Inprimatu

COLQUHOUN Alan., La arquitectura moderna. Una historia desapasionada. Gustavo Gili.Barcelona. 2005. 


Págs. 13-33.“El Art Nouveau, 1890-1910” 


Los primeros signos del Modernisme –que es como se denominó el Art Nouveau en catalán- parecen ser anteriores en varios años al movimiento belga y da la impresión de que el movimiento catalán se inspiró de modo independiente en las publicaciones de Viollet-le-Duc y en el movimiento Arts & Crafts. El Modernisme tenía una relación con la tradición ecléctica del siglo XIX más estrecha que las del Art Nouveau francés y belga. En 1888, Lluís Domènech i Montaner (1850-1923), el arquitecto más importante de los inicios del modernisme, publicó un artículo titulado «En busca d’una arquitectura nacional», que ponía de manifiesto las intenciones eclécticas del movimiento: «Apliquemos abiertamente las formas que las nuevas experiencias y necesidades nos imponen, enriqueciéndolas y dándolas expresión con los tesoros ornamentales que los monumentos de todas las épocas y la naturaleza nos ofrecen». 


     Barcelona había crecido a un ritmo aún más rápido que Bruselas en la segunda mitad del siglo XIX. La nueva burguesía industrial de Cataluña (con personajes como Eusebi Güell o el marqués de Comillas) entendía el Modernisme como un símbolo urbano del progreso nacional al igual que hacían los mecenas del Art Nouveau en Bélgica. Pero mientras que en este país el movimiento estaba ligado a un socialismo internacional anticatólico, en Cataluña sus filiaciones eran católicas, nacionalistas y políticamente conservadoras.


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CURTIS William. J.  La arquitectura moderna desde 1900. Edit. Phaidon. Hong Kong, 2006.


Págs. 131 - 147.“Mitos nacionales y transformaciones clásicas” 


La identidad no siempre coincidía con la nacionalidad, y el territorio cultural no siempre encajaba perfectamente dentro de las fronteras del estado nación. En España, por ejemplo, la idea de una expresión específicamente catalana en la arquitectura se formuló ya de manera teórica en la década de 1870 y correspondía a una renovada afirmación de independencia de la lengua castellana y de Cataluña como entidad política y cultural. Gaudí respondió a su manera a estas condiciones con una arquitectura que combinaba una transformación metafórica de los tipos medievales, un aprovechamiento inventivo de las técnicas constructivas autóctonas y una interpretación poética de los mitos y los recuerdos del paisaje local. Gaudí entendía que Barcelona y sus alrededores pertenecían a un mundo mediterráneo más amplio, y sus imágenes no carecían de arcos árabes y africanos. Aunque su propia arquitectura era absolutamente singular, las condiciones que reflejaban eran compartidas por otros arquitectos catalanes, por ejemplo Francese Berenguer y Lluis Domenech i MontanerLas bodegas de Garraf 1888-1890, obra del primero, exploraban la estructura parabólica, la fábrica tosca, lo motivos populares (especialmente en sus extravagantes chimeneas cónicas) y las formas vegetales surrealistas. El café-restaurante 1888 del Parque de la Ciudadela de Barcelona, obra del segundo, combinaba una reinterpretación imaginativa de los precedentes medievales locales con una acentuada articulación de ladrillo, cerchas de acero y una ornamentación de almenas y molduras. En ambos casos, un armazón de racionalismo estructural estaba envuelto en alusiones románticas; el clasicismo no se veía por ningún sitio.


El ladrillo y la teja cerámica eran los materiales de construcción corrientes en la región de Barcelona, y a lo largo de los siglos había ido surgiendo un conjunto normativo de tipos estructurales; gruesos contrafuertes, pantallas murales, arcos, bóvedas de arista etc.


 

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