Originalmente concebido como lavadero y albergue nocturno, el edificio que finalmente albergo las escuelas del barrio bilbaíno de Ollerias constituye un valioso ejemplo del alto valor escenográfico del lenguaje regionalista adaptado a los más diversos usos y programas.
El intento de desarrollar una determinada arquitectura regional adaptada a las nuevas necesidades a partir de un lenguaje plástico inspirado directamente en los palacetes y casonas del Norte de España obtuvo una notable difusión en el entorno bilbaíno durante los primeros años veinte. Esta pieza constituye uno de los ejemplos de mayor fidelidad en el empleo de la gramática del regionalismo montañés de los realizados por Ispizua.
La organización del programa en un difícil solar, triangular y en ladera, se traduce en una composición graciosa de naves sencillas que se disponen en L en torno a un patio, en una planta racional tensionada hacia su monumental esquina. En un evidente rechazo de las simetrías académicas, Ispizua recurre como pauta compositiva a la libertad implícita en los recursos de agregación pintoresca de volúmenes diferenciados. Ispizua distribuye los recursos estáticos del estilo en una composición equilibrada y variada, singularizando el cuerpo de esquina como un auténtico palacete de la montaña. Jalonado por un enfático torreón y presidido por sus expresivos aleros, este cuerpo que configura el alzado menor, acceso al conjunto, ofrece la faceta más distintiva del edificio, contrastándose con la trama pictórica de entramados de ladrillo y madera del largo alzado lateral posterior. A la calle principal, el edificio abre su patio ofreciendo una silueta fragmentada y pintoresca. Ispizua se recrea en el juego de contrastes cromáticos y de textura entre diferentes materiales de larga tradición constructiva. El conjunto final, tensionado hacia su potente esquina, fuertemente anclado al suelo y bien articulado, resulta gracioso y equilibrado en su énfasis monumental.