“El sistema barroco operaba una especie de doble cruzamiento. A un jardín ‘racionalizado’ oponía fachadas con frecuencia ‘vegetalizadas’: el reino del hombre y el de la naturaleza seguían siendo ciertamente distintos, pero permutaban su carácter interpenetrándose por razones de decoración y de prestigio. Por el contrario, el parque ‘ a la inglesa’ en el que la intervención del hombre pretende hacerse invisible, debe ofrecer el espectáculo majestuoso de la voluntad de la naturaleza; frente al espacio del parque, las casas que construyen Robert Morris o Robert Adam llevan impresa la voluntad del hombre y definen una permanencia racional en el seno del reino irracional de la vegetación libre. En vez de la conexión barroca, descubrimos una separación: ésta señala precisamente la distancia a partir de la cual es posible realizar una contemplación nostálgica de la naturaleza. Ahora bien, este sobreviene precisamente a título de compensación o de expiación, en el momento en que la actitud práctica frente a la naturaleza tiende a definirse como una explotación agresiva. El contraste entre la vivienda y el parque procede de esta situación de guerra, pero la transpone en armisticio localizado, funda el sueño de la paz imposible, frente a una naturaleza de la que se ha procurado conservar la imagen intacta.”
pág.12. "La arquitectura del Neoclasicismo surgió al parecer de dos corrientes distintas, pero emparentadas, que transformaron radicalmente la relación entre el hombre y la naturaleza. La primera fue un aumento repentino de la capacidad humana para ejercer su control sobre la naturaleza, que a mediados del siglo XVII había comenzado a superar las barrera técnicas del Renacimiento. La segunda fue un giro fundamental en la naturaleza de la conciencia humana -en respuesta a los cambios cruciales que estaban teniendo lugar en la sociedad- que dio origen a una nueva formación cultural igualmente adecuada para los estilos de vida de la aristocracia en declive y de la burguesía en ascenso. Mientras que los cambios tecnológicos llevaron a unas nuevas infraestructuras y a la explotación de una creciente capacidad productiva, el cambio en la conciencia humana dio paso a nuevas categorías del conocimiento y a una clase de pensamiento historicista tan reflexivo que cuestionaba incluso su propia identidad. Los primeros, fundados en la ciencia, se hicieron realidad inmediatamente en las extensas obras de carreteras y canales de los siglos XVII y XVIII, y dieron origen a nuevas instituciones de carácter técnico como la École des Ponts et Chaussées de París, fundada en 1747; el segundo provocó la aparición de las disciplinas humanistas de la ilustración, incluidas las obras pioneras de la sociología, la estética, la historia y la arqueología modernas: Del espíritu de las leyes (1748), de Montesquieu; Aesthetica (1750), de Baumgarten; El siglo de Luis XIV (1751), de Voltaire; y Historia del arte en la en la Antigüedad (1764), de Johann Joachim Winckelmann."