Págs. 305-327“La naturaleza y la máquina: Mies van der Rohe, Wright y Le Corbusier en los años 1930”.
Es inevitable decir que una convincente ampliación de los principios del diseño moderno como la conseguida por (digamos) Aalto, Lubetkin y Terragni en la década de 1930 era más la excepción que la regla. Es sorprendente la rapidez con la que surgió una especie de academicismo moderno en el que el uso estereotipado de pilotis o muros encalados llegó a ser un signo de que se estaba ¨al día¨.
Este mismo proceso de 'normalización' planteó la cuestión general de un estilo vernáculo moderno. A mediados de la década de 1930, había gente dispuesta a especular sobre la 'condición de anonimato' y a considerar la posibilidad de que la arquitectura moderna pudiese alcanzar la misma clase de práctica habitual y aplicación generalizada que tuvo el clasicismo en el siglo XVIII, por ejemplo en el periodo georgiano en Gran Bretaña.
En la década de 1930, la depuración, ampliación y elaboración de los principios capitales de la arquitectura moderna se complicaron y enriquecieron debido al nacimiento de nuevas ramificaciones alejadas de los puntos de origen, a veces en lugares con diferentes climas, tradiciones, proyectos sociales y modos de construir.
La represión de la nueva arquitectura por los regímenes dictatoriales de la Alemania nazi y la Rusia soviética obligó a algunos de los proyectistas más innovadores a abandonar su país, y se llevaron consigo sus ideas a tierras extrañas. Para comprender estos patrones de difusión y asimilación es necesario examinar algunos casos con detenimiento (por ejemplo, en los capítulos 19-21); por el momento, puede hacerse una somera distinción entre los lugares que recibieron del exterior una versión ya elaborada de la arquitectura moderna, y los que -aunque se apoyaron en un estímulo foráneo-desarrollaron movimientos modernos propios en paralelo a los de los principales centros de origen. La acogida de las formas modernas rara vez resultó fácil y habitualmente estuvo acompañada de debates relativos a su adecuación (o no) a las tradiciones culturales nacionales.
Checoslovaquia participó activamente en la definición de una arquitectura moderna en la década de 1920.
Y lo mismo, en menor grado, ocurrió con Japón, un país en el que la propia modernización planteó delicados problemas sobre el nivel aceptable de la influencia occidental. En México, las nuevas ideas arquitectónicas fueron promovidas por José Villagrán a mediados de la misma década, e impulsadas por Juan O' Gorman y otros, para luego incorporarse a una transformación social y tecnológica más amplia llevada a cabo por el estado mexicano. En España también hubo indicios de un movimiento moderno a finales de la década de 1920, que se consolidaron con José Luis Sert (colaborador de Le Corbusier y destinado a convertirse en presidente de los CIAM) hasta que estalló la Guerra Civil. En Suráfrica, Rex Martienssen y el grupo Transvaal hicieron una convincente traducción del Purismo a principios de la década de 1930 dentro de un medio social relativamente restringido; mientras que en Brasil, las actividades de Lúcio Costa y Óscar Niemeyer aseguraron la vitalidad de una corriente peculiar de la arquitectura moderna, sensible a un modo de vida tropical. En Palestina, duran e estos mismos años, los inmigrantes europeos elaboraron su versión del 'Estilo Internacional' y Erich Mendelsohn desarrolló una arquitectura moderna receptiva a las condiciones históricas y geográficas locales. Finalmente, por supuesto, hay que mencionar Gran Bretaña, Italia, Finlandia, Dinamarca y Suecia, países todos ellos con gérmenes aislados de ideas modernas en la década de 1920, destinados a hacerse realidad con diversos grados de compromiso social: y bajo diferentes banderas ideológicas, en la década de 1930.
Págs.371-391. “Internacional, nacional y regional: La diversidad de una nueva tradición”
El padre de la arquitectura moderna mexicana fue José Villagrán García, nacido en 1901, cuya visión aunaba el funcionalismo con el interés por el arte abstracto y las teorías modernas de la percepción. Villagrán fue profesor además de arquitecto en ejercicio y contribuyó a configurar el punto de vista de la generación siguiente, que incluía a figuras como Mario Pani o Enrique del Moral, que alcanzaría relevancia en los años posteriores a la II Guerra Mundial.