Inprimatu

El proyecto es de 1927 y lo conocemos por una maqueta y algunos dibujos, puesto que nunca se llegó a construir. De hecho, ni siquiera existe evidencia de que Baker y Loos llegaran a conocerse personalmente, y menos aún de que Baker supiera de la existencia de este proyecto dedicado a la cantante y bailarina de cabaret, que llegó a París en los años 20 desde su Norteamérica natal. Su sensualidad y su forma salvaje de moverse son su carta de presentación como bailarina en el Thêatre des Champs-Elysées. Sale al escenario imitando la danza africana, vistiendo nada más que un cinturón de bananas. Su exotismo hipnotiza al público europeo, y también a Adolf Loos, quien se encuentra en la ciudad trabajando en el proyecto de la vivienda de Tristan Tzara. En seguida comienza a diseñar una casa de una compleja disposición espacial, de la que pocas veces habló.
Se trata de la transformación y unión de dos casas existentes, en esquina. Según uno entra en la casa, se encuentra frente a una gran escalera. Aunque más que una escalera, es quizá el escenario de un espectáculo de cabaret del que disfrutará un solo espectador, Loos. En el primer piso se encuentra el vestíbulo, y tras él, el salón. Adyacente a éste hay un salón más pequeño y un rincón secreto donde poder leer en la intimidad. La cocina queda recluida en el subsuelo. Desde el salón continúa la secuencia por otra escalera más pequeña que lleva al siguiente piso, donde se encuentra el comedor, separado del resto de espacios de la casa. Podríamos decir que es una distribución del placer, que recrea la secuencia de una noche en buena compañía. Pero aún queda el espacio más importante, el centro de la casa: la piscina. Iluminada por una luz cenital, tiene la peculiaridad de estar perforada por una serie de ventanas que dan al salón. Observar el cuerpo de Joséphine, con su piel negra, reluciente y perfecta, moviéndose desnuda en el agua inundada de luz, era una experiencia que para Loos justificaba la construcción de esta enorme pecera, sólo para él.
No deja de resultar sorprendente esta licencia al puro voyeurismo, ya que Adolf Loos definía la ventana como aquello que sirve “para dejar entrar la luz, nunca la mirada”. Sin embargo, la tensión más polémica entre este proyecto y las firmes convicciones arquitectónicas de Loos está en la fachada. La casa Baker tendría un aspecto sólido, con pequeñas y escasas ventanas, y estaría envuelta en un revestimiento de mármol en forma de franjas horizontales, blancas y negras, sin ninguna función aparente más que el ornamento. Pero Loos ya nos había explicado en “Ornamento y delito” (1908) que la evolución de la cultura implicaba el abandono del ornamento en todos los objetos de uso diario, y de hecho aplicó esta máxima rigurosamente durante toda su carrera. El famoso texto carga contra las artes decorativas y llega a asegurar que el hombre moderno que se tatúa la piel es “un criminal o un degenerado”. ¿Por qué entonces envolver la casa en estas líneas que, precisamente, parecen tatuajes?
Mucho se ha especulado sobre ello. La teoría más consistente es la que nos recuerda los pensamientos de Adolf Loos sobre el origen del arte primitivo en la edad de las cavernas, concretamente la cruz:“Una línea horizontal: la mujer que yace; una línea vertical: el hombre que la penetra”.
Es decir, el arte nace como un impulso erótico. El arquitecto plasma su anhelo de ser el elemento vertical que complete a la horizontal Jósephine. En realidad, toda la casa es una especie de mecanismo fantástico que permite a Loos atrapar a la bailarina, esconderla del resto de miradas, deleitarse observándola de varios puntos y, finalmente, poseerla. Por supuesto todo lo anterior, como buena fantasía, nunca llegó a ocurrir.


Rosmely ELORZA

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