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Plan urbano de Chicago 1909

Plan urbano de Chicago de 1909

Plan Burnham
  • 1909 -
  •  
  • BURNHAM, Daniel Hudson
  • BENNETT, Edward H.
  •  
  • Chicago (Illinois)
  • Estados Unidos

BENEVOLO, L., Historia de la arquitectura contemporánea. Edit. Gustavo Gili. Barcelona, 1987.


p.255. El valor normativo del clasicismo de Burnham se pone de manifiesto, considerando su actividad urbanistica. En 1900, aniversario del traslado de la capital a Washington, Brunham participa con Frederick L. Olmsted (1822-1903), proyectista del Central Park de Nueva York, en la comisión encargada de sistematizar el urbanismo de la ciudad, y aconseja que se vuelva al plan de l´Enfant, eliminando las irregularidades cometidas con posterioridad. Después estudia un plan para San Francisco, pero su trabajo se interrumpe con el terremoto de 1905, que induce a la administración a abandonar cualquier proyecto ambicioso; desde entonces dedica todas sus energías, juntamente con su asociado E.H. Bennett, al plan regulador de Chicago, promovido por iniciativa de la Cámara de Comercio.


La retícula uniforme de la vieja ciudad se ha extendido de tal forma, que alguna de sus calles rectilíneas alcanza los 40 km de longitud, y no cumple ya sus funciones originales. Burnhma da al problema una solución formalista, pues superpone a la retícula un sistema simétrico de nuevas calles en diagonal, contenido en un semicírculo de 32 Km de diámetro, pero tras esta solución se plantea difíciles problemas de circulación, de zonificación, de distribución de los edificios públicos. Como el plan que en los mismos años hace Berlage para Amsterdam, no se sabe dar forma a estas exigencias sin pedir prestadas las reglas volumétricas tradicionales. 


La importancia de los problemas tratados por Burnham queda demostrado por la popularidad que alcanza esta operación: W. Moody, directos de la Ciomisión para el plan, prepara un folleto explicativo para los niños de las escuelas, que se distribuye en 1909, con ocasión de su aprobación; se organizan conferencias y reuniones para discutirlo, y se instituye incluso una fiesta para celebrarlos: el día del Plan. 


Los días de la escuela de Chicago están ya lejanos; está claro para todos que la ciudad no puede seguir ya creciendo a base de iniciativas aisladas, sino sólo mediante una coordinación general apropiada, aunque los instrumentos de esta coordinación sean, todavía, débiles e inciertos. 


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FRAMPTON Kenneth., Historia crítica de la  Arquitectura Moderna. Gustavo Gili. Barcelona, 1987.  


Págs. 20-28.“Transformaciones territoriales: evolución urbana, 1800-1909”


Napoleón III y el barón Georges Haussmann dejaron su marca indeleble no sólo en París, sino también en buen número de grandes ciudades de Francia y Europa central que sufrieron regularizaciones inspiradas en las de Haussmann a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX. Su influencia está presente incluso en el plan trazado por Daniel Burnham en 1909 para la retícula urbana de Chicago, del que el propio Burnham escribió: "La labor que Haussmann realizó en París corresponde al trabajo que se ha de hacer en Chicago con objeto de superar fas intolerables condiciones que invariablemente surgen con el rápido crecimiento de la población".


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CURTIS William. J.  La arquitectura moderna desde 1900. Edit. Phaidon. Hong Kong, 2006. 


Págs.217-240 .“Los rascacielos y la periferia suburbana en los Estados Unidos en el período de entreguerras” 


Los críticos culturales como Lewis Mumford (por ejemplo, en The Brown decades, 1931) hablaban de una espantosa regresión respecto a la probidad y la integridad que habían apreciado en la arquitectura de Richardson, Root, Jenney, Sullivan y Wright algunas décadas antes. A este respecto se acostumbraba a acentuar la importancia simbólica de la Exposición Colombina Mundial de Chicago en 1893 como el acontecimiento que señaló la “caída en desgracia”, ya que había sido la gigantesca “Ciudad blanca” clásica y beaux-arts la que había puesto en marcha una moda de historicismo pomposo de la que posteriormente se lamentaría Sullivan (en su amarga vejez) diciendo que había hecho retroceder cincuenta años el curso de la arquitectura norteamericana. En realidad, esto era una burda simplificación: no sólo algunas de las mejores obras de Sullivan y Wright se realizaron después de esa fecha, sino que el renacimiento norteamericano no siempre fue superficial. Es más acertado recordar que hasta 1914 aproximadamente estuvo en marcha toda una variedad de tendencias paralelas viables (incluyendo la prolongación de la Escuela de la Pradera después de Wright), explicar qué necesidades de expresión satisfacía el estilo clásico beaux-arts.


Aquí necesariamente se simplifica en exceso: el sistema beaux-arts norteamericano proporcionaba un conjunto de recetas para instituciones cívicas como museos, bibliotecas metropolitanas, óperas, clubes, universidades y monumentos; implicaba vínculos con la civilización clásica y ponía a disposición de las instituciones del estado símbolos imperiales tradicionales en una época en que los Estados Unidos estaban sintiendo por primera vez su papel de potencia mundial. En el sector privado de clientela plutocrática (Frick, Morgan, Rockefeller, etcétera), el clasicismo inmediato era un apoyo útil, un adorno para “la era de la elegancia”. En el movimiento City beautiful se aportaban imágenes extraídas de la Roma Imperial o del París de Haussmann para ennoblecer y domeñar esa máquina de hacer dinero, reticulada y utilitaria, que era la metrópolis norteamericana. Este movimiento quedaba bien representado por los vastos planes de Daniel Burnham para Chicago (1909), en los que no iba a verse ni un solo rascacielos (a pesar de que a este arquitecto le había ido bien proyectándolos). Un centro cívico con cúpula se elevaba por encima del corazón de la ciudad. Se suponía que los bulevares radiales y los parques proporcionarían espacio abierto y aligerarían el tráfico, pero también estaban concebidos en términos escenográficos. El plan de Burnham estaba teñido de nostalgia por una cultura preindustrial.


Algo de este culto al embellecimiento inmediato se prolongó durante la década de 1920,pero con menos preocupación moral por las mejoras urbanas. El gusto educado todavía se encontraba entre las fantasías norteamericanas y las posibilidades sin explorar de la tecnología autóctona. Era una situación curiosa: por un lado, unos arquitectos y clientes norteamericanos que buscaban la sanción inmediata de la cultura europea; por el otro, una vanguardia europea que miraba románticamente a Norteamérica como la tierra prometida de todas las cosas modernas. El asunto quedó resumido en un pie de Vers une architecture de Le Corbusier que aparecía bajo la ilustración de un rascacielos de San Francisco plagado de adornos renacentistas torpemente ejecutados: «Escuchemos los consejos de los ingenieros norteamericanos. Pero temamos a los arquitectos norteamericanos.»


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