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Con el Plan Cerdá para el ensanche de Barcelona, se intenta dar respuesta al creciente aumento de la población que se estaba dando en la capital catalana en estos momentos. Para ello se escogió un sistema racional y eficaz (cuadrícula urbana), sin perder de vista el carácter humano de dicha intervención y su relación con el medio: “Urbanizad lo rural, ruralizad lo urbano”.


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El sistema de cuadrículas con el desarrollo de una gran diagonal, los chaflanes en las esquinas, las manzanas de 113 x 113 m, las calles de 20 m (10 m dedicados al tráfico rodado y otros 10 a los peatones), la idea de descentralización y descongestión teniendo en cuenta el movimiento y la comunicabilidad, la importancia de las zonas ajardinadas en estos nuevos espacios urbanos… fueron transformados con el tiempo de manera importante. Manteniéndose las estructuras viales pero alterando de forma significativa el concepto de manzana con respecto al plan inicial. Hoy en día con la perspectiva ecológica, donde naturaleza y artificio entran en permanente contacto en el desarrollo de las ciudades, algunos aspectos formulados del plan inicial de Cerdá resultan especialmente significativos.


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FRAMPTON Kenneth., Historia crítica de la  Arquitectura Moderna. Gustavo Gili. Barcelona, 1987.  


Págs. 20-28.“Transformaciones territoriales: evolución urbana, 1800-1909”


Mientras tanto, en Barcelona, el ingeniero español Ildefons Cerdà —creador del término 'urbanización'— estaba desarrollando las implicaciones regionales de la regularización urbana. En 1859, Cerdà proyectó el ensanche de Barcelona como una ciudad reticular, con unas veintidós manzanas de extensión, bordeada por el mar y atravesada por dos avenidas oblicuas. Impulsada por la industria y el comercio exterior, Barcelona rellenó este trazado reticular de escala americana a finales del siglo. En su Teoría general de la urbanización, de 1867, Cerdà daba prioridad al sistema de circulación y, en particular, a la tracción a vapor.


Para él, el tráfico era, en más de un sentido, el punto de partida de todas las estructuras urbanas de base científica. El plan de Léon Jaussely para Barcelona, de 1902, derivado del de Cerdà, incorporó este énfasis en el movimiento a la forma de una ciudad protolineal en la que las zonas separadas de alojamiento y transporte se organizaban en bandas. Su diseño anticipaba en ciertos aspectos las propuestas de ciudades lineales hechas en Rusia en la década de 1920.


 Hacia 1891, la explotación intensiva del centro de las ciudades fue posible gracias a dos hechos esenciales para la construcción de edificios en altura: la invención del ascensor en 1853 y el perfeccionamiento de las estructuras de acero en 1890. Con la introducción del ferrocarril subterráneo metropolitano (1863), el tranvía eléctrico (1884) y el tránsito ferroviario suburbano (1890), el suburbio jardín surgió como la unidad 'natural' de la futura expansión urbana. La relación complementaria de estas dos formas de desarrollo urbano típicamente norteamericanas —el centro a base de edificios altos y esos suburbios ajardinados a base de edificios bajos— quedó patente en el período de auge constructivo que siguió al gran incendio de Chicago en 1871.


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MONTANER J.M. MUXI Z.,  Arquitectura y política.Gustavo Gili. Barcelona, 2011. 


Págs. 27-78.“Historias”


Una pieza clave inicial en la evolución de las relaciones entre formas arquitectónicas y poder fue el panóptico que Jeremy Bentham elaboró como concepto diagramático a finales del siglo XVIII; del control opresivo. Laberíntico y oscuro tardomedieval se pasó a un control omnipresente y liviano basado en la visión y la luz, el vacío y la posición elevada. Desarrollado como semi-círculo, como círculo o, de manera más espaciosa, con galerías radiales, dicho esquema se extendió por todo el mundo, especialmente en los edificios penitenciarios, pero también en hospitales, manicomios, cuarteles, fábricas y otras instituciones basadas en el control.


Esta idea de control desde el punto de vista central se trasladará al urbanismo, con la apertura de ejes radiales y esquemas en diagonales, para potenciar la jerarquía urbana, tal  como ya habían sido ensayados en la Roma del papa Sixto V, el París del Barón Haussman y la Barcelona del plan de León Jaussely. En oposición a estos trazados jerárquicos, se proyectaron las mallas y cuadrículas urbanas en ciudades como Nueva York o la Barcelona de Ildefonso Cerdá.


 

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