lo industrial en algunos países, y entre las mitologías nacionales y las influencias internacionales en otros. La arquitectura moderna quebró las convenciones existentes e intentó instituir unas nuevas, pero fue una ruptura que varios tipos de conservadurismo encontraron difícil de aceptar. En la década de 1930, la arquitectura moderna se encontró a veces en vías de colisión con las fuerzas de la reacción política, pero en todos los casos sufrió transformaciones y revisiones propias que requirieron una mayor sensibilidad respecto a la continuidad de las culturas locales y a las exigencias de la tradición. Una de las ironías de este periodo es que, precisamente en el momento en que catalogadores y conservadores de museos estaban tratando de establecer los términos del Estilo Internacional', los impulsores de la arquitectura moderna ya se estaban pasando a otras cosas.


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