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Genovés de nacimiento, hijo ilegítimo de una conocida familia florentina, Leon Battista Alberti es una de las figuras clave del renacimiento artístico italiano. No nos encontramos en Alberti con un arquitecto propiamente dicho, sino más bien con un hombre culto y erudito, que desarrolla una impresionante obra teórica en los más diversos campos: arquitectura, escultura, pintura, filosofía, teología , sociología, urbanismo…. Por lo que a la arquitectura y el urbanismo se refiere, Alberti subraya de forma especial, el importante papel mediador que ambas materias tienen en la sociedad de su tiempo. Estas disciplinas irán ocupando un cada vez mayor espacio en su estudio y trabajo, dedicando buena parte de la etapa final de su vida.


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A Alberti le interesa el hombre como ciudadano en medio de la comunidad, centrando su interés en que los edificios sean agradables, útiles y se encuentren en un entorno humanizado. “La arquitectura es una ciencia muy noble, no al alcance de todas las cabezas… debe de poseer un genio fino, una gran aplicación y la mejor educación…. el que presuma declararse arquitecto”.


Sus obras, la mayor parte de ellas realizadas sobre antiguas construcciones, como es el caso de el Templo Malatestiano de Rímini, La Iglesia de Santa María Novella o el Palacio Rucellai, intentan dar una respuesta de carácter clásico a una serie de construcciones anteriores que por diversas circunstancias no se pudieron finalizar. Pero el clasicismo de Alberti, gran conocedor de la antigüedad romana, va a diferir del llevado a cabo por Brunelleschi, a quien admira e incluso dedica su obra De Pittura. La obra de San Andrés de Mantua ya al final de su trayectoria profesional, resume el modo que tiene el genovés de entender la antigüedad. Destaca en su percepción y libre interpretación de lo antiguo, el importante carácter murario de la nueva arquitectura “a lo clásico”.


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GIEDION S., Espacio, tiempo y arquitectura. Edit. Edit. Reverté. Barcelona, 2009.


Págs. 186-302. La evolución de las nuevas posibilidades.


EL HIERRO


 El hierro antes de la industrialización. Como todo el mundo sabe, el hierro está lejos de ser un material nuevo; su uso se remonta a tiempos prehistóricos. Sin embargo, en los grandes edificios de la Antigüedad se empleó tan sólo en pequeñas cantidades. Tanto los griegos como los romanos preferían el bronce debido a su mejor resistencia a la intemperie. Tampoco el Renacimiento tuvo mucha fe en el hierro como material de construcción. Y así encontramos que Leon Battista Alberti, arquitecto y teórico florentino del quattrocento, recomendaba materiales que estuviesen listos para el uso en su estado natural, mejor que los que tuviesen que ser preparados por la mano y el arte del hombre (hominum manu et arte). Incluso los anillos de hierro que Miguel Ángel usó para mantener unida la cúpula de San Pedro deben considerarse sólo sujeciones. Ya en el periodo victoriano, el hierro aún seguía considerándose adecuado tan sólo para sujeciones por personas que como John Ruskin- odiaban la industria. La poca resistencia a la intemperie y la falta de precedentes clásicos en su utilización no eran las únicas razones de que el hierro tuviese una parte tan poco importante en toda clase de construcciones; existía también el inconveniente de que no podía producirse salvo en cantidades relativamente pequeñas.

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