Inprimatu

Ciudad Libre de Christiania

Estado independiente
  • 1971 -
  •  
  •  
  • Copenhague
  • Dinamarca
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MONTANER J.M.,  Sistemas arquitectónicos contemporáneos. Edit. Gustavo Gili. Barcelona, 2008. 


Pags. 132-147. “La critica radical y utópica”  


Es revelador comprobar cuáles son las formas radicales que generan los nuevos modos de vida, como las comunidades hippies que tienen su emblema en la más grande y más asentada, el estado independiente de Christiana en Copenhague, Dinamarca, creado en 1971.


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MONTANER J.M. MUXI Z., Arquitectura y política.Gustavo Gili. Barcelona, 2011. 


Págs. 197- 246.“Alternativas” 


Pág. 227. La crisis del modelo socialdemócrata.  Todos estos fenómenos reflejan la crisis del modelo de sociedad socialdemócrata en general, y de las insuficiencias de la ciudad socialdemócrata, en concreto. Han cambiado profundamente las condiciones, los conceptos y los protagonistas que habían permitido el modelo socialdemócrata aplicarse y evolucionar en Europa en el período de entreguerras y tras la II Guerra Mundial, creando y manteniendo el estado del bienestar, la cara más humana y menos destructiva del sistema capitalista.


En primer lugar, se agudiza esta escisión entre el poder y la representatividad de las instituciones políticas, con las expectativas que crean, por una parte y la dura y compleja realidad de la sociedad, donde aumenta la vulnerabilidad, el desempleo, la pobreza y la exclusión, y donde se encarece la vida, por la otra.  Las mismas ciudades que se publicitan como modélicas del estado de bienestar desvelan un profundo malestar entre sus ciudadanos, por ser lugares sumamente caros, generalmente sucios y ruidosos y, a veces, inseguros y violentos, con barrios que no tienen los equipamientos sociales necesarios, dentro de unas ciudades mucho más pensadas para el global class y los turistas que para sus habitantes.


Un síntoma de ello es que, mientras escasean los equipamientos para jóvenes, se ha dedicado especial afán en erradicar todas las iniciativas de autoorganización, acorralando los centros sociales creados por el movimiento okupa y criminalilzando toda alternativa, disensión o posición antisistema. Este es un proceso general de neoliberalismo que recorre toda Europa y del cual el emblema es la voluntad municipal de Copenhague de terminar con la experiencia autogestionada de Christiania, la gran comuna creada en 1971 y hasta 2010 totalmente vigente y activa, en lucha para defender su situación en unos terrenos muy deseados para la especulación inmobiliaria.


En segundo lugar, y por lo que respecta a los campos de poder, estos se han vuelto más difusos, con una parte ilícita, muchas veces fuera de los poderes políticos. En general, la gobernanza supranacional para los grandes problemas económicos, sociales, ecológicos y de derechos no funcionan adecuadamente y está desbordada por la realidad. En el terreno urbano, los operadores en el mercado inmobiliario han cambiado en relación con las últimas décadas, y cada vez más constituyen un campo para grandes inversores internacionales que buscan una rentabilidad alta e inmediata, allí donde deciden invertir de manera rápida, esporádica y desarraigada.  Estos operadores promueven las nuevas tipologías de la globalización – hoteles, rascacielos, centros comerciales, parques temáticos, urbanizaciones cerradas etc – exigiendo lugares de centrabilidad y accesibilidad, limpios de patrimonio, memoria e inquilinos. Por ello se hace más difícil un modelo de ciudad hecho con previsión, visión pública e intenciones de sostenibilidad; y con operadores de este tipo se hace muy difícil desarrollar modelos de promoción de vivienda social y proyectos de rehabilitación.


En tercer lugar, por lo que respecta al tejido social, este es más variado, se ha transformado totalmente, con nuevos protagonistas que aportan una complejidad para la que no se estaba preparando, al menos en España: la inmigración, con culturas y religiones distintas; el turismo de masas, que produce un desgaste de la ciudad real y que con sus medios económicos va desplazando a la población autóctona; y los jóvenes, en general, víctimas de la precariedad laboral y que cada vez son más vulnerables a caer en la marginalidad. Todo ello genera una situación formada por muy diversos estratos sociales a los que no se les puede ofrecer una solución única.


Por último, la iniciativa de los técnicos y profesionales en la toma de decisiones urbanas, por el hecho de escudarse en falsos neutralismos y tecnicismos, acaba favoreciendo los intereses privados y corporativos, antes que a la sociedad en su conjunto, y a quienes son más vulnerables y carentes.


Los que históricamente habían proyectado la forma del crecimiento de las ciudades -arquitectos, ingenieros y otros profesionales, comprometiéndoses en sus políticas urbanas, tal como veíamos en el capitulo “Acción política desde la arquitectura”- han ido quedando al margen de las decisiones y de los procesos, por la propia incapacidad de replantear su formación y su práctica en consonancia con el cambio de las condiciones. Con escasa ética profesional, las salidas dominantes son el individualismo empresarial y el servilismo vil,  con una práctica profesional que, temiendo caer en la marginalidad, responde sin cuestionar las exigencias del cliente y sin considerar los efectos reales sobre la población.


Es en esta situación que una tradición tan fructífera como la socialdemocracia debe seguir reinventándose y transformándose, para actualizarse como sistema social que contrarrestre el desgaste al que le han sometido las presiones de los mercados financieros, y el efecto negativo del capitalismo neoliberal. Este será un proceso arduo, con muchas incertidumbres, pero que tiene una certeza; lo agotado es el  modelo de unas decisiones impuestas desde la Administración y lo vital es dar espacio y voz a la participación en todos los sentidos y a todos los estratos sociales; que, en lugar de aplicar decisiones impuestas por las Administraciones a la sociedad civil,  se creen las condiciones para lo contrario, para que sea la ciudadanía la que influya en las Administraciones, más allá de unas elecciones cada cuatro años. Por mucho que se intente reanimar el muerto, la época del paternalismo, el despotismo ilustrado y el mesianismo iluminador y vanguardista ha periclitado. La alternativa radica en  unos mecanismos de democracia directa y participativa, de los que ya se ha hablado en el capítulo anterior. Aunque la participación, sea una vieja idea,  que esta se produzca de manera activa y real, en todas las fases del proceso – diagnóstico de las necesidades, diseño, realización y seguimiento-, significa cambiar radicalmente el funcionamiento de estas sociedades.


Para construir un nuevo contrato social para el siglo XXI, como el que significó la socialdemocracia en el siglo XX,  es necesario partir de las nuevas condiciones: la crisis ecológica, la improrrogable consecución de la igualdad de género, unas sociedades poscoloniales más complejas y atomizadas, poblaciones envejecidas para las que se deberán buscar alternativas de asistencia, y problemas de gran escala, como las catástrofes medioambientales y los conflictos creados por el crimen organizado, que sobrepasan las fronteras de los Estados. Para este nuevo contrato social es imprescindible llegar a un mínimo acuerdo sobre las características del mundo como referente, teniendo el objetivo de que sea más sostenible, participativo e igualitario.


 

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