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Perteneciente a la activa y emergente clase media bilbaína, Manuel Ignacio Galíndez nace en Bilbao el 8 de Junio de 1892, siendo el segundo de tres hermanos. Hijo de un agente de cambio y bolsa, estudia el bachillerato en el Colegio de los Padres jesuitas de Orduña, trasladándose a los 16 años a Madrid para iniciar el ingreso en la Escuela de Arquitectura. Tras diez años de estancia en la capital de España 1908-1918, finaliza en este último año su proyecto fin de carrera cuando contaba con 26 años. En las aulas coincidió con arquitectos que tuvieron una importante presencia en la profesión, como Pedro Muguruza, Tomás Bilbao, Fernando Arzadún, Pablo Zabalo, Casto Fernandez Shaw, Victor Eusa, Regino Borobio o Luis Gutiérrez Soto.


Tras el regreso a Bilbao, comienza su carrera profesional siendo testigo directo en su juventud de la convulsión industrial sin precedentes que sufrió la sociedad bilbaína por aquel entonces, lo que le ofrecía un importante abanico de posibilidades. Todo ello al parecer generó en el joven arquitecto una gran inquietud por el progreso y la técnica, mostrando desde este momento una permanente sensibilidad hacia los problemas urbanos. La labor profesional de Galíndez ejercida sin apenas apariciones en publicaciones y revistas de su tiempo, y al margen del debate teórico, hacen comprensible el desconocimiento generalizado de su figura. La actitud híbrida de su producción y su trabajo desarrollado en una época de grandes convulsiones, podría entenderse como la de una arquitecto de mixtura, de frontera, que sirve de puente entre la generación de los años 30 y aquella otra que comienza a trabajar en los finales de los años 50. De sus alrededor de 400 expedientes desarrollados en su estudio de arquitectura, encontramos una variada tipología: obras importantes de reformas, viviendas de mansiones de lujo, grupos de viviendas sociales, sedes bancarias, complejos y urbanizaciones, industrias varias, gasolineras etc.


Básicamente su producción arquitectónica la podemos dividir en tres etapas; el inicio en la década de los años 20 de gran respeto hacia sus maestros; la frescura de la obra de los años treinta que finalizará con la contienda civil y la consiguiente posguerra, y la etapa final hasta su jubilación en la década de los 60. Al principio de su quehacer profesional, se incorpora como ayudante al estudio de Ricardo Bastida quien le ayudó a dar los primeros pasos profesionales, y del que aprendió importantes detalles y prácticas constructivas. Entre los primeros influjos profesionales de Galíndez como joven arquitecto hay que tener en cuenta la citada formación en la Escuela de Arquitectura de Madrid, y el conocimiento directo que tuvo por aquel entonces de las obras de Antonio Palacios y Teodoro de Anasagasti, así como la admiración por la arquitectura que de la mano de Smith, Garamendi, Rucabado o el propio Bastida pudo observar en el pujante Bilbao del primer tercio del siglo XX. En 1920 contrae matrimonio con Flora Urizar, matrimonio del que no tuvo descendencia. A principios de esta década Galíndez viaja a Centroeuropa, mostrando una especial atención por todo cuanto acontecía en Berlín por aquel entonces. Volvió positivamente impresionado de los modelos alemanes, y en sus obras de estos años podemos reconocer el influjo de ese viaje. Su biblioteca es una clara muestra de esta admiración.


Las primeras obras de Galíndez son obras de estilo, que mantienen una actitud de pacto con la herencia recibida, de admiración hacia sus mayores. En ellas Galíndez lleva a cabo un ejecicio compositivo donde priman diferentes lenguajes formales colocados sobre el edificio de forma epidérmica. Estas obras en perfecta armonía con el ambiente bilbaíno de la época, corresponden a grandes conjuntos residenciales o casas de vecindad con tipologías en esquina o entre medianeras en los distintos puntos del pujante ensanche bilbaíno. Proyectos de aire afrancesado concebidos en un lenguaje manierista con una gran preocupación por la cuestión ornamental, fijándose la atención de forma especial en el valor representativo de la fachada. Realiza por otra parte viviendas unifamiliares al estilo neovasco entre la que destacamos El Caserón para Menchaca en Artaza (Vizcaya). Pero tendrán que pasar los años para que desde estos primeros presupuestos podamos encontrar su personalidad arquitectónica. Galíndez se posiciona frente al Estilo Internacional en tono crítico. Ante la fuerza militante del Movimiento Moderno Galíndez toma una posición equilibrada. El se veía a sí mismo crítico con sus mayores, pero no sentía la necesidad de entregarse por completo a los brazos de la modernidad. No asimila la impronta constructiva del hormigón y reclama una actitud hacia la historia en la que avanzar no supone echar todo lo conocido a la borda. Se resiste a abandonar la nave donde ha sido educado, eliminando los importantes valores que en ella ha encontrado. Para él la transformación debe ser paulatina, y dialogante con su tiempo. Su evolución arquitectónica va a ser gradual, sin traumas, amistosa con su pasado. El arquitecto abandonó poco a poco la dependencia directa de sus maestros Bastida, Smith, Rucabado, Palacios sumiéndose en un camino personal. Sus clientes fueron escasos pero importantes. Provenían de la alta sociedad vizcaína, mundo de la empresa, de la banca, o de pequeños promotores locales privados. Esto les permitió tener siempre una posición holgada, una independencia personal y una dedicación exclusiva a su profesión.


De 1923 a1 1936 en que de comienzo la Guerra Civil, cuajarán una serie de proyectos de altísimo interés; Banco de Vizcaya de Barcelona (1930), Banco de Vizcaya de Madrid (1930), Bloque de viviendas Hormaeche en Bilbao (1931),Villa Hurtado de Saracho en Sodupe (1932), Vivienda unifamiliar Moreno en Sitges (1932), Edificio de la Equitativa de Bilbao (1934), Villa Thibeaut de Madrid (1934), Seguros la Aurora en Bilbao (1935). Todas estas realizaciones quizá correspondan al momento dorado de su profesión por su frescura y su optimismo, en el que abandonando poco a poco los antiguos presupuestos, apreciándose en su obra una creciente desornamentación y un gustó por el Art Decó. Había en aquel momento clientes, encargos y el arquitecto se afanaba con gran ilusión en superar las limitaciones de su juventud. De 1936-39 época de la guerra, supuso para el arquitecto un corte brusco de lo que hasta el momento estaba resultando una época dulce de oportunidades y resultados. Estas circunstancias debieron hacer mella en el ya maduro arquitecto, que a sus 44 años, atravesaba por una situación de consolidados clientes y magníficas obras, debiendo volver de nuevo al ejercicio de la arquitectura desde la reconstrucción de un país desolado y aislado. En 1940 pasó a tomar parte de la Oficina Técnica Municipal de Puentes Fijos de Bilbao, encargado de la construcción de los puentes destruidos en la guerra, era tiempo de amplias necesidades y escasos recursos disponibles, de reconstrucción, y realización de proyectos industriales, reformas y viviendas sociales. Sigue construyendo algunas sedes para el Banco de Vizcaya, y aparece en el horizonte el que será su cliente más importante en esta nueva etapa profesional: El Banco Hispano Americano. Durante más de tres décadas el Banco Hispano Americano se va a convertir en el principal cliente de posguerra del estudio. Desde el mismo se llevarán a cabo decenas de oficinas y sedes representativas en las ciudades españolas más importantes del momento; Madrid, Barcelona, Bilbao, La Coruña, Valladolid, Córdoba, Sevilla, Zaragoza, Alicante, Murcia, Oviedo o Jaén todo ello en una impresionante labor de expansión de la entidad. Además se proyectaron decenas de sucursales repartidas por todo el territorio nacional.


En 1943 se incorpora al estudio su sobrino Jose María Chapa Galíndez, llegando a firmar a partir de 1945 en colaboración todas las obras que desde el estudio se ejecutan. El tandem funcionó a la perfección. Este esfuerzo de entendimiento supuso progresivamente una multiplicación de las posibilidades del estudio. Dentro de esta tercera etapa destacamos además de las obras referidas al Banco Hispanoamericano; La Torre Bailen de Bilbao (1940), Las Oficinas Villanueva de Madrid (1940), La Naviera Aznar de Bilbao (1943), Viviendas bifamiliares en Getxo (1945) y su propia vivienda unifamiliar también en Getxo (1950). Ante el giro propagandista de recuperación de signos que toma la nueva arquitectura del régimen franquista, cuyo máximo responsable es su amigo Pedro Muguruza, para Galíndez la elección del lenguaje formal tiene más que ver con una cuestión de etiqueta que de ideología. Para Galíndez resuenan con más fuerza cuestiones relacionadas con la adecuación, el decoro, la permanencia, la historia, el confort, la higiene y la dimensión personal del cliente.


Entendía la arquitectura como ejercicio de composición donde, bajo las cuestiones de estilo – que provienen de la situación o la circunstancia- permanecen las cuestiones de fondo, lo inalterable y lo permanente, lo que garantiza la arquitectura. Para él la arquitectura es un lugar donde hay que atender a las circunstancias, donde el proceso cuenta, y donde en el propio proceso aparecen datos que ayudan a enfocar el problema huyendo de la pre-concepción. Su estudio se caracterizaba por la precisión organizativa y el sentido de equipo que muestran todos sus componentes. Grupo compenetrado de papeles muy definidos, muy personalizado, muy jerarquizado en torno a la figura del arquitecto, con excelentes mandos intermedios y un gran oficio. El nivel de desarrollo de los proyectos era altísimo para los medios disponibles en el momento, destacando la gran delicadeza y concepción de la ejecución, dando una gran importancia a la composición así como a la buena y muy precisa construcción lo que asegura su perdurabilidad.


Galíndez compaginó su labor de arquitecto con algunos cargos en organismos o entidades vinculadas siempre al entorno de las artes o de la arquitectura. Delegado en Vizcaya de la Dirección General de Arquitectura, formó parte del patronato del Museo de Bellas Artes de Bilbao, ocupó el cargo de decano del COAVN durante diez años consecutivos. En 1950 Manuel Galíndez recibió la Gran Cruz del Mérito Civil y de 1950-60 al final de su periplo profesional, actúa como promotor y activador de la construcción del inicial aeródromo de Sondica, interviene en el diseño y construcción de numerosos poblados de viviendas y oficinas en las centrales hidroeléctricas en los saltos del Duero y proyecta sus propias embarcaciones. A partir de 1960 Galindez sigue acudiendo esporádicamente al estudio que ya lo dirige Chapa quien asume la responsabilidad de los proyectos y las obras. De talante trabajador, infatigable, metódico y sistemático, muy pasional a la vez. No era intelectual en el sentido común del término, era un hombre de acción, dotado para lo técnico. La actitud híbrida de su obra, distante y solitaria, junto con la calidad de las misma, quizás haya sido lo que ha levantado el interés por este arquitecto fallecido en mayo de 1980.

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