Este pensamiento y práctica de la participación de abajo arriba (bottom up) tiene sólidas raíces en la teoría arquitectónica contemporánea: las experiencias y los escritos de John F.C. Turner, influido por Charles Abrams y Colin Ward, el método de los soportes de N. John Habraken, y el sistema de requerimientos, diagramas y patrones de Christopher Alexander.
Como ejemplo emblemático de participación podemos tomar el programa Favela-Barrio, promovido por el arquitecto Luiz Paulo Conde, cuando era secretario municipal de urbanismo y alcalde de Rio de Janeiro, y coordinado por los urbanistas Sergio Magalhaes y Verena Andreatta. Dentro de este programa destacan las intervenciones del arquitecto de origen argentino Jorge Mario Jauregui. Con la colaboración de arquitectos y científicos sociales, Jaúregui ha creado un sistema participativo, abierto y complejo que le permite situarse y conocer el lugar para poder plantear posibles líneas de intervención desde la propia lógica de las favelas. En su método, Jáuregui además de los conocimientos técnicos y legales sobre arquitectura e ingeniería, sintetiza aportaciones de la filosofía – como los conceptos de pliegue y rizoma-, procedentes de la sociología y de la psicología.
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A principios de la década de 1950, Colin Ward empezó a escribir en la revista anarquista Freedom, elaborando el concepto de la autoconstrucción. El antropólogo Oscar Lewis, defensor de los barrios autoconstruidos, publicó en 1959 su libro Antropología de la pobreza: cinco familias. Y gran parte de ello fue heredado por las teorías y acciones del arquitecto John F. C. Turner a favor de la autoconstrucción y el poder de los usuarios, en libros como Todo el poder para los usuarios.
Y no es casual que, en el caso de Barcelona, la tesis doctoral del urbanista Joan Busquets estuviera dedicada a Las “coreas” de Barcelona: estudios sobre la urbanización marginal 1971-1974.
Este proceso de análisis y concienciación de los fenómenos urbanos no reglados, desarrollado entre la década de 1950 y la de 1970, potenciará que este urbanismo, denominado informal, marginal o, también, construcción social del hábitat, se reconozca como alternativo al formal y reglado, como auténtica manera de hacer ciudad, y se comience a superar el calificativo siempre negativo de slum.