Inprimatu

CURTIS William. J.,La arquitectura moderna desde 1900. Edit. Phaidon. Hong Kong, 2006. 


Págs. 567- 587.“ Modernidad, tradición e identidad en los países en vías de desarrollo”


Los dilemas asociados al problema de la representación pública no eran únicos para cada sociedad, credo o ideología: eran un rasgo básico de la mayoría de las sociedades que afrontaban un cambio rápido. Durante la década de 1970, en los países más ricos en vías de desarrollo hubo varios concursos internacionales para centros culturales', museos, palacios estatales y cosas por el estilo. Uno de ellos se organizó en 1977 para la Real Biblioteca Nacional Pahlavi,que debía estar en Teherán y encarnar (supuestamente) la magnificencia de la corte imperial del sha. Arquitectos de todas las partes del mundo presentaron propuestas y se entregaron a confusos esfuerzos de 'expresión cultural. Por ejemplo, Alison y Peter Smithsonse apartaron del camino seguro de su vocabulario habitual (notando sin duda que carecía de suficiente retórica para abordar las exigencias simbólicas de un edificio estatal que debía ser identificable por la población) y se adentraron por una peligrosa vía que incorporaba una imaginería basada en la pluma de pavo real' (un motivo de la heráldica del sha) y en la cúpula (un tradicional símbolo persa de autoridad). El resultado era un orientalismo recargado que fracasaba completamente en su intención de captar el espíritu de la monumentalidad tradicional. El amanerado intento de imitar los trazados ornamentales islámicos recordaba el proyecto para la Universidad de Bagdad, de Gropius y TAC, de hacía más de una década, en el que un falso historicismo adoptaba el carácter de una producción de Hollywood sobre las mil y una noches'. El aeropuerto de Dharan en Arabia Saudí (1961), de Minoru Yamasaki, también se acercaba al kitsch con sus soportes prefabricados que emulaban palmeras, y sus mamparas de tracería supuestamente inspiradas en el modelo de las ventanas tradicionales. Sin embargo, incluso los arquitectos occidentales interesados en un regionalismo genuino podían encontrarse ante un cliente o un cuerpo de asesores deseosos de tener lo último de Nueva York o Londres. En ese escenario, el teórico armado con sus argumentos acerca del carácter local, la identidad y el 'genio del lugar' podía verse rechazado como un agente de Occidente empeñado en mantener apartado del 'progreso' al mundo en vías de desarrollo.


Había algunas situaciones en las que arquitectos occidentales podían ser requeridos para proyectar instituciones religiosas o estatales con tipos de edificios tradicionales claramente definidos, como las mezquitas. En estos casos, el conflicto entre lo nuevo y lo viejo, entre lo importado y lo autóctono, tendía a alcanzar su punto culminante. Si el proyectista seguía simplemente la fórmula del tipo tradicional, corría el riesgo de hacer una parodia, ya que su vocabulario y sus sistemas estructurales no eran, de hecho, tradicionales, y sus formas carecían de convicción simbólica; si se atenía a su propio vocabulario moderno, podía fracasar en la adecuación suficiente a los elementos tradicionales y a los significados convencionales, y acabar haciendo un proyecto que no lograse comunicar su propósito. El problema no era de índole muy diferente al que afrontaba un arquitecto occidental al que se le encargaba una catedral: lo que se necesitaba era una transformación imaginativa de los prototipos. Sin embargo, era difícil que los arquitectos occidentales que trabajaban en el extranjero captasen el espíritu de la cultura para la que estaban proyectando, y tampoco el empleo de un arquitecto nativo era una garantía segura de autenticidad. En el primer caso, se podía tener una mezquita que no se pudiese distinguir de un edificio de oficinas; en el otro, una versión falsa de la cúpula y el minarete torpemente recubiertos de cerámica industrial y relacionados precariamente con un sistema constructivo en hormigón totalmente ajeno.


Así pues, un elemento importante de la crisis arquitectónica de las naciones en vías desarrollo derivaba de su fracaso en el establecimiento de un lenguaje arquitectónico adecuado tanto a los cometidos modernos como a los tradicionales. No tenía sentido pretender que la modernización no estaba ocurriendo, y esperar que el reloj se parase o incluso diese marcha atrás hasta llegar a un determinado periodo puro' (totalmente ilusorio), en el que se consideraba que las influencias extranjeras y los cambios caóticos no habían sucedido. Con todo, estos sentimientos fundamentalistas se repetían a veces en la confusa búsqueda de la identidad cultural, ya se definiese ésta en términos nacionalistas o panculturales. La tradición arquitectónica en cuestión podía incluir monumentos islámicos o cabañas de madera melanesias, pero los tradicionalistas seguían compartiendo todas las dificultades de sus equivalentes historicistas de la Europa del siglo XIX; incluso una vez que cierta esencia cultural' se había adivinado y vinculado a una u otra edad de oro' del pasado, todavía quedaba el problema de representar esa identidad medular de un modo arquitectónico. No se podían imitar simplemente las formas anteriores; los antecedentes necesitaban transformarse en imágenes cargadas de significado para el presente.


El año 1973 fue crucial para las economías de Occidente porque fue entonces cuando la crisis del petróleo' llegó a un punto crítico. Los ingresos que fluían a los países productores de petróleo se intercambiaban por la pericia occidental, incluyendo los conocimientos de la profesión arquitectónica. La pausa en la producción occidental (a menudo rellenada con proyectos de papel e investigaciones teóricas) coincidió con un auge de la construcción en partes del mundo anteriormente subdesarrolladas que habitualmente no habían sido tenidas en cuenta por Occidente. No fue un choque de fuerzas muy afortunado: los clientes que se querían enriquecer rápidamente no podían perder el tiempo con las sutilezas de la cultura arquitectónica, y los arquitectos occidentales concentrados en el beneficio financiero adolecían de una ignorancia abismal de las costumbres y tradiciones locales. Una epidemia de descaro tecnológico asoló las costas del golfo Pérsico y los aledaños del desierto. El asunto se complicaba más aún por la relativa falta de ejemplos monumentales y urbanos en regiones hasta entonces nómadas. Lo que se necesitaba era una evaluación completa, desde los mismos principios de las sugerencias formales inherentes al clima, los materiales y los modelos sociales. Lamentablemente, ese rigor no se solía aplicar, y los nuevos edificios de Arabia Saudí o Kuwait tenían el aspecto de poder haber estado en cualquier sitio....


... La obsesión por la representación cultural que se hizo patente en la década de 1970 siempre corría el peligro de dejar de lado las cuestiones de la calidad y la autenticidad arquitectónicas. Un edificio que encajase en alguna prescripción pasajera, que ilustrase valores ruidosamente proclamados como 'islámicos, 'indios', 'nacionalistas' o "comunistas' (u otros cualesquiera), no era necesariamente una arquitectura de calidad duradera. De hecho, una aceptación demasiado fácil de la iconografía convencional podía conducir rápidamente al 'kitsch'. La época posterior a la II Guerra Mundial comenzó con la emancipación de diversidad arquitectónica de una arquitectura internacional devaluada; esto era deseable e inevitable. Pero el regionalismo se podía convertir fácilmente en el instrumento simplista de un dogmatismo religioso a fórmula y nacionalista de tal índole que no dejase sitio para los aspectos universales de la condición humana y del lenguaje del arte. Lo que se necesitaba era una combinación de lo local y lo universal que evitase las limitaciones de cada uno de ellos y llevase a formas de una resonancia simbólica duradera. La arquitectura epidérmicamente moderna y el tradicionalismo insustancial eran males que debían evitarse en todas las partes del mundo.


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