Págs. 175-213.“Las iniciativas para la reforma del ambiente, desde Robert Owen a William Morris"
... El movimiento para la reforma de las artes aplicadas. La revolución de 1848 marca el punto culminante de las esperanzas de resurrección social que están animados los utopistas, mientras que el rápido contra-ataque de la reacción produce un abatimiento general; la distancia entre la teoría y la práctica se revela demasiado grande para pensar en una reforma inmediata del ambiente urbano.
Es éste un momento de revisión ideológica, en el cual la izquierda europea elabora una nueva línea de acción -anunciada en 1848 con el Manifiesto, de Marx y Engels- y contrapone a las reformas parciales una propuesta revolucionaria global. El debate político se plantea decididamente sobre cuestiones de principio y abandona sus vínculos tradicionales con la técnica urbanística, mientras que el nuevo conservadurismo europeo -el bonapartismo en Francia, el movimiento de Disraeli en Inglaterra, el régimen de Bismarck en Alemania- hace suyas, de hecho, las experiencias y las propuestas urbanísticas elaboradas en la primera mitad del siglo, y las utiliza como un importante instrumentum regni: sirven como ejemplo de todos ellas, los trabajos de Haussmann en Paris.
Como ya se ha dicho, Ias leyes de sanidad elaboradas antes de 1850 son aplicadas por los nuevos regímenes con espíritu distinto del originario, y hacen posibles las grandes intervenciones urbanísticas de la segunda mitad del siglo. Al mismo tiempo, los modelos teóricos, ideados por los escritores socialistas como alternativa a la ciudad tradicional, quedan, en buena parte, absorbidos por la nueva práctica, dejando de lado sus implicaciones políticas y siendo interpretados como simples propuestas técnicas, para reorganizar precisamente la ciudad existente.
Las ciudades ideales descritas después de 1848 -Victoria, de J. S. Buckingham, publicada en 1849, e Hygena, de B. W. Richardson, publicada en 1876- derivan de aquellos precedentes, pero carecen ahora de connotaciones políticas, mientras que se da toda la importancia a sus características constructivas y técnicas; constituyen el eslabón de unión entre las utopías socialistas y el movimiento de las ciudades jardín, que empieza a despuntar a fines del siglo, pero confirman en el fondo, el agotamiento de la línea de pensamiento de Owen, Fourier y Cabet, insostenible en la nueva situación económica y social.
De hecho, los nuevos regímenes autoritarios abandonan la política de no intervención en las cuestiones urbanísticas, propia de los regímenes liberales precedentes, y se comprometen directamente por medio de las obras públicas- o bien indirectamente -por medio de reglamentaciones y planes- a dirigir las transformaciones en curso en las ciudades.
De este intervencionismo nace una vasta experiencia técnica, indispensable para el desarrollo futuro de la urbanística moderna, pero al mismo tiempo la cultura urbanística pierde la carga ideológica de que la habían impregnado los primeros socialistas, y pierde su función de estímulo para una verdadera transformación del paisaje; ahora se trata, todo lo más, de racionalizar el cuadro existente, de eliminar algunas manifestaciones visibles del desorden urbano, manteniendo inalterables sus causas.
Así, la línea de pensamiento descrita en el apartado anterior, que debe considerarse justamente como la primera surgida de la cultura arquitectónica moderna, se diluye en la práctica de las oficinas técnicas y se deforman en la interpretación paternalista de los nuevos regímenes autoritarios. Al final, la propia incapacidad de los urbanistas para resolver las contradicciones de fondo de la ciudad industrial mantiene intactos los motivos para una revisión cultural, insoslayable a principios del siglo siguiente.