Inprimatu
Gustave CAILLEBOTTE. Calle de Paris con tiempo lluvioso. 1877.

Plan Haussmann para París

  • 1853 - 1870
  •  
  • HAUSSMANN, Georges-Eugène
  •  
  • Paris
  • Francia

La calificación de “ciudad de la luz” aplicada a la capital parisina tras su transformación comenzada a mediados del siglo XIX, llevó consigo un importante proceso de cambios que se ha ido repitiendo de una u otra forma en nuestras ciudades durante siglo y medio de constante crecimiento poblacional y urbano. Planteando una serie de reflexiones a tener en cuenta, que han ido aumentando en  variedad y complejidad.


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La conflictividad revolucionaria de la Francia de 1830 a 1848, tuvo su culminación con una actuación urbana en su capital, cuyo objetivo era pacificar los espacios públicos dominando sus desarrollos urbanos desde el orden de una nueva y moderna ciudad.


Para ello hizo falta un fuerte proceso de expropiación, una descentralización administrativa, la realización de calles anchas que diesen respuesta a la creciente circulación, la movilidad mediante transportes públicos, la renovación de viejas instalaciones, la potenciación visual de monumentos aislados, la urbanización de las periferias, la creación de parques públicos… Esta acción continuada y completada con eficacia a lo largo del tiempo,  implicó a más de 1.000.000 de habitantes, llevándose a cabo un fuerte proceso de expropiación en el que se derribaron 27.500 casas y se edificaron cerca de 100.000 nuevas, pasando el sistema de alcantarillado de 146 a 560 Km. y el de alumbrado público de 12.400 a 32.320 puntos de lámparas de gas.


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BENEVOLO Leonardo., Historia de la arquitectura moderna. Edit. Gustavo Gili. Barcelona, 1987.


Págs.85-124. “El primer modelo de ciudad en la época industrial: Haussmann y el Plan de Paris (1850-1870)”


Entre 1830 Y 1850, como se ha dicho, la urbanística moderna da sus primeros pasos, y no en los estudios de los arquitectos -donde éstos discuten si hay que escoger el estilo clásico o el gótico, despreciando a la vez a la industria y sus productos-, sino justamente en la experiencia de los defectos de la ciudad industrial, gracias a técnicos e higienistas que se esfuerzan en buscar un remedio. Las primeras leyes sanitarias son el modesto principio sobre el que se construirá, poco a poco, el complicado edificio de la legislación urbanística contemporánea.


Por ahora, sin embargo, la atención de los reformadores se limita a algunos sectores, y su acción se dedica a eliminar algunos males particulares, como la insuficiencia de alcantarillas, de agua potable y, por tanto, las epidemias. Si solucionando mi problema salen a la luz otros, ello sucede, por así decirlo, involuntariamente. La construcción de las alcantarillas y acueductos comporta la disponibilidad de los suelos, y su manutención exige que la autoridad pueda obligar al propietario a determinadas prestaciones, incluso contra su voluntad. Para asegurar aire y sol a cada familia hace falta poder limitar con una ley la explotación de los terrenos, y hace falta -en escala urbana- disponer de áreas para parques públicos. Para disminuir la cantidad de gente y, asegurar en cada vivienda ciertos requisitos mínimos de habitabilidad hace falta un programa de construcciones populares, proporcionado no a la conveniencia económica, sino a las necesidades por satisfacer, y si el precio de la vivienda llega a ser superior a las disponibilidades de los inquilinos a los que está destinada, es preciso que intervenga la autoridad para salvar esta diferencia con el erario público.


Para controlar algunos aspectos de la ciudad industrial, entran en juego todos los demás aspectos, y el control tiene que extenderse, gradualmente, al organismo entero. Se forma así una nueva metodología urbanística apta para ejercer en la nueva ciudad la función que la urbanística tradicional había tenido en la ciudad antigua. Falta, sin embargo, el convencimiento de que los nuevos métodos tengan que formar parte de un sistema unitario, y que las intervenciones técnicas en los varios sectores tengan que ser coordinadas en un plano. Sólo cuando el problema se plantea en la debida escala, el significado de las intervenciones particulares aparece en la justa luz, y se puede hacer frente al control de orden técnico y al del carácter e integridad formal del ambiente.


La transformación de París por obra de Napoleón III y de su gobernador civil, Haussmann, entre 1853 y 1869 (figs. 74-77), es el primer ejemplo de un programa urbanístico extendido a toda una ciudad y llevado a cabo coherentemente en un tiempo bastante breve. Ni el emperador ni el gobernador civil, probablemente, se dieron cuenta completamente del sentido de su iniciativa. Preocupaciones particulares -las exigencias de asegurar el orden público y de ganarse el favor popular con trabajos imponentes- influyeron más que otras razones sobre el interés general. La especulación de la construcción pesó más de lo que se habría deseado, y los conceptos técnico-urbanísticos seguidos por Haussmann parecen hoy bastante restringidos, sobre todo pensando en las consecuencias remotas que observamos ahora en París. Sin embargo, el problema del plano regulador para una ciudad moderna se colocó por vez primera en escala apropiada al nuevo orden económico, y el plan no se dibujó solamente sobre el papel, sino que fue traducido en realidad y controlado en toda su consecuencia técnica y formal, administrativa y financiera.


Por vez primera en nuestra historia la personalidad de un hombre, el barón Haussmann, interviene en el curso de los acontecimientos como causa de primera importancia, junto a las tendencias colectivas, culturales y económicas. En el pasado, la dirección general, que aseguraba el carácter de la ciudad, dependía, sobre todo, de la continuidad de la tradición cultural y no debía necesariamente tomar cuerpo en una sola persona. En la ciudad moderna es necesario un programa explícito y razonado, y tiene que apoyarse en la voluntad de una o más personas que se hagan cargo de esta tarea de coordinadores de las varias iniciativas.


El problema difícil en el que está empeñada la urbanística moderna es el de encontrar un equilibrio democrático entre las exigencias de los coordinadores y las de cada operario, entre planificación y libertad. A mediados del siglo XIX, después de un siglo de ideas liberales, las exigencias de planificación en escala tan amplia se pueden hacer valer sólo en forma de imposición autoritaria; por tanto, la voluntad del que planifica y su capacidad de imponer a otros esta voluntad llegan a ser factores importantes para el éxito del plan.


El barón Jorge Eugenio Haussmann, de profesión funcionario, posee todas las dotes necesarias para un planificador autoritario. El ministro del Interior, Persigny, lo describe de este modo, cuando le conoce durante una cena oficial:


Haussmann ha sido el que más me ha impresionado. Sin embargo. cosa extraña, no me impresionaron tanto sus dotes intelectuales, por otra parte, notables, como los defectos de su carácter. Tenía ante mí uno de los tipos más extraordinarios de nuestra época: grande, fuerte, robusto, enérgico, y al mismo tiempo, fino, astuto y fértil en recursos; este hombre audaz no tenía miedo de mostrarse abiertamente como era. Hubiera podido hablar seis horas seguidas, siempre que fuera de su argumento preferido: sobre sí mismo. Su personalidad concéntrica se alzaba ante mí con una especie de cinismo brutal. Para luchar, me decía a mí mismo, contra hombres astutos, escépticos y poco escrupulosos: he aquí el hombre que hace falta. Allí donde fracasaría seguramente el caballero de espíritu más elevado, más hábil, de carácter más noble y más recto, triunfará sin duda este atleta fuerte de espalda robusta, lleno de audacia y de habilidad, capaz de oponer expediente contra expediente, insidia contra insidia”


Haussmann cuenta, en sus Memorias, que desde la subida al Poder de Luis Napoleón había pensado en la posibilidad de ser elegido gobernador civil del Sena, calculando las oportunidades que tal cargo podía ofrecerle. El ministro le preguntó qué podría hacerse en aquel puesto, Y él contestó:


“Nada con el gobernador de ahora o con cualquier otro veterano político; todo con un hombre provisto, por su posición o por los servicios rendidos al Gobierno, de una autoridad suficiente para emprender y concluir grandes obras, que posea energía física y espiritual para luchar contra las costumbres, tan radicadas en Francia, y para hacer frente personalmente a muchos deberes, distintos y agotadores, además de los deberes de representación proporcionados al papel importante que habrá sabido tomarse. La prefectura del Sena me recuerda aquel gran órgano de Saint-Roch, del que, según la leyenda, nadie ha podido nunca oír el registro entero, porque se temía que las vibraciones de los tubos gruesos de la octava baja hubieran hecho derrumbar las bóvedas de la iglesia. Después de Napoleón, ningún Gobierno, sin excepción, se ha preocupado nunca de tener en el Hótel de Ville de París un verdadero gobernador del Sena, es decir, capaz de tocar en toda la extensión este temible instrumento. Nadie ha comprendido la ventaja que se hubiera podido obtener de aquel puesto, que depende de una sola elección: la del poder central, si se hubiera podido ocupar con suficiente autoridad, siendo honrado personalmente con la confianza del jefe del Estado” 


A su vez, Luis Napoleón alza su poder sobre los temores suscitados por la revolución socialista de febrero de 1848, apoyándose en la fuerza del ejército y el prestigio popular, en contra de la burguesía intelectual y la minoría obrera. Tiene así un interés directo en realizar grandes obras públicas en París, descuidadas por los gobiernos anteriores, para consolidar su popularidad con pruebas tangibles, y dificultando futuras revoluciones, al sustituir las angostas carreteras medievales por arterias espaciosas y rectas, propicias a los movimientos de tropa.


Este segundo motivo parece hoy desproporcionado a tan caros trabajos; sin embargo, es perfectamente comprensible si se piensa en la inquietud del monarca por los recientes acontecimientos de julio de 1830, de febrero y de junio de 1848, sin hablar de los recuerdos de la gran Revolución. En cada crisis política los motines revolucionarios nacen de los barrios del viejo París, y las mismas calles proporcionan a los rebeldes, a un tiempo, posiciones de defensa y armas de ofensiva. Basta leer esta proclama de 1830, en la cual el gobierno provisional sugiere las formas de oponerse a las tropas regulares, con la frialdad de una orden de servicio en una fábrica:


“Franceses: todos los medios de defensa son legítimos. Desempedrad las calles, tirad las piedras aquí y allá, para retardar la marcha de la infantería y de la caballería; llevad cuantas piedras podáis al primer piso, y al segundo y a los pisos superiores, por lo menos veinte o treinta piedras por casa, y esperad tranquilamente a que los batallones estén en medio de la calle, antes de tirarlas. Que todos los franceses dejen las puertas, los pasillos y los patios abiertos, para que se refugien nuestros tiradores, y para ayudarlos. Que los habitantes conserven su sangre fría y no se asusten. Las tropas no se atreverán nunca a entrar en las casas, sabiendo que encontrarían la muerte. Sería conveniente que un individuo quedase en cada puerta, para proteger la entrada y salida de nuestros tiradores. Franceses: nuestra salvación está en nuestras manos; ¿la abandonaremos? ¿Quién de nosotros no prefiere la muerte a la esclavitud?”


Los mismos métodos son utilizados con éxito en la revolución de febrero de 1848, dificultando la represión de la sublevación obrera de junio. Además, el emperador ha podido observar la utilidad de los grandes boulevards rectilíneos para atacar a la muchedumbre con descargas de fusilería, tras el golpe de Estado de diciembre de 1851. Es natural que ahora se preocupe de eliminar, de una vez para siempre, la posibilidad de que vuelvan a alzarse las barricadas populares.


Además de estas preocupaciones de orden político, existen motivos económicos y sociales que le empujan en el mismo sentido. París tiene cerca de medio millón de habitantes en la época de la Revolución y del primer Imperio. Bajo la Restauración y más aún bajo la Monarquía de julio, comienza a extenderse (aún sin el ritmo impresionante de Londres), y con la subida al Poder de Napoleón III acoge aproximadamente a un millón de personas. El centro de la ciudad antigua resulta cada vez más incapaz de soportar el peso de un organismo tan desarrollado. Las calles medievales y barrocas son insuficientes para el tráfico, las viejas casas aparecen inadecuadas frente a las exigencias higiénicas de la ciudad industrial, la concentración de funciones e intereses en la capital ha encarecido tanto los precios de los terrenos que se hace inevitable una transformación radical de la construcción.


Se da la coincidencia de que en este momento llega al Hotel de Ville un gobernador de energía y ambición excepcionales, capaz de sopesar los motivos políticos y económicos, de crear una organización de oficinas que asegure a los trabajos un cierto automatismo y de superar las dificultades previstas, haciendo valer, como factor decisivo, sus dotes personales de astucia y valor.


 


Apenas instalado en el Hotel de Ville, Haussmann reorganiza los servicios técnicos según criterios modernos, llamando para dirigir éstos a algunos ingenieros de primer orden, experimentados ya en encargos anteriores. Asegurando así un instrumento ejecutivo capaz y eficiente, se enfrenta, personalmente, con organismos y funcionarios administrativos, sostenido por la fe del emperador, y hace pasar sobre ellos, sin reserva alguna, la fuerza de su posición, sometiéndolos completamente a sus planes.


Las obras realizadas por Haussmann en los diecisiete años de poder se pueden dividir en cuatro categorías:


Ante todo, los trabajos propiamente de construcción, la construcción de nuevos barrios en las afueras y el trazado de nuevas calles en los viejos barrios, reconstruyendo los edificios a lo largo del nuevo trazado.


El viejo París tenía 384 kilómetros de calles en el centro y 355 en las afueras; él abre en el centro 95 kilómetros de calles nuevas (suprimiendo 49) y en las afueras 70 kilómetros (suprimiendo cinco). El núcleo medieval queda cortado en todos sentidos, eliminando muchos de los viejos barrios, especialmente los peligrosos del Este, que constituían el núcleo de todas las sublevaciones. Prácticamente, Haussmann sobrepone al cuerpo de la antigua ciudad una nueva red de calles anchas y rectilíneas, que forma un sistema coherente de comunicaciones entre los centros principales de la vida ciudadana y las estaciones de ferrocarril, asegurando al mismo tiempo eficaces directrices de tráfico, de cruce y de defensa. Evita destruir los monumentos más importantes, pero los aísla y usa como puntos de fuga en las nuevas perspectivas de calles.


La construcción de edificios en las nuevas calles está organizada con más disciplina y precisión que antes. En 1852 se introduce la obligación de presentar una petición de construcción; en 1859 se modifica el antiguo reglamento de la construcción de París de 1783-84 y se establecen nuevas relaciones entre la altura de las casas y el ancho de las calles (en las calles de veinte metros o más la altura tiene que ser igual al ancho; en las calles más estrechas puede ser mayor, hasta una vez y media), mientras se limita la inclinación de las cubiertas a 45°. Los nuevos barrios tienen que ser dotados de edificios públicos, y la prefectura se encarga también de éstos, a excepción de edificios militares y puentes, de los cuales provee directamente el Estado.


Limitando las consideraciones al campo de la construcción, las realizaciones de Haussmann parecen la continuación, en escala mayor, de las organizaciones barrocas, basadas en análogos conceptos de regularidad, de simetría, de culte de l'axe. Sin embargo, los trabajos de Haussmann se parecen a los de Mansart y de Gabriel como los edificios neo-clásicos se parecen a los de la tradición clásica. Aparentemente nada ha cambiado, pero se toma el repertorio formal de la tradición en forma convencional, para acometer nuevos ensayos impuestos por las nuevas circunstancias. En nuestro caso, debemos considerar los trabajos de construcción en el marco de las transformaciones técnicas y administrativas enumeradas a continuación.


Merecen mención aparte las obras para la creación de parques públicos. Hasta entonces, París posee solamente los parques construidos en el ancien régime: el Jardín de las Tullerías y los Campos Elíseos, en la ribera derecha; el Campo de Marte y el Luxemburgo, en la ribera izquierda. Haussmann comienza a trazar el Bosque de Bolonia, el antiguo parque real situado entre el Sena y las fortificaciones occidentales. Por su situación y proximidad a los Campos Elíseos, este parque se transforma pronto en la sede de la vida más elegante de París.


Al otro lado de la ciudad, en la confluencia con el Marne, se organiza el Bois de Vincennes, destinado a los barrios del Este, para demostrar cómo el emperador se ocupa de las clases populares. Al Norte y al Sur, justo dentro de las murallas, se crean dos jardines menores, los Buttes-Chaumont y el Parc Montsouris.


Para estos trabajos, Haussmann cuenta con un colaborador de primer orden: Alphand. En sus Memorias habla con evidente placer de los trabajos de jardinería, y hoy esta parte de su obra aparece quizá como el título más válido de su fama.


Págs.. 125-149.“Ingeniería y arquitectura en la segunda mitad del siglo XIX” .


Análogamente, las calles y las plazas de Haussmann, donde las reglas tradicionales de perspectiva se han aplicado a espacios demasiado grandes, no se cierran ya sobre sí mismas, y se transforman en ambientes ilimitados, calificados dinámicamente por el tráfico que las recorre.


Págs.. 125-149.“Ingeniería y arquitectura en la segunda mitad del siglo XIX” .


Análogamente, las calles y las plazas de Haussmann, donde las reglas tradicionales de perspectiva se han aplicado a espacios demasiado grandes, no se cierran ya sobre sí mismas, y se transforman en ambientes ilimitados, calificados dinámicamente por el tráfico que las recorre.


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CURTIS William. J.  La arquitectura moderna desde 1900. Edit. Phaidon. Hong Kong, 2006. 


Págs.33-51 .“La industrialización y la ciudad. El rascacielos como tipo y símbolo” 


El barón Georges Haussmann describa el París de mediados del siglo XIX como . Sus planes para la ciudad (que datan de la década de 1850) cortaban el tejido antiguo con amplios bulevares y combinaban las intenciones de la época: hacer más eficaz ese instrumento capitalista que era la ciudad, descongestionando para ello su circulación: exaltar los monumentos y gloria de los imperios pasados y del presente, uniendo con vistas los puntos focales; permitir la entrada de la luz, el aire y la vegetación para la burguesía, pero llevando a los pobres a otro sitio; y convertir los bulevares en escenarios sociales, pero también en vectores del control militar...


... Gracias a esta intervención la ciudad se transformó en menos de dos décadas dejando de ser una ciudad medieval para convertirse en la ciudad más moderna del mundo. Obedecían a unas necesidades objetivas: incremento de la población, exigencia de unas construcciones y un urbanismo más higiénico frente a las epidemias como la peste o el cólera, adaptación del centro de las ciudades a los nuevos medios de transporte como el ferrocarril.
Los cambios fueron posibles gracias a la mejora en la técnica y, además, a la adaptación de las leyes, permitiendo la expropiación forzosa. Haussmann eliminó muchas calles antiguas, serpenteantes y derribó casas de apartamentos. Las reemplazó con anchos bulevares, flanqueados por árboles y creó extensos jardines por los que París es hoy en día famoso. El plan de Haussmann incluyó también una altura uniforme de los edificios y elementos de referencia como el Arc de Triomphe y el Gran Palacio de la Ópera.
Pero, además de conseguir sus objetivos de mejoras sanitarias y de comunicación, la renovación sirvió para finalidades políticas. Y por ello la obra de Haussmann fue especialmente aplaudida por las clases enriquecidas, mientras que parte del pueblo parisino sintió que las obras de Haussmann destruían sus raíces y conexiones sociales. Logró desplazar a las masas obreras del centro de las ciudades a los barrios de la periferia. Los barrios mas bajos fueron exiliados a los suburbios, puesto que los barrios bajos fueron limpiados y sustituidos por apartamentos para la burguesía.


Y, en segundo lugar, el nuevo plan de la ciudad dificultaba revueltas, impidiendo la colocación de barricadas (fácil en estrechas callejuelas medievales, difícil en anchos bulevares) y facilitar la labor de las fuerzas del orden a través del rápido desplazamiento por las calles y la colocación estratégica de edificios oficiales como los cuarteles. En este sentido son reformas que se pusieron al servicio de regímenes políticos conservadores. Cuando a Haussmann, Napoleón III también tenía pensada esta finalidad de conseguir calles demasiado anchas para que los rebeldes construyeran barricadas a lo largo de ellas pudieran circular batallones en formación y la artillería, si se diera tal necesidad. 
Así, esta obra realizada es una de las circunstancias que contribuyeron a la rápida represión de la comuna de París en 1871. Fue el diseño Haussmann de calles y avenidas, combinadas con la nueva importancia que adquirió el ferrocarril, lo que facilitó el triunfo de este plan.


Págs. 241-255“La comunidad ideal: alternativas a la ciudad industrial” 


Los planes de Haussmann para París también reflejaban motivaciones mezcladas. Los nuevos bulevares ofrecían servicios higiénicos al público. Al tiempo que abrían vías para el comercio, el control militar y el despliegue espectacular de los monumentos de la ciudad, los del pasado y los del presente.


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MONTANER J.M. MUXI Z., “Arquitectura y política.Gustavo Gili. Barcelona, 2011. 


Págs. 159-196."Vulnerabilidades” 


La geografía de los sin techo está definida por los rincones más protectores de cada ciudad: puentes, pórticos, parques, portales, retranqueos, huecos de los escaparates de las tiendas, cajeros automáticos o pisos abandonados ocupados. Para dormir, los sin techo buscan lugares específicos cerca de centros asistenciales y redes de transporte urbano, para poder acceder a lugares de ayuda para comida o ropa y rincones transitados para evitar la violencia verbal o física. Por su morfología compacta, sus espacios intermedios y sus recovecos, la ciudad histórica favorece más la existencia de rincones para la vida nómada de los sin techo que las ciudades de trazado moderno, con zonas monofuncionales, amplias avenidas, edificios aislados y espacios delimitados. Los indigentes sobreviven mejor en las estructuras urbanas preindustriales e industriales, con muchos ámbitos ambiguos, más acordes con una vida con pocos medios, que en los trazados rectilíneos y en los espacios abiertos del urbanismo moderno, pensados esencialmente para moverse en automóvil. El trazado de la ciudad contemporánea ha sido diseñado mediante derribos, con grandes avenidas y bulevares haussmannianos que eliminan la diversidad y los pliegues, los rincones y las irregularidades que permitirían habitarlos, encontrarse u ocuparse.


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