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Págs. 20-28.“Transformaciones territoriales: evolución urbana, 1800-1909”
Mientras tanto, en Barcelona, el ingeniero español Ildefons Cerdà —creador del término 'urbanización'— estaba desarrollando las implicaciones regionales de la regularización urbana. En 1859, Cerdà proyectó el ensanche de Barcelona como una ciudad reticular, con unas veintidós manzanas de extensión, bordeada por el mar y atravesada por dos avenidas oblicuas. Impulsada por la industria y el comercio exterior, Barcelona rellenó este trazado reticular de escala americana a finales del siglo. En su Teoría general de la urbanización, de 1867, Cerdà daba prioridad al sistema de circulación y, en particular, a la tracción a vapor.
Para él, el tráfico era, en más de un sentido, el punto de partida de todas las estructuras urbanas de base científica. El plan de Léon Jaussely para Barcelona, de 1902, derivado del de Cerdà, incorporó este énfasis en el movimiento a la forma de una ciudad protolineal en la que las zonas separadas de alojamiento y transporte se organizaban en bandas. Su diseño anticipaba en ciertos aspectos las propuestas de ciudades lineales hechas en Rusia en la década de 1920.
Hacia 1891, la explotación intensiva del centro de las ciudades fue posible gracias a dos hechos esenciales para la construcción de edificios en altura: la invención del ascensor en 1853 y el perfeccionamiento de las estructuras de acero en 1890. Con la introducción del ferrocarril subterráneo metropolitano (1863), el tranvía eléctrico (1884) y el tránsito ferroviario suburbano (1890), el suburbio jardín surgió como la unidad 'natural' de la futura expansión urbana. La relación complementaria de estas dos formas de desarrollo urbano típicamente norteamericanas —el centro a base de edificios altos y esos suburbios ajardinados a base de edificios bajos— quedó patente en el período de auge constructivo que siguió al gran incendio de Chicago en 1871.
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Págs. 27-78.“Historias”
Una pieza clave inicial en la evolución de las relaciones entre formas arquitectónicas y poder fue el panóptico que Jeremy Bentham elaboró como concepto diagramático a finales del siglo XVIII; del control opresivo. Laberíntico y oscuro tardomedieval se pasó a un control omnipresente y liviano basado en la visión y la luz, el vacío y la posición elevada. Desarrollado como semi-círculo, como círculo o, de manera más espaciosa, con galerías radiales, dicho esquema se extendió por todo el mundo, especialmente en los edificios penitenciarios, pero también en hospitales, manicomios, cuarteles, fábricas y otras instituciones basadas en el control.
Esta idea de control desde el punto de vista central se trasladará al urbanismo, con la apertura de ejes radiales y esquemas en diagonales, para potenciar la jerarquía urbana, tal como ya habían sido ensayados en la Roma del papa Sixto V, el París del Barón Haussman y la Barcelona del plan de León Jaussely. En oposición a estos trazados jerárquicos, se proyectaron las mallas y cuadrículas urbanas en ciudades como Nueva York o la Barcelona de Ildefonso Cerdá.
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Págs.85-124. “El primer modelo de ciudad en la época industrial: Haussmann y el Plan de Paris (1850-1870)
El plan Cerdá.
A mediados del siglo XIX, Barcelona desborda el recinto medieval, al que hasta entonces se había mantenido reducida, e invade el llano.
El Ayuntamiento convoca, en abril de 1859, un concurso para estudiar el desarrollo futuro de la ciudad. En febrero del mismo año, Ildefonso Cerdá, ingeniero de caminos, obtiene, por Real Orden, la autorización para estudiar en el plazo de un año el mismo tema, y finalmente, en junio de 1859 se aprueba, asimismo por Real Orden, el proyecto redactado por Cerdá. El concurso convocado por el Ayuntamiento de Barcelona se falla a favor del arquitecto municipal Antonio Rovira, pero serán los planes de Cerdá los que, en definitiva, servirán de base para el trazado de la parte moderna de Barcelona, conocida por el ensanche.
Los dos planes que Cerdá realiza a partir de 1859, y que sólo parcialmente serían llevados a la práctica, suponen una de las alternativas más radicales y valiosas que el siglo XIX ofrece al concepto tradicional de ciudad. Como resumen puede anticiparse que contienen, en germen, innovaciones tan definitivas como la supresión de la rue-corridor, la desaparición de la manzana cerrada, y una posibilidad de diferenciación entre el tránsito de peatones y el de vehículos.
El primer plan de Cerdá está montado sobre el esquema de un trazado viario en cuadrícula, con calles de 20 metros de anchura y chaflanes de esquina. Se rodea la parte antigua con una calle de ronda y se crea en el ensanche la gran plaza de las Glorias, lugar de encuentro de las dos extensas vías diagonales. Del mismo modo que a Haussmann, preocupaban extraordinariamente a Cerdá los problemas de tránsito. La bondad de su solución a este respecto queda de manifiesto por el hecho de ser aún la Barcelona actual una ciudad que cuenta con una red viaria superior a la que existe en la mayor parte de las ciudades europeas.
En cada manzana del primer plan Cerdá se establecía que, no habrían de ser edificados más de dos bloques, colocados entre sí paralelamente y localizados en las zonas periféricas de la misma (fig. 92). Dichos bloques están situados alineando sus frentes principales paralelamente a la calle, en unos casos, y, en otros, normales a la misma, de modo que los paramentos que se asomaran a ésta fueran los costados del edificio. Así, la calle-corredor a que da lugar la primera disposición se interrumpe cada vez que aparecen manzanas distribuidas con arreglo a la segunda disposición. En ambos casos queda siempre entre los bloques un amplio espacio ajardinado abierto a la calle.
En el segundo plan Cerdá, el planteamiento cambia notablemente. Ya los bloques no son siempre paralelos entre sí ni de forma exclusivamente rectangular, sino que aparece el bloque en ele; de todos modos, se mantiene la norma del plan anterior de no edificar más de dos lados de una misma manzana, y se sigue dejando un espacio libre ajardinado entre ellos.
El aspecto de la ciudad que habría de surgir de esta segunda ordenación difiere notablemente del obtenido con la primera. La calle-corredor es eliminada casi por completo, manteniéndose únicamente para dar lugar a unas grandes avenidas. Se logra una mayor variedad de espacios urbanísticos y zonas ajardinadas, si bien se conserva la red viaria en su rigidez primitiva. Las manzanas en el segundo plan Cerdá se estructuran formando núcleos vecinales que se aglutinarán alrededor de las parroquias. También se estudia, de modo casi exhaustivo, la estructura social de la ciudad futura, con lo que se consigue uno de los primeros planteamientos sociológicos del urbanismo moderno.
Ninguno de los dos planes de Cerdá fue llevado a la práctica íntegramente, quizá por la ausencia de un poderoso brazo ejecutivo, que en el caso de Haussmann fue el mismo Haussmann. Las manzanas fueron edificadas por sus cuatro fachadas, convirtiéndose de este modo en manzanas cerradas. También los bloques proyectados para planta baja y tres pisos aumentaron su altura, y los jardines de manzana llegan a desaparecer por completo. En definitiva, poco más de la red viaria, con su disposición achaflanada en los encuentros, fue lo que persistió de los planes de este gran urbanista.
Las variaciones se han pretendido justificar posteriormente, en parte, por la baja densidad que se lograba mediante el plan Cerdá; pero, en todo caso, hubiera sido posible incrementar aquélla manteniendo las líneas generales del mismo.
Por otro lado, estas manzanas cerradas en que degeneró el proyecto primitivo albergaban, hasta los años 20, viviendas de más de 200 metros cuadrados, que, pese a la rigidez de su distribución, resultaban aceptables. Pero al correr los años e introducirse en estas manzanas, de 28 metros de profundidad, viviendas de 100, 80 y hasta 50 metros cuadrados, se consiguieron habitaciones cuyas condiciones resultan realmente infrahumanas.
Los planes de Cerdá, en su versión auténtica, suponen una contribución notable, que no fue aprovechada en su momento ni apenas conocida en la actualidad.