FRAMPTON Kenneth., “Lugar, producción y escenografía; práctica y teoría internacionales desde 1962” en Historia crítica de la Arquitectura Moderna. Gustavo Gili. Barcelona, 1987.
Pág.284-316".Ninguna descripción del desarrollo reciente de la arquitectura puede dejar de mencionar el papel ambivalente que ha desempeñado la profesión desde mediados de los años sesenta, ambivalente no sólo en el sentido de que aunque manifestaba actuar en defensa del interés público algunas veces ha contribuido a favorecer sin sentido crítico el ámbito de la tecnología optimizada, sino también en el sentido de que muchos de sus miembros más inteligentes han abandonado el ejercicio profesional tradicional, bien para recurrir a la acción social directa o bien para recrearse en la arquitectura como una forma del arte. En lo relativo a este último aspecto, no puede evitarse considerarlo como el retorno de una creatividad reprimida, como la implosión de la utopía sobre sí misma. Desde luego, los arquitectos ya se habían abandonado anteriormente a este tipo de proyectos irrealizables , pero -con la clásica excepción de Piranesi o, más recientemente, de la fantasmagoría de la Cadena de Cristal de Bruno Taut - pocas veces han proyectado sus imágenes en términos tan inaccesibles. Tanto antes como después del trauma de la I Guerra Mundial, las aspiraciones positivas de la Ilustración todavía tenían el poder de proporcionar cierta convicción . Antes de eso, en el umbral del siglo XIX, incluso la más grandiosa de las visiones de Boullée podría haberse construido -es de imaginar- si se hubiera dispuesto de los medios suficientes, y está claro que Ledoux era tanto un constructor como un visionario. Lo dicho sobre Ledoux no era menos cierto en el caso de Le Corbusier , cuyos vastos proyectos urbanos indudablemente podrían haberse realizado todos si se hubiera puesto a su disposición un poder suficiente . El World Trade Center de Nueva York -una estructura tubular reticulada de 1.350 pies (412 metros) de altura, en forma de dos torres gemelas diseñadas por Minoru Yamasaki en 1972- o la torre Sears de Chicago -de 1.500 pies (457 metros), construida en 1971 por Bruce Graham y Fazlur Khan , de Skidmore, Owings & Merrill - han servido para demostrar que posiblemente ni siquiera el rascacielos de una milla (1.600 metros) ideado por Wright en 1956 era necesariamente inviable . Pero esos megaedificios son demasiado excepcionales para servir como modelos en la práctica general. Entre tanto -como ha sugerido Manfredo Tafuri -, el objetivo de esa vanguardia en los años sesenta era validarse a sí misma a través de los medios de comunicación o, como alternativa, purgar sus culpas ejecutando el rito del exorcismo creativo en soledad. En qué medida podía esto último servir como táctica subversiva (“inyectar ruido en el sistema”, como decía Archigram), o como una elaborada metáfora con implicaciones críticas, es algo que dependía por supuesto de la complejidad de las ideas aportadas y de la intenciónsubyacente en toda la operación."
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SUDJIC, Deyan, La arquitectura del poder. Como los ricos y poderosos dan forma a nuestro mundo.Edit. Ariel. Barcelona, 2007
pág. 270-275 “Desde el principio el World Trade Center tenía que ser grande e imponente, pero Yamasaki propuso convertir el concepto de un complejo de edificios en la estructura más alta del mundo con un diseño que finalmente superó al Empire State en altura en 1972. Y fue Yamasaki quien tuvo la idea de concentrar casi todo el espacio de oficinas propuesto para el proyecto en dos torres idénticas.
Sin duda no fue el primer proyecto arquitectónico que no estuvo a la altura de las promesas de sus diseñadores y constructores. Pero fue a todas luces una experiencia traumática para Yamasaki. Vivir semejante experiencia es recibir el tipo de mala prensa que ensombrecería casi cualquier trayectoria profesional. Yamasaki la vivió dos veces, y el segundo desastre póstumo fue mucho peor que el primero.
En la vida de Yamasaki, el World Trade Center recibió amargas críticas por sus rasgos poco urbanos. Muchos vieron el espacio público de dos hectáreas y media situado en su centro, que el arquitecto comparó cariñosamente con el Campo de Siena y la plaza de San Marcos de Venecia, como un pobre sustituto de la caótica vitalidad de las catorce manzana, con sus tiendas de radios, sus sastres y sus bares, que se derribaron para su construcción. La enormidad de las Torres Gemelas parecía ser todo lo contrario de la frágil delicadeza decorativa de los proyectos que hicieron que durante un tiempo compararan a Yamasaki con Eero Saarinen y Philip Johnson. El estudio de Yamasaki tuvo trabajo hasta su muerte, pero el hecho de construir edificios comerciales en lugares del mundo que no están de moda durante la vejez, como hizo él, nunca ha beneficiado a los arquitectos interesados en forjar una reputación duradera.
La destrucción catastrófica de las torres justo cuando la opinión crítica de las mismas empezaba a ser más positiva cambió el significado de la vida profesional de Yamasaki.
Se insinuó falsamente que el World Trade Center fue diseñado con la intención de evocar el centro de la Meca. La actitud de Yamasaki hacia la ciudad era propia de un arquitecto de su época. Le pareció una suerte que mereciera salvarse de las catorce manzanas pequeñas e irregulares que ocupan el espacio del World Trade Center y que él consideraba caducas y molestas.
Yamasaki analizó las objeciones al tamaño de las torres y la manera en que, con sus 110 pisos, presentaban a la ciudad paredes como las de un acantilado. Se pasó mucho por el Empire State Building intentando imaginar el aspecto que tendrían sus torres, y se convenció de que serían hermosas.
Además de su impacto en el horizonte de Manhattan, el aspecto físico más memorable del World Trade Center era el peso de todos esos pisos que le aplastaban a uno cuando atravesaba la plaza entre las dos torres. Para hacerlo se necesitaba cierta determinación. De pie en la plaza del World Trade Center, uno sentía la presión de las dos torres que se elevaban hasta el cielo a ambos lados. Atravesarla era como pasar por un hueco estrecho en una gruesa pared monolítica. Su masa muda bastaba para comprimir el aire entre las dos torres y hacía tensar los músculos para apartarlas de un empujón. Al avanzar hacia la entrada de la Torre Norte, uno sentía aumentar la presión mientras se acercaba. El peso que venía de arriba era cada vez mayor, incluso cuando el propio edificio parecía más transparente al mirar de frente las brillantes aletas de aluminio que se elevaban cuan altas eran las torres. Cruzar el umbral requería el mayor esfuerzo de todos. La puerta parecía sostener el peso de todo el edificio. En cuanto se atravesaba, se sentía liberado por un momento la presencia de las 110 plantas por encima de la cabeza. Después venía la experiencia del ascensor: la presión del aire acumulado en los oídos y la de los pies contra el suelo durante toda la subida. La salida a la atmósfera enrarecida a cuatrocientos metros de altura traía consigo una incómoda sensación de ansiedad mientras uno comprobaba si era verdad que la torre se balanceaba con el viento. Sí se balanceaba, pero no tanto. Los amortiguadores reducían el balanceo a veinte centímetros con vientos de 160 km por hora.
Las torres fueron interpretadas como símbolos de poder y autoridad por los que quisieron desafiar el poderío de Estados Unidos en el mundo. Su arquitectura fue muy criticada por los colegas de Yamasaki, y sobre todo la generación formada por aquellos que se las daban de jóvenes radicales en el momento de acabarse las torres y que resultaron ser los mismos que se precipitaron a reconstruirlas cuando fueron construidas. Pero la generación posterior tuvo una perspectiva distinta, y redescubrió la grandeza de sus proporciones heroicas y entendió hasta qué punto las Torres Gemelas se habían convertido en parte de la identidad popular de Nueva York.
El atentado de Nueva York se produjo en el momento exacto en que, tras décadas de escepticismo con las construcciones de elevada altura, el mundo se había lanzado a construir rascacielos de manera desenfrenada. ”...
... “Algunos de los siete proyectos para reconstruir el World Trade Center evocan al énfasis de los números. Richard Meier y Peter Eisenmann diseñaron una torre de 335 metros de altura; se supone con la creencia de que una torre de 277 metros no habría sido lo bastante alta para llamar la atención. Daniel Libeskind optó por sus famosos 540 metros.
En cualquier caso, la demolición es una parte tan esencial del proceso de transformación como la reconstrucción. Y la destrucción y la construcción pueden verse como dos procesos muy relacionados entre sí. Entre otras cosas, el atentado de las torres gemelas del World Trade Center, impulsado por un odio visceral, fue una aceptación literal del poder icónico de la arquitectura y un intento de desestabilizar ese poder de una manera más contundente mediante la eliminación. El hecho de que uno de los secuestradores que se puso al mando de los aviones fuera licenciado en arquitectura no hace más que subrayar esta idea.”
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