La tematización de las ciudades es el resultado de la pérdida de la memoria crítica. Una de las características de las sociedades contemporáneas es que, a pesar del aumento general de los ingresos per cápita en la última década del siglo XX y la primera del XXI, también han aumentado los riesgos y las fragilidades. Todo ello se produce sobre la base de una tendencia general del sistema de construcción de las ciudades a borrar la memoria urbana con el objetivo de debilitar las redes sociales y comunitarias, que podrían oponerse a determinados proyectos urbanos, y por tanto, económicos. Entramos aquí en otro de los entresijos de los procesos contemporáneos de urbanización: la disolución de la memoria plural y compleja, un mecanismo político que pretende imponer nuevas identidades colectivas, concepciones simples y manipuladas de lo social. Ciertos traumas urbanos se producen de manera silenciosa y larvada. Podemos hablar de un sistemático borrado de la memoria colectiva que se produce en situaciones no explícitamente traumáticas, sin conflictos sociales aparentes, de una manera lenta y oculta, como consecuencia del desarrollo tardocapitalista y neoliberal de las grandes urbes, que quieren impostar identidades simples para el control interno y para la comunicación externa, hacia las inversiones y el turismo, y que se transmiten convenientemente edulcoradas a través de campañas publicitarias.
En todo fenómeno de transformación urbana se produce un proceso similar que, más allá de la pugna de los intereses económicos y de las pautas definidas por el poder municipal o estatal, se dirime siempre en el terreno de las decisiones: qué se mantiene, qué se transforma, qué se destruye y cómo se llevan a cabo dichos procesos. Es por ello por lo que la cuestión del patrimonio arquitectónico, urbano y paisajístico resulta tan clave y sintomática. Generalmente se trata de un proceso lento y solapado que, en ocasiones, estalla como una lucha urbana para defender un enclave histórico, un edificio, un espacio público o un parque.
A raíz de las dictaduras históricas —como la de Adolf Hitler en Alemania, Benito Mussolini en Italia o Franco en España— y de las dictaduras contemporáneas —como la china—, el proceso de sustitución de las partes históricas por avenidas y monumentos totalitarios que expulsan a sus habitantes y arrasan con la memoria ha sido mucho más drástico y traumático. En estos casos, la falta de libertades y derechos son tan directos y fácilmente visibles que quedan para escarnio a través de los tiempos. Las restituciones y borrados de la memoria en las democracias se producen de manera más sibilina, envueltas en el glamour del consumo, la modernidad y la fiesta.
Tal como ha escrito André Corboz, la ciudad es un hipertexto que hay que descifrar, un hipertexto hecho de estratos, muchos de los cuales han quedado ocultos o borrados no solo por guerras, sino también por procesos de destrucción planificada y sistemática del tejido histórico para ser sustituidos por nuevos productos urbanos.
El fenómeno del borrado intencionado de la memoria ha sido analizado en diferentes estudios por autores como Mike Davis en Ciudad de cuarzo. Arqueología del futuro en Los Ángeles, Norman M. Klein en The History of Forgetting. Los Angeles and the Erasure of Memory, M. Christine Boyer en The City of Collective Memory, o Dolores Hayden en The Power of Place.
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Desde una posición más amplia, se entiende el paisaje y el territorio como algo dado que debe ser explorado en sus estratos, estructuras y significados. En este sentido, el historiador y geógrafo André Corboz ha desarrollado la noción del territorio como palimpsesto, del que deben ir interpretándose sus significados, y de la ciudad como hipertexto o hiperciudad, superposición continua de estructuras y signos.
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