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FRAMPTON Kenneth., Historia crítica de la  Arquitectura Moderna. Gustavo Gili. Barcelona, 1987.  


Págs. 20-28.“Transformaciones territoriales: evolución urbana, 1800-1909”


A lo largo de todo el siglo XIX, el esfuerzo de la industria por cuidar de sí misma adoptó muchas formas: desde ciudades 'modelo' ligadas a manufacturas, ferrocarriles o fábricas, hasta proyectos de comunidades utópicas entendidas como prototipos de un supuesto estado ilustrado aún por llegar. Entre quienes manifestaron inicialmente su interés por los asentamientos industriales integrados hay que destacar a dos figuras: Robert Owen, cuyo conjunto (New Lanark, en Escocia, de 1815), se diseñó como una institución pionera del movimiento cooperativo; y sir Titus Salt, cuya creación (Saltaire, cerca de Bradford, en Yorkshire, fundada en 1850) era toda una ciudad fabril de carácter paternalista, con instituciones urbanas tradicionales como la iglesia, el hospital, el instituto, los baños públicos, el asilo y el parque.


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FUSCO Renato de .,  Historia de la arquitectura Contemporánea. Ed. Celeste. Madrid,1992.


Págs.11-64.“El Eclecticismo Historicista”


El segundo enfoque sociológico relacionado con el nacimiento de la urbanística moderna es el de los utopistas. Puesto que el punto crucial para garantizar a todo el mundo unas condiciones de vida mejores era la superación del conflicto entre el derecho privado y el público, y dado que la propiedad privada era la pieza clave del sistema capitalista, los primeros reformadores radicales lanzaron propuestas sólo viables en una organización económico-social diferente de la de su tiempo y, por tanto, fueron denominados utopistas. Sin embargo, si bien es cierto que sus planes carecían a veces de concreción y eran contrarios al sentido común, tuvieron el gran mérito de anticipar varias reformas y de indicar que los desastres urbanísticos serían irresolubles sin las transformaciones económicas adecuadas; además, sobre el terreno práctico, supieron captar frecuentemente el tipo y la escala de las intervenciones de necesidad más imperiosa. Efectivamente, si consideramos el ejemplo de Robert Owen, ex obrero convertido en el mayor accionista de las hilaturas de New Lanark, en Escocia, encontramos en su administración, hacia 1816, la mejora de los salarios, la reducción de la jornada laboral a diez horas, la distribución de los obreros en alojamientos decorosos y una serie de iniciativas tendentes a elevar la formación profesional y civil de los empleados. Todo esto producía un ambiente (y un «rendimiento») diametralmente opuesto al de los barrios degradados de Londres, Manchester, Liverpool y todo el resto de las ciudades afectadas por la revolución industrial. Pero la obra de Owen va más allá de estas iniciativas filantrópicas y de buena dirección administrativa. Él, fue de hecho, uno de los primeros en ocuparse del equilibrio entre la cantidad de producción, su venta y el modo más racional de utilizar las fuerzas de trabajo disponibles. Además, entiende la necesidad de no abandonar, en beneficio de la industria, el trabajo del campo; de organizarse en cooperativas y de aprovechar en la agricultura las nuevas posibilidades tecnológicas. En un documento de 1817 plantea un auténtico plano urbanístico relativo a una serie de comunidades semi rurales, confederadas entre sí y destinadas a acoger cada una de 500 a 1.500 personas, ocupadas en la elaboración industrial de los productos de la tierra. El asentamiento urbanístico de estos centros, denominados paralelogramos por la disposición en forma de rectángulo de los edificios, que contienen casas, talleres y servicios comunes, preveía la construcción de escuelas, capillas, salas para reuniones, bibliotecas, centrales térmicas, etc. Pero la lógica del sistema liberal era inatacable: las comunidades de Owen, intentadas primero en Inglaterra y posteriormente en los Estados Unidos, tuvieron breve vida y llevaron a la ruina económica a su fundador. Estimularon, sin embargo, una serie de reformas. Los ejemplos de New Lanark y la teoría de los paralelogramos constituyeron los modelos de las futuras company towns, de las que hablaremos más adelante; fueron las primeras actuaciones del movimiento cooperativista, contribuyeron a dar origen a las Trade Unions y, entre otras cosas, institucionalizaron las primeras escuelas obligatorias y, sabre todo, las escuelas maternales, que son la base de la organización familiar del proletariado industrial....


..." Para que una urbanística moderna pudiera ser útil, era necesario un cambio económico además de una buena administración e iniciativa filantrópica como presentaba Robert Owen, pero que era inviable en un sistema liberal. Sin embargo sus ideas de asentamientos urbanísticos semirurales, paralelogramos, dieron pie a un nuevo concepto; company towns donde se intentaba mejorar el rendimiento industrial de los trabajadores."


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BENEVOLO, L.,  Historia de la arquitectura moderna. Edit. Gustavo Gili. Barcelona, 1987.


Págs. 175-213.“Las iniciativas para la reforma del ambiente, desde Robert Owen a William Morris 


Los utopistas. 


Los hombres de cultura del XIX están animados por una profunda desconfianza hacia la ciudad industrial, y no conciben la posibilidad de restituir orden y armonio a Coke Town o al cuerpo gigantesco de Londres. Así, los pocos que proponen reformas juzgan que las irracionales formas actuales de convivencia deben ser sustituidas por otras completamente diferentes, dictadas por la pura razón, es decir, contraponen a la ciudad real una ciudad ideal.


 A veces la ciudad ideal se queda en una simple imagen literaria. En el siglo XIX aparecen una larga serie de utopías, desde C.N. Ledoux hasta W.Morris, pero en la primera mitad del siglo y, especialmente en los años cargados de esperanza que trascurren entre 1820 y 1850, algunos de estos imaginadores de ciudades tratan de pasar a la acción. Estos episodios se podrían integrar en la literatura utópica, pero estamos obligados a destacarlos, como iniciadores de una nueva línea de pensamiento y acción con la que comienza efectivamente -aunque solo de forma simbólica y frecuentemente artificiosa- una acción consciente para la reforma del paisaje urbano y rural, y con ello, según la definición de Morris, de la arquitectura moderna.


Robert Owen


Robert Owen (1771-1858) es el primero y el más significativo de los reformadores utópicos. Es un personaje singular, que viven en pleno periodo de los “Tiempos difíciles”, autodidacta, dependiente de comercio, negociante y, más tarde, afortunado industrial y político. Mientras en su tiempo las teorías smithianas son normas de comportamiento casi indiscutidas por políticos y empresarios, Owen sigue una línea de pensamiento muy diversa, basada en un análisis libre de prejuicios de las relaciones económicas, hasta el punto de llegar a ser considerado un peligroso agitador.


 Su mentalidad solo es explicable a partir de su experiencia directa, primero como dependiente, como director de industria más tarde, y la fabrica le sugiere un orden de ideas completamente distinto del divulgado en su época; una empresa industrial funciona por medio de controles organizativos, que deben atender no solo al orden interno, sino también a los límites de la empresa respecto a las exigencias del mercado. El equilibrio, en este caso, no se da automáticamente y no se debe al juego de fuerzas internas, sino a la armonía entre los factores internos y la actividad externa, consciente, que controla el modo y la medida de su empleo.


En 1779 Owen adquiere, con otros socios, la fábrica de hilados de New Lanark, en Escocia, y hace de ella una fábrica modelo, introduciendo maquinaria moderna, horarios moderados, buenos salarios, viviendas higiénicas, construyendo cerca de la fabrica una escuela elemental y una guardería infantil, la primera de toda Inglaterra. Estas mejoras no le impiden obtener grandes beneficios, permitiéndole afrontar con éxito las protestas de los socios a los que, en 1813, sustituye por otras personas de mayor apertura mental, entre los cuales estaba el filósofo J. Bentham.


 En los primeros años del XIX la fábrica de New Lanark llega a ser famosa y la visitan gentes de todo el mundo. En 1813, cuando va a Londres en busca de nuevos socios, Owen entra en contacto con los dirigentes de la política inglesa, y ensancha su campo de acción: es uno de los precursores de la legislación laboral, del movimiento cooperativo, de las organizaciones sindicales.


 A pesar de su éxito como industrial, considera que la actividad especializada, está totalmente equivocada, y está convencido de que la industria y la agricultura no deben quedar separadas y confiadas a distintas categorías de personas; así, considera que la agricultura debe constituir la principal ocupación de toda la población inglesa, “dejando la industria como apéndice”.


 Para dar cuerpo a su idea, durante la segunda década del XIX, Owen elabora un modelo de convivencia ideal: un pueblo para una comunidad restringida, que trabaje colectivamente en el campo y en la fábrica, y autosuficiente, disponiendo en el propio pueblo de todos los servicios necesarios.


 Este plan se expone por primera vez en 1817, en un informe para una Comisión de encuesta sobre la ley de pobres; lo defienden diversos artículos y se desarrolla más ampliamente en un informe dirigido a las autoridades del condado de Lanark, en 1820


 Owen fija los siguientes puntos:


* El número de habitantes; él piensa que «cualquier desarrollo futuro estará influido por la decisión que se tome sobre este punto, que constituye uno de los problemas más difíciles en la ciencia de la economía política» y opina que el número ideal debe estar comprendido entre 300 y 2.000 (preferentemente entre 800 y 1.200).


* La extensión del terreno dedicado al cultivo: un acre por cabeza, o poco más, o sea de 800 a 1.500 acres, a cultivar con azada en vez de arado. Owen es un acérrimo defensor de la agricultura intensiva, lo que constituye, desde el punto de vista económico, una de las limitaciones más importantes de su teoría.


* La organización funcional y de la edificación; según Owen, en la ciudad tradicional “los patios, las avenidas y las calles crean multitud de inconvenientes inútiles, son perjudiciales para la salud y destruyen casi toda la comodidad natural de la vida humana. La alimentación de toda la población puede asegurarse mejor y más económicamente desde una cocina colectiva, y los niños pueden entretenerse y educarse mejor estando todos juntos, bajo la mirada de sus padres, que de cualquier otro modo”; por ello “se adoptara una plaza amplia en forma de paralelogramo, por reunir las mayores ventajas para dar forma a las necesidades domesticas de la asociación. En los cuatro lados de esta figura pueden instalarse las viviendas privadas, es decir, los dormitorios y salas de estar para la población adulta, los dormitorios colectivos para los niños, vigilados, los almacenes y los depósitos para las distintas mercancías, un hotel, una enfermería, etc. En una línea que pase por el centro del paralelogramo, dejando un espacio amplio libre donde circule el aire, haya luz y se faciliten las comunicaciones, se podrá construir la iglesia y los lugares de culto, las escuelas, la cocina y el restaurante colectivo”.


Las viviendas privadas, que ocuparan tres lados del paralelogramo, podrán tener de uno a cuatro pisos; no tendrán cocina, pero estarán bien ventilados y, si fuera menester, provistos de calefacción - refrigeración. “Para la calefacción, refrigeración y ventilación de sus apartamentos, a los inquilinos les bastará con abrir o cerrar dos válvulas que habrá en cada habitación, cuyo ambiente, con este sistema, estará siempre puro y templado. Una estufa de dimensiones adecuadas, colocada convenientemente, servirá para muchos apartamentos, requiriendo poco trabajo y los mínimos gastos, si su instalación se ha previsto ya desde la construcción”.


* Puesto que es económicamente activa, podrán tomar la iniciativa de construir tales pueblos, terratenientes, capitalistas, compañías comerciales, autoridades locales o asociaciones cooperativas. “Muy probablemente, en la primera experiencia muchos aspectos se revelaran mal estudiados, lo que sugerirá miles de mejoras”, el coste de la construcción es de aproximadamente 96.000 libras esterlinas.


* El surplus producido por el trabajo de la comunidad, una vez satisfechas las necesidades elementales, podrá cambiarse libremente, usando el trabajo empleado como termino monetario de comparación.


* Las obligaciones de la comunidad para con las autoridades locales y centrarles seguirán regulándose por la ley común; las comunidades pagaran con regularidad los impuestos con moneda corriente, y los hombres cumplirán el servicio militar; solo podrán prescindir de los tribunales y de las cárceles, porque no las necesitaran, y así descargaran al gobierno de estos menesteres.


Owen trata muchas veces de trasladar a la práctica su plan, primero en Orbiston, Inglaterra, luego en América. En 1825 compra a una secta protestante el pueblo de Harmony, en Indiana, y se establece allí con unos mil seguidores, después de haber dirigido una apelación al presidente de los Estados Unidos y al Congreso.


 En ninguno de ambos casos la forma arquitectónica del pueblo corresponde al paralelogramo teórico y Owen no se preocupa mucho por ello, absorbido por el problema económico-social. Como es fácil imaginar, no se consigue el paso de la teoría a la práctica, la concordia que imaginara Owen no se llega a dar y la iniciativa fracasa casi inmediatamente, por lo que pierde todo el capital invertido y queda sumido en la pobreza.


 Sin embargo, muchas de las personas que le siguieron a América, incluidos sus hijos, se quedan y contribuyen eficazmente en la colonización del Oeste americano. Así la aldea owenita asume una función opuesta a la que imaginara su creador, fracasa como comunidad autosuficiente y se convierte en un centro de servicios para todo el territorio circundante.


F. Podmore, en 1906, analiza así los resultados de la experiencia:


“Si bien fracasa la ambiciosa experiencia de Owen, un éxito, totalmente inesperado y en otro sentido al imaginado, recompensará sus esfuerzos. New Harmony a lo largo de más de una generación constituye el principal centro científico y educativo del Oeste, y las influencias que de allí se irradiaban se han hecho notar en muchas direcciones, en la estructura social y política del país. Incluso en nuestros días la huella de Robert Owen es visible en la ciudad que fundó. New Harmony no es como las otras ciudades de los Estados Unidos. Es una ciudad que tiene una historia. El polvo de aquellas esperanzas y de aquellos ideales fracasados forma el suelo donde crecen las raíces de la vida actual”.


Tras la experiencia americana el pensamiento de Owen se radicaliza, entre 1832 y 1834 está a la cabeza del movimiento de las Trade-Union inglesas, luego se dedica a propagar sus ideas no ortodoxas sobre el matrimonio y sobre la religión, y termina su vida alejado de la sociedad inglesa que le tiene por un visionario.


En diversos aspectos Owen es el más importante de los utopistas del XIX, aunque no el más afortunado; sus cualidades personales, su amor al prójimo, su confianza en las máquinas y el mundo industrial le permiten ver con lucidez en muchos problemas sociales y urbanísticos, allí donde los ojos de sus contemporáneos están velados por teorías convencionales. Por otra parte, su confianza ilimitada en la educación y en la persuasión, hace difíciles sus contactos con el resto del mundo, y provoca el fracaso de todas sus iniciativas concretas, posteriores de New Lanark...


... Esta crítica (de K.Marx y Engels) es válida desde un punto de vista político, pero pese a todos sus errores y, en cierto sentido, gracias a sus errores e ingenuidad política, Owen y los demás han aportado una muy importante contribución al movimiento de la arquitectura moderna.


 Ellos no caen en el otro error común a toda la cultura política de su tiempo, liberal o socialista, de considerar que de nada sirve comprometerse en resolver los problemas particulares, por ejemplo, los de asentamiento si no se han resuelto antes los problemas políticos de fondo, y que las soluciones a todas las dificultades particulares llegan como consecuencia natural, una vez resueltas las dificultades generales. Por ello se comprometen, con más confianza de la razonable, en experimentos parciales, y a veces han creído -subvirtiendo las ideas en boga- poder resolver los problemas sociales con la arquitectura, y poder hacer mejores a los hombres con sólo hacerlos vivir en un falansterio o en un paralelogramo cooperativo.


 Sus experimentos concretos han fracasado, pero la ciudad ideal que imaginaron ha entrado en la cultura moderna como un modelo cargado de generosidad y de simpatía humana, muy distinto de la ciudad ideal del Renacimiento, y continúa sirviendo de incentivo al progreso de las instituciones urbanísticas hasta nuestros días, aunque no pueda seguir siendo tomado al pie de la letra.


 El lector habrá notado la impresionante similitud que existe entre las propuestas de Owen y Fourier -como la ciudad de habitación» con un determinado número de habitantes, las instalaciones centralizadas, la rue interieure, etc.- y algunas soluciones que se plantean insistentemente en los proyectos contemporáneos. Incluso el número de habitantes del falansterio de Fourier -1620- corresponde al número de personas alojadas en la primera unité d'habitation de Le Corbusier, y la densidad prevista por Owen, un acre por habitante, es la misma que indica Wright para Broadacre. La integración entre  agricultura e industria, entre ciudad y campo, está resuelta de forma mítica e inadecuada, no se tienen en cuenta las grandes fábricas modernas, que a veces varias decenas de miles de obreros, ni algunas de las orientaciones de la moderna agricultura extensiva y mecanizada. Sin embargo, es cierto que la armonía entre estas dos realidades diferentes es la condición indispensable para reconstruir la unidad del ambiente y del paisaje moderno...


... El movimiento para la reforma de las artes aplicadas. La revolución de 1848 marca el punto culminante de las esperanzas de resurrección social que están animados los utopistas, mientras que el rápido contra-ataque de la reacción produce un abatimiento general; la distancia entre la teoría y la práctica se revela demasiado grande para pensar en una reforma inmediata del ambiente urbano.


 Es éste un momento de revisión ideológica, en el cual la izquierda europea elabora una nueva línea de acción -anunciada en 1848 con el Manifiesto, de Marx y Engels- y contrapone a las reformas parciales una propuesta revolucionaria global. El debate político se plantea decididamente sobre cuestiones de principio y abandona sus vínculos tradicionales con la técnica urbanística, mientras que el nuevo conservadurismo europeo -el bonapartismo en Francia, el movimiento de Disraeli en Inglaterra, el régimen de Bismarck en Alemania- hace suyas, de hecho, las experiencias y las propuestas urbanísticas elaboradas en la primera mitad del siglo, y las utiliza como un importante instrumentum regni: sirven como ejemplo de todos ellas, los trabajos de Haussmann en Paris.


 Como ya se ha dicho, Ias leyes de sanidad elaboradas antes de 1850 son aplicadas por los nuevos regímenes con espíritu distinto del originario, y hacen posibles las grandes intervenciones urbanísticas de la segunda mitad del siglo. Al mismo tiempo, los modelos teóricos, ideados por los escritores socialistas como alternativa a la ciudad tradicional, quedan, en buena parte, absorbidos por la nueva práctica, dejando de lado sus implicaciones políticas y siendo interpretados como simples propuestas técnicas, para reorganizar precisamente la ciudad existente.


 Las ciudades ideales descritas después de 1848 -Victoria, de J. S. Buckingham, publicada en 1849, e Hygena, de B. W. Richardson, publicada en 1876- derivan de aquellos precedentes, pero carecen ahora de connotaciones políticas, mientras que se da toda la importancia a sus características constructivas y técnicas; constituyen el eslabón de unión entre las utopías socialistas y el movimiento de las ciudades jardín, que empieza a despuntar a fines del siglo, pero confirman en el fondo, el agotamiento de la línea de pensamiento de Owen, Fourier y Cabet, insostenible en la nueva situación económica y social.


 De hecho, los nuevos regímenes autoritarios abandonan la política de no intervención en las cuestiones urbanísticas, propia de los regímenes liberales precedentes, y se comprometen directamente por medio de las obras públicas- o bien indirectamente -por medio de reglamentaciones y planes- a dirigir las transformaciones en curso en las ciudades.


 De este intervencionismo nace una vasta experiencia técnica, indispensable para el desarrollo futuro de la urbanística moderna, pero al mismo tiempo la cultura urbanística pierde la carga ideológica de que la habían impregnado los primeros socialistas, y pierde su función de estímulo para una verdadera transformación del paisaje; ahora se trata, todo lo más, de racionalizar el cuadro existente, de eliminar algunas manifestaciones visibles del desorden urbano, manteniendo inalterables sus causas.


 Así, la línea de pensamiento descrita en el apartado anterior, que debe considerarse justamente como la primera surgida de la cultura arquitectónica moderna, se diluye en la práctica de las oficinas técnicas y se deforman en la interpretación paternalista de los nuevos regímenes autoritariosAl final, la propia incapacidad de los urbanistas para resolver las contradicciones de fondo de la ciudad industrial mantiene intactos los motivos para una revisión cultural, insoslayable a principios del siglo siguiente.


 


 


 

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