Fue un escenógrafo y arquitecto italiano, miembro del segundo futurismo y uno de los diseñadores más importantes de Italia.
La obra de Marchi se desarrolla tras la Primera Guerra Mundial después del fallecimiento de los principales promotores del movimiento futurista, cuando se experimentaban experiencias en distintas direcciones. Formó parte del grupo de artistas futuristas romanos afiliados con la revisión de Enrico Prampolini. Si bien sus diseños se adherían a los principios de la arquitectura futurista escritos por Antonio Sant'Elia en 1914, Virgilio Marchi expone sus ideas en dos libros, ‘Architettura futurista’ (1919) e ‘Italia, nuova architettura’ (1931), proclamando algo distinto.
Andrea ESPAÑA GONZÁLEZ
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BANHAM, R., “Sant´Elia y la arquitectura futurista” en Teoría y diseño en la primera era de la máquina. Edit. Paidos. Barcelona, 1977.
Págs. 132-147... Después de 1918, Virgilio Marchi, integrante del circulo “Bar Bragaglia” de futuristas romanos, convirtió algunas ruinas romanas de la Via Avignonesi en el mencionado bar y en un teatro experimental, trabajo de restauración que demuestra cuánto había retrocedido Marchi con respecto a la posición adoptada por Sant’Elia, incluso mientras rendía homenaje verbal al nombre de este último. El retroceso queda subrayado con el estilo simplemente a la moda de su obra y, además, con el texto y las ilustraciones de un pequeño libro sobre Architettura Futurista, publicado por Marchi hacia la misma época. Los esbozos guardan cierta afinidad con la obra de expresionistas berlineses tales como Otto Bartning, pero carecen de su sentido estructural y alcanzan su meta en un proyecto de “adaptación al futurismo de una estructura existente”, trabajo de decoración aplicada que hubiese aterrado a Sant’Elia, construido sobre un esqueleto de hormigón que éste hubiera admirado.
Pero las sandeces de Marchi son típicas de la ruina del movimiento en su totalidad. Privado, por muerte y renuncias, de sus integrantes más activos y fundamentales, despojado de toda importancia en un mundo obligado a ser futurista por la guerra, carente de libertad de movimientos por sus ligazones demasiado íntimas con la revolución fascista, se había convertido en blanco del ridículo. Marinetti y Balla eran los únicos supervivientes de la antigua guardia; en 1919 habían expirado los diez años que ellos mismos se fijaran como plazo para lograr sus objetivos. Sin embargo, la verdad sea dicha, habían alcanzado la mayoría de ellos. Estaba satisfecha la mayor parte de sus pretensiones irredentistas, con excepción de la Trieste; el gobierno parlamentario había caído en el ridículo y había sido derrocado; la ópera cómica de la política y las barbaridades cometidas entre bambalinas por el régimen fascista eran, por así decirlo, parte integrante de la especificación original para una Italia viril y belicosa. Aunque los ojos oficiales de esa Italia se volvían demasiado a menudo hacia el pasado romano, más que hacia el futuro milanés, el pequeño lugar de los futuristas dentro de la jerarquía posibilitó la existencia de una arquitectura de vanguardia, e incluso logró cierto patrocinio para la misma en las décadas de 1920 y 1930: la obra de Terragni en Como y sus alrededores fue una sunción consciente del manto de Sant’Elia, pero expresada en el idioma del Estilo Internacional creado en otros países.