Inprimatu
Vista aérea de Chicago

Chicago. Forma y desarrollo urbano

  • 1804 -
  •  
  •  
  • Chicago (Illinois)
  • Estados Unidos

 FUSCO Renato de ., Historia de la arquitectura Contemporánea. Ed. Celeste. Madrid,1992.


Págs.11-64.“El Eclecticismo Historicista” 


Escuela de Chicago. Pocos o ningún edificio de gran interés arquitectónico se realizaron en el período que media entre los años 1850 y 1880. Prosigue la obra de los grandes constructores: H. Labrouste, tras la Biblioteca de Sainte-Geneviève (1843-50), realiza la Biblioteca Nacional (1862-68); V. Baltard inicia en 1853 les Halles Centrales, en el marco de las obras urbanísticas de Paris. Entra en su fase culminante el eclecticismo, en la aceptación más corriente de la palabra. Ch. Garnier construye entre 1861 y 1874 la Opera de Paris en ese estilo de neoclasicismo barroco que en Italia se llama “Umbertino” y que afectará a muchísimos edificios “oficiales” de varios países. Es bastante activo en este período el estudio teórico y crítico: Viollet-le-Duc publica entre el 1854 y el 1868 el Dictionnaire raisonné de l´architecture française, y entre 1863 y el 1872 les Entretiens sur l´Architecture. El fenómeno más significativo de aquellos años fue la transformación de las grandes ciudades: la de Paris por obra de Napoleón III y su prefecto, Haussmann, que tiene lugar entre 1853 y 1869; la de Bruselas (1867-71), la de Barcelona, iniciada en 1859, la de Viena (1859-72) etc. , así como las modificaciones parciales de los organismos urbanos por medio de planes de “mejora”, efectuados en casi todas las ciudades europeas en base al modelo de Paris. En suma la segunda mitad del siglo XIX fue la gran época de la urbanística, hubo una gran experimentación técnico-constructiva, se elevó el nivel de edificación, especialmente de la británica, pero no el de la arquitectura; por tanto no surgieron obras definitivamente paradigmáticas.


Para encontrar edificios que, aún en el ámbito del eclecticismo historicista, en el sentido más amplio que damos a esta expresión, represente un salto hacia delante en la historia de la arquitectura, es necesario trasladarse a los Estados Unidos y observar el inicio de los años 1880. Nos referimos a las construcciones de la Escuela de Chicago. Se entiende con esta expresión el conjunto de obras que constituyeron el centro administrativo de esta ciudad, fundada en 1830 con una planta en retícula de extensión ilimitada, y convertida pronto en el mayor centro de intercambio y en el mayor nudo ferroviario de los Estados Unidos. Destruida por un incendio en 1871, Chicago representaba tal concentración de intereses que fue reconstruida en poco menos de una veintena de años y ampliada hasta el punto de contener 1.700.000 habitantes a finales de siglo. La reconstrucción se confió inicialmente a un grupo de técnicos que provenías del ejército, formados durante la guerra de la secesión. Entre 1880 y 1900 nace precisamente el centro de negocios de la ciudad, el Loop, caracterizado por grandes edificios de oficinas, residencias, grandes almacenes, locales públicos etc. El alto precio de los solares edificables, tanto en Chicago como en Nueva York, fue la causa que determinó el nacimiento del rascacielos, un tipo edificatorio realizado en una primera época como “torre de piedra” y posteriormente con esqueleto metálico. Permitía la mínima ocupación en planta de la estructura, la máxima utilización de los  espacios interiores, su polifuncionalidad, la mayor luminosidad y abertura y, sobre todo el mejor aprovechamiento del suelo edificable, con al estructura de múltiples pisos. Técnicamente, el rascacielos se valía de las la innovaciones estructurales derivadas el uso racional de la construcción en hierro, de los sistemas verticales de transporte (ascensor de vapor, Otis de 1864; hidraúlico, Badwin, de 1870; eléctrico, Siemens de 1887), además de las instalaciones de teléfono y de correo neumático. Benevolo compara con acierto el tipo edificatorio del rascacielos, de extensión altimétrica ilimitada, con el plano de parcelación urbana en retícula, de extensión planimétrica ilimitada, considerando ambos como meras operaciones aritméticas. “Ni lo uno, ni lo otro son realidades arquitectónicas, pero contienen la posibilidad de una transformación radical del escenario arquitectónico tradicional, y el principio en el que se basan, siendo el mismo que rige la industria, puede servir para poner de acuerdo la nueva escena urbana con las exigencias de la sociedad industrial”. Por su parte, Zevi, afirma: “Nada contemporáneo en Europa es parangonable a esta página americana”. Y trata de distinguir entre los constructores de Chicago, las personalidades creativas de las dotadas sólo de capacidad técnica, así como los arquitectos organizadores de los puros y simples negociantes. Todo esto es cierto, pero observado desde un punto de vista más amplio y en un estudio de síntesis como éste, podemos decir que la Escuela de Chicago constituyó un acervo de conquista técnicas indiscutibles; de ambiciones estilísticas que van desde el  neorrománico a la búsqueda neodecorativa (no en vano muchos de los mejores exponentes estudiaron en Francia en la École des Bueaux Arts); de unión entre arquitectos e ingenieros; de extremada disponibilidad profesional; de dramáticas frustaciones para quienes, no sin acentos veleidosos, pretendían conciliar el arte con ese mundo ágil y resuelto de los negocios. Más allá de toda conquista tecnológica, tipológica protorracionalista, en la realidad de Chicago la cultura arquitectónica desempeña un papel decididamente secundario e instrumental, siendo la competencia el verdadero protagonista. Los edificios de esta escuela dan testimonio de la plena actuación del activo y pasivo derivados del sistema liberal, aplicada al sector de la construcción y de la urbanística.  El realismo comercial de un grupo de empresarios, libre de toda rémora, tiene aquí la posibilidad de expresar y realizar lo que en Europa habría sido impedido con trabas de todo tipo, desde las preexistencias ambientales a los conflictos entre clases. Y serán precisamente estas condiciones histórico-culturales, económicas, socio-políticas, que representan lo específico de la tradición europea, las que van a diferenciar sustancialmente el Movimiento Moderno del viejo continente y el que actuó en América del Norte.


 Pasando de estas consideraciones generales, al examen de los principales edificios del siglo XIX en Chicago, debemos advertir que dicho examen será diferente de las “lecturas” que venimos efectuando en nuestro texto. En efecto, dado que algunas de estas obras han sido destruidas, que se carece de una completa documentación iconográfica,  que la misma literatura sobre el tema se concentra sólo en aspecto parciales,  subrayando exclusivamente los motivos más “avanzados” de estos edificios y, finalmente, que a pesar de todo sostenemos que ninguna de éstas puede considerarse una obra paradigmática, nos limitaremos a indicar únicamente las construcciones que pueden agruparse en determinadas tendencias.


Pasando de estas consideraciones generales, al examen de los principales edificios del siglo XIX en Chicago, debemos advertir que dicho examen será diferente de las “lecturas” que venimos efectuando en nuestro texto. En efecto, dado que algunas de estas obras han sido destruidas, que se carece de una completa documentación iconográfica,  que la misma literatura sobre el tema se concentra sólo en aspecto parciales,  subrayando exclusivamente los motivos más “avanzados” de estos edificios y, finalmente, que a pesar de todo sostenemos que ninguna de éstas puede considerarse una obra paradigmática, nos limitaremos a indicar únicamente las construcciones que pueden agruparse en determinadas tendencias.


La escuela de Chicago tuvo como iniciador al ingeniero-arquitecto William Le Baron Jenney (1832-1907), que había estudiado en Francia en la Ecole Polytechnique y había sido mayor en el cuerpo de ingenieros del ejército de Shermann. En su estudio trabajaron los principales exponentes de la escuela de Chicago, Martin Roche,  William Holabird, Daniel Burnham y Louis Sullivan. Sin embargo, la producción arquitectónica de esta ciudad como la del resto de centros americanos en el último cuarto de siglo estuvo influenciada por otro arquitecto, Henry Hobson Richardson (1838-86) que, aún habiendo construido sólo un edificio importante en Chicago, el Marshall Field Wholesale Store & Warehouse, en 1885, por haber estudiado también en Europa en la Ecole des Beiaux Arts y con Labrouste, y por haber desarrollado a su vuelta en su país una intensísima actividad profesional, acabó por incidir notablemente en el desarrollo de los acontecimientos de los que nos ocupamos, representando, por así decirlo, el momento “cultural”; encarnando la obra de Le Baron Jenney el momento “técnico”.


 Con cierta aproximación podemos relacionar con la construcción de éste último la tendencia caracterizada por los edificios de esqueleto, indudablemente los más innovadores, que confiaban todo el programa arquitectónico a la solución estructural, carente casi de sutilezas estilístico – figurativas. A la obra de Richardson, muy conocida, como se ha dicho,  incluso antes del edificio que construyó en Chicago, podemos asignar la tendencia que,  aun reflejando el programa edificatorio de los edificios comerciales,  afrontaba este cometido con notables implicaciones estilísticas, histórico-eclécticas, claramente inspiradas en el románico. Como observa Zevi: “No se ve en el románico un estilo comparable a los demás estilos importados, sino un austero método compositivo que tenía en cuenta las realidades constructivas fundamentales, dejaba un amplio margen a las interpretaciones originales,  recuperaba la sinceridad en el uso de los materiales cerámicos y  reducía la decoración a lo esencial”.


Como todos los demás arquitectos de Chicago siguieron una de estas dos tendencias, fundiendo ambas a menudo en un mismo edificio, vamos a tratar de clasificar estas, independientemente de sus  versátiles autores, en dos familias que denominaremos convencionalmente “estructuralistas” y neorománicos.  En la primera corriente podemos enumerar el primer Leiter Building de 1879, edificio que, con seis alturas y plana baja, con estructura interna de hierro fundido puesta de manifiesto alrededor por medio de una malla ortogonal, pilastras de ladrillo y amplias aberturas, proyectado por Le Barón  Jenney, se considera como iniciador de la Escuela de Chicago; el levantado para Home Insurance Building de 1864, con once pisos, realizado por el mismo arquitecto y en la misma línea arquitectónica, aunque unos salientes a la altura de los forjados, tienden tal vez a mitigar perceptivamente la enorme mole del edificio; el Tacoma Building, de Holabrid and Roche, de 1888 , de doce plantas que introduce en la estructura de esqueleto bowindows poligonales, es decir un elemento arquitectónico perteneciente tanto a los revivals estilísticos como a una ininterrumpida tradición constructiva nórdica; el segundo Leiter Building, de Le Barón Jenney, realizado en 1889 en perfecta continuidad con el otro, diez años anterior: el Fair Building, de 1891, si bien con alguna concesión al motivo historicista de pilastras gigantes combinadas por capiteles; el Marquete Building, de Holabird y Roche, de 1894,y , finalmente el Reliance Building, iniciado en 1890 por Burnham & Root, con una altura inicial de cinco plantas a las que se añadieron en 1895 otras diez más. Este edificio, el más significativo de las construcciones de Chicago, puede considerarse el punto de partida de la corriente estructuralista.


 En la segunda tendencia, la neorrománica, inspirado por Richardson y enriquecida con detalles neodecorativos, debidos a la obras de Louis Sullivan, se pueden incluir; El Rochschild Store, de 1881; El Revell Store de 1881-1883; el Troescher Building, de 1884, todos ellos proyectados precisamente por Sullivan; El Marshall Field Store, de Richardson ya mencionado, la obra principal de este arquitecto, y la más influyente para la corriente que estamos examinando; directamente ligada a ellas está el Auditorium Building, construido desde 1887 al 1889 por Adler & Sullivan, otro de los Inmuebles más significativos de Chicago, también por su multiduncionalidad (contenía además del Teatro, oficinas comerciales y un hotel); el Great Northem Hôtel de 1891, proyectado por Burnham & Root, quienes realizan en 1892, el Capitol, llamado también Masonic Temple, el edificio más alto de este período en Chicago, son sus veintidós plantas, ambos claramente inspirados en las formas de Richardson enfatizadas como requería la importancia comercial de estas oficinas.


 Paralelamente a estas dos familias, estructuralista y neorrománica, en las que pueden incluirse otras numerosas obras cuyo carácter era frecuentemente difuso – valga como ejemplo el caso del Manhatan Building (1890) del propio William Le Baron Jenney, donde se mezclan la estructuras de esqueleto, bowindows poligonales y curvilíneas, ventanas horizontales e incluso arcos de coronación – existen construcciones verdaderamente originales e independientes como el Monadnock Building, de 1891 proyectado por Burnham & Root. Este edificio con sus 15 pisos ininterrumpidos, sus bow-windows alternadas con aberturas verticales, sus encuentros levemente curvados en la base y en la coronación, se diferencia sensiblemente tanto de las configuraciones de esqueleto de la primera tendencia, como de las arquerías románicas de Richardson y también de los detalles decorativos de la obra de Sullivan, por estar hecho a base de paramentos continuos de ladrillo. De este último autor es otro edificio “independiente” el Carson, Pirie & Scott Department Store, realizado entre 1899 y 1904, donde a excepción de la solución curvilínea de la esquina, recurso típicamente decimonónico en los edificios de grandes almacenes, queda expresado claramente el objetivo de Sullivan de integrar en una nítida estructura ortogonal de fachada el “sistema decorativo” al que el arquitecto dedicó sus mayores esfuerzos.


 En la evolución de la Escuela de Chicago, la Exposición  Colombina de 1893 marca, según la mayoría de los historiadores, el final de una intensa actividad de investigación, durante la cual, aún con evidentes contradicciones, el eclecticismo historicista se apoya en un rigor estético y estructural que puede definirse como protorracionalista y en aportaciones que parecen anticipar el Art Nouveau. Esta exposición habría frenado este conjunto de impulsos innovadores y recuperado viejos estilemas en la línea de Beaux Arts, importados del viejo continente. Indudablemente, algo hay de cierto en esta afirmación, especialmente si se considera el paso de uno de los mayores protagonistas de Chicago, Daniel Burnham, a la corriente neoacadémica, y el hundimiento profesional de un artista como Sullivan, sobre el que influyó el cambio en el gusto del público a continuación de la Exposición colombina.


Sin embargo, soslayando lo ocurrido personalmente a varios arquitectos y en particular a Sullivan, el personaje culturalmente más valioso de los citados, la Exposición Colombina consiguió sólo en parte frenar el flujo productivo final de la Construcción en Chicago. Así pues, a nuestro entender, dicha manifestación, aunque produjo una crisis momentánea, acabo por determinar una clarificación de los hechos de los que nos ocupamos. Después del 1893, en efecto, es la corriente estructuralista iniciado por William Le Baron Jenney la que permanece, la única que se consagraba, lejos de toda veleidad culturalista, por sus razones técnicas, económicas y figurativas más cercanas a las demandas de la clientela.


Ya Hitchcock, en su Architecture Nineteenth and Tentieth Ceturies, había proseguido su clasificación de las obras americanas de finales del siglo XIX sin dar excesiva importancia a la educación retardadora de la Exposición colombina; recientemente la influencia de esta última ha sido reconsiderada de una forma más convincente. En un artículo de 1956, Luigi Pellegrini, tras haber publicado una basta serie de rascacielos realizados en Chicago después de 1893 – todos en la línea a la que nos hemos referido- sostiene que: “La célebre escuela señalada en los libros con las fechas 1880-1893 no debe limitarse sólo a episodios aislados del XIX: continúa y sigue produciendo obras al menos en todo el primer cuarto de siglo. Los rascacielos de Mies encajan perfectamente con esta tradición. Nada más falso que creer literalmente en el mito de la Exposición Colombina como destructora de todos los valores de la Escuela de Chicago. Estos valores no eran meramente figurativos y, por tanto, no podían perderse con la aparición de una moda académica.  Estaban apegados al mundo social y técnico de Chicago y, condenados al ostracismo por la cultura oficial, resurgían en la práctica edificatoria inevitablemente”. Estamos de acuerdo con este razonamiento, que, a su vez, confirma implícitamente los aspectos positivos y negativos del fenómeno arquitectónico de Chicago, emblemático en su conjunto, que ya hemos señalado en las consideraciones generales expresadas al inicio del presente párrafo.


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BENEVOLO, L.,  Historia de la arquitectura contemporánea. Edit. Gustavo Gili. Barcelona, 1987.


p.242-44. " En el lugar donde el rio Chicago desemboca en el lago Michigan, el ejército americano funda en 1804 el fuerte Dearbon, destruido por los indios en 1812 y reconstruido inmediatamente después. Alrededor de este enclave se establecen algunos pioneros y, en 1830, el nuevo asentamiento recibe la forma de ciudad; no como en tiempo de Rómulo, cavando un surco, sino por medio de una operación matemática y económica, de acuerdo con la tradición americana, parcelando en cuadrículas regulares un área de cerca de media milla cuadrada junto a la desembocadura del río y procediendo a la venta de parcelas. 


La retícula está concebida de forma que pueda ser extedida a voluntad, y por sucesivas adiciones - prolongando millas y millas las calles originarias - la ciudad se extiende poco a poco hasta alcanzar a finales de siglo, 190 millas cuadradas y 1.700.000 habitantes. 


En las primeras décadas, la mayor parte de la ciudad se construye en madera. Se emplea este material, desde un principio, según una técnica particular que ha recibido el nombre de Balloon frame; Giedion aclara que la invención de esta técnica se debe probablemente a George Washington Snow (1797-1870) que, a partir de 1883, desempeña diversos cargos técnicos en la administración de Chicago, ejerciendo al mismo tiempo como empresario y comerciante en madera....


...Chicago queda casi completamente destruida por un incendio en 1871, cuando cuenta ya con 300.000 habitantes. La reconstrucción, vacilante en un primer momento por temor a nuevos desastres, se hace muy intensa entre 1880 y 1900 y, sobre el lugar que ocupaba el antiguo pueblo, se alzó un moderno centro comercial con edificios, para oficinas, grandes almacenes, hoteles; se experimentan nuevos sistemas de construcción con inusitada audacia, para satisfacer las nuevas necesidades. A lo largo de todo el siglo XIX el viejo sistema cuadriculado ha sido considerado suficiente para resolver el problema del desarrollo de la ciudad, pero en la primera década del siglo XX, se plantea la necesidad de un control urbanístico adecuado a la nueva escala de la ciudad; el plano regulador de Burnham & Bennet, en 1909, constituye el primer intento de ordenar, aunque con criterios formalistas, el desmesurado cuerpo de la ciudad y marca el final de esta fase de estallido constructivo...


...Los elevados edificios del Loop de Chicago son posibles de construir gracias a algunas invenciones técnicas. La estructura de esqueleto en acero, perfeccionada sobre todo por Le Baron Jenney, permite aumentar la altura sin miedo a tener que dar un grosor excesivo a los pilares de los pisos bajos, y permite también abrir a lo largo de las paredes vidrieras casi continuas, iluminando así crujías profundas; para soportar las cargas concentradas de los pilares, F. Baumann propone, en 1873, nuevos sistemas de cimentación en piedra, que se perfeccionan poco a poco hasta dar con el «Chicago Caisson» de cemento que se emplea por primera vez en 1894. El ascensor de seguridad a vapor, instalado por primera vez por E. G. Otis en Nueva York en 1857, llega a Chicago en 1864; en 1870 C. W. Baldwin inventa y construye en Chicago el primer ascensor hidráulico, ¿mientras que en 1887 empieza a difundirse el uso del ascensor eléctrico. Ascensor, teléfono y correo neumático permiten el funcionamiento de hoteles, almacenes y oficinas de cualquier tamaño y número de pisos; nace así, en Chicago, por primera vez, el rascacielos. Un observador de 1895 escribe:


“La construcción de edificios para oficinas de enorme altura, con estructura de esqueleto en hierro y acero que sustenta los muros internos y externos, ha llegado a ser una costumbre en casi todas las grandes ciudades americanas. Este estilo de construcción ha nacido en Chicago, al menos en su aplicación práctica, y esta ciudad dispone ahora de más edificios del tipo de esqueleto de acero que todas las demás ciudades americanas juntas.”


 El rascacielos constituye otra aplicación típica del procedimiento de abstracción propio de la cultura arquitectónica americana, como el plan en cuadrícula. Es juzgado siempre con rigor cuando se le considera desde el punto de vista de la perspectiva, porque es un dispositivo indefinido, carente de proporciones y de unidad; como dice Wright es «una estratagema mecánica» para «multiplicar las áreas privilegiadas tantas veces como sea posible vender y volver a vender la superficie del terreno primitivo».


 Sin embargo, cuando se deja a un lado el significado despectivo motivado por el contraste con los hábitos visuales tradicionales, nos damos cuenta que se trata, precisamente, de un nuevo procedimiento mental, que contiene —por ahora sólo de forma tosca y embrionaria— _una nueva forma de ver la arquitectura, y exige ser juzgado con nuevos criterios formales.


Emilio Cecchi observa con agudeza: «El rascacielos no es una sinfonía de líneas y masas, de llenos y vacíos, de fuerzas y resistencias; es, más bien, una operación aritmética, una multiplicación», de la misma forma como el sistema de parcelación del terreno sobre el que se levanta es, en el fondo, otra operación aritmética, una división. Ni una ni otra son realidades arquitectónicas, pero contienen la posibilidad de una radical transformación de la escena arquitectónica tradicional, y el principio en que se fundan, idéntico al que rige la industria, puede servir para armonizar el nuevo escenario urbano con las exigencias de la sociedad industrial.


Vistas bajo esta luz, las experiencias de la escuela de Chicago constituyen una importante contribución a la formación del movimiento moderno; pero los resultados tan prometedores conseguidos en la penúltima década del siglo se diluyen inmediatamente después, porque ninguno de sus protagonistas tiene clara conciencia de los problemas tocados. Cada uno de ellos se agarrota en un dilema cultural que sólo tiene dos salidas: o la vuelta al conformismo de los estilos históricos (es el camino de Burnham) o a la experiencia individual de vanguardia (es el camino de Sullivan y, posteriormente, de Wright)...


...Los contemporáneos de Jenney tienen mayores ambiciones artísticas y se esfuerzan por eliminar las referencias a los estilos históricos, pero no son tan coherentes respecto a la invención estructural.


 Holabird y Roche construyen en 1889 el Tacoma Building, de doce pisos, utilizando una estructura mixta con algunos muros portantes tanto internos como externos; no hay elementos arquitectónicos que pasen, en fachada, de un piso a otro, pero la gradación de los elementos arquitectónicos en altura se obtiene con una rarificación progresiva de la ornamentación y con una especie de ático con galerías.


 En 1891, Burnham y Root construyen el Monadnock Building, de dieciséis pisos, con muros exteriores portantes de ladrillo; los paramentos son lisos, sin ningún adorno, y las superficies se cortan formando curvas, poniendo de manifiesto los efectos volumétricos del imponente paralelepípedo y de las columnas de bow-windows.


 Esta simplificación excepcional del revestimiento exterior se debe a la insistencia del financiero, preocupado por el grave riesgo que asume construyendo en una zona periférica, sólo más tarde es seguida por Root como tendencia estética; por otra parte, la sencillez es más aparente que real, porque «los ladrillos se sostenían (en las partes en voladizo) por ángulos de acero ocultos y las líneas curvas, anormales en los ladrillos, se conseguían forzando el material; se tuvieron que construir centenares de moldes especiales para hacer ladrillos especiales que seguirán las curvas y las inclinaciones.


 Los mismos autores construyen en 1892 el Great Northern Hotel —adaptando a un gran hotel los métodos estructurales de los edificios para oficinas— _y el edificio más alto de la vieja Chicago, el Capitol, también llamado Masonic Temple, que llega a los 22 pisos y 90 metros de altura. La arquitectura se complica; la imponente masa se apoya en un basamento de arcos y está coronado por un entablamento con cubierta muy inclinada, de sabor románico, donde se hace evidente la influencia de Richardson.


 El Reliance Building puede considerarse el rascacielos más bello de Chicago, y su historia es sumamente instructiva. Lo construyen Burnham y Root en 1890, con una altura de cinco pisos; en 1895, tras la muerte de Root, Burnham y el ingeniero E. C. Shankland le añaden otros diez pisos, repitiendo sin ninguna variación el mismo motivo arquitectónico. Es probable que el agradable efecto que produce esta grácil torre de vidrio y cerámica blanca en el espectador moderno, se deba precisamente a este incidente de su construcción, es decir, al hecho de que el conjunto no fue proyectado unitariamente, sino que es el resultado de una operación de «multiplicación», como dice Cecchi; así, el simple motivo de las ventanas corridas y de las bandas decoradas se repite sin alteraciones trece veces, sobre el zócalo de los dos primero pisos, y no hay ningún intento de establecer una graduación de perspectiva en el sentido de la altura. Los críticos que hacen las más grandes alabanzas del Reliance, a partir de Giedion, no mencionan esta circunstancia. Y, sin embargo, ¿qué mejor prueba del contraste cultural que late bajo las experiencias de la escuela de Chicago?


 


Los arquitectos de la generación siguiente a la de Le Baron Jenney se esfuerzan por desarrollar un nuevo tipo de edificio que contenga soluciones formales radicalmente distintas de las heredadas en la cultura anterior; por otra parte, quieren dominar arquitectónicamente tal tipo de edificio, sin tener a su disposición otros elementos que los de aquella cultura. Así, los resultados que hoy nos parecen más importantes se han obtenido, precisamente, cuando el esfuerzo compositivo ha sido frenado por alguna razón. Root advierte, en cierto modo, esta contradicción cuando escribe en 1890:


 


“Era peor que inútil prodigar en ellos (los modernos edificios de muchos pisos) adornos delicados... Por el contrario, debían, con su masa y sus proporciones, inspirar en un vasto sentimiento elemental la idea de las grandes, estables, conservadoras fuerzas de la civilización moderna. Un resultado de los métodos, tal como he indicado, será la descomposición de nuestros proyectos arquitectónicos en sus elementos esenciales. La estructura interna de estos edificios ha llegado a ser tan vital que debe imponer de forma absoluta el carácter general de las formas exteriores; y las necesidades comerciales y constructivas han llegado a ser tan imperativas, que todos los detalles arquitectónicos empleados en expresarlas, deben ser modificados consecuentemente. Bajo estas condiciones estamos obligados a trabajar, de forma precisa, con objetivos precisos, empapándonos totalmente en el espíritu de la época, de modo que podamos dar a su arquitectura la forma de arte.”


Sin embargo, el problema queda formulado en los términos propios de la cultura a renovar (masas, proporciones, ornamentos, estructura interna y formas exteriores, etc.); el esfuerzo renovador se diluye así en muchos esfuerzos aislados, inspirados en cualquier aspecto menos habitual y más periférico de la tradición ecléctica, como cuando Root compara el Monadnock con un «pilar egipcio».


 El realismo a lo Jefferson, según el cual la cultura americana atribuye a los valores culturales una especie de consistencia material y separada, permite a los arquitectos de Chicago interpretar algunas de las exigencias de un moderno centro direccional con una notable carencia de prejuicios, y de ahí que consigan progresos en el sentido de las «formas puras» de que habla Giedion, anticipándose en algunas décadas a los arquitectos europeos; sin embargo, al mismo tiempo, les impide sistematizar dichos resultados, en la medida en que entonces entran en juego relaciones entre valores que la cultura americana no está dispuesta a valorar. Así, cuando bajo la presión de las exigencias urbanísticas se trata de hacer balance de estas experiencias y ordenarlas en un sistema, no queda otra posibilidad que recurrir al clasicismo, es decir, a un sistema importado, ya dispuesto, que no necesita más mediaciones.


 El realismo a lo Jefferson, según el cual la cultura americana atribuye a los valores culturales una especie de consistencia material y separada, permite a los arquitectos de Chicago interpretar algunas de las exigencias de un moderno centro direccional con una notable carencia de prejuicios, y de ahí que consigan progresos en el sentido de las «formas puras» de que habla Giedion, anticipándose en algunas décadas a los arquitectos europeos; sin embargo, al mismo tiempo, les impide sistematizar dichos resultados, en la medida en que entonces entran en juego relaciones entre valores que la cultura americana no está dispuesta a valorar. Así, cuando bajo la presión de las exigencias urbanísticas se trata de hacer balance de estas experiencias y ordenarlas en un sistema, no queda otra posibilidad que recurrir al clasicismo, es decir, a un sistema importado, ya dispuesto, que no necesita más mediaciones.


En este sentido debe valorarse el episodio de la Exposición colombiana universal de Chicago (World's Columbian Exposition) de 1893, y la llamada «traición» de Burnham.


 En la comisión de arquitectura para la exposición hay algunos arquitectos de la costa este, George B. Post (1837-1913), Richard M. Hunt (1827-1895) y Charles F. McKim (1847-1909); Burnham, el más acreditado de los arquitectos de Chicago, se deja convencer fácilmente por ellos para proyectar el conjunto según los cánones clásicos. La Exposición obtiene un gran éxito y, a partir de este momento, el gusto de los contratistas y del público se orienta poco a poco hacia el clasicismo, en tanto que las búsquedas originales de la escuela de Chicago se consideran anticuadas; así, muchos protagonistas de la década anterior se adaptan a la nueva orientación cultural, siendo el primero de de todos Burnham que en 1894 forma una nueva sociedad (D. H. B. & Co.) y aumenta su actividad, mientras que otros, como Sullivan, ven rota su carrera.


 


El juicio que generalmente se emite ante estos hechos se inspira en las valoraciones de Sullivan y de Wright, que con su habitual realismo americano dan existencia individual a los valores y consideran que la vuelta al neoclasicismo es el resultado de una opción errónea, hecha por algunas personas, que ha bastado para interrumpir el anterior cauce de pruebas. El juicio negativo puede ser mantenido, pero plantea una limitación ya contenida en todo el ciclo de la escuela de Chicago; en realidad, las búsquedas de Jenney, de Root, de Holabird y Roche, etc., no salen fuera, voluntariamente, del ámbito de la cultura ecléctica, pero fuerzan de hecho los límites de esta cultura, intentando introducirle algunos temas nuevos que contengan sugerencias formales inéditas; esto queda posibilitado por diversas circunstancias favorables que concurren en Chicago en la novena década del siglo XIX: fuerte desarrollo económico, buena preparación técnica, ausencia de una tradición vinculante, como en las ciudades del este, e, incluso, ausencia también de cualquier preexistencia ambiental, por obra del incendio de 1871. Sin embargo, los resultados alcanzados no son normalizables ni transmisibles, y la única forma coherente de extraer de ellos una norma general, cuando el cambio de exigencias económicas y funcionales lo exigen, consiste en ascender desde las experiencias singulares hasta los presupuestos culturales comunes, pero en el curso de esta operación se pierde el contenido original de las propias experiencias; lo que queda es, precisamente, el eclecticismo del punto de partida y el pretendido mínimo común denominador no puede ser otro que el clasicismo.


 


La postura de Burnham es, por tanto, perfectamente lógica; interpreta las exigencias de organización, nacidas en el momento en que la ciudad ha alcanzado una cierta consistencia, de la única forma posible, mientras Sullivan se queda anclado a un planteamiento individualista ya superado por los acontecimientos.


 


El valor normativo del clasicismo de Burnham se pone de manifiesto, considerando su actividad urbanística. En 1900, aniversario del traslado de la capitalidad a Washington, Burnham participa con Frederick Olmsted (1822-1903), proyectista del Central Park de Nueva York, en la comisión encargada de sistematizar el urbanismo de la ciudad, y aconseja que se vuelva al plan de L'Enfant, eliminando las irregularidades cometidas con posterioridad. Después estudia un plan para San Francisco, pero su trabajo se interrumpe con el terremoto de 1905, que induce a la administración a abandonar cualquier proyecto ambicioso; desde entonces dedica todas sus energías, juntamente con su asociado E. H. Bennett, al plan regulador de Chicago, promovido por iniciativa de la Cámara de Comercio. La retícula uniforme de la vieja ciudad se ha extendido de tal forma que alguna de sus calles rectilíneas alcanza los 40 kilómetros de longitud, y no cumple ya sus funciones originales. Burnham da al problema una solución formalista, pues superpone a la retícula un sistema simétrico de nuevas calles en diagonal, contenido en un semicírculo de casi 32 kilómetros de diámetro, pero tras esta solución se plantean difíciles problemas de circulación, de zonificación, de distribución de los edificios públicos. Como el plan que en los mismos años hace Berlage para Amsterdam, no se sabe dar forma definitiva a estas exigencias sin pedir prestadas las reglas volumétricas tradicionales.


 


La importancia de los problemas tratados por Burnham queda demostrada por la popularidad que alcanza esta operación: W. Moody, director de la Comisión para el plan, prepara un folleto explicativo para los niños de las escuelas, que se distribuye en 1909, con ocasión de su aprobación; se organizan conferencias y reuniones para discutirlo, y se instituye incluso una fiesta para celebrarlos: el Día del Plan.


 


Los días de la escuela de Chicago están ya lejanos; está claro para todos que la ciudad no puede seguir ya creciendo a base de iniciativas aisladas, sino sólo mediante una coordinación general apropiada, aunque los instrumentos de esta coordinación sean, todavía, débiles e inciertos.


 


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COLQUOUN, A., La arquitectura moderna una historia desapasionada. Edit. Gustavo Gili. Barcelona, 2002.


Págs. 35-55. “Organicismo frente a clasicismo: Chicago, 1890-1910” 


p.36. Tras el incendio de 1871 y la consiguiente depresión económica, Chicago experimentó un extraordinario crecimiento en el sector inmobiliario comercial. Los arquitectos que afluían a la ciudad para beneficierse de esta situación traían consigo la profunda convicción profesional de que tenían una misión que cumplir; entendía que su misión era la creación de una nueva cultura arquitectónica y creían que la arquitectura debía expresar el carácter regional y apoyarse en la técnicas modernas. La situacion existente en Chicago parecía ofrecer la posibilidad de alcanzar una nueva síntesis de tecnología y estética, y de crear una arquitectura que simbolizase la energía del Medio Oeste norteamericano....


La expresión Escuela de Chicago la uso por primera vez en 1908 Thomas Talladle para referirse al grupo de arquitectos de obras residenciales cuya actividad se desarrolló entre 1893 y 1917 y al que pertenecían tanto él mismo como Frank Lloyd Wright (1867-1959); hasta 1929 no se aplico también a los arquitectos de obras comerciales de las décadas de 1880 y 1890, por iniciativa del crítico de arquitectura Henry-Russell Hitchcock (1903-1987) en su libro Modern Architecture: Romanticism and Reintegration. Hitchcock asoció a ambos grupos de arquitectos con los Simbolistas “premodernos” como Víctor Horta; y en la década de 1940 hizo una nueva distinción entre las fases comercial y residencial de la escuela. Pero en su uso actual se ha producido un vuelco completo y la Escuela de Chicago suele referirse ahora a la arquitectura comercial de las décadas de 1880 y 1890, mientras que el trabajo de Wright y sus colegas se engloba en la Escuela de la Pradera. Esta es la terminología que se adoptará aquí.


La importancia de la Escuela de Chicago fue reconocida durante las décadas de 1920 y 1930, como atestiguan los escritos de Hitchcock, Fiske Kimball (AmerIcan Architecture, 1928) y Lewis Mumford (Las décadas oscuras, 1931). Pero quien le dio una pretensión de modernidad completamente nueva fue el historiador de arte suizo Sigfried Giedion (1888-1968) en su libro “Espacio, tiempo y arquitectura” (1940), donde la Escuela de Chicago se presentaba, según la terminología de Hegel, como una etapa mas dentro del avance progresivo de la historia.


... Al rechazar el eclecticismo Beaux Arts de la Costa Este norteamiricana, los arquitectos de Chicago no estaban rechazando la tradición como tal, Pero la tradición que ellos apoyaban era imprecisa, flexible y adaptable a las condiciones modernas. Por un lado, los solares eran amplios y regulares,sin las trabas habituales de las fincas hereditarias; por otro, el ascensor eléctrico y el esqueleto metállico, recién inventados, hacían posible construir hasta alturas sin precedentes, multiplicando así el rendimiento financiero de un determinado solar. Las últimas restricciónes en cuanto a la altura desaparecieron cuando fue posible, gracias a los avances enlas técnicas de protección contra incendios, apoyar los muros exteriores, además de los forjadosn el la estructura metálica, reduciendo así la masa de dichos muros a un delgado revestimiento. 


Ya desde mediados del siglo XVIII, los racionalistas franceses como el abate Marc-Antoine Laugier, monje jesuita y teórico de la arquitectura, habían argumentado en favor de la reducción de la masa en los edificios y de la expresión de una estructura de esqueleto. Provistos de esta teoría que habían asimilado a partir de los escritos de Viollet-le-Duc. Los arquitectos de Chicago partían del supuesto de que los huecos de las ventanas debían ampliarse de modo que se extendiesen de un soporte a otro y proporcionasen el máximo de luz natural. Pero todavía sentían la necesidad de conservar esas jerarquías de la fachada clásica que eran características de los palacios del quattrocento italiano. El resultado de todo ello fue un compromiso en el que el revestimiento de fábrica adoptaba dos formas: pilastras clásicas que sostenían arquitrabes lisos; y pilares con arcos de medio punto, es decir, el denominado Rundbogenstil (estilo arco de medio punto) que había tenido su origen en Alemania en el segundo cuarto del siglo xix y que habían llevado a Norteamérica algunos arquitectos inmigrantes alemanes. En las soluciones iniciales, grupos de tres pisos se superponían unos sobre otros, como puede verse en el edificio Rookery (1885-1886), de Daniel H. Burnham (1845-1912) y John Wellborn Root (1850-1891), y en los almacenes Fair (1890) de William Le Baron Jenney. En los almacenes mayoristas Marshall Field, con sus muros exteriores de cantería maciza, Henry Hobson Richardson (1838–1886) supero el efecto de apilamiento de esas soluciones reduciendo la anchura de los huecos en las distintas bandas superpuestas; y Dankmar Adler (1844-1900) y Louis H. Sullivan (1856-1924) adaptaron esta idea a una construcción de estructura metálica en su edificio Auditorium (1886-1889).


 Mientras tenían lugar estos experimentos y adopciones, también se estaba estudiando un planteamiento alternativo y más pragmático. En el edificio Tacoma (1887-1889), obra de William Holabird (1854-1923) y Martin Roche (1853-1927); en el edificio Monadnock (1884-1891, una severa construcción de fábrica, totalmente carente de ornamentación), de Burnham y Root; y en el edificio Reliance (1891-1894), de Burnham & Co., los distintos pisos no estaban agrupados jerárquicamente, sino que se expresaban como una serie uniforme en la que la perdida de impulso vertical se compensaba con bandas verticales de miradores salientes. En el edificio Reliance, el revestimiento era de terracota en lugar de piedra, y conseguía crear un efecto de extraordinaria ligereza.


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FRAMPTON Kenneth., Historia crítica de la  Arquitectura Moderna. Gustavo Gili. Barcelona, 1987.  


Págs. 20-28.“Transformaciones territoriales: evolución urbana, 1800-1909”


 La llegada de navegación a vapor de larga distancia a partir de 1865 acrecentó en gran medida la emigración europea hacia América, África y Australia. Mientras que esta emigración proporcionaba la población necesaria para la expansión de la economía de los territorios coloniales y para la ocupación de las cada vez mayores ciudades de planta reticular del Nuevo Mundo, la obsolescencia militar, política y económica de las ciudades amuralladas tradicionales europeas condujo, tras las revoluciones liberales y nacionales de 1848, a la demolición total de las fortificaciones y a la extensión de las ciudades, anteriormente finitas, hacia unos suburbios ya florecientes.


Esta evolución general, acompañada de una caída de la mortalidad: debida a mejores niveles de alimentación y de técnicas. médicas, dio origen a concentraciones urbanas sin precedentes, primero en. Inglaterra y luego, con diversas tasas de crecimiento, en todo el mundo en fase de desarrollo. La población de Manchester se multiplicó por ocho en el transcurso del siglo, pasando de 75,000 habitantes en 1801 a 600.000 hacia 1901; la de Londres, en comparación, sólo se multiplicó por seis en el mismo intervalo, pasando de un millón de habitantes en 1801 a 6,5 millones a principios de siglo. París creció a un ritmo comparable, pero tuvo un comienzo más moderado, pasando de 500.000 habitantes. en


1801 a tres millones hacia 1901. Estos aumentos de seis u ocho veces resultan incluso discretos en comparación con el crecimiento de Nueva York en el mismo período. Nueva York fue fundada como una ciudad reticular en 1811, de acuerdo con el llamado 'plan de los comisionados' de ese mismo año, y pasó de tener 33.000 habitantes en 1801 a 500.000 hacia 1850 y 3,5 millones hacia 1901. Chicago creció a un ritmo aún más astronómico, aumentando de 300 personas en la época de la retícula de Thompson, en 1833, a cerca de 30.000(de las que algo menos de la mitad había nacido en Estados Unidos) hacia 1850, y llegando a ser una ciudad de dos millones de habitantes a principios de siglo.


La absorción de un crecimiento tan volátil llevó a la transformación de los barrios antiguos en zonas degradadas y también a la construcción desmañada de nuevas casas e inmuebles cuyo único propósito, dada la carencia generalizada de transporte municipal, era proporcionar de la manera más barata posible la mayor cantidad de cobijo rudimentario situado a una distancia que permitiese ir caminando a los centros de producción. Naturalmente, estos conjuntos abarrotados no disponían de los niveles adecuados de luz, ventilación y espacios abiertos, y tenían instalaciones sanitarias rudimentarias como baños, lavaderos y basureros, todos ellos exteriores y comunitarios. Con un saneamiento primitivo y un mantenimiento inadecuado, este modelo podía traer consigo concentraciones de excrementos y residuos así como inundaciones, y estas condiciones provocaron de forma natural una alta tasa de enfermedades: primero la tuberculosis y luego, algo más alarmante para las autoridades, algunos brotes de cólera tanto en Inglaterra como en Europa continental, durante las décadas de 1830 y 1840.


Estas epidemias tuvieron el efecto de precipitar la reforma sanitaría y de impulsar algunas de las primeras ordenanzas relativas a la construcción y al mantenimiento de densas conurbaciones. En 1833, las autoridades de Londres ordenaron a la comisión de la ley contra la pobreza, encabezada por Edwin Chadwick, que hiciese indagaciones acerca de los orígenes de un brote de cólera producido en Whitechapel. Frutos de todo ello fueron el informe de Chadwick. Estudio sobre las condiciones de la población trabajadora en Gran Bretaña (1842), la 'Comisión Real sobre el: estado de las grandes ciudades y los distritos populosos' creada en 1844, y finalmente, la Ley de Salud Pública de 1848. Esta ley, junto con otras, hacía a las autoridades locales responsables legales del alcantarillado, la recogida de basuras, el abastecimiento de agua, las carreteras, la inspección de los mataderos y el enterramiento de los muertos. De disposiciones similares se iba a ocupar Haussmann durante la reconstrucción de París entre 1853 y 1870....


...Hacia 1891, la explotación intensiva del centro de las ciudades fue posible gracias a dos hechos esenciales para la construcción de edificios en altura: la invención del ascensor en 1853 y el perfeccionamiento de las estructuras de acero en 1890. Con la introducción del ferrocarril subterráneo metropolitano (1863), el tranvía eléctrico (1884) y el tránsito ferroviario suburbano (1890), el suburbio jardín surgió como la unidad 'natural' de la futura expansión urbana. La relación complementaria de estas dos formas de desarrollo urbano típicamente norteamericanas —el centro a base de edificios altos y esos suburbios ajardinados a base de edificios bajos— quedó patente en el período de auge constructivo que siguió al gran incendio de Chicago en 1871.


El proceso de 'suburbanización' ya había comenzado en 1869 en torno a Chicago con el trazado de Riverside, según los proyectos pintoresquistas de Olmsted. Basado en parte en los cementerios ajardinados de mediados del siglo XIX, y en parte en los primeros suburbios de la costa este estadounidense, estaba unido con el centro de Chicago mediante un ferrocarril y un camino de herradura....


...Hacia 1891, la explotación intensiva del centro de las ciudades fue posible gracias a dos hechos esenciales para la construcción de edificios en altura: la invención del ascensor en 1853 y el perfeccionamiento de las estructuras de acero en 1890. Con la introducción del ferrocarril subterráneo metropolitano (1863), el tranvía eléctrico (1884) y el tránsito ferroviario suburbano (1890), el suburbio jardín surgió como la unidad 'natural' de la futura expansión urbana. La relación complementaria de estas dos formas de desarrollo urbano típicamente norteamericanas —el centro a base de edificios altos y esos suburbios ajardinados a base de edificios bajos— quedó patente en el período de auge constructivo que siguió al gran incendio de Chicago en 1871.


El proceso de 'suburbanización' ya había comenzado en 1869 en torno a Chicago con el trazado de Riverside, según los proyectos pintoresquistas de Olmsted. Basado en parte en los cementerios ajardinados de mediados del siglo XIX, y en parte en los primeros suburbios de la costa este estadounidense, estaba unido con el centro de Chicago mediante un ferrocarril y un camino de herradura.


Con la llegada a Chicago del tranvía impulsado por vapor, quedó expedito el camino para una expansión aún mayor. El beneficiario inmediato fue el distrito de South Side. Con todo, el crecimiento suburbano no prosperó realmente hasta la década de 1890, cuando, con la introducción del tranvía eléctrico, el tráfico suburbano amplió en gran medida su extensión, su velocidad y su frecuencia. Esto llevó, hacia finales de siglo, a la apertura del suburbio de Oak Park, que iba a ser el campo de pruebas para las primeras casas de Frank Lloyd Wright. Entre 1893 y 1897, se implantó en la ciudad un extenso ferrocarril elevado que rodeaba la zona central. Todas estas formas de transporte resultaron esenciales para el crecimiento de Chicago. La más importante de todas para la prosperidad de la ciudad fue el ferrocarril, pues llevó a las praderas los primeros equipos agrícolas modernos —la fundamental cosechadora mecánicaMc Cormick, inventada en 1831— y recogió de vuelta tanto el grano como el ganado de las grandes llanuras, trasladándolos a los silos y corrales ribereños que habían comenzado a construirse en el South Side de Chicago en 1865.


Fue el ferrocarril el que redistribuyó todas estas riquezas desde la década de 1880 en adelante,gracias a los vagones refrigerados deGustavus Swift; y el correspondiente crecimiento del comercio acrecentó en gran medida el tráfico extensivo de pasajeros con centro en Chicago.


Así pues, la última década del siglo XIX fue testigo de cambios radicales tanto en los métodos de construcción de ciudades como en los medios de acceso a ellas, cambios que, en conjunción con la planta reticular, iban a transformar pronto la ciudad tradicional en una región metropolitana en "constante crecimiento donde las residencias dispersas y el núcleo concentrado estaban unidos por continuos trayectos de ida y vuelta.


El empresario puritano George Pullman —que ayudó a reconstruir Chicago después del incendío— había sido uno de los primeros en detectar ese mercado en expansión que era el transporte de pasajeros de larga distancia, habiendo puesto en funcionamiento sus primeros coches cama en 1865. Tras la terminación del enlace ferroviario transcontinental en 1869, la Palace Car Company de Pullman alcanzó una gran prosperidad, y a principios de la década de 1880 estableció su ciudad industrial ideal: Pullman, al sur de Chicago, un asentamiento que combinaba las residencias para los trabajadores con toda una gama de servicios comunitarios, entre los que se incluían un teatro y una biblioteca, además de escuelas, parques y campos de juego, todo muy cerca de la fábrica Pullman. Este conjunto, perfectamente ordenado, iba mucho más allá, en cuanto a la gama de servicios ofrecidos, que el creado por Godin en Guise unos veinte años antes. También superaba ampliamente, en su carácter global y en su claridad, a las ciudades modelo pintoresquistas fundadas en Inglaterra por el pastelero George Cadburyen Bournville, Birmingham, en  1879, y por el fabricante de jabones W. H. Lever en Port Sunlight, cerca de Liverpool, en 1888. La precisión paternalista y autoritaria de Pullman guardaba mayor semejanza con Saltaire o con los asentamientos obreros establecidos por vez primera como política empresarial por la companía Krupp, en Essen, a finales de la década de 1860.


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